No sé cuántas veces he intentado cambiar de postura, encendido y apagado el aire por tener calor o frío, ir al baño por estirar las piernas… pero parece que el haber descansado tantas horas a surtido efecto: ya no tengo una chorrera de mocos y me encuentro más despejado, aunque lejos aún de la plenitud con la que me gustaría estar. Ponerse malo durante un viaje es una pena porque, además de estar perdiendo días de vacaciones que tanto cuestan conseguir, no tienes una segunda oportunidad de ver un lugar en un viaje tan complejo como los nuestros.
De hecho, una cosa a la que renunciamos anoche era a ver la salida del sol hoy. Es una experiencia que muchos turistas contratan y no sólo pagan el precio del servicio, sino también el peaje de levantarse a las cuatro y media de la mañana. Como consuelo nos queda el hecho de que está lloviendo, así que poco podríamos haber visto incluso estando en perfectas condiciones de salud.
A las ocho y media llega Jan al hotel para recogernos, con una contagiosa actitud fresca y alegre. El tuk-tuk surca las carreteras que van hasta Angkor Wat, donde hoy haremos el Small Tour. Visitaremos los templos de Angkor Wat, Bayon, Ta Keo, Ta Prom y Banteay Kdei más los que a Pablo, la nueva Dora la Exploradora, se le antojen. Hoy es sábado y se nota que hay mucha más gente, o quizá sea el hecho de que los templos de hoy son los más importantes, o quizá que la gente prefiere pagar la entrada de un solo día y ver sólo éstos.
Empezamos por el majestuoso templo de Angkor Wat, que es enorme. Es tan impresionante que hasta su silueta aparece en la bandera camboyana. En su interior se puede subir hasta la cúpula central por una empinada y larga escalera; hay muchos patios, esculturas de Budha, bajorrelieves relacionados con los jemer… es una auténtica maravilla y sorprende el hecho que durante siglos estuviera olvidado.
En sus jardines vemos a unas cuantas parejitas de novios haciéndose el álbum de fotos de boda. Llevan trajes típicos y destacan más los chicos por llevar unos pantalones bombachos. También nos llama la atención que parecen muy jóvenes, aunque quién sabe viviendo en esta sauna de país.
Entre los visitantes vemos algunos españoles, franceses, alemanes e ingleses. Pero los que más llaman la atención son los indios… ¡Santa paciencia! Los “majendras”, como los llamamos, se paran siempre en el peor momento y en el peor lugar… y no les digas nada porque sus cerebros autómatas no reaccionan. Claro que aquí, se sentirán un poco con derecho, porque estos templos eran inicialmente hinduistas… aquí ha debido de producirse la retro-selección natural… porque antes eran capaces de hacer templos para la historia y ahora solo de dar por cerradas incidencias en las que no han hecho nada.
Este sitio es una auténtica pasada: decenas de templos rodeados por una naturaleza salvaje merecen la pena todos los esfuerzos realizados para llegar hasta aquí. A nosotros, curiosamente, los que más nos gustan son en los que menos gente hay, como si de alguna forma estuviéramos explorando una civilización perdida a lo Indiana Jones. De vez en cuando cae una buena tormenta, pero tras la furia metereológica siempre termina volviendo la calma.
En algún templo me quedo charlando con Jan mientras Pablo visita algunos templos de menor relevancia. No sé si me entiende muy bien, pero el que a todo me diga que sí me reconforta, pues parece que el inglés no lo tengo tan oxidado. Hablando de la economía del país me dice que todo está muy caro, incluso para ellos. También, al hablar de que hoy volvemos a Vietnam, me cuenta que el nuevo aeropuerto lo han pagado los chinos y que éstos están invirtiendo mucho en el país.
Como guinda final a nuestro Tour de hoy visitamos un templo que está siendo engullido por la naturaleza. Los árboles conocidos como higueras de las ruinas crecen sobre los templos, donde habitualmente se acumula mucha agua, algo que su semilla necesita para germinar. Su fama se vio aumentada al ser uno de los escenarios del juego Tomb Raider, que más tarde se llevaría a la gran pantalla, siendo Angelina Jolie quién diera vida a su protagonista Lara Croft.
Nos despedimos de los templos, de los monos que habitan el lugar y de Jan, que ha sido un magnífico anfitrión, para volver al hotel. El personal nos cede una habitación para poder darnos una ducha y cambiarnos de ropa, algo que en Europa nunca se haría sin pasar por caja. Como gesto por nuestra parte, cenamos en el restaurante al lado de la piscina, mientras esperamos al taxi que contratamos para ir al aeropuerto.
Hemos visto muchas cosas que no tienen sentido… pero un aeropuerto a 50 kilómetros de la ciudad y a más de una hora en coche, en el medio de la nada, se lleva la palma. Antes había otro aeropuerto en la propia ciudad pero, tal y como me comentó Jan, los chinos han pagado un enorme aeropuerto totalmente desproporcionado para sustituirlo… y, al menos, lo han hecho emulando la arquitectura tradicional camboyana. El que el taxista adivinara que íbamos a Ho Chi Minh City nos dio una pista que no supimos interpretar, pero al llegar y ver que solo hay tres vuelos programados, vemos que la infraestructura es una auténtica sobrada. Los letreros están en camboyano, inglés y chino, algo que no tiene sentido. De alguna forma se parece a la T4 de Barajas, pero con bastantes zonas cerradas.
Facturamos nuestras mochilas y pasamos el control de inmigración. Una vez más, queda demostrado que, cuanto más pobre es el país, más “papelismo” hay: el visado es un papelito fácil de perder y con cuatro datos mal escritos, algo que no está acorde con la era de la informatización en la que vivimos. Tenemos dos horas hasta que salga el vuelo, así que entramos a cotillear en las tiendas que hay: todo en dólares y del todo desorbitado. ¿Pero alguno de esos camboyanos que está con un caldero haciendo sopa y con un costillar colgando en una vitrina sucia luego viene aquí a comprar algo de Gucci o Fendi? ¿Si puedes comer por dos dólares luego alguien compra una bolsita de anacardos por quince?
Decidimos tomar algo en el Burger King, o mejor, en el San Bendito Burger King. Estando escribiendo el blog, nos viene uno y nos dice que nos tenemos que ir… que el vuelo va a salir. El poco personal del aeropuerto nos va acompañando hasta la puerta de embarque… nos dicen que es la última llamada, pero queda media hora aún. A nuestro paso van cayendo las persianas de las tiendas… se ve que tienen prisa por cerrar. Por si fuera poco, nos han cambiado de puerta a una que está en la otra punta… ¡Pero si no hay vuelos poned la puerta más cercana! Ah, y con esta saturación se han debido de quedar sin fingers y tenemos que ir al avión en autobús, en el cual, los pocos pasajeros que hay nos miran como diciendo “os estábamos esperando”. A pie de pista, con la que está cayendo, el personal nos hace un paseíllo con paraguas… ¡Insólito!
El avión es pequeño y solo tiene cuatro asientos por fila y no vamos ni quince personas… aquí hay una rentabilidad muy dudosa. Veinte minutos antes de la hora programada ponemos rumbo a la ciudad de Ho Chi Minh, mientras me preguntó si el seguro de viaje cubre que el vuelo salga adelantado. En el fondo nos viene bien, pero es la primera vez que nos pasa que un vuelo salga antes porque todo el personal de tierra se quiera ir a su casa. Hasta dudo de si han apagado las luces de las pistas de aterrizaje. Cuando se apagan las luces de los cinturones la azafata pasa con una bandejita… ¡Con vasos de agua! “ Only this?” le pregunto haciéndome el ofendido… pero se ve que nada más va a cruzar este esófago cortesía de Cambodia Angkor Air.
Una hora antes de lo planificado, aterrizamos en el aeropuerto de Saigón, donde pasamos el control de inmigración para entrar de nuevo en Vietnam. Nos cogemos un Grab que en media hora nos lleva hasta una de las estaciones de autobús de la ciudad. A la una de la mañana tenemos que coger un autobús que nos llevará hasta Can Tho y parece que todo está siendo mucho más fácil de lo que esperábamos. Tras tomar un café hecho con agua caliente en un tipo de 7-Eleven, montamos en el autobús litera. Hoy nosotros sí que podemos decir que estamos muy lejos… porque estamos, precisamente, en la mismísima Cochinchina.
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