Cuando estás de viaje lo normal es que si reservas un transporte estés a la hora en el punto de salida o si reservas un hotel llegues cuando te venga bien y que todo esté acorde a lo contratado. Pues bien, en Vietnam esto no funciona así: cualquier servicio que contrates implicará que te enviarán decenas de mensajes para ofrecerte otros servicios o preguntarte cosas acerca del alojamiento o del transporte. Por ejemplo, en los hoteles te envían una lista de precios de transporte, actividades, lavandería… pero también que a qué hora llegarás, si pagarás en efectivo o con tarjeta. En los transportes, por otro lado, suele ser para cambiarte el lugar de recogida, el de llegada, o los horarios. Ayer nos contactaron para preguntarnos sobre el trayecto de hoy de Hoi An a Da Nang, que será en un minibus. Le echamos morro y, como nos cambian la hora, le decimos al del autobús que en Da Nang, en lugar de dejarnos en el centro, que nos deje en las Montañas de Mármol ya que si no sería ir para retroceder.
El autobús recorre la costa mientras vemos el boom de la construcción que se está produciendo en esta parte del país. Moles de edificios salpican el litoral danagniano, con hoteles de grandes cadenas y bloques de apartamentos cuyos nombres evocan cierto estatus; esto tiene que ser obra del mismo creador de nombres de promociones de El Cañaveral… Luxury, Élite, Residential, … si buscamos seguro que encontramos a la Vanesa de turno diciendo que todas las plazas de garaje tienen toma para coche eléctrico. Viendo cómo se trabaja aquí, la web de incidencias de Avin Tiah tiene que estar echando humo.
El minibús nos deja a unos minutos andando de las Montañas de Mármol. Lo primero que nos llama la atención es el gran número de marmolistas que hay, con sus colecciones de figuras expuestas: Budha, Lady Budha, dragones, caballos, jarrones, … de todos los tamaños posibles. Da Nang debe de ser el proveedor de figuras de mármol de todo el Sudeste Asiático.
Como hemos venido directamente tenemos que pensar qué hacer con las mochilas… y hay veces que los problemas ¡se resuelven sólos! Al pasar por una tienda que vende refrescos, comida y recuerdos en piedras nobles, una efusiva mujer nos dice que podemos dejar las mochilas si luego consumimos “cafe-cola-dlink, cafe-cola-dlink” mientras se parte los dedos enumerando las opciones. Como no tenemos mucha alternativa, le dejamos las mochilas una vez hemos sacado las cosas de valor.
Las Montañas de Mármol es un conjunto de cinco montes que representan los cinco elementos: metal, agua, madera, fuego y tierra. ¿Pero quién determinó esos cinco? Yo siempre había oído hablar de cuatro, pero se ve que para que todo quedara más místico había que buscar tantos elementos como montañas hay.
En su interior hay una serie de cuevas con templos, y figuras de Budha y Lady Budha por todas partes. A las estatuas de Lady Budha les han puesto una especie de luces led que van girando y resultan hipnóticas, a la vez que poco serias. Pero, lo que más impacta es, sin duda, la serie de figuras macabras que hay en la parte más profunda de la cueva: cocodrilos comiendo humanos, seres extraños torturando humanos, restos de cuerpos mutilados, manos que salen de un estanque… y hasta algún murciélago de verdad. Supongo que representará el descenso al infierno o algo así… pero está tan mal hecho y desentona tanto aquí, que no sabes si estás en un santuario o en el pasaje del terror.
Además de las cuevas, hay algunos templos, pagodas, miradores, … hace mucho pero mucho calor… así que nos vamos sentando a cada oportunidad que tenemos. Desde la cima, disfrutamos de unas amplias vistas del Océano Pacífico y de los rascacielos de Da Nang.
Finalizada la visita, recuperamos nuestras mochilas y tomamos en el local unas coca-colas “¡zero zero zero zero!” tal y como le indico al señor tendero que iba a coger unas normales. Después, decidimos probar suerte a ir en transporte público hasta el centro, sin mucho éxito porque no pasa ningún autobús a la hora prometida por Google Maps. “Pas Grab” que diría una profesora que tuve… aunque sería más bien “pal Grab”, porque es la única forma que se nos ocurre para llegar al hotel donde nos quedaremos hoy.
Da Nang no tiene muchas cosas para ver, así que, decidimos quemar el último cartucho en relación al vuelo de Hanói a Hué que terminamos cancelando porque nos lo habían retrasado diez horas y ya no nos venía bien. Buscamos la oficina de Vietjet Air, que en el billete dice estar en un sitio en el que ahora hay una tienda de electrodomésticos… donde nos dan otra dirección a la que acudimos. Llegamos ya calentitos: primero porque entre Booking y Vietjet Air no se entienden y cada uno dice que lo tiene que resolver el otro; segundo, por los 40 minutos que llevamos andando buscando la dichosa oficina sorteando motos y diversos obstáculos en las aceras; y tercero, simplemente porque hace calor. Le explico a las dos chicas que atienden que nos tenía que haber llegado un correo con un código para canjear por vuelos o servicios adicionales. Empiezan con el lío de que llamemos a Booking y nosotros emperrados en que no: “¿Quién retrasó el vuelo? Pues si fue culpa vuestra, lo arregláis vosotros”. Lo habitual en estas situaciones es que te reubiquen en otro vuelo que te venga bien (a ti, no a la compañía) o que te devuelvan el dinero, pero aquí se han inventado que solo te lo devuelven en un vale que nunca llega. Se ve que les funciona tratar como tontos a los clientes… ¡pero con nosotros han dado! Las grito, desde el respeto, pero gritando al fin y al cabo, mientras el de seguridad nos mira, pero más bien porque no le apetece que nadie le interrumpa su mañana de no hacer nada. Les digo que llamen a quién sea pero que queremos nuestro voucher… casi cogiéndole el fijo que tienen en el mostrador. Sale la gerente a ver qué pasa… mientras pienso “si no consigo nada, me llevo ese TPV aunque no me sirva para nada… I lose, you lose”. La gerente hace unas llamadas y parece que acceden a gestionarlo… bien, tenemos el equivalente a 71 dólares para gastar. “A ver, ¿cuánto cuesta facturar las maletas? ¿Y elegir asientos? Bien, uno de cada para cada uno”; calculadora en mano miramos a ver cuánto nos sobra y dividimos por el precio de cada menú; “ponme cinco menús para mí y otros cinco para él”... La chica se queda extrañada y le vuelvo a repetir que quiero agotar el crédito porque no tengo previsto volver a Vietnam y menos utilizar su compañía. Sin fiarme de que esté resuelto, le pido que me lo envíe por correo electrónico y también me lo imprima… y sí, bien clarito lo pone… dos maletas facturadas, elección de asientos y ¡diez menús! Si hubiese sabido que iban a acceder a gestionarlo, habría pedido hasta un rato de conducción de la aeronave por las molestias.
Para celebrar este nuevo éxito de la “parejita OCU”, nos vamos a un KFC a celebrarlo… ¡Qué gusto un poco de pollo transgénico, ultra procesado y aséptico! Y es que después de comer en locales tan poco higiénicos, entrar en un simple KFC es como acogerte a sagrado libre de bacterias.
Cogemos un Grab para ir a Chúa Linh Ung, la estatua más alta de Budha en Vietnam. Con sus 67 metros es mucho más alta que la Estatua de la Libertad y, viendo la lista de estatuas más altas en wikipedia, vemos que hay 20 estatuas más altas repartidas por el mundo… ¡Y vaya flipada! ¡Menudas horteradas descomunales es capaz de hacer el ser humano!
Decidimos volver desde Lady Budha dando un paseo por la playa. El agua del Pacífico está muy caliente y la arena es bastante oscura. En una zona de pescadores vemos las tradicionales cestas flotantes, hechas de bambú. Parece ser que durante la colonización francesa se cobraba un impuesto a las embarcaciones y los vietnamitas se inventaron estás cestas hechas de banbú, que no podían considerarse embarcaciones, para no pagar esos impuestos.
Aunque hay kilómetros de playa para aburrir, no hay absolutamente nadie tomando el sol, sólo algún bañista en el agua o alguien paseando el perro. Tampoco hay mucho negocio montado en torno a este inmenso arenal, a excepción de algún chiringuito donde paramos a tomar algo y descansar.
Lo que sí está lleno es de torres de apartamentos y hoteles que parecen bastante lujosos. Como en otros países, nos llama la atención que haya hoteles de alto nivel pero que luego al salir a la calle te encuentres el mismo pavimento levantado o las mismas motos sorteándote. También nos resulta curioso que, como asiáticos que son, les encante poner neones de colores en los edificios.
A lo largo de todo el paseo marítimo hemos ido viendo muchos restaurantes donde ofrecen marisco fresco. Es tan fresco como que tienes, en cada restaurante, un montón de peceras con los bichos coleando: desde langostas a seres que no habíamos visto antes... ¡E incluso un pequeño tiburón! Los precios no son nada baratos, es más, son mucho más caros que en España, así que damos por inviable una mariscadita a un precio razonable. Nos sentamos en una terraza improvisada a tomarnos unas cañas… de azúcar; nos bebemos el mini de caña en pocos tragos, así que pedimos otra ronda porque está fresquito y dulsesito.
Damos una vuelta por el Mercado Nocturno, donde resurge la opción de la mariscada. Por veinte euros nos ofrecen tres langostas, langostinos, pulpitos y sepia. Pablo le dice a la chica que añada unas ostras… y viendo que lo hace, Pablo añade él mismo otras dos para completar una decena. Con semejante ofertón, aceptamos y nos damos un homenaje. Todo está muy rico y las langostas, aunque no tienen mucho cuerpo, están deliciosas.
Si el pasaje del terror de las Montañas de Mármol y la estatua gigante de Lady Budha no han sido lo suficientemente freakys, el remate final lo pone el Puente del Dragón. Es una estructura enorme, que va cambiando de color y que echa fuego y agua. La pena es que sólo lo hace los fines de semana, ya que hay que cortar el tráfico para semejante show. Hoy es lunes, así que nos quedamos con las ganas.
Da Nang es de esas ciudades que te dicen que no tienen nada pero a la que terminas yendo y encontrándole su encanto gracias a llevar unas bajas expectativas. A nosotros nos ha parecido una ciudad muy interesante y hasta su skyline nos ha agradado.
Habiendo disfrutado de un agradable día de paseos, nos vamos al hotel ajenos a las dos guerras que nos esperan. Al llegar a la habitación Pablo ve una salamanquesa que se esconde en el cabecero de la cama. Buenooooooo, la tenemos liada: o ese bicho sale de la habitación o aquí no va a dormir ninguno de los tres. La muy cabrona saca su cabecita pero no acaba de exponerse completamente… hasta que comete el error de salir y la atrapó con una toalla. Abro la ventana y ¡Salamandra va! Espero que no le haya caído a nadie encima.
Con la habitación libre de fauna, Pablo se acuesta. Mientras escribo, empiezo a notar que algo se mueve intestino abajo… “Oye, ¿tú te encuentras bien? Porque yo siento como indicios de retortijones” le digo; “pues la verdad es que tengo como ganas de vomitar” dice Pablo. En la siguiente media hora hay una sucesión de carreras al baño, para liberar líquidos y sólidos por ambos extremos del aparato digestivo. ¿Qué habrá sido lo que nos ha hecho daño? La mariscada en un puesto callejero tiene todas las papeletas. Y, vaciando el minibar (siempre sin alcohol) para hidratarnos un poco, nos vamos a la cama con la duda de cómo nos encontraremos mañana.
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