Cumplo las tres R de reducir, reutilizar y reciclar… pero coger tanto avión para recorrer Brasil es todo un sacrilegio para el medio ambiente. Con el vuelo de anoche hemos cerrado el círculo dentro del país sumando la friolera de 8.600 kilómetros quemando keroseno. Como penitencia, haré tres duchas frías, reciclaré cien envases nuestros y haré un acto de contrición de la orgánica. Mi acto de buena fé vendrá cuando cancele los tres segmentos adicionales de este vuelo… porque resulta que, cuando buscábamos un vuelo de Manãos a São Paulo, si cogías sólo este trayecto salía cuatro veces más caro que si a ese segmento le sumabas continuar a Brasilia, volver a Manãos y finalizar en Santarem. Así que, compramos un billete que incluía volver a la casilla de salida para llegar a la ciudad de al lado… ¡¡no tiene ningún sentido!! Así que, una vez hayamos llegado a São Paulo, cancelaré los vuelos que no vamos a utilizar para que no viaje el asiento vacío y se optimice la quema de keroseno.
Como era de esperar, en el vuelo dormimos poco y mal. Además, no habíamos caído en que el vuelo no son cinco horas, sino sólo cuatro, ya que recuperámos la hora que restamos cuando llegamos al estado de Amazonas. Por si fuera poco, sólo nos han dado de comer dos galletas del tamaño de una moneda de dos euros y un café sólo, ideal para que entre el hambre y la cafeína estés más activado que un gato observando un puntero rojo. A las ocho de la mañana hora local, en la aproximación a São Paulo, me emociono al ver los innumerables barrios con torres de viviendas que salpican la ciudad… 30 pisos, 25 pisos, 40 pisos, favela, 15 pisos, favela, favela, borracharía, … Ay, que pensábamos que habíamos dejado para el final la gran ciudad moderna y urbanita, y me da que va a haber también algo de cochambre.
Hay cosas que no entiendo… en todos los aeropuertos de Brasil que hemos visitado, la puerta de salida está escondida. Aunque no facturamos equipaje, es llegar a la zona de cintas y quedarnos con cara de póker… “¿Ves la señal de Saída? Pero si hemos seguido los letreros” le digo a Pablo. Más de una vez me he acercado a lo que parecían puertas automáticas y he estado a punto de hacerme un chichón y hacer el ridículo. “Vamos a ver, ¿por qué las pintáis de negro? ¿O las escondéis detrás de enormes pantallas led? A ver si va a ser que no queréis que veamos cómo tenéis el país, ¿eh, pillines?”
Le hemos cogido el gusto a Uber y, para evitar dos horas de transporte público, nos pedimos uno que nos recorre los 30 kilómetros que hay hasta el apartamento en algo menos de media hora. Como siempre, mendigando el wi-fi gratuito que hay en los aeropuertos, donde aprovecho también para ponerme en contacto con la propietaria del apartamento que hemos alquilado. Y pensar que los pilotitos verdes de nuestro router están aburridos a miles de kilómetros… habrá que bajarse algunos torrents a la vuelta para que vuelva a la rutina.
En nuestro periplo por las ciudades que hemos visitado siempre nos ha ocurrido una cosa curiosa: cuando le preguntábamos a algún uberista a ver si su ciudad era peligrosa o que la comparase con la anterior en la que habíamos estado, siempre era la otra la “chunga”. La realidad es que ninguna nos ha parecido peligrosa, aunque, para ser justos, tampoco es que fueran Disneylandia. Pero al llegar a São Paulo y ver el panorama, se nos “recoge el pitilín pa´dentro”. ¡¡J-o-d-e-r!! En comparación con esto Ricky de The Walking Dead era Dora la Exploradora. Gente durmiendo en el suelo, dentaduras con más huecos que una corredera de Novoveral, ropa mugrienta que mueve el cuerpo que atrapa dentro… ¿pero para esto me he puesto yo decente cambiandome en un minúsculo baño del aeropuerto a riesgo de pisar pises? Bueno, no seamos agonías, que hay cuatro policías a caballo y unos tres coches de la policía militar para garantizar la nostra segurança. Además, el apartamento parece seguro: para acceder al portal hay dos puertas como las de los bancos, donde una no abre si la otra no se cierra… y por si fuera poco, al llamar al conserje por el portero parece que le estoy dando la contraseña secreta al decir en un rústico portugués “apartamento”, “reserva”, “nome jo-se-ba”... y he debido de acertar porque conseguimos que salga. Como el apartamento aún no está disponible, dejamos nuestras mochilas donde nos indica el conserje… en unas escaleras… ejem… “¿nadie entrare aquí? ¿não, eh?” Por Dios, que mi camiseta sudada que ha empezado a corromperse dentro de la mochila ahuyente a cualquier intruso.
Con un par, vamos a salir a conocer la ciudad aunque ahora el Amazonas nos parezca un jardín japonés. Y antes de pasar por el umbral de la puerta, el conserje nos dice “nãaaaaooooo, guardare celulare, perigoso”. Pues si encima no podemos consultar el móvil para saber por dónde ir, van a quedar sólo huesitos, jijijijiji. Venga va, tiramos en línea recta y vemos el centro en el tiempo que a Pablo le tarda en dar un retortijón… se lo está haciendo encima y decidimos buscar una oficina de información turística para alejarnos. En la plaza de la República, una chica nos da un mapa y… poco más, porque creo que hasta duda de su nombre. Como le pregunte por el Guggenheim se pone a buscarlo seguro.
En los años que llevamos viajando hemos estado en sitios que tenían pinta de peligrosos. Pero, a veces, no es más que eso, una sensación. Pablo intuye que aquí la gente no es que sea pobre, sino que ha “consumido sustancias”, y por eso lleva la alarma encendida desde que hemos llegado. Igual yo soy más inconsciente, pero no me parece para tanto. Desde mi punto de vista, aunque es cierto que aquí hemos visto las peores pintas, el propio entorno te empequeñece: hay torres de apartamentos en muy mal estado de conservación, donde los vecinos no es que hagan barbacoas, sino que te hacen directamente una chasca en el salón. Y, por si fuera poco, todos los edificios están pintorroteados con letras ilegibles… algo que hemos visto salpicado por todo el país pero que aquí es exagerado… Es el Pichação, una especie de contra-arte urbano que nació en São Paulo y que consiste en pintar unas letras raras en los lugares más imposibles de los edificios; por lo visto, hay bandas que están confrontadas y dispuestas a dejar su impronta aún a riesgo de caer y matarse… suele ser gente que se siente excluida del sistema porque considera que sólo sirve para las clases acomodadas. “Ah, claro, te habrán regalado un apartamento y en vez de cuidarlo, prefieres ir por la vida pintando rayajos y quejándote de este sistema capitalista gracias al cual los demás te han dado el apartamento, ¿no? Pues más os valía que vosotros y vuestros primos de Farlopa y DVD Dorek cogiérais más el mocho, que no es Bansky todo el que pinta en una pared”.
Decidimos cambiar de tercio y nos vamos a la Avenida Paulista, calle que alcanza categoría ainhoana. Se trata de una avenida llena de edificios, tiendas y algunos restaurantes. Aún no hemos desayunado, así que, encontramos un sitio con buena pinta y nos tomamos el café mañanero mientras decidimos qué ver.
Suele ocurrir y está ocurriendo. Los dos últimos días de cada viaje son en los que más cansados nos sentimos. Arrastramos cansancio y sueño; nos satura comer tanto y tan diferente a lo nuestro; y, además, éste está siendo uno de esos viajes excesivamente sensoriales, donde tienes mucho estímulo de sonidos, ruido y situaciones que vives. Por no decir que, esta noche hemos maldormido en un avión… así que este día tenemos claro que será para ir sentándonos por aquí y por allá a descansar.
Pasamos el día entrando en algunos centros comerciales, recorriendo la calle Óscar Freire (supuestamente una de las más elegantes) y sentándonos en algún parque a descansar. São Paulo, la mayor ciudad del hemisferio sur, esperábamos que fuera más interesante e, incluso, más “europea”. Una vez más, tiene algunos edificios que tienen muy buena pinta, pero que necesitan algo (o mucho) de restauração.
Antes de que anochezca, volvemos al apartamento y ya podemos entrar en él, a donde ya han subido nuestras mochilas. Está en una planta 13 y está bastante bien. Por la ventana, se ven unas amplias vistas de la ciudad… pero ¿qué le pasa al móvil? Es que hacemos una foto a São Paulo y parece Nueva York… en las fotos sale mil veces mejor de lo que es… ¿A ver si el truco va a estar en verlo todo a través de esa pantallita?
Me cambio de ropa y me pongo una camiseta y unos chinos cortos. “Pero, ¿quieres volver a salir?” me pregunta Pablo. “No, es que ayer me vine arriba y cuando les dimos ropa a los de la familia del Amazonas, les incluí el pijama” le digo. La que hay montada ahí fuera y yo durmiendo con ropa de calle… lo que son las cosas.
Pues en la foto es chulisimo...ya quiero oír en directo 😂
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