Una aplicación que se ha tornado como imprescindible para viajar por Vietnam es Grab, similar a Uber. Entras en la aplicación, pones el destino, eliges el tipo de coche que quieres y en menos que canta un gallo tienes un taxi esperándote. Y hablando de gallos… ¿A quién se le ocurre tener un gallo en un alojamiento? Cuando ha sonado el despertador había un gallo ya cacareando a las seis de la mañana. Nos hemos alojado en un homestay, una especie de hostal en el sentido de que los dueños viven allí mismo; de hecho, al ir a pedir el desayuno, hemos visto que el famélico recepcionista ha dormido en una especie de mosquitera en lo que se podría considerar cocina-salón-recepción.
Un Grab atraviesa el centro de Hué hasta el punto que nos han indicado que nos recogerán para ir a Hoi An, que resulta ser una cafetería aún cerrada. En la espera dos chicas dicharacheras nos dicen que tienen monedas de euro y que a ver si se las podemos cambiar por billetes de euro, para ir al banco y poder cambiar el dinero a dongs vietnamitas. Les digo que “lo siento pero no”, ya que con monedas tampoco podremos cambiar a moneda local en caso de que lo necesitemos. Pablo, Procurement Specialist según su Linkedin pero seguro que judío según su ADN, les dice que si quieren les cambiamos un billete de diez euros por once euros en monedas; ellas dicen que sí, pero cuando les dice que le den las monedas para contarlas se hacen las remolonas… abortando el trato por incumplimiento vietnamita.
Entretanto llega un chavalín que no aparenta ni catorce años (aunque igual tiene cuarenta), mostrándome su móvil y una lista de pasajeros donde aparece mi nombre. Refiriéndose a las chicas con las que hablaba Pablo, me dice que las ha pillado varias veces estafando a turistas, cambiándoles monedas de Tailandia por euros, ya que se parecen bastante. A ver cómo le explico quién estaba estafando a quién… y que hasta a un egipcio le sacó comisión por un trato similar.
En Vietnam está claro que los horarios son siempre orientativos: teníamos que haber partido a las 7 y ya sobrepasan los veinte minutos. De repente llega un taxi y casi sin darles tiempo a bajarse, el chavalín se acerca a los pasajeros para confirmar que ellos también van a Hoi An. Nos indica que le sigamos y los recién llegados ponen el turbo, mirando hacia atrás cuando parece que el chavalín les dice que los cuatro somos del mismo país. Llegamos a un autobús litera que está aparcado y con gente dentro. ¡Por culpa de los recién llegados toda esta gente ha tenido que esperar!
Subimos todos al autobús, el chavalín incluido, porque resulta que es el que organiza el cotarro: como es menudito se mueve bien por el autobús de tres filas. Nos acomodamos y en unas tres horas llegamos a Hoi An. Desde donde nos deja el autobús hasta el hotel hay media hora andando y nos sirve como primera toma de contacto. En el hotel, una mujer nos recibe digamos que de forma muy asertiva: si no la entendemos o le decimos algo que no le gusta, se pone alteradita… pero efectiva, lo es. Le preguntamos por el precio de la lavandería y nos dice que son 2 euros por kilo; Pablo le da una bolsa y saca de un armario una balanza… gruñiéndonos que es kilo y medio, para luego cobrarnos proporcionalmente. ¡Qué carácter!
La parte turística de Hoi An se concentra en una isla, que es donde nos alojamos, y las calles cercanas a ésta. Los edificios son principalmente casitas de color amarillo, que ahora albergan innumerables tiendas de recuerdos y de productos varios. Algo bastante típico aquí es hacerse ropa a medida y en muchas tiendas hay un catálogo fuera para elegir lo que quieres que te confeccionen; hay desde trajes hasta vestidos de mujer. Además, si llevas una foto también te hacen esa prenda que viste en alguna revista pero que no sabías dónde comprar. Por otro lado, al estar dentro de la ruta de la seda, muchas prendas te las hacen en ese tejido. Con el teletrabajo, no tiene sentido hacernos ninguna prenda y, por lo que vemos tampoco es que sea tan barato; miramos alguna bata de seda en plan capricho y tampoco encontramos nada que se acomode a nuestro estilo ni al precio que consideramos atractivo.
Acabamos en la sección prêt-à-porter, donde Pablo se compra una camisa muy colorida para que se note, aún más que somos guiris. Le animo a que se la ponga ya, dado que el calor parece que con una camisa holgada y alegre se lleva mejor… para acabar, una vez más, en un mercado maloliente que no conoce nevera. Después de revisar que todas las secciones cumplen el mismo nivel de suciedad, pasamos a la zona de degustación. Sabemos que no vamos a encontrar precisamente croquetas de Lau Cho, pero tampoco esperábamos este nivel de cochambre… o Goche-hambre, porque Pablo se viene arriba y decide que es la hora de comer. Elegimos el único puesto que no tiene sitio para sentarse, que por algo será. La cocinera, al vernos interesados, ahueca a unos jóvenes que estaban comiendo. “Un poco de amor propio, ¿no? No permitáis que está loca os aparte para que estos guiris planten su culo aquí” pienso, pero aún así me acomodo en el banco. Pedimos unas sopas phó con gambas, cerdo, pollo y qué-se-yo flotando. Esa misma comida en la cocina de nuestra casa habría sido un deleite… pero viendo la manipulación de alimentos, la no limpieza y que el hombre me salpica mientras friega en un barreño, me hace sentir retortijones por adelantado. Los chicos, que antes vimos haciendo el baile del dragón y tocando música en la calle, entran en conversación, aunque sin mucho éxito por ambas partes.
La grata sorpresa de este viaje es el café. Algo tan asumido en nuestra cultura, no suele ser muy habitual cuando vas al extranjero. Sin embargo, en Vietnam, hay muchas cafeterías y el café está muy rico. Para reposar la comida (o intentarla hacer salir lo antes posible) nos tomamos un café donde hay unos de Llodio, que en vasvietnamieta sería Lau Dioh.
Pasamos el mediodía dando paseos, viendo tiendas y algunos templos. Hasta hoy éstos han sido siempre gratuitos pero en un lugar tan turístico como éste cobran entrada. Pasamos sólo a ver la casa más antigua de Hoi An, donde permanecemos un buen rato sentados, hasta que nos hacen una demostración de una figura inventada por Confucio (o eso entendemos) que si llenas un 75% de agua ésta queda retenida, pero que si echa más, la pierde toda por un agujero que hay en la parte inferior… qué misterio, ¿no? También hablamos con unos koreanos, que dicen algo así como “Suchard” y señalando a Pablo les digo “eso éste, éste”.
El calor aplatana y el cansancio acumulado del viaje va pasando factura… así que decidimos ir al hotel a descansar. De camino, nos hacen una oferta para darnos un masaje que no podemos rechazar. Durante todos estos días hemos visto locales de masajes por todos los lados y ya va siendo el momento de probarlos. Nos suben a una habitación con tres camillas y nos dicen que nos quitemos todo menos los calzoncillos. Nos tumbamos boca abajo y empiezan por los pies… mientras oigo a Pablo reírse por las cosquillas. A medida que continúan, van encontrando todos y cada uno de los puntos de dolor que tenemos, incluidas contracturas y nudos que no éramos conscientes de tener. En un momento dado noto como me baja el calzoncillo dejándome con el culo al aire y empezando a pisarme respetuosamente espalda y nalgas con sus pies, ya que parte de este masaje lo hacen encima del cliente. Es doloroso y placentero a la vez, te duele pero no quieres que pare, porque tras el dolor viene una sensación de alivio que merece mucho la pena. La chica que me ha tocado a mí es menudita, ¡pero menuda fuerza tiene! Me hace chasquear dedos de los pies, de las manos, de los brazos, … masajea los pies, piernas, nalgas, espalda, hombros, brazos, manos, cabeza, sienes… una sensación de “vale, ahora déjame descansar” me recorre cuando dice que ha terminado y me invita a levantarme. Para nuestra sorpresa, hay otro cliente en la camilla que estaba vacía, con un masajista de pie encima de él.
Un masaje vietnamita!!!..y todo lleno de farolillos....estáis bien ehhhh
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