Durante los últimos dieciséis días hemos dormido con una temperatura superior a veinte grados y casi habíamos olvidado lo plácidamente que se duerme cuando te tienes que echar una mantita por encima. Como estamos en el punto más al sur de nuestro viaje, se nota que las temperaturas son más frescas. También quizá dormimos mejor porque el viaje está terminando y ya no hay que estar alerta de que algo salga mal: ya no hay vuelos que coger, coches que alquilar o contactar con propietarios de alojamientos; todo ha salido según lo esperado.
Organizamos la mochila y dejamos en el apartamento algunas prendas que ya no queremos. No sé muy bien el porqué pero, a pesar de haber dejado un tercio de la ropa que traíamos, las mochilas no parecen disminuir… seguramente porque cuando inicias el viaje llevas todo plegado y ordenado como manda Mari Kondo… pero con el tiempo vas restándole importancia al orden perfecto. Démosle también un aire romántico y digamos que ahora las traemos llenas de recuerdos… arena de Lençois, tierra del Amazonas, aguas fecales de Manãos… recuerdos que se irán con prelavado y programa largo.
Sin muchas pretensiones de descubrir algo nuevo, salimos a la calle. El edificio de apartamentos está bien, pero sus colores grises le dan un aire carcelario. Además, la alcaide de la portería se niega a guardarnos las maletas en el hueco de la escalera porque dice que no tiene autorización. Subo al apartamento para conectarme al wifi y decirle a la propietaria que la ponga en vereda… pero al bajar nos encontramos con el portero (aunque ya no tenemos claros los roles) y nos guarda gustosamente nuestro equipaje en esa escalera que si necesita autorización, pero de sanidad.
Nuestra primera visita de hoy nos lleva hasta el Mercado Municipal. Es un lugar lleno de puestos de frutas exóticas y locales donde comer, además de un mercado al uso. Todos los de los establecimientos nos abordan para que compramos o consumamos en su local, incluso cuestionándonos cuando les decimos que no tenemos hambre para que no insistan. Es una mentirijilla, porque, realmente, sí queremos comer pero en un sitio que leímos en internet que era típico.
Encontramos el bar Mané, donde su bocadillo de mortadela se ha vuelto en todo un clásico, que otros locales copian. Nos pedimos uno para compartir y, para ser mortadela con queso, está bastante rico y es contundente. Otro bocado típico de este mercado es el bocadillo de bacalao, pero estamos tan llenos que lo dejamos para una futura ocasión.
Del mercado, caminamos hasta la Catedral, un enorme templo de estilo neogótico que es un remanso de paz… y de limpieza. Se está fresquito y, hablando de nuestras cosas, hacemos tiempo. En esta ciudad una cosa llamativa es el número de policías que se ven; casi en todo momento hay alguno en tu campo de visión… puedes jugar a “Dónde está Wally” cada vez que giras en una calle.
Hoy es domingo y la ciudad parece bastante tranquila. Igual nos hemos acostumbrado, pero sigue habiendo mucho vagabundo tirado por las calles. Parece que es algo asumido, porque se ve que les reparten comida, dado que todos están almorzando del mismo tipo de plato desechable.
Damos un último paseo por el centro, donde se encuentra el Farol Santander, que es el Empire State paulista. No sé si tendrá algo que ver con el banco, aunque por todo el país hemos visto sucursales del banco español. También vemos el Teatro, el Monasterio de San Bento, un centro comercial, el ayuntamiento, … Hoy vemos la ciudad más tranquila y segura.
Pero ya el tiempo se acaba y toca despedirse de São Paulo y de Brasil. Un uber nos lleva hasta la terminal 3 del aeropuerto de Guarulhos donde, mirando hacia atrás, recorremos mentalmente este viaje que han sido muchos en uno: Río de Janeiro con sus lugares icónicos, Brasilia con sus edificios de Niemeyer, Chapada dos Veadeiros con sus cascadas de agua, las playas de Recife, las dunas de Lençois, la naturaleza en el Amazonas y la urbanita São Paulo han sido experiencias totalmente diferentes entre sí y, a la vez, han sido los ingredientes para cocinar esta aventura estival.
Brasil nos ha sorprendido. Esperábamos un país mucho más evolucionado, más limpio y con menos pobreza; nos imaginábamos una naturaleza salvaje con un montón de animales, playas paradisíacas y gente bailando samba mientras toman caipirinha. También pensábamos que la arquitectura colonial había dejado un legado que cuidar y poner en valor. Sin embargo, nos hemos encontrado un país muy relajado, donde no parece existir el estrés occidental y la gente sonríe sin preocuparle si tiene más o menos cosas. Ha sido bonito también descubrir un país que no está edulcorado para el turista: son lo que son y tienen lo que tienen. Con el tiempo, se terminará puliendo este diamante en bruto, pero perderá ese aire genuino del que hemos gozado y que nos alegra haber conocido.
El vuelo de regreso vía Roma está a punto de despegar y, con él, acabaremos nuestra incursión en América del Sur. ¿Será el principio de un nuevo territorio por explorar? Seguro que pasará el tiempo y recordaremos los buenos momentos vividos en esta parte del mundo, así que, quién sabe si pronto volveremos la vista a algún país latino-americano.
Ahora toca relajarse, descansar y, dentro de unos días… comprar una manta para cama que no sea tan tribal.
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