Cada día suena antes el despertador y, a este paso, vamos a terminar ganando un día extra de vacaciones a lo Willy Fog. Son tan sólo las cuatro de la mañana y hacemos el check-out del hotel despidiéndonos del tranquilo recepcionista que estos días ha hecho todo lo posible para que tuviéramos una estancia agradable. Dadas las horas, hasta se queda en la puerta del hotel para asegurarse de que vayamos en buena compañía, es todo un padrazo. Mientras, nosotros montamos en el Uber que nos llevará hasta el aeropuerto. Como el coche del primer día, éste también es de gas, algo que debe de ser bastante habitual a juzgar por las ofertas de etanol que todas las gasolineras tienen.
Desde el aeropuerto Santos Dupont, embarcamos en un vuelo que en dos horas nos lleva hasta Brasilia, la capital del país. Durante el vuelo, aprovechamos a recuperar alguna hora de sueño robada, y, para cuando queremos darnos cuenta, ya estamos en la aproximación al destino. Desde el aire, nos resulta curioso que el paisaje no es todo lo selvático que pensábamos y que, sorprendentemente, la tierra es bastante rojiza.
25 minutos antes de lo previsto, ya estamos saliendo de la terminal para coger el autobús que lleva al centro. Viajar en transporte público es, a menudo, toda una experiencia. Por un lado, es curioso que dentro del autobús va una persona sentada en un asiento cuyo cometido es cobrarte el billete (o “tus billetes” porque no da ningún papelito) y accionar un pequeño torno que habrá dejado atascada a alguna persona con un bum-búm generoso. Por otro lado, resulta curiosa la velocidad a la que circulan y el ruido que hace el autobús, como si fuera a romperse… ¿pero acaso conduce Ayrton Senna? También en la carretera nos llama la atención que ponga “PARE” en lugar de “STOP”, eso sí es cuidar la lengua.
Brasilia es una ciudad prácticamente nueva. Resulta que desde hace muchos años se venía pensando en quitar la capitalidad a Río de Janeiro y llevarla a una ciudad que estuviera más en el centro del pais, con el objetivo de unir más a sus habitantes y promover la economía. Esa idea la materializó el presidente Juscelino Kubitschek, quien encargó al arquitecto Oscar Niemeyer y al urbanista Lúcio Costa que idearan la nueva ciudad. El resultado fue un diseño en forma de cruz (algunos dicen que de avión), en el que se reparten los edificios administrativos, los residenciales, hoteleros, etc. Vamos, El Cañaveral pero a lo bestia… a ver si el barrio Vicalvareño consigue también algún día ser Patrimonio de la Humanidad. Bueno, quizá El Cañaveral no llegue a tanto porque Brasilia la construyeron en 41 meses y el barrio madrileño aún no tiene ni metro.
Nada más llegar a la ciudad uno se da cuenta de que es muy grande, enorme, colosal. Antes, pensábamos que esto iba a ser el parque temático de Niemeyer, y resulta ser una planicie casi inabarcable. Es más, es un lugar bastante hostil para el peatón, porque en su momento, cuando se desarrolló en los años 60, se pensaba que el futuro serían los coches, así que prescidieron prácticamente de hacer aceras. De alguna forma, mi camiseta de “bike” predecía que habría sido buena idea alquilar una bici, pero por falta de tiempo e información, decidimos recorrerla a pie “semi muñón ya”.
Empezamos visitando el Museo del Pueblo Indígena, una edificio redondo donde se exponen en una rampa circular objetos de las diferentes tribus que componen el país. El contenido parece algo pobre, ya que, con todas las tribus que existen, se podía haber rellenado el gran espacio que tiene el edificio. A su vez, el edificio resulta un poco descuidado, quizá porque tiene una estructura muy curiosa pero poco práctica para un museo.
El siguiente edificio que visitamos es el Mausoleo de Juscelino Kubitschek, el que fuera presidente del país y artífice de la ciudad. El edificio resulta curioso, pero el contenido parece más bien un lava-cerebros de un mandatario que más bien parecía un dictador… hasta le condecoraron con el Honoris Causa por parte del Reino de España... si es que, en estas cosas, hay que hacer la pelota como sea.
Seguimos recorriendo el eje central bajo un intenso sol, pasamos por la Biblioteca Nacional y ¿qué ven nuestros ojos? ¿Es Saturno? ¡No! Es el Museo Nacional. También gratuito, entramos para ver el continente y el contenido. Al igual que del Museo del Pueblo Indígena, el edificio resulta ser una joya arquitectónica algo mal cuidada y la exposición resulta ser un compendio de cosas que no entendemos y que no parecen tener un mínimo de nivel. No somos ningunos expertos en arte, pero el que no haya ni el tato viendo la exposición, nos hace intuir que no andamos muy equivocados.
Lo que sí que es digno de ver es la Catedral Metropolitana. Su forma exterior redondeada con aristas y picos es muy icónica, y el interior con unas vidrieras azuladas y un espacio lleno de luz, no te deja indiferente. Aquí Niemeyer lo bordó y éste pasa a ser nuestro edificio “prefe” de la capital brasileña. Además, tiene un campanario muy original, que parece casi que se va a romper al desafiar los límites de la gravedad.
Continuando por el Eje Monumental hacia el este, recorremos unos cuantos edificios que albergan ministerios: agricultura, desarollo, economía, agricultura otra vez, pesca, trabajo, agricultura otra vez más, … ¿Dónde está el ministerio de la feijoada? Aqui hay ministerios para aburrir y algunos parecen hasta repetidos… demasiado funcionario por metro cuadrado. Y llegamos al Palacio Itamaraty, que alberga el Ministerio de Exteriores y que está rodeado por un estanque.
A pocos metros se encuentra uno de los edificios más importantes del país: el Cogreso Nacional. “¿Visitamos el congreso por dentro?” pregunta Pablo; uy, que a éste le ha tocado esta mañana el asiento 23-F y a ver si no estoy viendo venir algo. Nos juntamos a una visita guiada en portugués y recorremos los lugares más importantes. Hay varios salones con obras de arte, lo que llaman “el túnel del tiempo”, una sala con las banderas de todos los estados brasileños, etc. Pero, sin duda, lo más interesante es visitar las dos cámaras. Primero visitamos la Cámara del Senado, que está justo debajo de esa especie de bol boca abajo, y luego visitamos la Cámara de los Diputados, que está debajo del bol boca arriba. Lo que no se visita son esas dos torres que estan en medio, que si estuvieran en Benidorm serían Gemelos 1960.
Un poco más al este se encuentra la Plaza de los Tres Poderes, ya que están las sedes del poder ejecutivo (sede presidencial), del legislativo (el congreso) y el judicial (el tribunal supremo). Esta es una plaza que corrobora mi teoría de que en los espacios vacíos los defectos se evidencian aún más: como no hay bancos, fuentes, árboles, etc. y sólo hay inmensos espacios vacíos, se ve más lo irregular del suelo, el deterioro del tiempo y el mal mantenimiento. Es un espacio singular, sí, pero con un poco más de mobiliario urbano estaría todo más bestido (siempre y cuando no pongan mesas con ajedrez y asientos incorporados de los años 70, claro).
De regalo, visitamos uno de los últimos edificios… el mausoleo de Tancreo Neves, del que no habíamos oido hablar en la vida. Otro edifico blanco por fuera y semi vacío por dentro, que da empleo a dos vigilantes… un verdadero chiringuito. Eso sí, se está fresquito y nos sirve para descansar en este gigantesco espacio tan solemne.
Volvemos rumbo al norte, y visitamos por fuera el Palacio de Justicia, otro edificio de Niemeyer y característico por las cascadas de agua de su fachada. La verdad es que este rey del hormigón armado fue todo un visionario haciendo edificios. Puede que gusten más o puede que gusten menos; puede que se hayan mantenido mejor o peor; puede que el uso sea el correcto o que no sea el más acertado. Pero lo que sí está claro es que fue un genio y que creó un estilo personal e inequívoco, algo que le valió el Premio Pritzker y el Premio Príncipe de Asturias, entre otros muchos.
De hecho, sus obras inspiraron otros edificios como el Santuario de Don Bosco, una iglesia consagrada al patrón de la ciudad, con austeros arcos neo-góticos en su exterior y un ambiente azul en su interior debido a sus abundantes vidrieras. Con Don Bosco terminamos el recorrido turístico de hoy, pero aún nos queda ir hasta el aeropuerto. Como no tenemos datos en el móvil, visitamos un centro comercial para ver si alguna tienda tiene wifi gratis y poder consultar los horarios de los autobuses (¡qué poco valoramos el roaming de la UE hasta que no lo tenemos!). Una vez lo tenemos controlado, cogemos un autobús que nos lleva al aeropuerto para recoger el coche de alquiler… donde nos dan un coche muy por encima de la gama reservada, automático y ¡¡a gas!!
Recorrer brasilia ha sido agotador por sus enormes distancias, pero una visita al país habría quedado del todo incompleta si no hubiésemos incluido esta visionaria ciudad. Ahora, toca volver al hotel a descansar, porque mañana tenemos otro día intenso… así que nos vamos rápido al hotel, o, mejor dicho, a todo gas.
Oye pues no sé, el edificio ese es chulisimo, original...me parece un viaje que nos os esperabais tener, tiene mucho más para ver de lo que pensabais eh?
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