11 sept 2022

El Valle de Fuego

Duchados, con todo recogido y con medio pollo en una bolsa listo para hacer turismo, ya estamos preparados para salir. Pero, de repente, el silencio de la mañana de domingo se ve interrumpido por unos fuertes golpes en la puerta principal de la casa. "Who’s there? ¿Quién es?" se le oye decir a la mujer de la casa… ¡¡pero si sabe español!! Resulta que es el marido, novio o lo que sea, que viene con dos niñas; pero ¿viene sin llaves? Y, sobre todo, ¿quién esperaba ella que llegara? ¿Papá Noel adelantado? Aquí hay demasiado desorden, tanto físico como mental, así que salimos de la habitación con el objetivo de despedirnos amablemente e irnos. Al salir, les sorprende que nos vayamos ya, dado que pensaban que nos quedábamos una noche más (menudo cacao tienen) y nos dicen que estaban preocupados porque no hacíamos ruido y no habíamos movido el coche, a lo que les contamos que ayer estuvimos en el centro y que fuimos andando. Le preguntamos a ella a ver si sabe español y nos dice que sí, pero que siguió hablándonos en inglés porque pesaba que éramos italianos de España o algo así… (sí, y del mismísimo centro de París). Nos presenta a sus chamaquitas… y yo sigo pensando en el gato… pobre criatura. En el fondo, han sido majos, pero es que compartir techo mientras estás en pijama con gente tan poco centrada te genera mucha incertidumbre y las películas no han ayudado precisamente. Bueno, como decía anteriormente, somos más de hotel.

Ayer anduvimos lo que no está escrito y hoy estamos bastante cansados. Lo bueno es que hoy va a ser un día más o menos tranquilo. Para empezar, nos dirigimos a ver el mítico letrero de "Welcome to the fabulous Las Vegas". Aunque parezca mentira, es un bien histórico, ya que lleva ahí desde 1959. Lo curioso es que cuando se instaló, no estaba dentro de los límites de la ciudad, sino mucho más al sur. Nos llama la atención el hecho de que tenga un aparcamiento específico y que lleguen constantemente coches y autobuses para hacerse la foto, teniendo que guardar cola. Como a nosotros nos da igual que en la foto salgamos totalmente centrados, nos ponemos en un lateral a hacernos las fotos… y la gente empieza a hacer lo mismo hasta el punto de que la cola acaba dispersada.

En las inmediaciones del letrero está el aeropuerto de Las Vegas, donde hay un montón de aviones privados. No es muy de extrañar que esta ciudad tenga un aeropuerto propio y casi en el centro de la ciudad… como en EEUU las distancias son tan grandes, hemos visto pueblos con pequeños aeródromos, así que esta ciudad no iba a ser menos.

También muy cerca, se encuentra otro templo turístico: los Premium Outlets. En nuestro viaje a la Costa Este de 2011 arrasamos varios outlets de varios estados, ya que el euro estaba muy fuerte y, además, en varios estados la ropa no tenía impuestos. Sin embargo, ahora venimos en un momento económicamente malo, ya que hay prácticamente paridad entre el euro y el dólar; además, en Nevada la ropa sí que tiene impuestos, aproximadamente un 8,5%, lo cual está muy bien, pero no tanto como para comprar a lo loco. Aún así, salimos con unas cuántas bolsas, principalmente de ropa y calzado deportivo, ya que marcas como Nike y Columbia aquí no son tan caras como en Europa.

Abandonamos Las Vegas por la interestatal 93 para llegar al Parque Estatal Valle de Fuego. El nombre le hace justicia, porque ¡¡menudo calor!! Vamos a acabar achicharraítos. Aún no hemos comido, así que, nada más entrar al parque, acabamos con el paseo que le hemos dado al pollo durante tres días. Comemos también nachos, salami, plátanos, tang de naranja y donuts de chocolate… una triple cheeseburger habría sido más saludable.

Este parque estatal se caracteriza porque, en medio del desierto, de repente hay unas formaciones geológicas de un toque anaranjado. Es el típico sitio donde el correcaminos empujaría una piedra gigante para que le cayera al coyote, para luego salir corriendo dejando una nube de polvo. Al correcaminos no lo vemos, pero sí un buen puñado de cabras montesas enormes, que nos miran a los turistas desde lo alto como queriéndonos decir que este es su territorio.

Empezamos el recorrido en la roca Atlati, a la cual se sube por una escalera metálica para ver unos petroglifos, unos dibujos labrados en la roca de hace más de 4.000 años. Tienen formas raras y se desconoce su significado, y sorprende que hayan llegado hasta nuestros días en un lugar tan duro como éste.

Después visitamos la Arch Rock y, a continuación, nos dirigimos a Rainbow Vista, donde hacemos un pequeño recorrido. Las zapatillas se me llenan constantemente de arena y, de vez en cuando, hay que pararse a vaciarlas. Hay que tener cuidado porque por esta zona hay alacranes y viudas negras… y no nos pica tanto la curiosidad como para querer encontrarnos con alguno. El entorno es una auténtica maravilla… piedras con formas caprichosas con una paleta de marrones claros preciosa.

La siguiente parada es en la Sílica Dome, unos montículos de color más claro que contrastan con los marrones. De ahí, nos dirigimos hasta el White Domes Loop, otro recorrido que pasa por el Slot Canyon, donde hay un pequeño pero precioso cañón que nos encanta.

Oye, pero, ¿dónde está la joya del parque, la conocida como Fire Wave? Al pasar, hemos visto que el parking número tres estaba cerrado por calor extremo y, consultando en el mapa, vemos que justamente estaba ahí. ¡¡No nos lo podemos creer!! Bueno, analicemos la situación: nos han cobrado la totalidad de la entrada, estando el "plato fuerte" cerrado; las advertencias son para el público general, independientemente del estado físico; y al estado de Nevada no se viene todos los días… así que, ¡¡decidido!! A riesgo de que nos pongan una multa importante, vamos a ir a verlo.

Como el aparcamiento está cerrado, hay que ir primero andando por la carretera, sometidos al calor y a las miradas del resto de turistas que pasan en coche. Al llegar al acceso, aunque pone que no se puede pasar, pasamos… y vamos a paso ligero siguiendo la ruta. No hay tiempo ni para beber agua, así que vamos un poco con la lengua fuera y sudando. Pero, finalmente, correr el riesgo ha merecido la pena: llegamos a los montículos que componen la "ola de fuego". Con sus betas de colores, es un lugar mágico: parece una tarta de tiramisú, con sus colores de nata, café, canela y chocolate.

Se ha puesto el sol y no queremos tentar a la suerte, así que estamos apenas diez minutos y nos vamos. Ya no sólo porque nos denuncien por haber accedido a un lugar expresamente prohibido, sino también porque con la puesta del sol tienes que abandonar el parque. Es la happy hour de delitos. Volviendo, vemos que una moto se para en la carretera y se nos queda mirando. ¡¡La hemos cagado!! Ya me veo tatuándome un mapa para salir de la cárcel a lo Prison Break. Pero falsa alarma… era una turista curiosa que simplemente quería saber lo que estábamos haciendo.

Para aligerar la salida del parque, Pablo se ofrece a ir a por el coche y que yo me quede en el aparcamiento cerrado. Así que dicho y hecho… mientras espero disfrutando de las magníficas vistas reparo en una cosa: no se oye nada, absolutamente nada. Si no es por los ruidos que uno mismo genera con la respiración y el latido del corazón, podría pensar que me he quedado sordo. Y es que, ni corre el aire. Es una sensación de libertad, pero a la vez de extrañeza, porque pocas veces consigue uno estar en un silencio de ese calibre.

Tras pasar varios coches cuyos ocupantes me miran extrañados al verme tirado en medio de la nada, llega finalmente Pablo. Me subo y me dice… "mira lo que me he encontrado semienterrado en la arena" y me enseña un iPhone. Sabía que tenía el poder de la supervisión para ver el más pequeño de los animalitos escondidos, pero ahora resulta que también tiene detector de metales… ¡menudo braguetazo! Tengo que conseguir que salga en la siguiente peli de Marvel.

Casi de noche, abandonamos el parque y nos dirigimos al hotel. En el camino, queríamos hacernos fotos con las señales de los estados de Nevada, Arizona (cruzamos hoy un tramo) y Utah, pero no conseguimos verlas y, como vamos por autovía, sería imposible parar a hacernos fotos. Así que, tres estados más allá, llegamos a Hurricane, donde descansaremos una hora menos debido al cambio horario. El motel está genial, porque tiene microondas, nevera, mesa para cenar, y… ¡¡desayuno incluido!! Y ya lo dijo Hommer Simpson… no hay donuts malo.

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