Toda la noche ha estado lloviendo y, al despertar, encontramos la lluvia donde la habíamos dejado. Desde la ventana de la habitación se ven aires acondicionados puestos de cualquier forma, respiraderos, salidas de humos, tejavanas medio rotas y cachivaches a los que no se le encontró un destino mejor que donde los huéspedes puedan verlos. Desde la ventana que hay frente al ascensor se ve una calle colapsada por coches y motos, que entran en bloqueo mutuo pero que enseguida se reconducen; es todo un colesterol motoril.
El desayuno tiene arroz, sopa, ensalada, algunos dulces… que Pablo riega con tang de naranja, ya que al ir a llenar un vaso el tapón de la jarra cede liberando casi todo el líquido. Es pronto aún y hay pocos clientes, por lo que seguro que nadie reparará en el nuevo aliño que tiene todo. ¿A quién se le ocurre poner un tapón que no quede bien cerrado? Bueno, ¡qué pregunta!… si lo peor es que han puesto un ventilador para mantener la comida fresca y lo que están consiguiendo es cultivar bacterias en dulce y salado. Lo bueno del desayuno es que te hacen a la carta tortillas y tortitas, aunque lo hacen en una cocina que está saliendo por una puertecita y que no se alcanza a ver… esperemos que el chef Chi Co Teh haya puesto orden grabando “Pesadilla en la co-china”.
Ya nos conocemos el barrio histórico, Hoan Kiem, bastante bien; pero, siempre hay alguna callejuela donde descubrir nuevas sensaciones. Muchas tiendas parecen ser la propia casa de los vendedores y, a menudo, puedes ver en la parte interior alguna escena cotidiana como alguien durmiendo o viendo la tele. Fuera, en la parte que da a la calle, está la parte comercial, donde hay de todo. El otro día vimos calles especializadas en ventiladores, otra en vajillas, otra en cajas de cartón… hasta vimos una de coronas de flores para regalar a tus amigos o familiares ¡¡vivos!!; aquí, según vimos en un reportaje, la típica corona que en España se pone en las pompas fúnebres se regala a la gente que quieres. Para nosotros es la versión gore de un ramo de flores, porque imagínate la escena: “cariño mira que corona de flores más bonita te he comprado”, “me encanta, la pondré en el salón junto a nuestra foto de bodas”.
Pero, sin duda, lo que más llama la atención son los locales de comida. Por un lado, en las fruterías tienen frutas y verduras rarísimas: que si una especie de limón con forma de mano con veinte dedos, que si unas uvas enormes y verdes, tubérculos de diferentes colores y formas, frutas que para nosotros son exóticas… En las pescaderías, por llamarlo de alguna forma, hemos visto cubos con langostinos, gambas, cigalas, peces vivos, … Y en las carnicerías, lo que más impacta es ver pollos antes, durante y después de ser degollados. También impacta ver cómo los clientes cogen trozos de carne de cerdo o ternera para percibir con sus dedos si es de buena calidad… y volver a dejarlos en su sitio. Todo muy higiénico y convencido de que se sacaron el correspondiente título de manipulador de alimentos. Y, por supuesto, con el curso de Prevención de Riesgos Laborales anual realizado, asegurándose de que la silla de trabajo es ergonómica.
Con una borrachera sensorial nada más empezar el día, vamos a un lugar mucho más tranquilo y solemne: el mausoleo de Ho Chi Minh. Este hombre fue uno de los fundadores del partido comunista y consiguió la independencia de Vietnam del Norte, aunque no vivió suficiente para ver lo que él ansiaba: la reunificación con el sur y un Vietnam libre tal y como lo conocemos hoy en día. Aunque dejó escrito que quería que lo incineraran y esparcieran sus cenizas por todo el país, los comunistas filo-soviéticos se marcaron un Lenin y decidieron embalsamarlo, construir un mausoleo y exponer el cuerpecito del “tío Ho” para que todos los ciudadanos vayan a rendirle sus respetos. De alguna forma, sabiendo que el aclamado libertador está de cuerpo presente, se induce a la población la idea de que “el régimen y la lucha” aún no han acabado y que hay que seguir venerando lo que pudo funcionar en un contexto histórico concreto, pero que en el panorama internacional actual parece bastante anacrónico.
Para visitarlo, tienes que pasar unos controles de seguridad, dejar tus pertenencias en una consigna, ir con pantalón largo y ropa decorosa, y no salirte del camino marcado. Hay un montón de guardias vigilando e intentando parecer intimidantes… pero es que son unos chavales imberbes a los que les han dado un traje con una gorra de tamaño desproporcionado con un aire muy soviético. Aunque hay cola, no tardamos mucho en pasar por delante del cuerpecito del tío Ho, dentro de una urna custodiada por cuatro guardias, con la cara y manos al descubierto, y con una luz anaranjada para darle color. No se pueden hacer fotos ni quedarse parado, así que la visita es rápida. A mí esto de tener expuesto a un fallecido me parece que es negarle, de alguna forma, el derecho a su descanso eterno. Además, por muy bien tratado que esté, el aspecto es de un muñeco de cera. ¡Ah! ¿Y para qué exponerlo si ya está omnipresente? Basta utilizar un billete que ahí está su cara, o ir a una institución que ahí tienen su foto. Y, por si la imagen no fuera suficiente, Ho Chi Minh tiene también una canción, cuyo videoclip está en reproducción non-stop en los jardines que hay cerca del mausoleo… “Ho Chi Minhhhh, aguachi jerander…, Ho Chi Minh…” canta la pegadiza canción que se te mete en la cabeza y seguro que te lava el cerebro.
Me sigue impactando lo de las banderas comunistas que hay en las farolas y junto a las banderas de Vietnam. Desde que estuvimos en la ciudad de Pripiat, que quedó congelada en el tiempo tras la explosión de Chernobyl, no veíamos banderas o escudos comunistas en plena calle. Y, por si fuera poco, parece que estamos en la fiesta del orgullo comunista porque hoy viene el presidente de otro de esos países que meten la palabra “popular” en su nombre oficial para enmascarar un tufillo de dictadura, Laos. En este caso, además de engalanar las calles con banderas y banderines, vemos que hay decenas de mujeres con una autorización especial para ir a aplaudir y vitorear al presidente invitado… vamos, que son fans de pago y abonadas a la suscripción anual. Aquí, todos contro-Laos.
El hecho de que haya otra visita oficial hace que el recinto del distrito administrativo esté abierto sólo a medias, no pudiendo visitar la casa elevada de Ho Chi Minh, ni el Palacio Presidencial. Lo que sí podemos visitar es la Pagoda del Pilar Único, una pagoda única en el mundo por estar sobre un único pilar, representando una flor de loto. Lo que también se puede visitar es el museo de Ho Chi Minh, pero pagando entrada… pero, ¿en qué quedamos? Si fomenta el comunismo tenía que ser gratis, no tiene sentido que pague el que se lo pueda permitir, que luego se generan clases sociales.
Muy cerquita se encuentra uno de los lugares patrimonio de la humanidad de Hanói: la Ciudadela Imperial. En el siglo XI los emperadores vietnamitas trasladaron la corte a Hanói y vivió aquí durante casi ocho siglos. El recinto se compone de una especie de fuerte con diferentes edificios en su interior. Como no estamos muy puestos en la historia de Vietnam, nos damos paseos por los edificios, vemos un búnker y una exposición de objetos relacionados con la guerra de Vietnam, unas escaleras de dragón… pero lo que más nos llama la atención es un grupo de mujeres mayores que están quitando verdín del suelo a mano. Lo que se podría hacer con una máquina en pocos minutos, aquí se hace a mano, para tener a la gente empleada en cosas tan absurdas como cortar el césped con tijeras.
Continuamos dirección norte y llegamos al Templo de Quán Thanh, otro de esos bonitos y nostálgicos templos con algo de musgo y en los que siempre hay que entrar con el pie derecho y agachando la cabeza en señal de humildad. Este templo es, curiosamente, de pago… algo raro porque suelen ser siempre gratuitos. Entre los visitantes hay unos cuantos españoles, pero en parejas que han venido cada una por su cuenta.
Vamos haciendo hambre y encontramos un local de comida rápida en el que el menú no supera los dos euros. Dos chicos nos ven fijarnos en el menú y se acercan a ver qué es eso tan interesante que ha captado nuestra atención, dejando de hablar castellano al ver que somos españoles para pasar a hablar en euskera. En el extranjero hay que buscar aquello que te une a cualquier persona cercana porque nunca sabes a quién vas a necesitar; y, precisamente, levantar un muro idiomático no es algo muy inteligente… máxime cuando eres tan ingenuo que piensas que nadie te va a entender. Por si fuera poco, la barrera creada se convierte en ridícula cuando en el restaurante nos quedamos sólos las dos parejitas, nosotros con el idioma de Cervantes y los otros con el de Etxepare. Pablo, da rienda a su creatividad para meter en cada frase la palabra Bilbao (pronunciada terminando en “u”), “aita” o “ama”, mientras siguen hablando de sus fotos en Facebook, bueno, en su aurpegi-liburu. Ante su no-reacción, Pablo pasa a fase dos… “¿te has dado cuenta de que el nombre de esta cadena está escrito en rojo y amarillo y, por tanto, hemos comido en un plato españolista?”, “ay ama, que para venir aquí no nos ha quedado otra que utilizar un pasaporte español”; nada, que no conseguimos llamar su atención, prefieren estar enganchados a aplicaciones que lo saben todo de ti para darle más poder a países ultra capitalistas.
Para activarnos un poco decidimos tomarnos un café en una cafetería que está en un barco de dos plantas en uno de los lagos que están al norte. Cae una fina lluvia mientras vemos pedalos con forma de cisne que son bastante vintage. En el baño, reparo en lo curioso de la matemática aplicada: el meadero de pared, el lavabo y el espejo están a una altura levemente inferior a la que estamos acostumbrados; y es porque los vietnamitas son más menuditos.
Visitamos la pagoda Chúa Trán Quóc y luego otra cercana. Todas son muy bonitas, y refugios sonoros del caótico tráfico. Además, siempre viene bien encontrar un sitio tranquilo después de tener la sensación de jugarte la vida cruzando la carretera; de alguna forma, parece haber algunas reglas sencillas: 1) nadie va a parar, 2) nadie te va atropellar, 3) la preferencia es proporcional al volumen. Así pues, no debes hacer que un autobús, camión o coche pare por ti, y tienes que facilitar que motos y bicicletas puedan esquivarte. Una vez que lo has hecho un par de veces, lo asumes de forma natural.
Bordeamos el lago para ir volviendo hacia el centro, pasando por una zona en la que hay cafeterías dentro de unos antiguos tranvías. Entramos a ver un mercado, donde ya casi han recogido pero aún se pueden ver frutas raras, pescados deshidratados y señoras que están durmiendo con el sombrero cónico detrás del mostrador y que se activan al pasar. También nos acercamos al puente Long Bien, único que no destruyeron en la guerra de Vietnam.
No queda mucho para ir al teatro de las marionetas de agua, así que nos vamos acercando a la zona cayendo en las tentaciones que surgen ante nosotros: un croissant de doble chocolate, un bollo de matcha y otro de mantequilla y café… hasta unos dim sum que prepara una mujer que nos cuenta que tiene 60 años pero que parece veinte menos y quién pone una cara de asombro cuando le digo mi edad… ¿será porque aparento menos o porque le gustan más jovencitos?
Volvemos a ver la catedral de Saint Joseph, la conocida como Notre Dame. Pablo destaca que parece más bien de cartón-piedra, que hay algo que la hace parecer de juguete. Y es verdad, no parece el típico templo en el que se ven los sillares, sino más bien parece revocada y pintada. Además, los chorretones de la humedad le dan un aire más bien de Gotham City.
Llegamos puntuales al Teatro de Marionetas sobre el Agua. El sitio no es muy grande, pero resulta muy acogedor. La función dura 50 minutos y empieza puntual. La música es en directo y llama la atención un instrumento que toca una mujer: tiene cuerdas horizontales y un palito vertical que, al moverlo, hace cambiar la frecuencia del sonido… un sonido muy hipnótico porque en la segunda escena nos entra un sueño… Es un espectáculo muy curioso, porque van saliendo figuras que se mueven por la superficie del agua, contando breves historias de la vida cotidiana. Aunque no hay muchos diálogos, los que hay son en vietnamita, aunque tampoco hace falta ser muy avispado para ver lo que está ocurriendo. Habíamos oído que al final explican cómo lo hacen… pero, al menos en nuestra función, no lo hicieron, sólo salieron a saludar.
Mañana toca uno de los platos fuertes del viaje, la bahía de Ha Long, donde iremos en un crucero de una noche que tenemos que pagar en efectivo y donde las bebidas no están incluidas. Así que hacemos los deberes buscando un cajero que no cobre comisión (aunque no conseguimos esquivarla) y compramos agua para estar hidratados (donde tenían ¡Leche Asturiana!).
Antes de volver al hotel, nos damos cuenta de que aún no hemos probado los Bánh-mi, unos bocadillos típicos de Vietnam. Justo en la calle del hotel hay un local, donde unos chicos muy majos nos explican los precios, nos preparan la mesa y nos comentan que, como todo lo hacen a mano, tardarán unos diez minutos en prepararlos. Algo tan habitual como un bocadillo no es frecuente verlo en el extranjero y menos aún en Asia, donde el concepto de pan es muy diferente al nuestro. De hecho, nuestra barra de pan, realmente es “pan francés” y los bánh-mi son también un legado de la época en la que estas tierras eran controladas por Francia.
Para mañana no entretenernos en la recepción, pagamos la habitación y pedimos que nos traigan la ropa que dejamos para el servicio de lavandería. Por unos dos euros nos la han planchado y hasta nos la han metido en un plástico, que parece recién sacada de la tienda. Si es que, con un precio razonable, acabas consumiendo y gastando más, pero con más gusto.
Si ayer muchas cosas se torcieron, hoy podemos decir que todo nos ha salido a pedir de boca. No ha habido cancelaciones, ni cambios en las reservas, ni gastos ocultos… así da gusto. Pero no hay que confiarse nunca porque estando Pablo en la ducha y yo ordenando la mochila, ¡¡se va la luz!! Pongo el móvil en el baño con la linterna encendida para que Pablo pueda terminar y secarse, mientras salgo al descansillo donde parece que ya están trabajando en solucionarlo. Pasa el tiempo y la luz no viene… así que Pablo se viste y baja a recepción, donde no sabían que se había ido la luz. Mientras habla con un australiano sobre inmigración, consiguen que vuelva a haber tensión. Vuelve a la habitación y mientras preparamos nuestro equipaje para mañana la luz va y viene un par de veces. Mi sesión de escritura me hace olvidar los vaivenes eléctricos y nada más publicar la nueva entrada del blog, se vuelve a ir la luz una última vez. Agotado, sólo puedo decir… ¡¡menuda tensión!!
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