8 sept 2024

Hanói, capital vietnamita

Habíamos dormido ya alguna vez en un aeropuerto, pero siempre tirados buscando cómo acomodar las costillas en la forma de algún banco diseñado con mala leche… pero dormir en el hotel de un aeropuerto ¡es otro nivel! No porque nos haya salido medio gratis, ni porque hayamos tenido una cama doble para cada uno, sino porque es un gustazo que tardes menos de quince minutos entre las puertas de la habitación y la de embarque. A este concepto lo llamaremos “pis y pista”.

Eh, ¡que además tenemos estos vales por dos desayunos! Vemos que el café cotiza bastante alto, así que nos desayunamos a las siete de la mañana un menú de Burger King XXL, que para el tamaño de los hongkoneses, tiene que suponer un absoluto empacho… además, seguro que no dan comida en este vuelo y no sabemos cuándo será la siguiente toma.

Temerosos de que aún se pueda cancelar el vuelo debido a los últimos coletazos del tifón que asola Hanói, embarcamos y salimos puntuales viendo por la ventanilla cómo se inclinan las enormes torres residenciales que están construyendo en las cercanías. Ay Hong Kong, nos has gustado pero… no nos has convencido. Mucho rascacielos y mucho resquicio británico, pero ¡¡sois chinacos con una financiación singular!!

Esperando que el tifón nos esté siguiendo “por delante”, ponemos rumbo a la antigua Indochina. Lo que hoy es Vietnam fue una parte de la antigua Indochina francesa y, de hecho, como iremos viendo en los próximos días hay muchas cosas escritas en francés.

El vuelo transcurre con normalidad (donde nos vuelven a dar de desayunar), conseguimos un sello en el pasaporte al pasar por inmigración y empezamos a ver todo escrito con palabras que llevan varias tildes e incluso tildes acumuladas: ya estamos en suelo vietnamita. Buscamos una tienda donde comprar una tarjeta para tener datos en el móvil y unos chinos, perdón, vietnamitas (es que los veo a todos iguales) nos enganchan con facilidad para que adquiramos una SIM repleta de gigas y llamadas. La verdad es que tienen bastante gancho, porque todo aquel despistado que pase cerca acaba en el mostrador y yo creo que más de uno lo que quería era un cafecito bien cargado. Y ale, ¡a gastar millones! La moneda de aquí es el Dong y los billetes tienen muuuuuchos ceros. Un millón de dongs son más o menos 36 euros. Así que, es como volver a peseta… ¿Os acordáis cuando algo valía, por ejemplo, quince mil trescientas cincuenta y ocho pesetas? Qué largo se hacía decirlo… Pues aquí es aún más exagerado… “Me voy a comprar unos pantalones que valen millón y medio”... ¿Qué pijos, no?

Con los bytes fluyendo desde el móvil, salimos de la terminal mientras nos ofrecen taxis y Grab (el Uber asiático), llamando nuestra atención pero sin ser en absoluto pesados (muchos países tendrían que aprender esto). Enseguida llegamos a la parada de autobús que por muy poco dinero nos llevará hasta el centro de la ciudad. Nos toca ir separados… pero ambos empezamos a ser conscientes del destrozo que el tifón Yagi ha causado. Desde el aeropuerto a la ciudad se ven innumerables árboles derribados, ramas, barro de hojas, señales tiradas… como diría Piqueras… ¡¡Es dantesco!! Empezamos a pensar que el que nos cancelaran el vuelo ha sido un beneficio más que un perjuicio, porque si el viento ha sido capaz de derribar árboles de cuajo, qué habría hecho con nuestros cuerpecitos…



Entre pitidos para señalizar que un vehículo tiene la intención de adelantar y una grabación de bocecita de niña en el autobús que seguro que está adoctrinando a los pasajeros, cruzamos el Río Rojo para adentrarnos en la ciudad. Nos bajamos en la estación de tren, donde buscamos unas consignas automáticas para dejar el equipaje. Como en Hanói estaremos sólo el día de hoy, no tenemos ni hotel, así que por muy poquitos dongs no vamos a cargar con ellas durante todo el día.

Hace una temperatura agradable aunque muy húmeda. Es una ciudad repleta de árboles y, ahora, muchos de ellos obstaculizan aceras y calzadas. Hay mucho personal cortando troncos caídos (uno corta y ocho miran) para aliviar el caos que se ha generado. Aunque un tifón es algo que nadie desea, ver las graves consecuencias que ha tenido nos resulta interesante; es como Filomena pero con calor. Una vez más, la naturaleza nos demuestra que es ella la que manda aquí. Bueno, la naturaleza y las motos… porque la ciudad está repleta de ellas y campan a sus anchas: las aceras que no tienen árboles caídos son auténticos aparcamientos de motos… así que gran parte del día terminaremos yendo directamente por la calzada e, incluso, adoptando el pensamiento de “bueno, ya pararán” y el “bueno, este cruce con tanto tráfico lo hacemos en diagonal, ¿no?”.

Nuestra primera visita es el Templo de la Literatura. Son las doce y aún está cerrado, pero es llegar nosotros y lo abren… y encima, entramos por delante de toda la gente que estaba esperando. Entablamos conversación con un matrimonio de Huesca, muy agradables ellos, quienes nos cuentan que los días anteriores estuvieron encerrados en el hotel debido al tifón. El templo tiene casi mil años y aquí es donde se empezaron a dar clases de diferentes disciplinas, considerándose como la primera universidad de Vietnam. Es un lugar muy tranquilo y muy “chino”: dragones, estanques, tambor, campana, ofrendas… y lo más interesante son unas estelas que se empezaron a poner para reconocer a los estudiantes más destacados y con ello animar a los alumnos para que estudiaran y algún día tuvieran su propia estela ahí.




Continuamos nuestra visita por la ciudad y vemos que el mausoleo de Ho Chi Minh está cerrado… y la casa donde nació… y la Pagoda del Pilar Único… y la Ciudadela… ¡¡Todo cerrado y lloviendo!! Esto parece Bilbao un domingo de febrero. Empieza a llover más… y cada vez más… y cada vez más intenso… ¡¡Esto ya no es un xirimiri gordo, es el Danubio universal!! Sí, el Danubio, porque no es un diluvio, sino una riada vertical. Hay un momento en el que los motoristas se paran, sacan corriendo todos un poncho del compartimiento del asiento y ale, circulando: tienen hasta ponchos dobles (con dos aberturas para dos cabezas) y los hay que tapan la parte delantera de la moto con una parte transparente para los faros. Nosotros, que ya previmos lo de las tormentas tropicales, nos compramos antes de venir unos ponchos en el Decathlon, que vienen la mar de bien tanto para no mojarte como para asar tus carnes al punto… ¡¡Menudo calor se pasa!! ¡¡Es un sudar sin parar!! Y no hemos sido los únicos, porque a más de uno vemos con el mismo modelito… de hecho hay un par de miradas con sonrisa incluida en plan de “sí, vamos vestidos igual y sé que te estás asando, porque no caímos en que no transpira”. Lo mejor de todo es que, casi a la vez, elaboramos Pablo y yo la técnica de “si llueve de forma torrencial, agáchate”: en los momentos más álgidos de la tormenta nos ponemos de cuclillas y así no nos mojamos… porque con la que está cayendo o te conviertes en una bola de plástico o acabas calado de abajo hacia arriba.

Vietnam es un país comunista y no lo disimulan. La bandera es una estrella amarilla sobre fondo rojo… pero es que en muchos sitios tienen puesta directamente la de la hoz y el martillo. ¡Ay Carmena qué contenta estaría! Incluso, casi de casualidad, encontramos la única estatua que hay en Asia fuera de Rusia… ¡de Lenin!

Coincidencias de la vida, vemos al presidente de Guinea Bissau. ¿Por qué sabemos que era él? Yo, personalmente no le ponía ni le pongo cara. Pero es que han puesto por todos lados miles y miles y miles y miles de banderas y, en un momento dado, han empezado a pasar coches de seguridad y un cochazo con el pez gordo… así que hemos tenido que mirar en Wikipedia, que para algo tenemos datos. Lo más impactante es que antes de la de Guinea Bissau debían de tener puesta una que tiene una ametralladora y que vemos es de Mozambique. ¡¡Una ametralladora en una bandera!!


Está el día bastante feo, muy gris. Le damos una oportunidad al mercado de Dong Xuan, donde sólo quedan abiertas algunas tiendas de falsificaciones y la parte de pescado donde huele fatal. Aún no hemos comido, así que buscamos un sitio donde probar el plato estrella del país: el pho. Se trata de una sopa de fideos con verduras y carne. También nos tomamos unos rollitos vietnamitas y unas cervezas locales… ¡¡Todo muy rico!!

Aunque no son ni las cinco de la tarde, ya casi es de noche… así que nos vamos a ver pasar el tren, como los niños cuando descubren esa lata con ruedas en la que va gente dentro. Y es que, en Hanói, una de las atracciones turísticas más curiosas es un tren de pasajeros normal y corriente que pasa por el medio de una estrecha calle. Los turistas empezaron a querer verlo y proliferaron los negocios (bares y restaurantes) para que la gente viera pasar el tren. Habíamos oído que habían prohibido el acceso a la calle para evitar accidentes pero, contra todo pronóstico, nos encontramos un lugar encantador, con farolillos de colores y mucho ambiente. Nos sentamos en una mini terraza a degustar otra cosa típica de Vietnam: el café con huevo; aunque suene raro, la verdad es que está muy rico, ya que tiene como una especie de crema pastelera líquida que le da mucha cremosidad al café. Y, mientras tanto… ¡¡Llega el tren!! Es una auténtica pasada; irá como a unos 50 km por hora, pero es que pasa a medio metro de la gente y, encima es larguísimo. Ha generado mucha expectación y, la verdad es que es un espectáculo que merece la pena ver… ¡Algo sencillo y original!




El centro de la ciudad, Hoan Kiem, es un lugar muy interesante donde perderse. Nos da un poco rabia que ya sea de noche porque nos faltan muchas cosas por ver, así que damos un paseo exprés para ver los iconos de la ciudad: el lago donde está la tortuga y la espada, la Ópera, el puente rojo, la catedral de San José (conocida como la Notre Dame de Hanói), etc. ¡Hasta me marco un baile con unas señoras vietnamitas que están haciendo ejercicio practicando una coreografía!

Va siendo hora de despedirse de la capital vietnamita, así que ponemos rumbo a la estación de tren donde recogemos nuestras mochilas. Estamos calados y sudados, y no tenemos hotel porque nos vamos ahora a Sapa…¡En un autobús litera! No sé muy bien en qué momento pero… me aseo un poco en el baño y decido que voy a ir directamente en pijama. Entre el caos de las motos, la gente de todo tipo y que es de noche, ¿quién se va a dar cuenta? Pues ale, ahí voy yo con el pijama por media ciudad y, encima, no precisamente bonito, porque está ya muy machacado y mi idea era tirarlo en este viaje.

Anda, ¡que no hemos cenado! Pues ahí nos vamos a un sitio a cenar con el pijama puesto, en plan mujer vietnamita. Con toda la tranquilidad del mundo, llegamos hasta la oficina de donde sale el autobús y donde, entre la gente que hay, observo que unos que parecen españoles se han dado cuenta de que voy en pijama. La de la oficina nos dice que el autobús sale una hora más tarde de lo esperado, así que dejamos las maletas y nos volvemos a seguir callejeando por el centro, que está muy animado. Total, como voy vestido de noche, nos metemos entre las calles de bares de marcha y, sorprendentemente, más me invitan a entrar a sus locales.

Buscamos un sitio que no esté pensado para el turista occidental y acabamos en una especie de bar que tiene mesas y sillas pensadas solo para cuerpos vietnamitas, porque tienes que elegir qué glúteo quieres que se quede dentro de la silla. Es curioso, porque en ningún otro país habíamos visto que comieran pipas y aquí lo hacen. En este bar todo lo ponen con yogur y Pablo se pide un yogur con mango y yo uno con café… ¡¡Están riquísimos!! Yo desde luego, esto pienso copiarlo… un café con un yogur cremoso y dulce… ¡¡Mmmmm!!!

Volvemos a la oficina y entablamos conversación con los españoles… y sí, les digo que voy en pijama y el porqué… ¡No estoy loco y necesitaba poder explicarme! Son de Elorrio y van a hacer una ruta parecida a la nuestra… y también van hoy a las montañas de Sapa.

Por fin llega el autobús y es una auténtica pasada. Emocionado por verlo por dentro, el autobusero me para en seco y me indica que hay que descalzarse, no le vayamos a dejar manchas en el suelo de madera que tiene el autobús. Habrá como unas veinticuatro camas, en dos alturas diferentes. Cada cubículo tiene su propia pantalla, aire acondicionado, luz, cargador USB, … además te dejan una botella de agua y una manta. Como es un autobús, tienes que llevar el cinturón abrochado y, aquí, tienes más bien la sensación de estar atado sobre una mesa de tortura de la inquisición.

Viajar en este autobús litera es, en sí, toda una experiencia. Tenemos por delante unas seis horas, así que hay que ponerse a dormir si mañana queremos ponernos a hacer una ruta por la montaña nada más llegar a las cinco de la mañana. Un último vistazo por la ventanilla a las calles de Hanói… ay, ¡ojalá hubiésemos estado más tiempo porque nos ha sabido a poco! Cierro la ventanilla y los párpados… sin ser consciente de que hay que tener cuidado con lo que se desea.


1 comentario:

  1. A mí lo del pijama me parece crear tendencia....traetelo a Bilbao a ver qué pasa....

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