Segundo día en Los Ángeles y nos levantamos con energías renovadas, hasta tal punto que a las siete de la mañana ya estamos de museos. Primero visitamos el Museo de la Academia, con sus Óscar a tamaño natural en una especie de escaparates. Luego, visitamos el Petersen Automotive, uno de los museos automovilísticos más grandes del mundo. Y para terminar con el triángulo del arte, vemos el Museo del Condado o LACMA, donde interactuamos con dos instalaciones: primero con Urban Light, realizada con farolas reutilizadas; y después con Levitated Mass, una piedra de 340 toneladas por la que se pasa por debajo. Todos estos museos, evidentemente, los visitamos por fuera. ¿O pensabais que estábamos tan locos?
Después, recorremos una zona con bastantes establecimientos en Melrose Avenue, para llegar a otra calle mítica de la ciudad, Sunset Boulevard. Al ser domingo por la mañana no hay mucha gente y casi todos los locales están aún cerrados. Aprovechamos a desayunar en un local de comida rápida, en el que todos los empleados son sudamericanos, por lo que directamente pedimos en castellano. Son ya muchos los locales a los que hemos entrado y donde te atienden hispanos, quienes primero te hablan en inglés pero que, en cuanto les hablas en español, continúan hablándote en español; diría, incluso, que son más majos cuando se expresan en su lengua nativa, porque pasan a preguntarnos de dónde somos y por dónde estamos viajando. Sin embargo, con los clientes con los que hablan en inglés, vemos que se limitan a realizar sólo la gestión comercial. También nos ha ocurrido, ya varias veces, que cuando preguntas a alguien con aspecto hispano “do you speak spanish?”, te responden “yes” y continúan en inglés, hasta que somos nosotros los que cambiamos de idioma. ¿Pensarán que lo preguntamos por curiosidad, o qué? Comentar también que, en cuanto utilizas una palabra que no viene en el catálogo de productos, cortocircuitan; por ejemplo, si el típico menú de hamburguesa, patas y bebida se denomina “combo” y se te ocurre decir “pero, quiero menú, ok?”, se quedan que no saben a qué tecla darle. Es curioso cómo a veces, utilizar un sinónimo o hablar con otro acento, puede descolocar tanto, tanto a ellos como a nosotros, porque aún recuerdo lo que me costó adivinar a qué se refería con letra “sé” una jefa uruguaya que tuve cuando me deletreó una palabra.
Ya con el calorcito y con más gente por las calles, llegamos a uno de los barrios más famosos de la ciudad: Hollywood. Esta es la meca del cine, con muchos estudios cinematográficos, de televisión y teatros; si bien la producción se ha mermado y trasladado a otros lugares, Hollywood sigue siendo el punto neurálgico de la industria cinematográfica, motivo por el cuál se celebra aquí la gala de los Premios Óscar. A lo largo de la historia, estos premios se han entregado en diferentes localizaciones de la ciudad, y en Hollywood Boulevard se encuentran los más característicos: El Hotel Roosvelt (que fue el primer lugar), el Teatro Chino Grauman, el Teatro Pantages y el Dolby Theatre.
El conocido como Paseo de la Fama, con sus 3.000 estrellas que recuerdan a actores, directores, cantantes y demás artistas relacionados con el mundo audiovisual, es todo un reclamo turístico. Según paseas por ambas aceras y calles aledañas, vas leyendo los nombres en busca de aquellos conocidos en nuestro lado del charco; hay que tener en cuenta que muchos artistas no tienen por qué ser internacionales y que, para encontrar una estrella de Alfredo Landa, mejor ir al paseo de la fama de Alfaz del Pi. Por ahora, son un buen puñado los españoles que constan en este star system, como Almodóvar, Penélope, Bardén, Julio Iglesias, etc. En cualquier caso, el tener una estrella aquí tiene un mérito dudoso, ya que quién quiera tenerla tiene que pagar 25.000 dólares y que acepten su solicitud. Así que, estando muchos que no la merecen y faltando muchos que se la han ganado, bien podría llamarse “El Paseo de la Fana”.
A modo de curiosidad, decir que entre todas las estrellas sólo hay una que no está en el suelo: la de Muhammad Ali. Como lleva el nombre del profeta Muhammad (la paz sea con él) indicó que no podía permitir que la gente pisoteara su nombre, así que la colocaron en vertical.
La visita a este barrio quedaría coja sin divisar a lo lejos el gran letrero de Hollywood. Lleva ahí desde 1923, casi un siglo, y en origen no tenía nada que ver con el cine: era una forma de publicitar una promoción inmobiliaria, llamada “Hollywoodland”. 26 años después, se quitó lo de “land” para que el letrero representara a todo el barrio y, hoy en día, es uno de los letreros más famosos y fotografiados del mundo, aunque se vea en pequeñito desde la distancia.
Cambiamos de tercio y ahora nos vamos a Beverly Hills, que no pertenece a la ciudad de Los Ángeles, aunque está en el mismo condado. Sin duda, esta ciudad evoca dinero, casoplones y “Sensación de Vivir”. No tiene nada que ver con lo que hemos visto hasta ahora: no hay vagabundos por la calle, ni gente durmiendo en el suelo, ni locos hablando sólos; es todo lo contrario: jardines perfectos, las calles impolutas, la gente bien vestida y hasta el cielo parece más azul. Nos hacemos unas fotos con los carteles típicos y nos adentramos por las calles para ver preciosas casas: no son especialmente grandes, ni especialmente lujosas; pero todas ellas irradian una exquisita sencillez donde, sin duda, menos es más. Algo curioso es que los coches no son de gama alta, ni tienen vallas protegiendo la propiedad, ni se ven lujos horteras. Estos seguramente, serán los ricos de verdad, los que no necesitan presumir, los que llevan una vida despreocupada… despreocupados porque no les falta de nada y despreocupados porque no necesitan impresionar a nadie.
Además de las casas, Beverly Hills tiene más estampas icónicas. Por un lado, el Beverly Hills Hotel, con su famoso letrero en un lateral de este hotel donde se han alojado grandes estrellas del cine. Por otro, Rodeo Drive, una de las calles con más glamour de la ciudad, con las típicas tiendas de marcas internacionales premium; y, lo más de lo más, se encuentra en una pequeña calle peatonal, en Via Rodeo. Al final de esta calle, en las Spanish Steps se divisa otro icono de la ciudad: el hotel Wilshire, famoso porque en él se rodaron muchas escenas de Pretty Woman,
Tan sólo nos quedan un par de horas antes de que se ponga el sol y decidimos terminar la tarde volviendo a Santa Mónica. Sin duda, es la zona más animada y el lugar más distendido para ver gente disfrutando de la tarde de domingo: gente paseando, montando en bici, haciendo deporte en los Muscle Beach, tomando el sol, fumando porros… ¡¡madre mía qué olores!! Esto es como un zoo playero, pero con un atardecer encantador.
Ya con el sol puesto, nos acercamos hasta el barrio de Venice a ver dos lugares muy peculiares. Primero, el campus de Google, que se sitúa en edificio diseñado por Frank Gehry y que no tiene nada que ver con los edificios post Guggenheim Bilbao; en su fachada principal hay unos prismáticos gigantes, diseñados por un artista del cuál hemos visto obras en diferentes países, Claes Oldenburg. Después, visitamos los canales de Venecia… ¡¡en Los Ángeles!! Un millonario decidió crear una serie de canales a lo Venecia, como reclamo turístico y la verdad es que le quedó genial… bonitas casas, serpentean por los canales, creando una atmósfera relajada.
El día ya no da para más, así que cogemos el autobús que nos lleva al hotel, con su performance habitual de gente rara. Con este último psicothiller, podemos decir que hoy ha sido ¡¡un día de cine!!
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