Segundo día en la capital que vio nacer el movimiento hippie. Si ayer nos centramos más bien en las zonas que limitan con el mar y la bahía, hoy estaremos sobre todo tierra adentro. Desde Oakland, que es donde nos alojamos, nos vamos al Bart (que no al bar) para llegar al centro de la ciudad de San Francisco. El día empieza con un golpe de suerte, ya que por las inmediaciones hay un hombre paseándose que resulta ser de información turística y que nos da un mapa. ¡¡Sí, un mapa en papel!! Con esto de tener mapas en el móvil se ha perdido la costumbre de dar un buen mapa desplegable, de esos que son imposibles de dominar cuando hay un poco de viento, pero que son muy útiles para recorrer una ciudad de este tamaño. Bolígrafo en mano marcamos los puntos de interés para hoy, y comenzamos nuestro peregrinaje por San Francisco.
Casi de casualidad, en lo que parece una sucursal de banco, nos encontramos con el museo de Wells Fargo, la mítica compañía que transportaba personas, correo y mercancías de costa a costa. En las pelis de vaqueros ya salían rótulos y diligencias de esta compañía y, al menos para nosotros, resulta extraño que hoy en día sea un banco serio. De hecho, el museo se encuentra en la sede de la compañía. Una mujer de origen asiático nos anima a entrar y nos explica brevemente lo que hay para ver en las dos plantas del museo. De todas las cosas, lo más vistoso es un carruaje restaurado que, aunque precioso, debía de ser muy incómodo en distancias tan largas.
Y de un medio de transporte pasamos a otro. ¿Cuál es una de las cosas más características de esta ciudad? ¡¡Sus tranvías!! Aunque la zona de los rascacielos es muy llana, el resto de la ciudad tiene más cuestas que Basauri. Para salvar los desniveles, hay múltiples tranvías que funcionan más bien a modo de ascensor. A lo largo del centro de la calzada por donde discurren, se oye un ruido constante, que pensamos es ocasionado por la cadena a la que se engancha el tranvía para moverse; de hecho, no se ven catenarias, al menos en los tranvías clásicos. Otra curiosidad es que esos tranvías se mueven sólo en una sola dirección, por lo que cuando llegan a las cabeceras hay unas plataformas con las que se gira manualmente el tranvía para ponerlo en el sentido en el que puede avanzar. ¡¡Pues en Elantxobe se gira el Bizkaibus automáticamente, pues!!
Siguiendo con cosas características de la ciudad, ¿qué hace inconfundible al skyline de la ciudad? Sin duda, es el Transamerica Pyramid, un rascacielos con forma de pirámide alargada, de unos 260 metros de altura, construido en 1972… ¡¡hace cincuenta años!! Y, hasta la construcción de un rascacielos con forma de pepino, fue durante 47 años el edificio más alto.
Echando de menos unas buenas escaleras mecánicas a lo Pontzi Zabala, subimos la avenida Grant hasta Chinatown. Con sus edificios estilo tradicional, farolillos y templos, el barrio chino es una explosión de color. Es curioso que sea un barrio tan delimitado, sin zonas en las que esté mezclada la cultura china con la occidental. Entre sus restaurantes y tiendas en las que te venden cajitas que contienen a-saber-qué, hay una pequeña tienda en un callejón oscuro que es visita obligada: la fábrica de las galletas de la suerte. Esas galletas son como una oblea que al abrirla trae un papelito prediciendo alguna cosa que te va a pasar. Pero ojo, que de chinas no tienen nada… ¡¡son californianas!! No se sabe si del Chinatown de Los Ángeles o el de aquí, pero lo que es seguro es que se inventaron en uno de los dos y, después, se introdujeron en el gigante asiático.
Después de descansar y comer algo en Union Square, continuamos hasta el Ayuntamiento, un edificio precioso y enorme. Se supone que la cúpula es réplica de la de la basílica de San Pedro de Roma y que supera en altura al Capitolio de Washington. Se puede visitar por libre el interior, donde vemos que se están celebrando bodas… en plural. En el hall, cualquier esquina o recoveco sirve para casarse, y en una media hora que estamos llegamos a ver unas seis bodas diferentes. Es viernes a mediodía y resulta curioso que la mayoría son de muy pocos invitados. Presenciamos en directo cómo se casan dos chicas, algo muy habitual y muy normalizado desde que el matrimonio gay se aprobara en el 2008.
Seguimos caminando y entramos en la Catedral de Santa María, un moderno templo en el que nos quedamos dormidos mientras oímos varias piezas de órgano. Tras cabecear unas cuantas veces y retomar fuerzas, continuamos hacia el norte hasta llegar a otro icono de la ciudad: Lombard Street. Sí, esta es esa calle llena de curvas que ha salido muchas veces en las películas. De hecho, este tramo de ocho curvas se dice que es la calle más sinuosa del país. Una vez más, las películas y el marketing americano han conseguido vender humo, porque… ¡¡es simplemente una calle!! Vale, que con la excesiva pendiente que tiene le pusieran esas curvas para que los coches pudieran circular es una idea ingeniosa. Pero es que, ¡¡no es más que una calle con curvas!! Pues nada, aquí estamos todos haciendo fotos a este producto creado por el celuloide.
Y después, vamos a otro lugar que también tiene mucho marketing: al Palacio de las Bellas Artes. ¿Y qué esperas encontrar? Pues un palacio, ¿no? Pues nada de eso, es una estructura tipo rotonda y pérgola de la exposición Panamá-Pacífico de 1915. Y, por si fuera poco, ni tan siquiera es la original. Pero hay que reconocerlo… es un sitio precioso y muy romántico, a donde la gente viene a pasear y relajarse.
Una última visita nos lleva hasta el Órgano de Olas, en uno de los diques del distrito de la Marina. Son unos 20 tubos que, se supone, producen sonidos con el ir y venir de las olas. Seguramente por la marea, aquí lo único que se oye es el chapoteo del agua; aunque, al fin y al cabo, ya hemos tenido suficiente concierto de órgano por hoy.
Hemos andado más de 22 kilómetros y nuestras piernas nos están reclamando ponerse en horizontal urgentemente. De tanto subir y bajar cuestas se nos va a quedar un trasero de anuncio de Levi’s… que por cierto, es una marca de aquí. Tras pasar por un restaurante vasco en pleno centro (what!) nos vamos otra vez al Bart para llegar hasta el hotel. Hoy es nuestra última noche del viaje, la cuenta atrás ha comenzado.
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