¿Qué es ese ruido? ¿Está lloviendo? Ah, pues sí, es una pequeña tormenta tropical con aire huracanado y mar con fuerte marejada. Nuestro estudio en el barrio de Boa Viagem está, literalmente, en primera línea de mar, que no “de playa” porque el oleaje rompe directamente en el paseo marítimo… si a eso le sumamos que el piso no está muy bien aislado y que no ha catado una prueba Blower Door, tenemos como resultado un pasillo de aire que Avintia solucionaría con silicona y gomas. Bueno, toca esperar porque aquí el tiempo es cambiante y seguro que en breve dejará de llover.
Y así es… en poco tiempo estamos en la calle esperando a que pase el autobús que nos llevará al centro de Recife, capital del estado de Pernambuco. Una cosa a la que no conseguimos acostrumbrarnos es al hecho de que en las marquesinas no pone qué lineas pasan, ni horarios, ni nada de nada. Tienes que estar haciendo sentadillas para vislumbrar a lo lejos si el número del autobús es el tuyo y más vale tener una vista como la de un lince con binoculares… ah, y estar rápido tanto para indicarle al conductor que pare como para correr antes de que arranque sin ti porque, claro, nunca para donde estás tú. Otra cosa que nos sigue chocando es que haya un torno dentro del autobús y que éste sea para talla 40 cuando aquí la gente es, digámoslo finamente, de “complexión gruesa”. También resulta curioso que en el parabrisas te indica el precio del viaje, que cada autobús cueste diferente, y que el precio no sea proporcional al recorrido de la línea. Y, por último, como no se indican las paradas, o tienes un móvil para controlar la ubicación, o puedes terminar durmiendo en cocheras.
Ya en el autobús, pasamos de unos 30 grados en el exterior a unos 12 en el interior… si viniera aquí Mr. Sánchez les plantaría un Real Decreto que los dejaría tiritando (o, quizá, les evitaría tiritar). ¿Hay que venir con escafandra para viajar en transporte público o qué? Bueno, para abstraernos de este modo no-frost, observemos el paisaje… hay muchísimas torres de apartamentos por todos los lados, la mayoría de entre 20 y 40 plantas; siempre pensamos en Benidorm como ejemplo de ciudad con rascacielos, pero en comparación con Boa Viagem, la localidad alicantina sería tan sólo un pequeño barrio. Sin embargo, una cosa que observamos es que los edificios nuevos se ven flamantes… mientras que los que ya tienen un tiempo se ven algo deteriorados; como ocurre en muchos países que hemos visitado, suele ser habitual que se construya y no se piense en el posterior mantenimiento y, como resultado, se acaban teniendo núcleos de “viejos nuevos edificios”; una vez más, tenemos que estar satisfechos de que en nuestro país se conservan mejor las cosas.
Hay muchísimo tráfico por todas partes, y tardamos casi una hora hasta llegar al centro. Al bajarnos, agradecemos el calorcito del aire… pero a la vez nos golpea el olor a cañería que suele haber en muchas ciudades costeras. El paisaje se ha vuelto un tanto desolador: edificios con grafitis incluso en las plantas altas, basura por las aceras, tráfico agresivo y gente con pinta regular. Bueno, seguro que esto mejora, tan sólo hay que buscar. En información turística, una risueña joven nos da un montón de mapas y nos indica el recorrido a hacer… ¡¡en Uber!! “Pero, ¿no se puede ir andando?” le preguntamos; “Bueno, mejor id en Uber porque es un poco peligroso” nos responde. Pues esto sí que es animar, ¿no?
Para coger fuerzas, empezamos bebiendo agua de coco verde… que también nos puede servir para darle un cocazo al que intente hacernos algo… no es sólo una bebida, es también un arma blanca, bueno, verde en este caso. Comenzamos nuestra visita por el Antiguo Recife, por una de las calles más importantes de la ciudad, la Rua do Bom Jesus. Aquí se encuentra la Sinagoga Kahal Zur Israel, la primera sinagoga que se estableció en el continente americano; y, lo que son las cosas… resulta que los judíos se llevaban muy bien con los holandeses que eran los que gobernaban en su momento; pero, luego cuando vinieron los portugueses, por un tema racista, los echaron de la ciudad… y se fueron a lo que era Nueva Amsterdam, hoy Nueva York… Recife podría haber tenido el esplendor de la gran manzana si no hubiera sido por el dichoso racismo.
En la misma calle, se encuentra el museo de los Bonecos Gigantes; son una especie de Gigantes y Cabezudos muy típicos de Recife y de la vecina Olinda. Suelen pasearlos en los carnavales y representan a gente local, nacional y también a famosos de todo el mundo. Algunos están realmente bien hechos y cuando los miras parece que van a decir “buh” y pegarte un susto.
Muy cerquita también está el Museo del Frevo, un baile típico que se baila sujetando un pequeño paraguas de colores… paraguas que está en todas las tiendas y representado por todos los lados. Muy cerquita también está la Plaza Marco Zero, en cuyo centro hay una chapa que marca el kilómetro cero de las medidas viales del estado. En esta plaza hay bonitos edificios, pero están bastante mal conservados. También hay algunos supuestos guias que intentan engancharte para enseñarte la ciudad.
En un lado de la plaza se encuentra el Artesanato de Pernambuco, un mercado de artesanía con cientos de objetos donde elegir. A Pablo le gusta todo y yo ya me veo con la manta para cama, peces decorativos, cuadros coloridos, platos, vasos, decoraçao variada y alguna que otra estatuilla para hacer budú. A mí es que me parece todo demasiado tribal y no acabo de encajar el uso que se le pueda dar a cada cosa una vez satisfecho ese primer impulso de comprar. Si entra una figura de animal más en casa, me compro una túnica y me vuelvo chamán.
Visto el Antiguo Recife, nos dirigimos a ver el Recife Central… que está a diez minutos andando y que, obviamente no seguimos el consejo de ir en Uber. Pero por el camino, una chica nos dice “¿Os puedo dar un consejo? No llevéis las mochilas en la espalda, llevadlas por delante”. ¿Pero acaso estamos entrando en el Bronx brasileño? La verdad es que, La Moraleja no es… y que te avisen los locales del peligro, no les muy alentador. Pero bueno, como somos unos machotes, llegamos caminando hasta la Casa de Cultura de Pernambuco… no, no es el típico lugar donde los jubilados van a leer la prensa gratis; sino que se trata de una antigua cárcel que ahora es un centro de artesanía. Ay, que al final acabo con la manta para cama... El sitio es muy peculiar porque las tiendas están en lo que eran las celdas de los presos, hay tres naves en cruz y desde el centro hay un mirador que era desde donde el guarda controlaba a los reos. La manta para cama va a traer espíritu de reo y todo.
La verdad es que la zona turística de Recife nos ha decepcionado bastante. Hay algunos edificios bonitos como el teatro, palacetes e iglesias, pero el resto de edificios están en bastante mal estado. Hay muchas casas típicas coloniales que están en total abandono y cuyo esplendor aún se vislumbra; pero vamos, que en general, huele regular, es feo y, además, parece peligroso. Para colmo, la Capilla Dorada, que era uno de los sitios más importantes a visitar, estaba cerrada cuando llegamos.
Dando por finalizada la visita a Recife, decidimos replanificar y visitar la vecina Olinda por la tarde. Se supone que es una de las poblaciones que mejor han conservado el ambiente colonial, motivo por el cual es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco… así que seguro que nos quita el mal sabor de boca que nos ha dejado Recife. Para llegar, cogemos un autobús cuya parada tardamos en encontrar. Una vez dentro, la conducción violenta te centrifuga literalmente y, como la mayoría de la gente va en chanclas, seguro que hemos pisado más de un juanete. En una curva cerrada, una loca que montó con nosotros sale disparada y de su bolso sale una piedra. Pero, ¿acaso es la reencarnación de Margaritāo Seis Dedois?
El centro de Olinda es un conjunto de calles con casitas de colores e iglesias de estilo portugués. Seguramente, la importancia radica en que se han preservado hasta nuestros días y que el número de edificaciones es elevado. Pero, como dice Pablo, ¿esto está al mismo nivel que Toledo, Córdoba o Segovia? Tampoco es que seamos entendidos en la materia, pero habiendo visitado 13 de las 15 ciudades patrimonio que tenemos en España, nos podemos permitir la licencia de decir que, al menos visualmente, tampoco es que sea muy impresionante. Y mira que la ciudad tiene ese nombre porque cuando llegaron los portugueses dijeron “oh, linda situación donde construir una villa”.
Comemos y paseamos por las calles de Olinda y ya va anocheciendo… así que toca volver a Recife y, por tanto, cazar los autobuses adecuados. Durante la comida vimos que teníamos que coger dos autobuses; el primero resulta fácil pero el segundo, al que esperamos en una zona bastante extraña, parece que no llega. Decidimos cambiar de ruta y coger cualquiera que nos lleve hasta la estación de metro de Joana Bezerra (ésta debe de ser la prima brasileira de Manuel, el de la línea 6). Cada autobús que cogemos, nos lleva a una zona con peor pinta… pero conseguimos llegar hasta el aeropuerto, donde cuando entras parece que te acoges a sagrado porque el ambiente internacional te protege. No, hoy no toca coger ningún vuelo, sino que toca recoger el coche de alquiler para los próximos dos días. En esta ocasión, la empresa de alquiler se llama Localiza… y debería llamarse “Localiza los siete errores”, porque al revisar el contrato detectamos algunas cosas que están mal. Pablo, que trabaja en compras, casi le hace una PO, un Tender y hasta un Salary Adjustment a la sonriente chica que nos atiende… y que seguro que cuando nos vamos, con todo en regla, piensa “qué pesāāāāāāāāāāos”.
Ya en carretera con un Fiat Argo negro, Pablo redescubre esa tercera palanquita que llaman embrague y ese joystick que hace rugir diferente al motor. ¡¡Vuelta de la transmisión automática a la manual!! Del aeropuerto al apartamento son unos diez minutos de conducción y, en tan poco tiempo, puede pasar de todo… calles desoladas, calles con gente a la fresca, gente corriendo que no sabes si hacen footing o vienen a atracarte, apartamentos de clase media, y primera línea de mar. Según las indicaciones del propietario, aparcamos en la primera plaza según subes la rampa. Pero claro, subir y bajar es relativo… así que encajonamos el coche en una plaza minúscula… para mas tarde darnos cuenta de que no era en el sótano sino en la planta baja… donde hay que encajonarlo en una plaza aún más complicada.
Al final ha salido todo bien. Recife no era lo que esperábamos y Olinda no ha estado mal. Aunque parecía que el peligro nos acechaba, o no ha sido para tanto, o hemos tenido suerte. Y, al menos por el momento, me he librado de la manta para cama del Artesanato de Pernambuco.
A vosotros os van a decir cuidado...¡mejor será que tengan cuidado con vosotros, vamos!. Agua de coco es supercurativo. Preciosas fotos!!
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