Acabo de recordar que ayer sí que tuvimos un cambio: el autobús que hoy nos llevará hasta la Bahía de Ha Long nos lo retrasaron una hora. Realmente fue para bien, porque así hoy hemos tenido tiempo para desayunar y para ir tranquilamente hasta el punto de encuentro. Al igual que cuando hicimos el ida y vuelta a Sapa, quedamos en la puerta de la oficina de la compañía que nos llevará, que está cerrada. Miramos y remiramos a ver si estamos en el lugar indicado y, hasta que llega una pareja de italianos preguntando si de ahí sale el autobús a Ha Long, no nos queremos convencer de lo evidente. El uomo es muy dicharachero y nos cuenta que a ver si tienen más suerte con Ha Long, porque a ellos también les ocurrió lo de ir hasta Sapa para tener que volverse; a la donna itálica le falta un capuccino, porque viene muy enfadadita de casa. En un momento dado, la Pili de Forli desata su vendetta pero gritando en bajo y cortando al hombre en espaguettis con su gélida mirada.
Mientras ambas parejas latinas marcan su espacio vital, llega un taxi. ¡¿Un taxi?! Son casi tres horas de viaje hasta Ha Long e ir juntas dos parejas y el conductor me parece un poco excesivo, quizá alguien no marcó la casilla de sólo dos pasajeros en la parte de atrás. El conductor se baja y le enseño el billete… y nos hace una señal para que montemos; el italiano hace lo mismo y le dice “no no no no”. Como a los de Elorrio, no nos da tiempo a soltar un arrivederci porque para no mojarnos nos montamos rápidamente. El italiano, que no parece su día de suerte, impide al taxista cerrar la puerta porque quiere saber cuándo vendrán a por ellos… y parece ser que será otro taxi.
Ya en carretera, con el Google translator, le pregunto a ver si vamos a ir hasta Ha Long en taxi y él, haciendo lo mismo, nos comunica que no, que sólo hasta donde nos recoge una furgoneta de 16 pasajeros. A las afueras de Hanói, paramos en una especie de oficina, donde nos dice que esperemos. A mí me acompaña bajo el paraguas para que no me moje señalando que ahora me trae la mochila; Pablo se empeña en traer la suya y, el conductor al cogerla por el plástico para la lluvia la hace caer. “Bueno, no te preocupes porque se haya mojado un poco la mochila… en este local transportan pasajeros pero también venden comida… y estoy oyendo a una mujer afilar un cuchillo”. Si esto fuese una película, tras el ji-ji, en la siguiente escena habría una salpicadura de sangre en el objetivo de la cámara…
Aparece la furgoneta, nos guardan las mochilas y montamos. Una vez más, los asientos están pensados para cuerpos más menuditos, así que es inevitable ir rozándome con el vietnamita que va a mi izquierda. Pablo ha tenido peor suerte, porque el conductor se empeña en que a su derecha ha de ir una caja de corcho blanco vacía, la cual desplaza para adelante pasando a molestar a una mujer vietnamita… ¡Tú la llevas!
Hoy vamos a coger un crucero de una noche con todo incluido, a excepción de las bebidas. Vamos a hacer kayak, ver los islotes de Ha Long, tomar el sol, pescar calamares, taichí en la cubierta por la mañana, clase de comida vietnamita… un programa variado para disfrutar en medio de una joya de la naturaleza. Sin embargo, por el camino, vemos que no para de llover, que muchos ríos están desbordados y que hay zonas inundadas. A lo largo de más de dos horas nuestro crucero de lujo no parece que vaya a ser todo lo idílico que esperábamos…
A su vez, una chica de la empresa del crucero que me lleva semanas braseando via WhatsApp, me escribe para decirme que tenemos que pagar en efectivo porque internet no funciona en la zona. ¿Y qué más no funciona? ¿En qué estado está la mar para salir a navegar? ¿Qué actividades se van a poder hacer? Empiezo a preguntarle a la chica y hay algo que empieza a sentarle mal. Me dice que tras el tifón Yagi hay cosas que no funcionan y que tengo que ser comprensivo y empatizar con la gente. ¿Cóoooommooooo? ¿¿Muá no ser comprensivo?? Por ahí no paso, le empiezo a decir que nos vamos a dejar un dineral en el crucero (son precios sobre inflados para extranjeros) y que si no se pueden hacer las actividades prometidas, entonces no puedo pagar el precio prometido. Con la italiana al menos ya hay dos mujeres enfadadas en el país, que yo sepa. Literalmente me dice que si me siento inseguro me vuelva a mi país a lo que le digo, “vale, pero con cancelación gratuita”. Mientras, llamo a Booking para ver qué se puede hacer, porque éstas no son formas… ni de navegar ni de tratar al cliente. Entiendo que las condiciones metereológicas son algo que no está en su mano, pero si cobran esos precios tienen que dar sí o sí el servicio prometido.
Mientras, Pablo busca un hotel donde alojarnos. Debe de haber muchas cancelaciones y muchos turistas ni están viniendo, porque hay hoteles de cuatro estrellas tirados de precio. Elegimos el que mejor pinta tiene entre los que adulteran la palabra Luxury, y reservamos. Con Google translator le indico al conductor que ya no vamos al puerto, sino a un hotel concreto; él coge mi móvil mientras conduce, y se pone a escribir en vietnamita. Se queda muy contrariado porque no encuentra las tildes para poder continuar con la conversación y se aturulla porque no quiere cometer faltas de ortografía. Recupero el móvil y le pongo en Maps el hotel al que vamos… y nos dice “ok, ok”.
La lluvia ha parado un poco cuando estamos entrando en la ciudad de Ha-Long. Los efectos del tifón Yagi son visibles por todos los lados ya que azotó está zona con su mayor magnitud: hay árboles caídos, tejados, señales… y hay mucha basura posiblemente movida por el agua del mar. Nos resulta curioso que la mayoría de los lugareños estén sentados en sus locales tomando té o mirando el móvil, con montañas de escombros a su alrededor. Recuerdo las inundaciones del Bilbao metropolitano en 1983 donde toda la gente se afanaba en limpiar el lodo e intentar recupera la normalidad lo antes posible, y me choca con la actitud más bien pasiva que tiene la mayoría de la gente aquí. Quizá estén acostumbrados a tormentas tropicales de diferente nivel de devastación, o simplemente estén cansados de enmendar sus consecuencias... pero que hasta el ejército vaya en chanclas no parece muy efectivo.
En el hotel aún no podemos hacer el check-in, así que dejamos nuestro equipaje y preguntamos a ver si hay excursiones de medio día que recorran la bahía. La recepcionista contacta con una agencia y le dicen que no, que el puerto está cerrado y no se puede salir a navegar. Como muchos islotes están cerca de tierra firme, nos damos un largo paseo hasta llegar a un puerto pesquero. Una chica, al vernos, nos indica que si queremos nos dan una vuelta por la bahía; preguntamos precio y nos indica que 800.000 dong… a lo que le respondemos ofreciéndole 300.000 dong. Habla con una mujer y parece que acceden… pero no nos fiamos y antes de montar le enseñamos los 300.000 y nos dice que eso es cada uno. Le respondo como ellos con un “no no no no” y señalo que es por los dos. Para evitar malentendidos le indicamos señalando la muñeca que son dos horas. La mujer está deseosa de coger los billetes, pero le suelto otra vez “no no no no”, que luego, cuando terminemos le pago.
Ahora teníamos que estar en un crucero con camarote con cama King Size, ducha con vistas a la bahía, buffet en las comidas, … ¡¡Que el nombre del crucero hasta llevaba la palabra “luxury”!! Y, ¿dónde nos encontramos? En una barca de madera desgastada, con una patrona de barco modesta, unos salvavidas cuestionables y respirando el olor de gasolina. Hemos pasado del “luxury cruise” al “poverty Cruise”. Pero bueno, al menos no llueve, estamos viendo los islotes y lo estamos disfrutando. Pero un disfrute breve, porque no han pasado ni quince minutos y ya estamos enfilados hacia el puerto. Ah, “no no no no” le decimos a la mujer… mientras Pablo señala que cambie el rumbo porque queremos ver más. La mujer habla como si pensara que sabemos vietnamita y se hace la loca devolviéndonos al puerto. “Bueno, pues no le pagamos los 300.000 sino una cuarta parte” dice Pablo con toda la razón del mundo. Preparo un billete de 100.000 y al bajarlo se lo voy a dar, ante su sorpresa y rechazo, como si nosotros hubiésemos sido los que no hubiéramos cumplido con nuestra palabra. Como no quiero hacer un simpa, la medio fuerzo a que lo coja… Y sí, ya tengo constancia de que hay tres mujeres enfadadas en el país.
Visitamos otro mercado donde nos intentan vender fruta a precio de caviar iraní… para luego pasar a un centro comercial donde los precios son casi mismos que en Europa. Yo creo que no lo hacen con mala intención, pero el turismo aquí aún está un poco verde: inflando los precios saben que al final siempre hay turistas que pican… pero parece que no saben que eso no se suele mantener en el tiempo, el turista termina huyendo del engaño.
Aprovechamos para comer en el centro comercial y para ellos elegimos un peculiar restaurante coreano. Resulta que en la mesa tienes una vitrocerámica y ahí te cocinas tú mismo tu sopa de noodles, eligiendo los ingredientes de un buffet. Al principio no sabemos muy bien cómo funciona, pero parece que le terminamos cogiendo el truco y nos hacemos nuestra propia interpretación del fideo oriental. A lo que no termino de acostumbrarme es a comer las cosas con palillos… Unas brochetas vale que se coman con un palito, pero el arroz o los noodles me parece un esfuerzo innecesario.
Aprovechamos las horas que nos quedan para hacernos fotos con la bahía de Ha Long de fondo. Es un lugar muy bonito pero, para ser justos, no es igual que como sale en las fotos. El agua está bastante contaminada por los propios barcos pesqueros de la zona y, aunque sea sólo a modo de consolación, pensamos que igual el crucero de dos días para ver los islotes podría haber terminado siendo… un peñazo.
Cansados, vamos al hotel a hacer el check-in. Damos los pasaportes, pago el importe, me devuelve un billete de 5.000 Dong que guardo y, cuando ya parece que todo está gestionado, el recepcionista nos dice que debido al tifón la cocina está cerrada y que no hay servicio de desayuno. Ah, “no no no no” le decimos. Pero vamos a ver, si en la reserva pone que desayuno incluido, pues hay que incluirlo, ¿no? Pablo le dice que llame al manager y que busque una solución. El joven, nervioso, llama y nos dice que le han dicho que lo sienten, pero que no hay desayuno. Pues nada, toma la llave, cogemos el dinero y nos vamos. Cancelamos la reserva y nos ponemos a buscar otra alternativa… que coincide ser el hotel de al lado. Antes de reservar, Pablo le pregunta a ver si todos los servicios están funcionando y cuando la recepcionista nos dice que sí, reservamos. Ésta es una noche más que no dormimos en el hotel que habíamos reservado y encima, ni tan siquiera en la primera alternativa que habíamos reservado. Eso sí, a medida que vamos cancelando, vamos recuperando dinero, porque el crucero era un disparate, y el segundo hotel ha sido algo más barato que el primero… De hecho, hemos ganado dinero porque, horas más tarde repararé en que no le devolví los 5.000 Dong de la vuelta del hotel en el que finalmente no nos quedamos. A este paso nos vamos una semana gratis a Suiza en mayo... pero, con desayuno incluido, ¿eh?
Oye que a mí el barquito me había emocionado pero vamos, qué morro...no no no no...que soy de Bilbao...vivo angustiada por vuestros desayunos...
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