22 sept 2022

San Francisco por la costa

Hoy llega uno de los momentos más tensionados de los roadtrips: la devolución del coche de alquiler. ¿Habrá algún roce que no vimos y que ahora nos quieren cobrar? ¿Estará el nivel de gasolina al máximo pero justo en el último momento merma y nos quieren cobrar combustible adicional? ¿Habremos dejado el coche lo suficientemente limpio como para que no nos cobren una limpieza extra? Por si acaso, en el aparcamiento del motel le damos un repaso, aunque de por sí ya estaba bastante bien: sacudimos las alfombrillas sin miedo a que nos pongan una multa vitoriana; si acaso, lo único que puede ocurrir es que los indios del motel vengan a hacer lo mismo con su moqueta… al fin y al cabo, en las cercanías hay varios colchones tirados y no parece importarles.

Tras echar cinco dólares de gasolina “por si acaso”, llegamos a la oficina de alquiler a las ocho en punto. Janette, la mujer que nos dio el coche, está también hoy. Nos saluda, revisa el nivel de gasolina y, sin mirar nada más, nos lleva a la oficina donde nos da la factura. ¿Ya está? ¿No va a haber ninguna sorpresa ni nos van a intentar sacar un puñado de dólares de última hora? Es una maravilla cuando las cosas funcionan como se espera que funcionen: alquilas un coche con unas condiciones y si ambas partes lo cumplen, no hay nada más que decir. De hecho, esta vez ha sido mejor de lo esperado, ya que nos dieron un coche de una gama superior. Y, además, finalmente sí ha habido una sorpresa adicional: al preguntarle sobre el transporte en San Francisco, nos pregunta a ver si íbamos a la estación y al decirle que sí, nos dice que si queremos que en cinco minutos nos llevan… y dicho y hecho, en cinco minutos aparece un chófer que nos lleva a nosotros dos y a otra mujer hasta la estación de tren, ahorrándonos unos 45 minutos.

Hoy visitamos San Francisco, la cuarta ciudad más grande de California, famosa por su aire tolerante. El BART, un híbrido entre cercanías y metro, nos lleva hasta la estación de Embarcadero, donde se encuentra la Terminal de Ferries, la cuál, curiosamente tiene una torre con un reloj que fue inspirada en la Giralda de Sevilla. El primer contacto con la ciudad es muy agradable: está todo muy limpio, ordenado, hay gente haciendo deporte o yendo al trabajo, y, sobretodo, no se ven vagabundos por la calle.



Siendo la ciudad más tolerante, lo primero que hacemos es embarcarnos para ver ¡¡una cárcel!! En la bahía, en una isla, se encuentra la famosa cárcel de Alcatraz, donde algunos de los presos más peligrosos de la época cumplieron condena. La visita se divide en tres partes: un guía te hace un pequeño recorrido por los exteriores; luego, con una audioguía ves el interior de la cárcel; y finalmente, el resto se visita cada uno a su aire. Hay algunas curosidades interesantes como que el pasillo central lo llamen Broadway, o cómo unos reclusos consiguieron escapar de la cárcel. Pero, lo más impactante es el objetivo de la cárcel: era, sobre todo, un castigo psicológico… no se podía hablar, ni cantar, ni silvar, … todo lo que no fuera manutención y salud se consideraba un privilegio, incluído el ducharse o tener visitas… y lo peor era que se pretendía que desde la isla vieran cómo la gente seguía con sus vidas en San Francisco y Oakland, sin que ellos tuvieran la oportunidad.




En la visita, hay momentos en los que parece que se le da más importancia a las condiciones extremas de la cárcel, que a los delitos cometidos de sus reclusos. Es como si se pretendiera que la cárcel te impresione para que te vayas con la sensación de haber visitado un sitio “muy chungo” y único. Pero, ¿cuántas otras cárceles de la época no habrán sido igual de estrictas? El hecho de que aquí cumpliera condena el mafioso Al Capone y de que Hollywood hiciera el resto, han convertido a Alcatraz en un producto de consumo. Eso, hasta el punto de que la tienda de recuerdos roza el mal gusto… todo tipo de merchandasing ¡¡de una cárcel!! Se venden hasta replícas de unos cuencos de metal donde se les daba comida a los convictos; y también se venden trozos de roca de “la Roca”... es decir, ¡¡te venden una piedra!! Eso, unido a que la visita cuesta 42 dólares por persona, hace que termines cuestionándote si tiene sentido que los “robados” vayamos a visitar la cárcel. ¡Ah! y se me olvidaba… encima tienen el corage de, en las zonas cerradas al público, poner carteles de “Closed for your safety”... ah, no, si lo tienes cerrado no es por mí, que yo no lo he pedido y de mi safety ya me preocupo yo… ¡¡Menudo morro!! Por si fuera poco, hay un fuerte olor a pescado y está lleno de moscas… mínimo veinte por visitante. En resumen, que hemos pagado por ver “La Roca”, una cárcel adulterada por las películas… la próxima vez nos vamos a Gibraltar y compramos perfumes a buen precio.


Ya de nuevo en tierra firme, visitamos el Pier 33 y el Fisherman’s Wharf, dos muelles llenos de tiendas y restaurantes que están muy animados. Hay mucha gente y el ambiente está genial, es un lugar de entretenimiento tanto para locales como para turistas. También hay una zona donde se pueden ver focas elefante; sin embargo, después de las que vimos ayer, no nos llama la atención este “pequeño” grupo de focas que suele encandilar a la gente.


Después de comer, cogemos un autobús para visitar el que es, sin duda, el icono de la ciudad: el Puente Golden Gate. Hace un día soleado y es toda una suerte, porque es frecuente que el puente esté cubierto de niebla. Es un puente precioso, con su color rojo y sus dos enormes pilares característicos… ¿cuántas veces lo habremos visto en la televisión? Y ahora estamos aquí, frente a esta proeza de la ingeniería de los años treinta. Decidimos recorrer sus 1.280 metros, pero una vez llegados al centro, decidimos volvernos, ya que no tiene mucho sentido continuar hasta Saulsalito sufriendo el ruido del intenso tráfico de sus seis carriles.



Buscando un poco de tranquilidad, visitamos el Golden Gate Park, un enorme parque con mil cosas para hacer si tuviéramos tiempo. Como aquí se pone el sol muy pronto, caminamos hasta las Painted Ladies, las casas victorianas que aparecen en muchas estampas de la ciudad, con los rascacielos al fondo. La serie “Padres Forzosos” aumentó la popularidad de estas siete casas de colores. Una vez más, la televisión ha hecho famosos a lugares que igual no lo merecían. En este caso, toda la ciudad está llena de esas casas y, sinceramente, las Painted Ladies no tienen nada de especial con respecto a otras. ¡¡Todas son unas casas preciosas!!

Para finalizar la tarde nos vamos a Castro… al barrio de Castro de San Francisco. Es el epicentro de los derechos LGTB y está lleno de banderas multicolor. Hay muchas tiendas y restaurantes, y es un lugar que, para ser hoy jueves, está muy animado. Sin duda, una cosa que nos ha gustado de esta ciudad es que, de alguna forma, es muy “europea”. En otras ciudades la gente se recogía muy pronto y estar en la calle pasadas las ocho de la tarde se podría ver como peligroso. Sin embargo, esta ciudad es mucho más vibrante, la gente sale, se relaciona, compra, vive.

Totalmente agotados, llegamos al hotel. San Francisco nos ha encantado, pero sólo hemos visto una pequeña parte… ¿qué más encantos nos mostrará en los próximos dos días?

1 comentario:

  1. Multa vitoriana jejeje! Jon dice que antes de volver a Vitoria se va a Rusia.
    Un viaje muy chulo. Besos.

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