En esta zona del planeta, en algunos alojamientos, estamos viendo que hay mucho hippie suelto. Me atrevería a decir que, como hace buen tiempo y es un destino “arreglado”, mucha gente que quiere desconectar de la vida urbanita elige países como Brasil, donde parece que es todo sui generis. Ayer nos acostamos con unos haciendo un poco de ruido… y quién sabe si esos mismos han despertado a los mismísimos gallos para que canten antes de que suene el despertador. Para variar, a las seis de la mañana ya estamos en marcha e, inevitablemente, cruzando la calle de arena para llegar al coche… pero ¡atención! que no es una calle con algo de arena… es igual que andar por una playa con la arena seca llevando, además, la mochila en la espalda.
Hoy seguiremos explorando el Parque Nacional de Lençóis Maranhenses. Si ayer lo hacíamos desde su flanco oeste, hoy lo haremos desde el este, desde el pueblo de Barreirinhas, que está a unos 150 kilómetros de distancia. Hoy tenemos dos actividades contratadas y hoy, al igual que ayer, pasarán por el alojamiento a recogernos. Pero claro, es el alojamiento en el que nos quedaremos esta noche, así que nos acercamos a ver si hay suerte y pudiéramos entrar. Al llegar, preguntamos en el alojamiento de enfrente y nos dicen que son los mismos propietarios y que no, que aún no está limpio el “chalé” que hemos reservado. Les decimos que nos quedamos un rato por allí porque nos vienen a recoger y, muy amablemente, nos invitan a desayunar; “Preço?” le pregunto sin rodeos; la propietaria es muy agradable y, aunque no entendemos su portugués, cuando en la misma frase dice “desayuno” y “gratis”, nos unimos al pequeño bufé que están disfrutando otros huéspedes.
Con la taza vacía de café aún caliente, llegan los de la excursión y, como hay muchas agencias, salimos a comprobar si es la nuestra; vaya, señalando la lista nos indican que están buscando a un tal “Josebar”... si algún día me dedico a la hostelería me han dado una idea de oro para el nombre. Somos los primeros que recogen, así que nos apoltronamos (aquí siguen utilizando la palabra poltrona con el sentido de asiento) en la primera fila del turismóvil (es como el papamovil en plan furgoneta con hasta 12 turistas).
Después de recoger a otros clientes (ninguno extranjero) salimos del pueblo para adentrarnos en la jungla. Enfilamos una carretera de grava rojiza acotada por una abundante masa vegetal… ¡¡ésta sí que es la imagen de Brasil que yo me imaginaba!! De vez en cuando vemos construcciones de paja, casas en las que habita gente, que, de hecho, está por la zona. Aquí, no hay ni trampa ni cartón. Recorremos durante 50 minutos esta carretera, hasta llegar al punto donde comenzaremos una actividad que consiste en bajar un tramo del río Cardosa en un flotador.
Puede parecer infantil, pero no hay ningún niño; puede parecer una turistada, pero sólo hay dos y somos nosotros; puede parecer algo aburrido… ¡¡y al contrario!! Somos como unas quince personas y van con nosotros dos monitores que controlan que no nos quedemos atascados en los laterales o que no choquemos contra un tronco y pinchemos los flotadores; lo curioso es que ellos van nadando, intentando que la experiencia sea total. Es muy agradable, relajado y con el “ay, que me choco contigo” resulta también divertido. El entorno es una auténtica gozada: el río limpio, con un suave movimiento; palmeras, lianas y abundante vegetación por todos los lados; y, lo que no nos esperábamos… ¡¡ni un solo bicho!! Teníamos un poco de miedo de que con el agua hubiese un exceso de insectos y resulta que no hay absolutamente ninguno… y yo con este olor a Eau de Relepent.
Terminamos el recorrido en un muelle donde hay un pequeño restaurante, que seguramente lo lleve una familia de la zona. Mientras nos hacemos fotos, nos fijamos en un niño de unos seis años que es un auténtico torbellino: se sube a las palmeras, corretea, se sube a un árbol, se tira al río, nada como una ranilla, aparece con un arco de madera… cuando retomemos la rutina, quiero desayunar lo mismo que él. Además, tiene su corazoncito, porque al ver que lo miramos, nos regala, además de su sonrisa una flor de nenúfar que huele fantásticamente. Es reconfortante ayudar a las comunidades locales… pero es más aún, lo que las comunidades locales nos ayudan a nosotros, sin ellos ni siquiera saberlo.
Al ir a ponerme la camiseta, reparo en que me he quemado entero por no haberme dado protección. Como hacía buena temperatura y el sol al principio no daba directamente, no nos hemos echado protección y… ¡¡cómo tengo el pecho!! Pablo se ríe de mí porque tengo, debido a la posición en el flotador, alternadas michelines rojos y pliegues blancos… perdona, pero no estoy quemado a ronchas… ¡¡me he dorado la bandera del Athletic!!
Nos llevan de nuevo hasta Barreirinhas y nos dejan en el “chalé” que sigue sin estar preparado, aunque nos dan ya las llaves para cuando volvamos esta tarde. Tenemos una media hora para comer antes de que nos recojan para la siguiente excursión, así que probamos suerte en un restaurante flotante en el río Preguiças. Pedimos unas gambas (que vienen con arroz y tapioca) y una cerveza para compartir… pero, a medida que pasa el tiempo, vemos que cada vez estamos más apurados para llegar a tiempo a la excursión… así que, finalmente, después de que todos los camareros nos miren como si estuviéramos pirados, conseguimos que nos lo preparen para llevar. Pues nada, hemos almorzado una cerveza y tenemos gambas con guarnición para cenar.
Poco después de la hora programada, estamos subidos a otro turismóvil dirección a las dunas. En la excursión de hoy visitaremos la que se conoce como la Laguna Bonita. En el recoger de pasajeros se sube un matrimonio de italianos, con los que nos meamos de risa… ¡¡por fin unos turistas extranjeros además de nosotros!! Son unos cachondos y nuestro humor es parecido, así que a lo largo de la excursión estaremos en contacto, porque, los brasileños resultan algo distantes… ¡¡ni tan siquiera preguntan a ver de dónde somos!! Con apenas extranjeros, ¡¡deberíamos ser muy exóticos para ellos!!
Para llegar hasta Isla Bonita vamos hasta el río, donde cruzamos en una barcaza. Después, recorremos kilómetros y kilómetros de carreteras de arena, flanqueados por una vegetación que forma, en cierto sentido un pasillo. Como la arena está muy irregular, el 4x4 nos zarandea, nos hace saltar e, incluso, tener la sensación de que vamos a terminar volcando; además, las ramas de los árboles chocan contra el techo y más de una vez te llevas algún susto. Una mujer solicita parar el vehículo porque se está mareando y se coloca en primera fila a nuestro lado… ¿habéis oído la noticia del de la diarrea del avión Atlanta-Barcelona? Pues aquí las filas 2 a 4 peligran…
Llegamos a un aparcamiento donde estacionan todos los vehículos. Ahora toca subir a pie una duna para después caminar hasta la Laguna Bonita. La verdad es que es un sitio, tan espectacular, que nos resulta raro que no sea apenas conocido… es una auténtica pasada. Caminamos por las dunas hasta llegar a la laguna objetivo. Bonita es, pero, no sé si fue por la novedad o por los colores verdosos, pero las lagunas de ayer nos gustaron más; podría ser, quizá, por el hecho de que ayer la gente estaba más repartida en diferentes dunas; mientras que hoy y a esta hora, parece que todas las excursiones por las dunas se concentran aquí.
Subimos las dunas del perímetro, nos hacemos fotos, nos bañamos, más fotos, … queremos saciarnos de este asombroso paraje porque, con lo grande que es el mundo, raro sería que volviéramos aquí… ¡¡pero nunca se sabe!!
La tarde va cayendo y caminamos hasta un punto en concreto desde donde veremos la puesta de sol. Mucha gente sólo mira cómo desciende el Astro Rey, pero a mí me da por observar cómo van cambiando los colores de las dunas; nada más llegar tenían un color chocolate blanco; después, con las primeras sombras, aparecieron partes grises azuladas; y, ahora, que el sol empieza a esconderse, las dunas parecen enormes montañas de sal. Si ya de por sí este sitio es mágico, la puesta de sol acaba convirtiéndolo en un lugar fascinante.
Nos despedimos de Lençóis Maranhenses volviendo al turismóvil y comenzando el camino de regreso a casa… por esos caminos de arena que, si antes se nos hicieron interminables, ahora hay que sumarle la oscuridad y los faros de los vehículos. Con los zarandeos, saltos, giros, ramas que chocan… buf, con tanto sobresalto parece el tren de la bruja. Eso sí, aquí no salen seres fantasmagóricos, sino algún jabalí y alguna cabra por ahí perdidos. Y cuando pensábamos que ya habíamos llegado, resulta que toca volver a cruzar el río con la barcaza… ¡¡se nos había olvidado!!
Después de repartir al resto de compañeros de excursión por sus alojamientos y darles un besito de buenas noches, jugamos a adivinar “atril o nevera”... hay muchos locales donde preparan misas evangélicas y muchas casas en las que tienen la puerta abierta y lo primero que se ve justo enfrente es un arcón congelador. Llegamos a nuestro alojamiento de hoy, el Chalé do Río. Es un lugar encantador, como una casa de dos plantas, en la que en el planta de abajo hay una cocina con una pequeña zona de estar sin paredes. Es ya de noche y no se ve el río, aunque se oye… así que, como mañana no tenemos prisa en irnos, disfrutaremos de las vistas.
Al entrar al chalé, vemos que hay una especie de fiesta en el bar de enfrente. Habrá como unas ocho personas bebiendo y con la música a tope. Después de ver la casa, salimos y entramos en el bar… donde nos ponen cara de “ay, que seguro que vienen a quejarse por la que estamos liando”... pero no, porque les decimos “¿tenéis cerveza?”. Es que no hemos podido comprar nada en todo el día… a excepción del menú de gambas para llevar que no pudimos consumir en el local. Sólo tenemos un billete de “los grandes” de 200 reales y algo de calderilla… y, sorprendentemente, el propietario con pinta de malote nos perdona los dos reales que nos faltan. Más majo... estoy por cederle la idea de ponerle a un bar el nombre de "Josebar". Pues nada, a cenar y a tumbarse en la hamaca a disfrutar de la fresca, que nos lo hemos ganado.
Hoy ha sido un día de sensaciones. La tranquilidad del descenso en el río, la genuinidad de la gente que habita en la zona, las amplias vistas del camino, las hermosas dunas con lagunas… muchas veces nos esforzamos en buscar momentos irrepetibles… pero son ellos los que te encuentra a ti. Eso si, venir a Lençóis Maranhenses, ayuda…
¡¡Qué precioso!!, qué fotazas, qué rojo intenso Joseba... qué envidia!!
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