Despierto en mi cabina privada del autobús. No he dormido demasiado porque con algunos baches de la carretera sientes cómo levitas suavemente para caer sobre el camastro que no es precisamente un colchón Lomonaco. La primera reacción es querer estirarse un poco pero, como está pensado para una altura vietnamita estándar, apenas tengo unos centímetros para cumplir mi primer deseo matutino. El autobús está estacionando y ya es totalmente de día: seguro que son ya las cinco de la mañana y estamos en Sapa, pero mejor confirmarlo con el móvil… y no, ni lo uno ni lo otro. Son las siete y estamos en Lào Cai, la ciudad más cercana al pueblo de Sapa.
Al ir reduciendo el ruido del motor ha empezado a haber apertura de cortinas de las cabinas y hay cabecitas asomando. Pablo también abre el telón y nuestra compañera de viaje elorriotarra se acerca con sus gafitas de chica lista y con una frescura que ni durmiendo en el Ritz, para contarnos que en internet pone que ha habido un corrimiento de tierras y que hay hasta gente desaparecida. El conductor sale y entra del autobús y al preguntarle “Sapa?” nos dice “no no no no” y se queda a verlas venir. Ayer, en un momento dado, nos pasamos por la oficina de la compañía de autobuses para, justamente, preguntar si habría algún problema en llegar a Sapa debido al tifón y nos aseguraron que no… aunque parece que todo ha ocurrido durante la noche o la madrugada.
Digerimos la situación pensando los tres en alto, porque parece que nos vamos a quedar sin hacer las rutas por los arrozales. La elorriotarra dice que igual ellos se quedan en Lào Cai y dan una vuelta por allí a ver qué hay, que la zona parece chula; Pablo dice que, para estar lloviendo, mejor volver cuanto antes a Hanòi y pasar allí los dos días que íbamos a estar en Sapa; ¿Y yo? Pues… en fin… alguien tiene que estar pensando en desayunar, es mera estadística. Le doy la razón a Pablo y con mímica le indicamos al conductor que queremos volver… y nos indica que vayamos a la oficina. Nos calzamos y salimos bajo la lluvia hasta una pequeña oficina donde volvemos a preguntar “Sapa?”, para oír otro “no no no no” y que nos pongan los brazos en cruz. Tú lo sabías, él lo sabía, ellos lo sabían… pero ¿a qué esperábais a decirlo? ¿A publicarlo en el BOV, Boletín Oficial de Vietnam? La mujer, a la que le habíamos enseñado el billete de vuelta para dentro de dos días, resetea y nos pide el precio del billete de vuelta… ¡No mujer, es sólo cambiar, que ya hemos pagado! Nos da los nuevos billetes y nos indica con prisa un autobús que está en la puerta y al que están subiendo los últimos pasajeros de la cola. Vamos corriendo al autobús anterior, nos subimos sin descalzar y cogemos nuestras cosas, indicando al conductor que vaya abriendo el maletero exterior. “Chicos, nos volvemos a Hanói” les decimos a nuestros fugaces compañeros de viaje a los que ni les damos tiempo a un “agur benhur”... Y es que, una reacción rápida supone no perder tiempo y… desayunar antes.
Pues nada, otras seis horas de autobús nos esperan por delante… Es curioso que en doce horas y media puedas hacer un Madrid-Hong Kong en avión y en el mismo tiempo un ida y vuelta Hanói-Sapa en autobús. Mientras hago estas reflexiones, reclino la mitad de la “cama” para ir en posición hamaca, mientras veo llover sobre un paisaje verde donde los haya. De vez en cuando se ven ríos, algo desbordados y alguna que otra zona inundada. Consulto en internet y parece que, efectivamente, Sapa ha quedado incomunicada y hay muertos y desaparecidos. Y pienso… ¿Para qué me molesté en informar con todo detalle de nuestro viaje en el Registro de Viajeros del Ministerio de Asuntos Exteriores de España? Porque parece más probable que me llame una asesoría energética para hacerme precio en la electricidad que el equipo de Albares para saber si seguimos respirando.
Vale, ¿y los hoteles? El hotel que teníamos en Sapa para dos noches ya no es cancelable, así que contacto con Booking para pedir una cancelación sin coste explicando lo ocurrido. Mientras, busco algún hotel para dos noches en Hanói que esté bien situado, con buena nota, a un precio razonable y, por supuesto, con desayuno incluido. Tardo en decidirme, pero finalmente reservo en uno mientras recibo la confirmación de que no nos cargarán el que he anulado. Ante la adversidad, soluciones, ¿no?
Efectivamente, hay que tener cuidado con lo que uno desea… porque se cumple. Si ayer pensábamos que ojalá hubiéramos tenido más tiempo para ver Hanói, ¡toma taza y media! En torno a la una del mediodía llegamos a la casilla de salida, estamos de nuevo en Hanói. Lo bueno es que este día y medio que tenemos por delante lo pasaremos relajados, ya que tenemos tiempo de sobra para ver lo que no pudimos ver la última vez que estuvimos aquí, es decir, ayer.
Caminamos hasta el hotel, pero, eh, no en pijama, que es de día y ya sería muy descarado. Dejamos nuestro equipaje y salimos a dar una vuelta. Una de las cosas que nos quedó pendiente es ir al teatro de marionetas sobre el agua, así que, ¡ésta es la oportunidad! Nos acercamos al teatro y adquirimos dos localidades, a un precio más bien orientado al turista que al lugareño.
Visitamos el templo Ngoc Son, que está en una isla del lago Hoan Kiem a la que se accede por un puente rojo. Los templos y santuarios de Vietnam realmente vienen de la cultura china. Es curioso porque casi todo está escrito con kanjis, hay farolillos rojos y la adoración a los dioses es haciendo ofrendas al igual que como lo harán en china. Seguramente tendrá sus matices pero, para nosotros occidentales, son iguales.
Caminamos hasta la prisión de Hoa Lo, conocida como la “Hilton de Hanói”. Es un lugar muy curioso porque fue una cárcel que la construyeron los franceses para recluir a todas aquellas personas que no simpatizaban con el gobierno. Los franceses trataron cruelmente a los prisioneros: hay una habitación con una letrina doble donde el resto de prisioneros presenciaba cómo hacían sus necesidades otros prisioneros. A su vez, cuando el país se independizó y se produjo la guerra de Vietnam, aquí encarcelaron a prisioneros americanos, a los cuáles trataron mucho más humanamente que como los habían tratado a ellos. Si es que, los vietnamitas, ¡son muy buenines!
Fuera de la zona turística entramos en un restaurante a comer/merendar y revolucionamos al personal. No saben inglés y no están muy sueltos a la hora de intentar expresarse… hasta que una joven entra en conversación y nos ayuda a pedir. Una sopa pho, unos rollitos de arroz, una especie de empanadillas con gamba… y de regalo, unos ramilletes de hierba. Para maridar, unas cervezas de Hanòi. Mientras esperamos a que nos traigan la comida, recibo un email donde nos informan de que nos han reprogramado el vuelo que tenemos en unos días de Hanói a Hue. Mmmm… en vez de volar a las cinco y media de la mañana, va a ser a las cinco y media de la tarde… vaya, pues a ver qué hacemos ahora… pero bueno, ya lo miraremos esta noche cuando lleguemos al hotel.
Queda media hora para el teatro de marionetas y está lloviendo a mares; o mejor, a océanos. Menuda forma de llover… yo pensaba que en las zonas tropicales caía un aguacero y al de un rato a otra cosa. Pero no, lleva lloviendo sin parar desde que entramos a comer y no tiene pinta de que se vaya a arreglar. Pedimos un Grab, que es como un Uber o Cabify, pero pone que hay mucha demanda y que puede tardar más de lo habitual. No abandonamos la esperanza de que alguien acepte nuestra carrera para llegar a tiempo al teatro… hasta que el reloj marca las seis y media de la tarde y seguimos sin transporte. Hasta las mujeres del restaurante nos intentan ayudar, porque nos ven desesperados… pero nada, no estamos claramente de suerte. Tras casi una hora de espera nos acepta un conductor y nos lleva al teatro. Con el translator, escribo lo ocurrido para ver si nos pueden hacer el favor y dejarnos entrar en la siguiente función… ponemos carita de “pleeeeeeaaaasssseeeee” y nos dice que está casi lleno, pero dándonos la opción de venir mañana. ¡¡Si es que son un encanto!!
El día se ha torcido bastante… así que hay que endulzar la situación como sea. ¿Y cómo mejor que con un café con huevo y un bollito “dulsesito”? Pues nada, nos damos un pequeño atracón de azúcar para coger fuerzas, porque aún hay que ver qué hacemos con el vuelo que nos han reprogramado. Pero antes, vamos a preguntar en el hotel a ver si tienen servicio de lavandería, que seguro que es muy barato. Nos dicen que el kilo son el equivalente a menos de dos euros… así que ahí les dejamos una bolsa con ropa sucia y calcetines de ambos que no podrían ser gestionados ni en un punto limpio.
¡Y manos a la obra! Pues bien, resulta que han eliminado un vuelo y con un par no te devuelven el dinero si decides no volar, sino que te lo dan como “crédito de vuelo” de la compañía aérea. Llamamos a Booking, que es donde lo hemos comprado, y nos dicen que, efectivamente esa es la política de la aerolínea y que ellos no pueden hacer nada. ¡¡Menuda jeta!! El “Mercadona de las reservas hoteleras” está abusando de poder y no nos ofrece ninguna alternativa. Bien, pues echemos cuentas: si volamos a Da Nang en el horario que íbamos a Hue tenemos que pagar la diferencia, añadir un autobús a Hue y sumar el hotel que ya teníamos reservado más lo que habíamos pagado por el vuelo; si prescindimos del avión y vamos en un autobús directo, tenemos que pagar ese autobús, pero en total nos ahorramos veinte euros porque quitamos otro autobús y anularíamos una noche de hotel. Es decir, perdiendo el billete de avión, recuperamos dinero… Es que haber lidiado con las ofertas del Eroski te hace un experto en combinaciones y permutaciones. Pues nada, a cancelar otro hotel, que este sí está aún en plazo sin coste y asunto resuelto. Semanas de preparación del viaje para que hasta ahora no hayamos dormido en ninguno de los hoteles reservados inicialmente y hayamos empezado a cancelar a futuro.
Hoy el día nos ha puesto a prueba: las cosas se han ido torciendo pero nada ha sido lo suficientemente grave como para no perder la calma e intentar reconducir las situaciones. Eso sí, yo ya no deseo nada, que luego se cumple… ¡¡Que sea lo que sea!!
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