Hemos dormido con dosel y mosquitera, como si fuéramos Felipe el Hermoso y Felipe el Búho porque Pablo ha caído rendido nada más llegar y yo he dormido apenas cuatro horas. Anoche, en torno a la una de la mañana, hora de Indochina, publicaba el blog pensando en lo cómodo que sería ese pedazo de camastro, cuando alguien en Reino Unido, hora GMT, me compraba unas entradas posiblemente para ir a ver un partido de la Premier League… evidentemente, sin la intención de dármelas. El sueño que tenía se me quitó de golpe tras leer cuatro veces el aviso de la tarjeta Revolut que me decía que acababa de hacer una compra por valor de 170 euros. ¿Cóooooomo? ¡Me han robado los datos de la tarjeta! En un acto reflejo bloqueo la tienda (no me vayan a seguir cobrando entradas) y después bloqueo la tarjeta temporalmente (no lo vayan a intentar en otro sitio). Revisando la app veo que hay una opción de reclamar una transacción no reconocida, pero eso implica la cancelación total de la tarjeta. Si estuviera en casa no lo habría dudado, pero estando en el extranjero supone prescindir de una de las tarjetas que usamos para sacar efectivo… así que llamo a consultas al bello durmiente y, una vez se ha ubicado en el mundo, decidimos que sí, que hay que reclamarlo cuanto antes aunque nos quedemos sin esa tarjeta. A las dos de la mañana uno piensa a ralentí y la tecnología a veces no ayuda… al reclamar, me pone que puedo solicitar una nueva tarjeta de forma gratuita, lo cual hago ipso facto para que me vaya llegando a casa… pero veo que me calzan 13 euros… así que contacto con el equipo de soporte para que un tal Muhammed me devuelva el cargo de la nueva tarjeta y me tranquilice por el robo que me acaban de hacer… es curioso que un inglés me robe y alguien con nombre musulmán me devuelva dinero, ¿no? ¡Para que luego digan! Todo lo que está en mi mano ya está hecho, aunque eso no quita para que me vaya a la cama con un enorme disgusto… y con 170 euros menos.
El despertador suena a las siete, con 10 minutos de prórroga para mí mientras Pablo se ducha. No hay noticias nuevas, ni buenas ni malas. Así es que hay que olvidarse de ello en la medida de lo posible, porque el tiempo es oro y estando de vacaciones es platino. El homestay en el que estamos es una preciosidad y la gente que lo lleva son un encanto: siempre sonriendo y con un inglés modesto pero efectivo, nos sirven un delicioso desayuno mientras esperamos empezar el tour guiado que haremos hoy.
Nos encanta viajar por nuestra cuenta, organizar los transportes, vuelos y visitas. Incluso a pesar de que en este viaje nos estén ocurriendo a la vez todos los contratiempos que en decenas (o centenas) de viajes no hemos tenido, no cambiaríamos nuestra forma de viajar. Pero hay veces en las que hay que ser práctico y esta es una de ellas: vamos a estar sólo un día en Tam Coc y visitarlo todo por nuestra cuenta es inviable, así que hemos contratado mediante el hotel un tour organizado.
A las ocho y media nos recogen y nos meten en un mini-bus. Vamos trece turistas, que más tarde sabremos son: una familia de cuatro de Malasia, una alemana sola, una pareja australiana multi-étnica, una parejita gay irlandesa, dos españoles y nosotros dos. Una mujer menudita y con el típico gorro vietnamita se presenta: “hola, soy Lana y voy a ser vuestra guía” nos dice en un inglés en el que tienes que aprender la correspondencia entre cómo pronuncian aquí y como pronuncia un inglés nativo. Para crear equipo, nos dice que somos una “family” y que tenemos que ir todos “together”. ¡Yupi, estamos de excursión toda la ”guarde”! Eso sí, con el que la guía dice que es “el mejor conductor de Ninh Binh al volante…
La guía nos comenta que hay algunas partes inundadas debido a que en China hay muchas presas que con las últimas lluvias han tenido que abrir, anegando algunas zonas de la región. Llegamos a Bich Dong Pagoda, la más antigua de Ninh Binh (alguna tendrá que serlo), cuyo acceso está con varios palmos de agua. La guía nos dice que podemos pagar un dólar para ir en barca y no mojarnos… ¿Perdón? Son veinte metros… se tarda menos en quitarnos las zapatillas y caminar por el agua, que no es ácido sulfúrico. Miro hacia atrás y veo montándose a los dos irlandeses y a la alemana, aunque no sé si alguien más embarca. Cruzamos la puerta hasta donde llegará la barca y al continuar vemos que el camino sigue inundado, así que sí o sí todo el mundo tendrá que poner sus pies a remojo. Llegamos al templo, lo visitamos, nos hacemos fotos y empezamos a ascender por una escalera. “Wait, wait, wait!” grita Lana; le decimos que ya hemos visto el templo y que vamos a ir subiendo, sin darle opción a decir que no… yo es que cuando dijo lo de que teníamos que ir todos juntos asumí que iba a ser ¡a nuestro ritmo!
La pagoda está construida en dos plantas y aprovechando el hueco de una montaña. Si es la primera pagoda que ves, será un recuerdo imborrable… pero cuando te han contado mil veces lo de Budha y la flor de loto, te edulcoran todo con nombres abstractos y evocadores, te plantan unos dragones y te queman unos inciensos, acaba siendo todo sota-caballo-gay… ¡Menudo colorido llevan algunas deidades! Ahora, si lo comparamos con los templos católicos con sus dolorosas, angustias y remedios, creo que, al menos durante las vacaciones, anima más que te hablen del gordinflón que siempre está sonriente dentro de la cueva sobre el bonito río que fluye azul.
Subimos por las escaleras mientras oímos unos gruñidos agudos que Lana nos confirma que son de murciélagos. Bien, esto se pone emocionante. Sin embargo, toda la atención es acaparada de repente por un señor español, que viene con su sobrina, que resbala y cae de bruces. ¡Menudo ostión! Nos quedamos todos un poco sin saber qué hacer, mientras le ayudan a levantarse los que están más cerca de él. El hombre dice que está bien y que no pasa nada… lo que diríamos todos cuando lo que te duele es el alma por haber recibido semejante guarrazo. Para liberarnos de la tensión (y porque nos morimos de ganas desde que se lo vimos puesto), le pedimos a la guía que nos deje su gorro tradicional, porque queremos hacernos una foto con el gorro de paja de Lana (atención a la mayúscula).
Bajamos las escaleras del templo y aparece la alemana despistada, como si hubiese recibido una llamada de Chucha; la familia malaya, ni está ni se la espera. De vuelta a la entrada, no damos crédito porque los siesos irlandeses ¡vuelven a coger la barca! Menos mal que no están en Venecia… ¡qué paciencia!
Una vez con la “familia” desestructurada sentada en el minibús, ponemos rumbo a Hong Mua. Lana (que empezamos a pensar que es realmente su apellido y de nombre es Fu) nos da una serie de datos carentes de un mínimo rigor histórico para hablarnos de los 500 escalones que hay para subir hasta el mirador. Vale, entiendo que hay gente de todo tipo… pero es que sólo le ha faltado repartir desfibriladores. “¿Tu sabel quién sel Ane Igaltibulu? Ella hacel subil escalones invitadas con tacones” corretea la idea por mi cabeza. Ah, y para asegurarse de que vamos a infartar, nos empieza a todos a meter prisa con la hora… “aquí todos a las 11:25, recordad, no lleguéis tarde que el taxi cuesta mucho”.
Y todos a la piscina, porque parte del recorrido está inundado… avisar de venir en chanclas no costaba mucho, ¿no? Buf, ahora la nota la dan los australianos al llevarle él a borriquitos a ella para que no se moje… “Eso no es muy igualitario, ¿no? ¿No la dejarás votar, verdad?” corretea por mi cabeza. Vemos que hay dos miradores a los que subir y, como Lana nos ha metido miedo, empezamos el ascenso lo antes posible para ir a ambos. Algunos musculitos tatuados sudan tinta y algunos hombretones fornidos respiran como si el hígado les estorbara, mientras que nosotros, a nuestros cuarenta-y-algos, subimos a buen ritmo… ¡menos ir al gym a charlar y más monte! ¡Aprended de Ana que antes moría de fatiga y ahora sólo de amor… por las rutas! Y hablando de amor… casualmente hay muchos españoles y, a medida que subimos, es inevitable oír sus conversaciones… todas las parejas chico-chica españolas ¡están discutiendo! Unos que si ella va muy lenta, otros que ella quería haber comprado un móvil mejor, otros que ella esperaba que él sacara mejores fotos… Asociados al Ilustre Colegio de Notarios: en la terminal de Barajas, en cualquier vuelo con pasajeros de Vietnam, ¡tenéis un filón de oro! Las parejitas españolas vuelven calentitas y van a necesitar papeles.
Desde arriba las vistas son simplemente espectaculares. La vegetación es abundante, el río es precioso y los montículos hacen de este lugar algo único. Una vez más, es difícil describir con palabras o capturar en fotografías la belleza de un lugar, porque no es solo lo que ves, sino también cómo te sientes… ¡Y, jo, te sientes bien!
Tras disfrutar de las vistas desde los dos miradores, bajamos hasta abajo, por la escalera del dragón, donde hay un dragón, y ver la cueva del tigre, donde han puesto… pues un tigre... “¡Joseba, respira!”, me intento autoconvencer. De nuevo en el minibus, Lana nos dice “¿Qué tal? Cansados, ¿verdad?”, “Sí, de oírte”, me muerdo la lengua.
Continuamos el tour visitando Hoa Lu, la que fue capital del país bajo la dinastía Dinh de 968 a 1009. Para 41 años, ¿tanta historia? No ubico a los Habsburgo y me voy a quedar con los Dinh, Pinh, Panh, Punh. Vemos unos búfalos cerca y vamos a hacernos fotos, que es más interesante… con tan mala suerte que cuando nos reenganchamos al grupo Lana se pone a preguntar… y ni he pillado la pregunta. Todos con cara de “ah, pues no lo sé, pero me muero de ganas de saberlo”... y cuando dice la respuesta todos a respirar.
Ay Lana, Lana… ¡cómo sabes jugar con la comida! En un momento dado, nos da la opción de ir a ver otro templo o de saltarlo para ir a comer. “¡Queremos verlo!” dice Pablo antes de que nadie sucumba a la trampa de la guía. Seguro que alguien se ha cagado en nosotros… pero es que esto no es una promoción comercial con visita a la isla de Tabarca, es que estamos pagando ¡para que nos enseñen cosas!
Después de ver otro templo más, toca la hora del refectorio… y el juego de las sillas. La alemana a ver si se echa novio, novia o novie, porque nos ha descolocado y Pablo y yo hemos acabado juntos pero técnicamente en mesas diferentes. Yo tengo al ciclista malayo al lado (va con culotte pero en ningún momento se monta en bici) y su familia, con los que hablo algo aunque no nos entendemos muy bien. Pablo queda rodeado por los gays irlandeses, que a ver si estudian menos gaélico y van a Benidorm a tomar el sol, porque tienen la piel de color blanco puro de Pantone; los otros españoles han quedado más allá de los malayos… así que, sin mucha conversación y con poca previsión de comida, ¡vergüenza fuera y a comer! Todo lo que sacan es para compartir, pero yo paso de estar todos metiendo los palillos en el mismo sitio… así que voy cogiendo platos y echándome una generosa ración a modo de plato combinado; además, como hay tenedores, pillo un par (no sé ni yo por qué) y como a una velocidad razonablemente normal, ¡que los palillos son solo para que te desesperes y comas poco! Todo hay que decirlo y la comida, finalmente, no ha estado nada mal y hemos acabado satisfechos.
Y ahora la actividad más lúdica del tour: el recorrido en barca. Lana nos explica cómo lo vamos a hacer para, después, pedirnos que le demos una propina al conductor o conductora de la barca. Con lo flojo que nos ha parecido el tour, nos revelamos y le digo “¿Propina? Perdona, pero hemos pagado 45 dólares por cabeza, que es mucho dinero, dadle una parte de eso, ¿no? Yo no voy a dar más, porque he pagado suficiente”. Se ve que no le gusta mucho nuestra respuesta, porque sigue hablando negándonos la mirada. Al bajar del minibús vemos que tienen ahí montado un montón de tiendas y un embarcadero donde pueden hacer cola miles de turistas que ya le gustaría a la Warner. ¿Con este pedazo chiringuito y tenéis mal pagadas a la mayoría de conductores que son mujeres mayores?
Por si fuera poco, Lana ya nos había avisado que alguna pareja se iba a tener que dividir por la configuración de las barcas (que ella había hecho). Pablo toma como aliados a los otros españoles, que intuíamos también estaban calentitos con el tour, para formar un grupo de cuatro y nos ponemos los primeros para que se asuma como indivisible. Primero españoles, luego anglosajones y finalmente la familia malaya… la alemana se ha quedado sola y le perdemos la pista.
Charlamos con nuestros compañeros de barca, que son tío y sobrina de Valencia. Comentamos nuestras impresiones del tour, del viaje y de otros viajes que hemos realizado. La conversación es amena, interrumpida de vez en cuando por la gruñona patrona de barca… quién nos regaña por no llevar bien los chalecos, por no ir bien centrados en la barca o por movernos. ¡Menuda sargentona!
Aunque está más masificado que el Descenso Internacional del Sella, el recorrido es una auténtica pasada. Al principio pensábamos que iba a ser ridículamente breve pero, finalmente terminan siendo las dos horas prometidas. Si nos flipó desde arriba, desde abajo es aún más espectacular: paredes verticales, vegetación frondosa, agua calmada… una maravilla de la naturaleza. En cualquier momento puedes salir King Kong de algún lado... ¡Parte de su última película se rodó aquí!
El éxtasis del trayecto ocurre cuando llegamos a un templo que está parcialmente inundado. Es simplemente místico… la pagoda ahí en el agua, rodeada de este paraje único.
Cuando regresamos, después de dos horas, Lana se encarga de recriminarnos que somos los últimos, y esos ojos indican caca. “Chica, pero si tú has elegido a la conductora y, además, todo va dentro del horario marcado” pienso, pero no digo. De vuelta al minibús Lana se despide indicando que nos dejará a cada uno en su hotel. Nos vamos despidiendo y cuando nos bajamos les deseamos un muy buen viaje a los valencianos. Fin del tour.
Bueno, al final no ha estado mal porque le sacamos jugo a todo. Pero por lo que hemos pagado, con un conductor privado hubiésemos visto media provincia y hasta nos habría sobrado tiempo. Pero es lo que tienen los tour… con gente diversa, intereses diversos y velocidades diversas, que todos le den un suficiente ya es un gran éxito.
El día va tocando a su fin. Como esta noche dormimos en un autobús, nos pegamos un homenaje en una merienda-cena… con tanto pho ¡vamos a acabar pho-phos! Después, acudimos al punto de salida del autobús y entablamos conversación con unas alemanas que también van a Hue, con las que esperamos la hora de retraso con la que llega el autobús. “Cariños, por muy hippies que vayáis como alemanas esta impuntualidad seguro que os está matando, pero haber elegido Mallorca” pienso para mis adentros.
El autobús litera de hoy es más modesto que el de Sapa. En esta ocasión hay tres filas (en ambos laterales y una central) y cada “cabina” tiene el espacio justo para un asiento reclinado en el que vas prácticamente tumbado. Cortinas echadas, antifaz, tapones y cinturón puestos… ¡Esto es un no parar… ni durmiendo!
Lana Fu ha ido de lista con vosotros ehhh?... La verdad que el viaje me está encantando!!!,
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