19 sept 2024

Cruzando Camboya

Despertamos viendo las amplias vistas del Tonlesap, el afluente del río Mekong que en función de la época del año cambia el sentido de su curso. Un crecimiento incontrolado de la modernidad hace que se alternen rascacielos y torres residenciales modernas con edificios bajos y mal mantenidos, creando un entorno poco homogéneo. Las casas, por lo general, suelen ser muy estrechas y alargadas, ya que, como antiguamente ocurría con algunos países de Europa, los impuestos se pagan en función de la longitud de la fachada: por todo el país hay casas realmente finústicas que desafían el decoro.

En este viaje hay pequeños detalles que nos están llamando la atención, cosas que piensas que funcionan igual en todo el mundo pero que luego ves que no. Por ejemplo, en los baños no hay escobillas, sino una manguera con la que desprender los restos, que aún no nos hemos atrevido a utilizar. Otra cosa que nos ha llamado la atención es que no hay monedas: tanto en Vietnam como aquí en Camboya, sólo utilizan billetes.

Dedicaremos el día de hoy a visitar Phonm Penh por la mañana y a viajar hasta Siem Reap por la tarde. Comenzamos nuestra visita por el lugar que da nombre a la ciudad, la “montaña de Penh”. Resulta que una mujer encontró un Budha aquí y dijo que había que construir un monasterio. El templo, a diferencia de los de Vietnam, está pintado por dentro dándole un aire mucho más histórico. En su interior, hay una estatua de Penh, a la que la gente le pinta los labios, le pone joyas y hasta le dejan kits de belleza a modo de ofrenda.



Lo que hemos observado que hay en todos los templos es una especie de templo pequeñito, una maqueta en la que también dejan ofrendas. Ayer, desde el autobús que nos trajo hasta la capital camboyana, vimos un montón de tiendas que vendían estos pequeños santuarios.


Cumplimos con la ya establecida tradición de visitar un mercado maloliente. En esta ocasión es el mercado central, si bien es cierto que aquí hoy no predominan los pescados disecados ni la carne expuesta; más bien es un mercado donde comprar ropa, bisutería o, por ejemplo, pistolas táser o porras. También hay muchos puestos de arreglos y confección de ropa, estando las mujeres ahí cose que te cose... ¡Esperad a que controle yo mi flamante Singer!



La visita estrella del día es el Palacio Real. Es un recinto atosigado de edificios estilo camboyano, cada cual más bonito. Rodeado de cuidados jardines, vemos pagodas, estatuas del rey Norodom, un pequeño edificio de Napoleón III, … todo el esplendor y limpieza del país concentrado aquí en pocas hectáreas.








Por la ciudad hay desperdigados algunos monasterios. Son recintos donde viven, estudian y rezan los futuros monjes. En el perímetro de estos monasterios hay unas pequeñas construcciones que pensamos son tumbas de personas ilustres del lugar. En uno de estos monasterios asistimos a la hora de la comida, donde decenas y decenas de monjes, con sus túnicas y chanclas, pasean y comen en torno a unas mesas redondas, sentados en el suelo. Un hombre nos indica que le sigamos y nos lleva hasta una mesa donde nos ofrece que comamos lo que queramos. Los restos de pescado, de arroz y sopas no nos resultan nada apetecibles, así que declinamos el ofrecimiento con gratitud. Lo que sí que hacemos es acopio de agua, que estando envasada seguro que nos vendrá bien a lo largo del día.



Damos un último paseo por el centro para después retornar hasta el hotel para recoger nuestro equipaje. Después caminamos hasta la parada de autobuses de Larryta Exprés, donde montamos en un mini autobús que nos llevará durante seis horas hasta Seam Reap. El mini autobús está hecho para la talla de los camboyanos y resulta algo apretado para los occidentales. Por suerte, elegimos los dos asientos que van con el conductor, teniendo la palanca de cambios como separación para que no haya roces. Nuestro conductor lo bautizamos Donuts de Mokka, debido a su piel de ese color.

A menos de una hora y media de trayecto, hacemos la primera parada, una especie de estación de autobuses de la compañía Larryta. Aún recuerdo cuando puse una queja a la Junta de Castilla y León por hacer la encerrona de tener una estación en Lerma para los viajeros que viajan en ALSA, pensada para que consumas sí o sí, o te mueras de frío fuera. Aquí, sin embargo, no estoy por la labor… ni los precios inflados en dólares ni la comida es apetecible, así que esperamos gustosamente en el exterior.

Durante seis horas el paisaje es el mismo: a ambos lados de la calle tiendas, puestos callejeros, talleres… todo gira en torno a la carretera. Si acaso, de vez en cuando se ve alguna casa elevada de madera, unas construcciones pensadas para superar inundaciones. Ah, y que no falten las señales del Partido Comunista con la foto de los tres magníficos. El conductor es un poco kamikaze, y hace algunos adelantamientos que en España supondrían tener que sacarse una hipoteca de puntos del carnet. El tío va bastante confiado, así que lo mejor es no preocuparse y echar alguna cabezadita.


Llegamos a Seam Reap, contra todo pronóstico, una hora antes. ¿Habrá cambiado el huso horario? Ah, pues no… Seam Reap es la ciudad en la que alojarse para visitar los templos de Angkor y aquí pasaremos dos noches. Tras negociar un tuk-tuk llegamos al hotel que como su nombre auguraba, es todo un “Oasis” en medio del caos. Es un lugar muy agradable, con una piscina iluminada, restaurante en una bonita cabaña y amplias habitaciones. Decidimos cenar en el hotel y luego darnos un baño de última hora en la piscina… con su flora y fauna (vemos salamanquesas y hasta un par de ranas) podemos decir que ya hemos visto el primer templo… del descanso.

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