Todos los grandes viajes requieren de mucha preparación y eso, a su vez, conlleva cierta inquietud a que algo salga mal. Así que, fieles a las tradición, la noche antes de salir de viaje dormimos menos de lo habitual y nos levantamos antes de que suene el despertador. Además, ayer al hacer el check-in online sólo pudimos obtener una de las cuatro tarjetas de embarque, ya que a Pablo le ponía que tenían que inspeccionar su documentación. Tras llamar varias veces a Iberia y comprobar que la información de las tres llamadas coincidía, parece que todo se debe a que Pablo había sido elegido aleatoriamente para un control rutinario. Pero, ¿y si hubiese algún problema y no pudiésemos realizar nuestro ansiado viaje?
Nos ponemos en marcha y en unos cincuenta minutos llegamos a
la terminal 4 de Barajas. Hay unos cuántos mostradores dedicados exclusivamente
a vuelos a Estados Unidos… y una larga cola para ellos, a la que nos sumamos
hasta llegar al mostrador. Una agradable azafata nos comenta que, efectivamente,
a Pablo, al igual que a otros pasajeros, le harán un control adicional antes de
embarcar: es algo rutinario que exige el país norteamericano. Lo bueno es que
ya tenemos las tarjetas de embarque para Los Ángeles… ¡¡y que no nos quedamos
en tierra!! Pasamos el control de seguridad, montamos en el trenecito a la
terminal cuatro satélite, pasamos el control de la guardia civil y, en el
control de acceso a las puertas con destinos a Estados Unidos, le indican a
Pablo que tiene que ir a una salita con otros pasajeros. Tras unos diez minutos
vuelve… ha sido simplemente un control antidrogas. Cuando estuvimos en la
Costa Este también le interrogaron al entrar al país… o hay un narcotraficante
con el mismo nombre y apellidos, o Pablo tiene un pasado que no me ha contado.
El Airbus en el que viajamos tiene una configuración por
fila de dos, cuatro y dos asientos. Cuando la azafata anuncia “embarque
completado” comienza el juego de las sillas y, para nuestra grata sorpresa, los
otros dos asientos de nuestro grupo de cuatro quedan libres. Mira qué bien, nos
colocamos en los dos centrales y vamos a poder tener más espacio que en
business pero a precio de turista… con doble manta y doble almohada.
Despegamos a la hora programada y ponemos rumbo hacia el
noroeste, abandonando la península por Galicia… momento en el que empiezan a
servir la comida. Una vez relajados los estómagos se apagan las luces y se bajan
las cortinillas… toca la hora de la siesta o de entretenerse viendo alguna película,
o de ambas cosas a la vez. Eso si uno es capaz de relajarse con la criogenización
a la que nos están sometiendo… ¡¡menudo frío!! El plan de ahorro energético no
ha llegado a estas alturas, ¿verdad? Más que dos mantas tenían que haber dejado
dos nórdicos de plumón de oca salvaje… estamos sobrevolando Groenlandia y es
inevitable pensar lo calentito que se tiene que estar allí abajo.
El vuelo transcurre sin nada que destacar. ¡¡Qué gente más sosa!! Nadie monta ningún pollo, ni hay robacocacolas, ni un niño gritando… ¿nos hemos convertido todos en japoneses o qué? Para la próxima a ver si regalan unos cuántos pasajes en Alcalá-Meco, que si no, a ver cómo relleno dos hojas de blog diarias. Bueno, a destacar que Pablo para evitar el frío se ha puesto una manta como turbante… ¡¡y luego se queja de que lo interrogan!! Yo, para matar el tiempo, me pico de una forma muy tonta a jugar al Tetris hasta que consigo quedar en primer lugar en el ranking de los pasajeros que también se picaron a jugar de una forma muy tonta. Pasan las horas y después de tres películas, volvemos a tener hambre. Sólo quedan dos horas a destino y no nos han dado más que una comida… para, después de preguntar, que nos den un sandwich y un refresco. ¿Sólo dos dosis en doce horas? Yo me voy con la sensación de no tener la pauta completa.
Aterrizamos media hora antes de lo previsto… y claro, como
hemos llegado a LAX antes, vamos todos corriendo al baño… y después a la cola
de inmigración. Es el momento de la paciencia y de la mascarilla, porque, toca hacerse
una ruta de cinco kilómetros siguiendo la cinta que va y viene en un gran hall,
hasta llegar al policía de frontera que sutilmente te interroga para asegurarse
de que no te vas a quedar en su país a trabajar… Pero, ¿estamos en Los Ángeles
o en Tijuana? Bueno, pasada una hora y superada la prueba, toca cambiar de la
terminal B a la 6, ya que tenemos que coger otro vuelo a San Francisco. Al
salir de la terminal el calor húmedo nos abofetea despiadadamente… ¡¡menudo
calor!! Se nos van a abrir todos los poros y vamos a salir en las fotos de un
guapo crecido.
Un pequeño avión de Alaska Airlines nos lleva, disfrutando
de la puesta de sol, hasta la segunda ciudad más grande de California. Ya sólo
nos queda coger un tren hasta Concord, donde tenemos el hotel. Según la hora
del pacífico son las nueve de la noche… pero según la hora de nuestro reloj
biológico son las seis de la mañana… ¡¡no podemos con el alma!! Aquí se ve que
son de recogerse pronto, así que en el tren sólo viajan algunos trabajadores,
predominantemente inmigrantes. En general, tienen buena pinta y no hay en
absoluto sensación de inseguridad; pero, por estar muy cansados, posiblemente nos
sintamos algo vulnerables y nos preguntemos que qué hacemos en un lugar como éste
un día como éste. Aún así, caigo dormido, cabeceando en todas direcciones y comprobando
cada vez que despierto, que aún queda mucho trayecto. Tras más de hora y media,
y a tan sólo una estación, anuncian por el altavoz algo que no entendemos y la
gente empieza a bajarse del tren. Empezamos a preguntar y nadie sabe nada... ¿¿pero
vivís aquí y no le tenéis pillado el acento al de megafonía?? Pero, como en
todos lo lugares, siempre hay alguien que pilla todo al escuchar los audios de
WhatsApp a velocidad x2… y acabamos en una cola para montar en un autobús que
hace el recorrido a la siguiente estación. Mira que hemos cogido transportes
hoy y va y se rompe justo el último. Ya en Concord, toca andar quince minutos…
por calles desoladas. Con la buena temperatura que hace, ¿nadie sale a tomar el
fresco o qué? El Charli de Guadamur estará a reventar y aquí todo el mundo ya
planchando oreja.
Y llegamos al motel. Con su moqueta. Con sus manchas en la
moqueta. Con su olor a tabaco en la moqueta a pesar de ser una habitación para
no fumadores. Y su bañera. Y su cortina en la bañera. Al menos no hay la típica
colcha de los años ochenta. Pero da todo igual, incluso si un asesino fugado de
una cárcel cercana irrumpe en nuestra habitación… porque nosotros ya estamos
muertos, pero del cansancio. ¡¡A descansar se ha dicho!!
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