Comenzamos el día con la tecnología revelándose contra nosotros. Al ir a facturar el vuelo a Brasilia de mañana, es imposible hacer el check-in online ni usando los móviles ni usando la tableta. Debe de haber algún error por el cuál al detectar que somos extranjeros no nos permite avanzar. ¿Nos cobrarán un buen fajo de reales si mañana vamos al mostrador? Como no queremos que Air Gol nos “meta un gol”, se nos ocurre instalarnos la app en el móvil y… ¡¡lo conseguimos!! Ya tenemos las tarjetas de embarque aunque hayamos perdido casi una hora en todo el proceso.
Aliviados y con todo resuelto, salimos a la calle a disfrutar del buen clima de esta ciudad. Técnicamente estamos en invierno, pero a las ocho de la mañana ya hace unos veinticinco grados… para envidia del Cantábrico más oriental. Mientras la ciudad va despertando, caminamos hasta nuestro primer destino de hoy, las Escaleras de Selarón. Un artista chileno se dedicó durante años a decorar con azulejos una escalinata que ahora es lugar de visita obligada para los instagramers por su explosion de colorido. Aunque los azulejos del artista representan mujeres negras embarazadas, también colocó decenas de azulejos que la gente le llevaba de todas las partes del mundo. Pablo enseguida encuentra uno de Toledo… así que busco sin descanso alguno de Bilbao… hay de Sevilla, Madrid, Barcelona, Cuenca, Girona… y de repente encuentro uno de ¡¡Euskal Herria!! Nos vamos a 9.000 kilómetros y por encontrar un trozo de cerámica de nuestra tierra parece que hemos encontrado un trébol de cuatro hojas. ¡¡Recuperemos la cordura!!
Una vez más, vuelve a ocurrir lo de siempre… llegamos a un sitio y no hay nadie… nos ponemos a hacer fotos y enseguida aparece la marabunta. Así que, subimos y bajamos las escaleras observando el origen de los azulejos y ponemos rumbo al siguiente destino, dejando a la gente haciendo cola para capturar poses artificiales. Estamos en el barrio de Lapa, la zona bohemia de la ciudad. Lo de bohemia es gracioso, porque es la sal y pimienta para dotar de dudoso encanto a un barrio algo descuidado: bonitos edificios portugueses abandonados, calles decrépitas con bastante suciedad, y por aquí y por allá algún vagabundo. Aún así, esta parte de Río de Janeiro tiene su punto nostálgico y caminando por sus calles llegamos hasta el Acueducto de Lapa, construido por los portugueses para traer agua desde el río Cariocia.
A pocos metros se encuentra la Catedral Metropolitana, un icono arquitectónico del centro de la ciudad. Tiene forma de volcán y menos mal que hay un campanario y una cruz, porque si no, uno pensaría que es el Space Mountain. Por dentro, llama la atención los cuatros conjuntos de vidrieras y la altura que tiene la estructura. Cuando entramos, están celebrando algo relacionado con la Virgen María, ya que muchos fieles portan imágenes y el obispo cierra la comitiva.
Ya en el corazón de la ciudad, recorremos los edificios más emblemáticos: el majestuoso Teatro Municipal, el Palacio Triadentes (fue el Congreso y hoy es la Asamblea), el Palacio Imperial (antigua residencia de reyes y emperadores), ... pero lo que más disfrutamos resulta ser un pequeño mercadillo en la Plaza XV de Noviembre donde nos tomamos un pastel de queso y una botella de zumo de caña de azúcar con refilling incluido… amenizado con un grupo que toca bossa nova.
Visitamos en el Banco de Brasil una exposición, nos hacemos fotos con la Iglesia de Nuestra Señora de Candelaria, vemos un barco en el Espacio Cultural de la Marina, … y bordeando el mar llegamos hasta la nueva joya arquitectónica de la ciudad: el Museo del Mañana proyectado por el arquitecto español Santiago Calatrava. Tal y como nos tiene acostumbrados el edificio es blanco, con mezcla de líneas rectas y curvas, un gótico futurista con estructuras imposibles. Aunque no estaba entre nuestros planes visitarlo, Pablo me anima y termino entrando yo a visitarlo; el museo tiene multitud de instalaciones que exponen cómo hemos evolucionado como pobladores del planeta Tierra y los límites hasta donde lo estamos llevando… y la extinción del ser humano a la que parece que nos dirigmos. Aúnque a veces parece un poco apocalíptico, deja una puerta abierta a la esperanza… recordando que, con cada pequeño paso que damos, podemos hacer grandes cambios. En una de la instalaciones hago un test para saber el tipo de persona que soy… y, tras responder a preguntas sobre diferentes temas, el veredicto es que soy un “marciano melancólico”... porque miro al pasado sin tener en cuenta que la tecnología puede mejorar el futuro. Bueno, visto así…
Seguimos nuestro recorrido y descubrimos por casualidad el barrio de Saara, con un buen par de calles comerciales. A diferencia del distrito financiero donde no había casi nadie, aquí hay mucha gente paseando y comprando. Hay de todo, pero lo que más nos llama la atención son las tiendas de textil para el hogar que parece que en España han desparecido… ¡¡Mira qué toallas!! ¡¡Qué manteles!! ¡¡Qué alfombras de baño!! Ay, que parecemos una madre de los 80… pero es que esto es un paraíso de “decoraçao”. Como no tenemos mucho espacio en la maleta y queda mucho país por recorrer, nos ceñimos a comprar ropa interior… los calzoncillos que entran por los que salen.
Seguimos nuestra ruta y llegamos hasta el Real Gabinete Portugués de Lectura, otro magnífico edificio de arquitectura colonial portuguesa. La idea era visitar la preciosa biblioteca que alberga en su interior, pero para cuando llegamos, ya está cerrado. Otro edificio también muy interesante es la Cafetería Colombo, uno de los establecimientos más elegantes del país. Como aun no hemos comido, sólo entramos a verlo… ¿quizá un café más tarde?
Pasan de las dos y aún no hemos comido… así que volvemos a una zona muy animada con mesas en la calle y musica en directo. El ambiente es muy distendido y los platos parecen generosos, así que nos quedamos en un restaurante en Rua do Ouvidor, donde elegimos “Churrasco misto para dois” y una botella de cerveza. De nuevo, no conseguimos terminarnos los seis platos que lo componen: alubias, arroz, patatas fritas, huevo con polenta, vinagreta y mezcla de carnaza. Alguien que yo me sé hubiese pedido un tupper para llevar y salvar un par de cenas.
Estamos muy cerca del puerto de donde salen los ferries a la vecina ciudad de Niterói, así que, pagamos el euro y medio que cuesta cruzar la bahía de Guanabara y en poco más de 20 minutos desembarcamos. Desde aquí, podemos ver la ciudad de Río de Janeiro con una amplia perspectiva y con el aeropuerto Santos Dumont en plena bahía. Pero realmente, lo que queremos visitar aquí son dos edificios del arquitecto modernista Oscar Niemeyer.
El primero de ellos es el Museo de Arte Contemporáneo, que tiene forma de platillo que el arquitecto diseñó cuando ya celebraba cién primaveras. Está en plena costa, al lado de una especie de Benidorm brasileño. Hoy la visita es gratuita y entramos a verlo y, sobre todo, ver las vistas desde sus cristales inclinados. Casualmente, hay una performance de danza moderna donde, además, reparten canapés y bebidas. Así la cultura sí que llega al pueblo, ¿eh?
El otro conjunto de edificios que visitamos es también de Oscar Niemeyer, compuesto por el Teatro Popular, el Auditorio y la Fundación Niemeyer. Mañana visitaremos Brasilia, así que esto se podría considerar como un pequeño aperitivo del buffé libre que nos espera.
Ya ha anochecido y toca volver al ferry y caminar hasta el hotel. Hoy es nuestro último día en Río de Janeiro y el balance es muy positivo. Esta ciudad es un conjunto de muchas ciudades diferentes que no tienen nada que ver entre sí: el ambiente veraniego de Copacabana e Ipanema, la sobriedad de la zona financiera, el ambiente distendido del puerto, el bullicio de las calles de tiendas, el turisteo en el Cristo y en el Pan de Azúcar, … aquí cada uno puede encontrar un trocito de ciudad que se le acomode. A veces puede resultar una ciudad fría como las rejas que ponen para proteger las propiedades; a veces puede resultar cálida como cuando injertan delicadas orquídeas en los troncos de las palmeras… tan pronto puedes ver una bonita cafetería donde tomar un café “médio”, como ves a gente cenando en un garaje lleno de cachivaches. Hay que vivir esta ciudad… pero sobre, todo, hay que reir en Río.
Marciano melancólico....espera que todavía no me repongo...,¿Melancólico?...oye pues es estar como en Portugal, con la ropa de cama...muy retro. Oye, me encanta Rio!!
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