Hoy nos vamos de ruta, pero nada de subir montes, vías verdes, bidegorris ni senderos. Vamos a recorrer directamente ¡¡una carretera!! Pero no una cualquiera, sino la mítica Ruta 66. En 1926 se construyó esta carretera que iba desde Chicago hasta Los Ángeles, unos 4.000 kilómetros, cruzando ocho estados. Nosotros, claro está, sólo vamos a recorrer una sección: la correspondiente a Arizona y California. ¿Y qué tiene esta carretera para que la gente venga a visitarla? Pues resulta que cuando se construyó la nueva red de autovías interestatales, se convirtieron algunos tramos de la Route 66 en autovías y otros cayeron en desuso debido a que el tráfico se desvió por otros lugares. En algunos casos, los negocios que había en esos tramos que ya no tenían tráfico, quebraron y fueron abandonados. Años después se intentaron recuperar gasolineras, tiendas, edificios y anuncios que tuvieron su esplendor, con un estilo de los años 50, lleno de colorido y atractivo. Recorriendo la Ruta 66, en cierto sentido, estaremos viajando al pasado.
Anoche llegamos a Williams, una de las poblaciones que más vivo mantiene el espíritu de la iconografía de los años 50. De noche, la calle principal estaba llena de neones iluminados, tiendas con todo tipo de merchandaising de la ruta y bastante ambiente para que lo que es este país. Cadilacs enormes, el coche de policía, el de los bomberos, surtidores de gasolina, anuncios de Coca-Cola, … todo llama la atención. Hay muchos hoteles, pero no se ven muchos extranjeros; parece que para los propios estadounidenses venir aquí es entrar en un decorado del pasado.
Hoy, ponemos rumbo a la segunda ciudad que mejor conserva el espíritu de la ruta: Seligman. En el camino, cada cierto tiempo vemos series de unas siete señales rojas con diferentes mensajes y que siempre acaban con el logotipo de la marca ‘Burma-Shave’; investigando en internet leemos que se trata de una marca de jabón para afeitar sin brocha de 1925, que consiguió despegar en ventas gracias a poner este tipo de letreros para que los rudos conductores conocieran y compraran los productos de esta marca. Se supone que la marca despareció, pero los letreros se trasladaron a esta ruta (donde nunca estuvieron originalmente). Al fin y al cabo, esta ruta, es la ruta de la nostalgia…
Ya en Seligman, recorremos la calle principal (que es la histórica carretera), haciéndonos fotos con sus coloridos letreros y peculiares tiendas. Casi todas son de recuerdos y de objetos antiguos, donde puedes encontrar desde auténticas chatarras hasta cualquier cosa que a uno se le ocurra con el logotipo de la Ruta 66, seguramente Made in China. Puedes comprar matrículas de cualquier estado (tanto reales como originales), todo tipo de señales, viejos anuncios, ropa para moteros y, cómo no, artículos de cowboy. ¿Nos llevamos un gorro de vaquero a casa? Yee-hawwww
En cierto sentido, hay momentos en los que tenemos la sensación de estar dándonos un paseo por desguaces La Torre, o The Tower como dirían aquí. Por todos los lados hay viejos Cadillacs, camionetas de morro redondeado y coches al más puro estilo Regreso al Futuro que se quedaron en el pasado. De alguna forma, se respira una decadencia encantadora, lo viejo puesto en valor, un trozo de historia no muy lejana que lucha por persistir en el presente. Y no sólo, con los restos que quedan aquí, sino también con la inspiración que proporcionan… ¿sabíais que la película Cars de Disney se inspiró en este lugar?
A lo largo de la carretera hay unos cuántos lugares donde parar a hacerse fotos y a curiosear en las tiendas. Están desperdigados y entre ellos puede haber muchos kilómetros, por lo que hay que estar atentos. Paramos en Hackberry General Store, una tienda que más bien parece un museo de la época y donde, además, hay un hombre cantando country en la entrada.
Poco a poco, llegamos a Kingman, otra localidad con un buen puñado de lugares relacionados con la ruta. Entre ellos, destacamos un restaurante llamado Mr. D’z, muy ye-yé, de donde parece que va a salir de un momento a otro los protagonistas de Grease. Además, en esta localidad también se puede ver la Locomotora 3759 de la compañía Santa Fe, de 1928 y que es enorme. Por cierto, hablando de locomotoras… esta mañana, recién levantados en el hotel, nos pegamos un buen susto al oír un enorme estruendo, que era la bocina de un tren. Más tarde, vimos un tren larguísimo, y, desde entonces, no hemos dejado de ver trenes de mercancías kilométricos paralelos a nuestro camino. Y cuando digo kilométricos, ¡¡son kilométricos!! En cualquier momento piensas que vas a ver el final, pero no… siguen y siguen desfilando contenedores.
Muchos de los lugares reconvertidos de la Ruta 66 son gasolineras. En medio del desierto, y tras recorrer una carretera durante bastante tiempo en la que no había absolutamente nada, llegamos a Cool Spring Station. ¿Y qué nos encontramos allí? ¡¡A unos de Bilbao!! "Aibalaostia, que nos hemos puesto a andar y ¡¡no encontramos el bidegorri de Plentzia!!". Son muy majetes y estamos charlando sobre nuestros respectivos viajes, y confirmándoles que aquí ni poteo, ni unos cacharros después de cenar… lo del alcohol está muy limitado y a las siete todo el mundo está en su casa.
En su "casa" o en su "caravana". En lo que llevamos de viaje nos ha sorprendido la cantidad de autocaravanas que hay, tanto viajando por la carretera como a modo de vivienda. No lo conseguimos entender muy bien pero hay por todas partes autocaravanas donde vive la gente, con sus respectivos coches (nuevos y destartalados) en la puerta de casa. Incluso en el Desierto de Mohave, el cual bordeamos, se ve por aquí y por allá gente viviendo en ellas. Nos resulta curioso además, que la gente viva ahí, porque ¿a qué se dedican? ¿De qué comen? Ni tan siquiera hay tiendas, ni industria, ni nada de nada… sólo una explanada, las autocaravanas y las hileras de buzones en la carretera.
Casi donde Arizona se junta con Nevada y California, paramos en el pueblo de Oatman. ¡¡Qué pasada!! Más que de los años 50 parece que estás en el decorado de una película de indios y vaqueros, con su prisión, saloon, banco, tienda de comestibles… parece un parque temático, pero no lo es… ¡¡es el lejano oeste auténtico!! Además, tiene una atracción turística adicional: hay un montón de burros. En su momento, cuando se abandonó el pueblo, lo burros se quedaron ahí y las nuevas generaciones no se han movido del lugar.
Siguiendo carreteras infinitas por el desierto y compitiendo con los frecuentes trenes kilométricos que vienen y van, cruzamos la frontera entre Arizona y California, la cual marca el río Colorado. Esperábamos encontrar un cartel de Welcome to California, pero nada, se ve que aquí Arnold Schwarzenegger no se gastó los dólares en poner un letrero de bienvenida al estado del que fue gobernador durante ocho años.
Aunque hemos picoteado durante todo el día, aún no hemos tenido una comida como Dios manda, así que haremos una comida-merienda-cena en el famoso Peggy Sue’s 50’s Dinner. Es un lugar muy peculiar, ya que está decorado con todo tipo de recuerdos relacionados con la música, el cine y los famosos de los años 50 en adelante. Es todo muy colorido, genuino e interesante; además, está frecuentado por gente de la zona, a excepción de algún que otro turista. La comida es típicamente americana: hamburguesas, sandwiches, carne a la parrilla… todo muy saludable, sí. Y luego, te plantan a la esquelética Betty Boo como icono del lugar… ejem. Las camareras (que siempre han sido mujeres) están entraditas en carnes… y en años. Se ve que han sido fieles a su dieta y a su empresa. Por cierto, no sé qué obsesión tiene este país con el aire acondicionado; dentro hace un frío que pela y varias son las personas a las que oímos estornudar... ¡¡vamos a acabar con un resfriado colectivo!!
Y, una vez más en carretera, recorremos nuestra última etapa de la Ruta 66: llegar a Los Ángeles. Hemos estado todo el día recorriendo una carretera muy tranquila y con poco tráfico; pero, ha sido entrar en el Gran Los Ángeles y todo ha cambiado: seis carriles por sentido, una malla de autovías por todos los lados y un tráfico infernal. Es viernes por la tarde y los carriles con sentido salida de la ciudad están saturados de coches, mientras que los de entrada son densos pero fluidos. Cogemos unas siete autovías diferentes y tardamos más de una hora en "entrar" a la ciudad… porque desde que entramos en zona urbana hasta que llegamos a nuestro hotel cerca del centro hay unos 75 kilómetros… ¡¡75 km!! No es tampoco de extrañar, ya que el Gran Los Ángeles es la ciudad más extensa del mundo. Pablo ha conducido magistralmente, con un tesón y valentía admirables en una jungla de automóviles. Y ahora, a descansar… pero sin soñar con Los Ángeles, que estando aquí no es necesario.
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