Contra todo pronóstico, no quedan secuelas del fugaz malestar que tuvimos anoche: ni náuseas, ni dolor intestinal, ni ganas de ir al baño… lo que aquí bien podría llamarse “hacer de Vien Treh”. Por si acaso, no vamos a tentar a la suerte y vamos a dejar que el organismo repose, así que por ahora no ingerimos ningún alimento.
Después de pagar en recepción el vaciado del minibar que hicimos anoche, pagando menos que lo que vale un café en la Plaza Roja, pedimos un Grab para ir al aeropuerto. Nuestra idea inicial era ir andando, porque el aeródromo de Da Nang está en pleno centro de la ciudad pero, como nos hemos vuelto unos burgueses, decidimos pagar e ir de puerta a puerta. En el mostrador de facturación todo va según los servicios añadidos que rascamos ayer: asientos en las primeras líneas del aparato y dos maletas facturadas, las cuales envolvemos previamente con film transparente marca Alipende.
Levantamos el vuelo expectante a los diez menús que nos tienen que entregar. ¿Serán diez bandejas o diez cajitas en plan lunch box? ¿Incluirá diez Coca-colas y diez cafés? El vuelo dura poco más de una hora… ¿nos dará tiempo a organizar el festín? Alcanzada la altura de navegación, se apaga la señal de cinturones pero está vez pensamos más en el del pantalón, que hay que hacer espacio. Las azafatas salen al momento con el carrito del minibar y le comento a una que tenemos cinco menús, ¡cada uno! Me pide la tarjeta de embarque y ve que hay cuatro códigos que deben de ser los servicios adicionales… mientras le reitero que son cinco cada uno. Por pesado, me dicen que sí, que no me preocupe… y una de ellas empieza a darme bandejitas de esas de aluminio, que están ardiendo y que vamos apilando sobre la mesa extraíble. Con cada bandeja me da una servilleta y un juego de cubiertos, devolviéndolos a partir del cuarto pack a la otra azafata, ¡trabajo en cadena! Les pregunto a ver si tienen una bolsa y me traen dos. Como estamos en las primeras filas, empezamos a hacer tapón… la gente de las siguientes filas debe de estar entre la sorpresa y el mosqueo. Con diez bandejitas apiladas, empieza el reparto de paquetes de anacardos… me los va soltando mientras alguno resbala y cae al suelo. El menú incluye botella de agua… cuatro me las da separadas, pero el resto me las da dentro del plástico que las une. Con el despliegue ya realizado, empiezo a colocar ocho bandejitas, ocho botellas y ocho paquetes de anacardos dentro de una bolsa, con cuidado porque tampoco quiero que salsas o grasas acaben enfangándolo todo. Y ale, a disfrutar de un arroz con pollo a las ocho de la mañana.
Aterrizamos puntuales en la antigua Saigón, ahora conocida como Ciudad de Ho Chi Minh, donde ponen una canción en honor al liberador de Vietnam a ritmo de country. Estamos, literalmente, en la Cochinchina, la región sur de Vietnam. Desembarcamos con nuestro bolsón de comida, como si hubiéramos hecho la compra en Vietjet Air, recogemos las mochilas grandes en la cinta y pedimos un Grab hasta una parada de autobús. Hoy queremos visitar los túneles de Cu Chi, que están a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. Al preparar el viaje habíamos visto que saliendo desde una parada concreta, podíamos coger dos autobuses para llegar hasta allí en unas dos horas… pero ahora Google nos dice que son tres horas y media. Miramos a ver cuánto vale un Grab y le preguntamos al conductor a ver qué precio nos hace. Le ofrezco 400.000 dongs, muy por debajo del Grab y de su ofrecimiento. Nos dice que no y, tras bajarnos, coger las mochilas e ir buscando la parada, vuelve para decirnos que sí, que acepta nuestra oferta.
El trayecto en coche es de una hora y media, durante el cuál nos da tiempo a dormir y a comer anacardos, mientras llueve a mares. Al conductor, que no parece muy espabilado pero que luego te sorprende, le preguntamos que a ver cuánto más nos cobra por esperarnos mientras dure la visita y luego llevarnos al hotel… y conseguimos que lo haga por 450.000 dongs. En total, por unos 30 euros, acabará pasándose el día casi entero con nosotros.
Llegamos a lo que parece la entrada de los túneles y no hay nadie, ni ningún coche aparcado. Ay, que como nos hayamos hecho el viaje para nada… Con el translator le decimos a ver si puede llamar para preguntar, pero decide irse por ahí a preguntar… y echarse un cigarro. Al volver nos dice que ese no es el lugar y nos lleva hasta donde está la venta de tickets. Por si acaso, le decimos que nos dé su número de teléfono y que le avisamos por WhatsApp cuando hayamos terminado… y resulta que no tiene. Pablo intenta instalársela, pero aborta la operación ante la insistencia de que él estará ahí al de dos horas.
Bajo una lluvia infernal compramos las entradas y vamos hasta el inicio del tour. Llevamos los ponchos puestos, pero es bastante incómodo porque primero hay que caminar por un bosque encharcado y sin ninguna señalización… esto es para ponernos en situación, ¿no? Llegamos a una especie de refugio donde hay gente esperando; hay un video con calidad VHS sobre la historia de los túneles, pero casi todo el mundo está mirando su móvil. Nos hemos traído un par de bandejitas, así que nos marcamos un almuerzo: “¿Qué te ha tocado? A mí noodles con verdura”, “A mí tallarines con cerdo”.
Empieza la visita y nos cuentan que los túneles se crearon para luchar primero contra los franceses y luego contra los americanos. Los vietnamitas no tenían muchos recursos para luchar, pero tenían mucho ingenio: crearon redes de túneles donde vivir, comunicarse, curar a los heridos, etc. Crearon accesos ocultos, búnkeres desde donde disparar y trampas para “cazar” al enemigo.
Durante la visita recorremos algunos túneles y, la verdad es que resultan algo agobiantes… ¡y eso que han sido ensanchados para los turistas! No me imagino a esa pobre gente aquí metida durante días, semanas y meses. Es cierto que ellos son más menuditos pero, aún así, les resultaria claustrofóbico.
Uno de los túneles que más gusta a los turistas es uno en el que te metes por una estrecha abertura con una tapa para ocultar el acceso. El guía pide algún voluntario y, como veo que nadie se anima, me ofrezco yo. Entrar por ese hueco es algo complicado y, más aún caminar y salir por la salida correcta.
Entramos a algunos otros túneles, por los que andar a gachas es complicado. En uno hay incluso murciélagos, desatando el pánico de alguna visitante. La verdad es que con haber recorrido cuatro o cinco túneles ya te haces una idea de cómo fue aquella pesadilla.
Antes de abandonar el lugar nos hacemos algunas fotos con un avión, un helicóptero y un tanque que fueron quitados a los americanos. La visita ha estado bien, pero ha sido una lástima que haya llovido tanto. Eso sí, ha sido terminar la visita y dejar de llover. ¡Ay Murphy!
De vuelta al coche, deshacemos los cincuenta kilómetros que hay hasta Saigón. Caemos nuevamente dormidos y comemos más anacardos. Después de más de dos horas, entramos en la ciudad. Hay unos atascos brutales, porque no hay autovías de circunvalación. ¿Cómo es posible que una ciudad de diez millones de habitantes esté tan mal organizada? Ésta es la capital económica del país y su poderío se evidencia en los enormes rascacielos que hay por toda la ciudad.
Son las cinco y está anocheciendo cuando el chofer nos deja en nuestro alojamiento de hoy. Hasta ahora, los hoteles habían estado bastante bien, pero con el de hoy hemos pinchado. Para empezar. ha cambiado de nombre; estando nosotros, dos guiris, con las mochilas desorientados bajo la lluvia, nos ven desde lo que parece una tetería y no salen a decirnos que el homestay es ahí; luego, después de pagar, le pide Pablo un recibo y nos dicen que sí nos vale una hojita donde firmen poniendo que hemos pagado. Y, en cuanto a las instalaciones… la escalera es tétrica, el ascensor llega hasta la cuarta planta y nuestra habitación está en la quinta… y, al entrar, menudo bajón… el baño encharcado, los cristales sucios y todo muy mal mantenido. El punto fuerte es que es una especie de ático, con lo que parecía en las fotos de Booking una hermosa terraza…
No nos dejamos vencer por la decepción de la habitación ni por el hecho de que siga lloviendo, así que salimos a la calle a recorrer Saigón. Hay mucho, mucho, mucho trafico: motos y ruido por todos los lados. Como esta ciudad la vamos a ver dos días separados, nos centramos hoy en la parte colonial. Visitamos la catedral de Notre Dame, que sigue en obras de restauración. Entramos en la Oficina de Correos, obra de Gustave Eiffel y nos hacemos fotos con el ayuntamiento, donde presenciamos un pequeño accidente de moto.
Aunque volver al hotel no es muy alentador, decidimos hacerlo porque sigue lloviendo y estamos cansados de la diarrea de anoche, el vuelo y la pechada de coche que nos hemos dado. El momento lúdico del día viene al ducharnos. En la terraza, no sé muy a cuento de qué, han puesto unas duchas. Pablo descubre unas guirnaldas que van por la barandilla y que hacen más íntima la terraza. Aunque estás expuesto a que te puedan ver, con esta intensidad no se podrá observar nada… así que ropa fuera y a disfrutar de una ducha al aire libre.
¿Y qué hay para cenar? Pues otro par de bandejitas… una de albóndigas y otra de verduras. ¿Y de postre? Pues… ¡anacardos! Y a escribir a la luz de las guirnaldas. Cuando termino, entro en la habitación y oigo un ruido extraño. Voy al baño y veo que con el ruido se mueven unas mangueras. ¿Será la bomba de presión? Esto con nuestro vecino Juan se resolvía en un periquete… decido confiar en que o bien parará el ruido o bien me dormiré antes… pero media hora después no ocurre ninguna de las dos. Con el dichoso ruidito me he ido calentando y, finalmente, decido escribir por WhatsApp al dueño para quejarme, porque nada de esto es normal. Me responde al momento y me dice que lo siente. ¿Que lo siente? ¡Que me devuelva el dinero porque este alojamiento es una estafada! Se lo comento y termina accediendo… que por la mañana me lo reintegrará via Paypal… y ale, a las tantas a rescatar la cuenta que tengo pero que apenas uso.
Hoy ha sido un día de giros inesperados. Ha habido cosas que se han torcido, pero que luego, con un poco de esfuerzo se han reconducido. Ciudad de Ho Chi Minh no ha conseguido cautivarnos… ¡Pero aún tiene otra oportunidad el último día de nuestro viaje!
Lo de los túneles es una pasada!!!, y que os pongáis morados en el avión después de la noche anterior es muy kamikaze!!...me.parece una pasada...¡¡¡ que historia verdad!!!
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