23 sept 2011

Niágara: agua y agua

El otoño ha llegado a nuestro viaje de verano. Hoy estrenamos estación y el día ha amanecido muy nublado, con alto riesgo de chubascos. Hasta ahora hemos tenido mucha suerte con el tiempo: nos ha llovido muy poco y hemos disfrutado de una buena temperatura para hacer turismo. Llama la atención que en las zonas no turísticas apenas se ve gente en pantalones cortos o con gafas de sol. ¿Llevan aire acondicionados bajo los jeans o qué?

Alejándonos del centro de Toronto los 'condominios' o torres residenciales continúan su expansión a lo largo de la bahía. La burbuja inmoviliaria está aún jabonosa. Al borde del lago hay parques ideales para hacer deporte o simplemente disfrutar de la naturaleza. En la zona de Humber Bay, para unir pequeñas islitas hay muchos puentes y uno de ellos lo ha hecho Calatrava, con forma similar al de Valencia. Pablo ha desarrollado una calatravofobia tempranera, así que se queda en el coche mientras yo voy a dar un paseo. 

Un poco más al suroeste, paramos en otra ciudad con muchas torres: Mississauga. Entre los rascacielos, descatan las Absolute World Towers. Popularmente son conocidas como las Marilyn Monroe Towers, dadas sus formas sensuales. ¿Cómo serán las conversaciones de ascensor? "¿A qué piso va? A la pélvis, por favor".
Los desayunos de los hoteles suelen tener sólo cosas dulces, así que, poco a poco hemos ido haciendo hambre. En un bar estilo retro, con sus sofás de eskay, asientos giratorios redondos, neones y camareras con pinganillo, nos tomamos un brunch (medio breakfast medio lunch) con sus huevos, bacón, tostadas y sausages. "More coffee?? Yes, please!!"

Poco a poco, nos vamos acercando a uno de los accidentes naturales más conocidos de Estados Unidos: Las cataratas del Niágara. El río Niágara en realidad es un trasvase natural entre los lagos Ontario y Erie. Empezamos la ruta niagaresca en Niagara-on-the-Lake, donde está el fuerte de George, con sus soldaditos con chaqueta roja. El pueblo también es muy interesante, con edificios bajos y sofisticados jardines.

Desde hace ya tiempo venimos observando que las casas se están preparando para Halloween. En muchos porches ya hay velas, telas de araña y brujas. Cómo no, también las famosas calabazas, muchas de ellas con la cara ya dibujada. Aún queda bastante para que llegue la temporada alta para los odontólogos, pero se ve que los niños americanos están ansiosos por espetar su 'Trato o truco'.

Hoy operan a la tía Clari de cataratas y hoy nos espera a nosotros día, claro, de catarátas, pero de Niágara. Recorremos el curso del caudaloso río Niágara, parando en diferentes miradores para observar cómo desciende el agua incesablemente. Poco a poco llegamos a Niagara Falls, la población fronteriza llena de hoteles, casinos y restaurantes... lugares donde gastar el remanente de los robos de los precios de los parkings. Con un mínimo de astucia dejamos el coche en la parte no turística del pueblo y nos ahorramos un buen puñado de dólares.

Llueve, llueve, llueve... chanclas y poncho nos salvan de convertirnos en Bob Esponja, y tras un paseo llegamos a las cataratas. Un estruendo abrumador hace de banda sonora a la estampa de las caídas de agua más famosas del mundo. Miles de galones de agua por segundo afrontan el desnivel precipitándose al vacío. Apostamos a que la Monroe llevaba tacones, digo tapones.

Hay dos cataratas principales: la americana y la canadiense. Sin duda, para poder ver ambas en su magnitud, hay que hacerlo desde Canadá. Las canadienses forman una espectacular curva de naturaleza salvaje. Las americanas forman una ladera y están más explotadas turísticamente. Teníamos la intención de montar en el Lady of the Mist, para ver las cataratas desde abajo y casi meterte en ellas, así como hacer la ruta Journey Behind de Falls, para pasar por detrás de ellas. Pero el día ya está suficientemente húmedo y concluímos que poco nos puede aportar acabar empapados sin un sol que luego nos seque. Aquí estamos, disfrutando del agua, bajo el agua de lluvia.

Toca volver a Estados Unidos, así que cruzamos el puente internacional, ese en el que más de una le ha pagado el lunch a la policía fronteriza. Sin embargo, a nosotros nos invitan amablemente a que aparquemos el coche y se queda con nuestros pasaportes. ¿Habremos quebrantado alguna ley canadiense? ¿Nos estará investigando la CIA, extrañada por haber ido a visitar una casa con forma de zapato? ¿Acaso la silla de Chilli Bowl estaba reservada sólo para Obama y yo estuve cenando plácidamente en ella? Parece ser que no... simplemente nos ha tocado la lotería fronteriza, en la que hemos sido agraciados con 10 minutos de espera en una sala vacía y un par de preguntas del poli del guardia.

Sigue lloviendo, así que decidimos hacer unas compras en un outlet cercano. Como era de esperar, está lleno de turistas, repleto de nipones y con pocas gangas. Aún así, alguna que otra cosa acaba cobrada en nuestra exhausta Master Card.

Si ver las cataratas de día es toda una experiencia, no lo es menos verlas iluminadas por la noche: unos focos van cambiando de color y le dan un aire mágico. Con la relajación de oir agua fluir, nos vamos ya a descansar. Si mañana no llueve, volveremos con mejor tiempo.

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