23 sept 2022

San Francisco por el interior

Segundo día en la capital que vio nacer el movimiento hippie. Si ayer nos centramos más bien en las zonas que limitan con el mar y la bahía, hoy estaremos sobre todo tierra adentro. Desde Oakland, que es donde nos alojamos, nos vamos al Bart (que no al bar) para llegar al centro de la ciudad de San Francisco. El día empieza con un golpe de suerte, ya que por las inmediaciones hay un hombre paseándose que resulta ser de información turística y que nos da un mapa. ¡¡Sí, un mapa en papel!! Con esto de tener mapas en el móvil se ha perdido la costumbre de dar un buen mapa desplegable, de esos que son imposibles de dominar cuando hay un poco de viento, pero que son muy útiles para recorrer una ciudad de este tamaño. Bolígrafo en mano marcamos los puntos de interés para hoy, y comenzamos nuestro peregrinaje por San Francisco.

Casi de casualidad, en lo que parece una sucursal de banco, nos encontramos con el museo de Wells Fargo, la mítica compañía que transportaba personas, correo y mercancías de costa a costa. En las pelis de vaqueros ya salían rótulos y diligencias de esta compañía y, al menos para nosotros, resulta extraño que hoy en día sea un banco serio. De hecho, el museo se encuentra en la sede de la compañía. Una mujer de origen asiático nos anima a entrar y nos explica brevemente lo que hay para ver en las dos plantas del museo. De todas las cosas, lo más vistoso es un carruaje restaurado que, aunque precioso, debía de ser muy incómodo en distancias tan largas.


Y de un medio de transporte pasamos a otro. ¿Cuál es una de las cosas más características de esta ciudad? ¡¡Sus tranvías!! Aunque la zona de los rascacielos es muy llana, el resto de la ciudad tiene más cuestas que Basauri. Para salvar los desniveles, hay múltiples tranvías que funcionan más bien a modo de ascensor. A lo largo del centro de la calzada por donde discurren, se oye un ruido constante, que pensamos es ocasionado por la cadena a la que se engancha el tranvía para moverse; de hecho, no se ven catenarias, al menos en los tranvías clásicos. Otra curiosidad es que esos tranvías se mueven sólo en una sola dirección, por lo que cuando llegan a las cabeceras hay unas plataformas con las que se gira manualmente el tranvía para ponerlo en el sentido en el que puede avanzar. ¡¡Pues en Elantxobe se gira el Bizkaibus automáticamente, pues!!


Siguiendo con cosas características de la ciudad, ¿qué hace inconfundible al skyline de la ciudad? Sin duda, es el Transamerica Pyramid, un rascacielos con forma de pirámide alargada, de unos 260 metros de altura, construido en 1972… ¡¡hace cincuenta años!! Y, hasta la construcción de un rascacielos con forma de pepino, fue durante 47 años el edificio más alto.

Echando de menos unas buenas escaleras mecánicas a lo Pontzi Zabala, subimos la avenida Grant hasta Chinatown. Con sus edificios estilo tradicional, farolillos y templos, el barrio chino es una explosión de color. Es curioso que sea un barrio tan delimitado, sin zonas en las que esté mezclada la cultura china con la occidental. Entre sus restaurantes y tiendas en las que te venden cajitas que contienen a-saber-qué, hay una pequeña tienda en un callejón oscuro que es visita obligada: la fábrica de las galletas de la suerte. Esas galletas son como una oblea que al abrirla trae un papelito prediciendo alguna cosa que te va a pasar. Pero ojo, que de chinas no tienen nada… ¡¡son californianas!! No se sabe si del Chinatown de Los Ángeles o el de aquí, pero lo que es seguro es que se inventaron en uno de los dos y, después, se introdujeron en el gigante asiático.



Después de descansar y comer algo en Union Square, continuamos hasta el Ayuntamiento, un edificio precioso y enorme. Se supone que la cúpula es réplica de la de la basílica de San Pedro de Roma y que supera en altura al Capitolio de Washington. Se puede visitar por libre el interior, donde vemos que se están celebrando bodas… en plural. En el hall, cualquier esquina o recoveco sirve para casarse, y en una media hora que estamos llegamos a ver unas seis bodas diferentes. Es viernes a mediodía y resulta curioso que la mayoría son de muy pocos invitados. Presenciamos en directo cómo se casan dos chicas, algo muy habitual y muy normalizado desde que el matrimonio gay se aprobara en el 2008.


Seguimos caminando y entramos en la Catedral de Santa María, un moderno templo en el que nos quedamos dormidos mientras oímos varias piezas de órgano. Tras cabecear unas cuantas veces y retomar fuerzas, continuamos hacia el norte hasta llegar a otro icono de la ciudad: Lombard Street. Sí, esta es esa calle llena de curvas que ha salido muchas veces en las películas. De hecho, este tramo de ocho curvas se dice que es la calle más sinuosa del país. Una vez más, las películas y el marketing americano han conseguido vender humo, porque… ¡¡es simplemente una calle!! Vale, que con la excesiva pendiente que tiene le pusieran esas curvas para que los coches pudieran circular es una idea ingeniosa. Pero es que, ¡¡no es más que una calle con curvas!! Pues nada, aquí estamos todos haciendo fotos a este producto creado por el celuloide.


Y después, vamos a otro lugar que también tiene mucho marketing: al Palacio de las Bellas Artes. ¿Y qué esperas encontrar? Pues un palacio, ¿no? Pues nada de eso, es una estructura tipo rotonda y pérgola de la exposición Panamá-Pacífico de 1915. Y, por si fuera poco, ni tan siquiera es la original. Pero hay que reconocerlo… es un sitio precioso y muy romántico, a donde la gente viene a pasear y relajarse.

Una última visita nos lleva hasta el Órgano de Olas, en uno de los diques del distrito de la Marina. Son unos 20 tubos que, se supone, producen sonidos con el ir y venir de las olas. Seguramente por la marea, aquí lo único que se oye es el chapoteo del agua; aunque, al fin y al cabo, ya hemos tenido suficiente concierto de órgano por hoy.

Hemos andado más de 22 kilómetros y nuestras piernas nos están reclamando ponerse en horizontal urgentemente. De tanto subir y bajar cuestas se nos va a quedar un trasero de anuncio de Levi’s… que por cierto, es una marca de aquí. Tras pasar por un restaurante vasco en pleno centro (what!) nos vamos otra vez al Bart para llegar hasta el hotel. Hoy es nuestra última noche del viaje, la cuenta atrás ha comenzado.

22 sept 2022

San Francisco por la costa

Hoy llega uno de los momentos más tensionados de los roadtrips: la devolución del coche de alquiler. ¿Habrá algún roce que no vimos y que ahora nos quieren cobrar? ¿Estará el nivel de gasolina al máximo pero justo en el último momento merma y nos quieren cobrar combustible adicional? ¿Habremos dejado el coche lo suficientemente limpio como para que no nos cobren una limpieza extra? Por si acaso, en el aparcamiento del motel le damos un repaso, aunque de por sí ya estaba bastante bien: sacudimos las alfombrillas sin miedo a que nos pongan una multa vitoriana; si acaso, lo único que puede ocurrir es que los indios del motel vengan a hacer lo mismo con su moqueta… al fin y al cabo, en las cercanías hay varios colchones tirados y no parece importarles.

Tras echar cinco dólares de gasolina “por si acaso”, llegamos a la oficina de alquiler a las ocho en punto. Janette, la mujer que nos dio el coche, está también hoy. Nos saluda, revisa el nivel de gasolina y, sin mirar nada más, nos lleva a la oficina donde nos da la factura. ¿Ya está? ¿No va a haber ninguna sorpresa ni nos van a intentar sacar un puñado de dólares de última hora? Es una maravilla cuando las cosas funcionan como se espera que funcionen: alquilas un coche con unas condiciones y si ambas partes lo cumplen, no hay nada más que decir. De hecho, esta vez ha sido mejor de lo esperado, ya que nos dieron un coche de una gama superior. Y, además, finalmente sí ha habido una sorpresa adicional: al preguntarle sobre el transporte en San Francisco, nos pregunta a ver si íbamos a la estación y al decirle que sí, nos dice que si queremos que en cinco minutos nos llevan… y dicho y hecho, en cinco minutos aparece un chófer que nos lleva a nosotros dos y a otra mujer hasta la estación de tren, ahorrándonos unos 45 minutos.

Hoy visitamos San Francisco, la cuarta ciudad más grande de California, famosa por su aire tolerante. El BART, un híbrido entre cercanías y metro, nos lleva hasta la estación de Embarcadero, donde se encuentra la Terminal de Ferries, la cuál, curiosamente tiene una torre con un reloj que fue inspirada en la Giralda de Sevilla. El primer contacto con la ciudad es muy agradable: está todo muy limpio, ordenado, hay gente haciendo deporte o yendo al trabajo, y, sobretodo, no se ven vagabundos por la calle.



Siendo la ciudad más tolerante, lo primero que hacemos es embarcarnos para ver ¡¡una cárcel!! En la bahía, en una isla, se encuentra la famosa cárcel de Alcatraz, donde algunos de los presos más peligrosos de la época cumplieron condena. La visita se divide en tres partes: un guía te hace un pequeño recorrido por los exteriores; luego, con una audioguía ves el interior de la cárcel; y finalmente, el resto se visita cada uno a su aire. Hay algunas curosidades interesantes como que el pasillo central lo llamen Broadway, o cómo unos reclusos consiguieron escapar de la cárcel. Pero, lo más impactante es el objetivo de la cárcel: era, sobre todo, un castigo psicológico… no se podía hablar, ni cantar, ni silvar, … todo lo que no fuera manutención y salud se consideraba un privilegio, incluído el ducharse o tener visitas… y lo peor era que se pretendía que desde la isla vieran cómo la gente seguía con sus vidas en San Francisco y Oakland, sin que ellos tuvieran la oportunidad.




En la visita, hay momentos en los que parece que se le da más importancia a las condiciones extremas de la cárcel, que a los delitos cometidos de sus reclusos. Es como si se pretendiera que la cárcel te impresione para que te vayas con la sensación de haber visitado un sitio “muy chungo” y único. Pero, ¿cuántas otras cárceles de la época no habrán sido igual de estrictas? El hecho de que aquí cumpliera condena el mafioso Al Capone y de que Hollywood hiciera el resto, han convertido a Alcatraz en un producto de consumo. Eso, hasta el punto de que la tienda de recuerdos roza el mal gusto… todo tipo de merchandasing ¡¡de una cárcel!! Se venden hasta replícas de unos cuencos de metal donde se les daba comida a los convictos; y también se venden trozos de roca de “la Roca”... es decir, ¡¡te venden una piedra!! Eso, unido a que la visita cuesta 42 dólares por persona, hace que termines cuestionándote si tiene sentido que los “robados” vayamos a visitar la cárcel. ¡Ah! y se me olvidaba… encima tienen el corage de, en las zonas cerradas al público, poner carteles de “Closed for your safety”... ah, no, si lo tienes cerrado no es por mí, que yo no lo he pedido y de mi safety ya me preocupo yo… ¡¡Menudo morro!! Por si fuera poco, hay un fuerte olor a pescado y está lleno de moscas… mínimo veinte por visitante. En resumen, que hemos pagado por ver “La Roca”, una cárcel adulterada por las películas… la próxima vez nos vamos a Gibraltar y compramos perfumes a buen precio.


Ya de nuevo en tierra firme, visitamos el Pier 33 y el Fisherman’s Wharf, dos muelles llenos de tiendas y restaurantes que están muy animados. Hay mucha gente y el ambiente está genial, es un lugar de entretenimiento tanto para locales como para turistas. También hay una zona donde se pueden ver focas elefante; sin embargo, después de las que vimos ayer, no nos llama la atención este “pequeño” grupo de focas que suele encandilar a la gente.


Después de comer, cogemos un autobús para visitar el que es, sin duda, el icono de la ciudad: el Puente Golden Gate. Hace un día soleado y es toda una suerte, porque es frecuente que el puente esté cubierto de niebla. Es un puente precioso, con su color rojo y sus dos enormes pilares característicos… ¿cuántas veces lo habremos visto en la televisión? Y ahora estamos aquí, frente a esta proeza de la ingeniería de los años treinta. Decidimos recorrer sus 1.280 metros, pero una vez llegados al centro, decidimos volvernos, ya que no tiene mucho sentido continuar hasta Saulsalito sufriendo el ruido del intenso tráfico de sus seis carriles.



Buscando un poco de tranquilidad, visitamos el Golden Gate Park, un enorme parque con mil cosas para hacer si tuviéramos tiempo. Como aquí se pone el sol muy pronto, caminamos hasta las Painted Ladies, las casas victorianas que aparecen en muchas estampas de la ciudad, con los rascacielos al fondo. La serie “Padres Forzosos” aumentó la popularidad de estas siete casas de colores. Una vez más, la televisión ha hecho famosos a lugares que igual no lo merecían. En este caso, toda la ciudad está llena de esas casas y, sinceramente, las Painted Ladies no tienen nada de especial con respecto a otras. ¡¡Todas son unas casas preciosas!!

Para finalizar la tarde nos vamos a Castro… al barrio de Castro de San Francisco. Es el epicentro de los derechos LGTB y está lleno de banderas multicolor. Hay muchas tiendas y restaurantes, y es un lugar que, para ser hoy jueves, está muy animado. Sin duda, una cosa que nos ha gustado de esta ciudad es que, de alguna forma, es muy “europea”. En otras ciudades la gente se recogía muy pronto y estar en la calle pasadas las ocho de la tarde se podría ver como peligroso. Sin embargo, esta ciudad es mucho más vibrante, la gente sale, se relaciona, compra, vive.

Totalmente agotados, llegamos al hotel. San Francisco nos ha encantado, pero sólo hemos visto una pequeña parte… ¿qué más encantos nos mostrará en los próximos dos días?

21 sept 2022

El Big Sur

Hoy recorreremos lo que se conoce como Big Sur, una zona costera llena de acantilados y pequeñas playas en la costa central de California. Es temprano y nos ponemos en marcha, con tan sólo dos cafés en el cuerpo ya que no trajimos apenas comida y por aquí no abundan los establecimientos, ni supermercados ni locales donde sirvan un desayuno a cualquier hora del día.

Nuestra primera parada es Elephant Seals Rookery: una pequeña playa llena de focas elefante, que juegan y se pelean entre sí, se hacen carantoñas o simplemente descansan. Se ven desde una barandilla de madera a pocos metros de ellas, y es un verdadero espectáculo de la naturaleza. Aunque bonachonas, parecen un poco tontas, porque tan pronto parece que se están midiendo para ver quién es el macho dominante, como se ponen a arrastrarse hacia ninguna parte, o se ponen a molestar a otras focas que están medio dormidas. ¡¡Lo que hace el aburrimiento!! También hay un montón de pelícanos y gaviotas, quienes se dedican a quitarse la comida entre sí y simular que no ha pasado nada.


Muy cerca se encuentra el Hearst Castle, una especie de palacio realizado el siglo pasado pero imitando a los palacios europeos. Seguramente será una maravilla de castillo, pero decidimos no visitarlo porque tampoco tiene ningún valor histórico.

Un poco más al norte, llegamos a Ragged Point, un mirador a unos enormes acantilados. Han construido un hotel y han acondicionado la zona para los turistas, aunque, a estas horas estamos prácticamente solos. En este recorrido, hay muy pocas poblaciones, así que ver un poco de gente hace que no te sientas en una zona tan solitaria. El paisaje es bonito, la mezcla del azul del mar y el monte verde siempre funciona; sin embargo, el monte no está especialmente verde, ya que lo que más se repite es el bosque bajo.

En el Parque Estatal de Julia Pfeiffer visitamos dos lugares. Primero, visitamos las cataratas McWay, que vierten su agua dulce a una playa del pacífico. El lugar es muy bonito y, más aún, cuando Pablo se da cuenta de que a lo lejos ¡¡se ven ballenas!! Sobre todo, lo que se ve es el chorro de agua que lanzan (que realmente es el aire que exhalan), la aleta y el lomo.

Después, hacemos un pequeño recorrido hasta Partington Cove, una bajada hasta el nivel del mar donde se llega hasta una playa de piedras. El sitio realmente no tiene nada de especial, pero estar cerca del agua y sentir la brisa marina en un día tan agradable com éste, es una maravilla.

La siguiente parada es el puente de Bixby Creek. Realmente es lo que esperábamos… ¡¡un puente!! No tiene nada de especial, pero el hecho de que en cualquier página o catálogo en el que se hable del Big Sur salga, hace que esta estructura de hormigón entre el océano y las montañas, sea una visita obligada.

Cruzamos el Parque Estatal de Garrapata que está en el camino y llegamos a Point Lobos. Éste es un parque en el que se pueden hacer diferentes rutas bordeando el océano y cruzando pequeños bosques.

Seguimos rumbo al norte y paramos en Carmel-by-the-sea, pueblo donde vive y del que fue alcalde Clint Eastwood. A la entrada del pueblo se encuentra la misión de San Carlos de Borromeo de 1771, que fue la segunda que ordenó Junípero Serra y donde está enterrado. Después, nos damos una vuelta por el pueblo y nos sorprende que no tiene nada que ver con las localidades que hemos visto hasta ahora: tienen un centro lleno de tiendas por el cuál pasea la gente; las casas son muy bonitas y es todo muy idílico.


Nuestra última visita de hoy es Monterey, que fue la capital de la Alta California, es decir, mientras estas tierras pertenecían a los españoles. De hecho, en una de las plazas están las banderas de Estados Unidos, México, California y España, pero esta última en la versión en la que está sólo el escudo de Castilla y León. Descubrimos también que tienen una escultura dedicada al capitán Gaspar de Portola, primer gobernador de California; nos llama la atención que la estatua la regaló el rey emérito… ¡¡qué triste que tengan que venir los de fuera para recordarles la historia de estas tierras y regalarles un estatua "portola" cara!! Parece, una vez más, como si la etapa anterior a la llegada de los ingleses se redujera sólo a la existencia de los mejicanos… ¡¡Más Canal Historia y menos programas de reformas!!

En el puerto de Monterey asistimos a otro espectáculo de la naturaleza: cientos de focas en el agua y tumbadas al sol, molestándose gratuitamente unas a otras, haciendo unos sonidos como si de bocinas se trataran y estornudando constantemente. Es muy divertido ver cómo se arrastran por el suelo, se montan unas por encima de otras, se pelean, se dan cariño o, simplemente, se rascan la piel con esa aleta que parece que tiene dedos. Y, todo esto, a menos de dos metros de nosotros. ¡¡Son enormes!!




Dos horas nos separan de Oakland, en la bahía de San Francisco, donde dormiremos las tres últimas noches de nuestro viaje. Al llegar al hotel, en la recepción vemos a un matrimonio indio y, cómo no, a Lord Ganesha… esto rápido no va a ser. Le damos el pasaporte y lo mira como si fuera criptonita, con una lentitud asombrosa. Luego, en lugar de apuntar el nombre del país, copia la palabra España de la portada del pasaporte… y claro, se atasca con la Ñ, lo cual termina resolviendo una una N sin el gurruñito. Después, ambos nos preguntan insistentemente a ver si fumamos y les tenemos que decir diez veces que no, que fumar es malo. Toca pagar el hotel y se empeñan primero en que pague con la misma tarjeta que he reservado… ¡¡qué más dará si voy a pagar lo mismo!! Y después, viene el momento en el que para pagar hay que poner el PIN y, no sé cómo lo hace, que me bloquea la tarjeta. Con el móvil entro en la cuenta y la desbloqueo y, le digo que, tengo que meter el PIN… a lo que me responde ‘tienes que poner el PIN’... ecoooo ecooooo. Pero claro, han puesto un cristal en la recepción como si se tratase del Banco de España (¿aquí vienen los protas de La Casa de Papel todos los días o qué?), y tiene que salir por una puerta para que meta el PIN… ¡¡lo habrá tenido que hacer treinta veces hoy y se hace la molestada!! Al menos vamos avanzando… pero la maldita máquina funciona a la misma velocidad que sus cerebros… pulso una tecla y aparece el correspondiente asterisco lo menos tres segundos después; desacostumbrado a esta lentitud pongo un PIN de cinco cifras y me la rechaza… ¡¡es como cuando fallas lo más obvio!!; la mujer me dice que sólo un intento más o que si no, que pague en efectivo… ¡¡y encima la cabreadita es ella!! Esta tercera vez el PIN está bien, así que reentro en la recepción con cara de ‘¿ves cómo valía?’... pero ¡agua de nuevo! La máquina no realiza la transacción sin dar ninguna explicación. Es como lo de que los perros se parecen a los amos… pues aquí el datáfono es igual que los propietarios, con la información justita. Intentamos hacerle entender que es la primera vez que nos rechazan la tarjeta y que, si el problema es del datáfono, nosotros no tenemos la culpa. Pero nada, han sido programados con el modo de desesperación siempre ON. Desistimos, vamos a buscar un cajero… y volvemos con los billetes para que se cobre de una vez. Pensamos ‘nos la va a liar, no nos va a dar el cambio bien y no nos va a dar factura’... ¡¡error!! Para dar el cambio mira moneda a moneda como si fueran diamantes naturales y da igual que te lleves las manos a la cara demostrando desesperación… porque él va a su ritmo. Una vez ejecutado el ritual de la devolución, y, antes de que me dé tiempo a que le diga nada, veo que está imprimiendo el recibo, que me hace firmar como si fuera a hacerme un análisis caligráfico de personalidad. Venga, esta copia para ti y esa otra… ¡¡¿¿pero qué está escribiendo??!! Ah, la password del wi-fi… me ha pillado totalmente fuera de juego. Pensaba que era rústico lo de dar un recorte minúsculo de papel con la password más facilona imaginable, pero lo de escribir la clave en la factura es lo más. Y por fin, námaste… ná-más-te-deseo que todos los clientes tengan nuestra paciencia. Visto lo visto, cuando queramos salir del país deberían retenernos, regalarnos la green card, darnos trabajo en Google y en la dirección de Mondelez Internacional… ¡¡Si estos lo han conseguido para nosotros debería ser pan comido!!

Excepto este final irritante, el día de hoy ha sido muy tranquilo. Si ya estar cerca del mar resulta relajante, el poder ver animales en libertad te alinea con la vida. Diferentes tipos de focas, ballenas, pelícanos y otras aves nos han acompañado hoy por el Big Sur hasta San Francisco. La cuenta atrás del final de nuestro viaje ha comenzado.

20 sept 2022

El Camino Real

Hace unos días recorrimos la Ruta 66 que, en el fondo, no son más que bonitos vestigios del esplendor que tuvo una larguísima carretera. Hoy recorreremos un tramo de otra ruta, mucho más importante desde un punto de vista histórico y mucho más influyente en el mundo occidental: el Camino Real. Desde la colonización de América, España fue construyendo misiones entre lo que hoy sería San Diego y San Francisco, tanto de jesuitas como franciscanos, con el objetivo de evangelizar esas tierras. 21 de esas misiones se encuentran en una ruta conocida como El Camino Real, si bien por aquella época cualquier camino dentro de la jurisdicción del rey o de los virreyes de la Nueva España, podía denominarse así.

Para adentrarnos en la ruta, que discurre cerca de la costa californiana, hacemos primero una parada en Malibú. Es una playa orientada a practicar el surf, y siendo temprano por la mañana ya vemos a unos cuantos intentando coger olas. Al contrario de lo que podría parecer, es una zona poco explotada, con algunos conjuntos de casas pero sin masificaciones.


Visitamos la misión de Santa Bárbara, la cual lleva en funcionamiento desde el año 1786 aunque ha tenido que ser reconstruida varias veces debido a varios terremotos. Está rodeada por viñedos, bonitas casas coloniales y jardines. Frente a la misión hay una fuente que es idéntica a la de Guadalupe, ya que son de la misma época.


Seguimos rumbo al norte para hacer una parada en un lugar inesperado: Solvang, la capital danesa de Estados Unidos. En 1911 unos daneses compraron estas tierras y se hicieron su pequeño pueblo escandinavo, con casas típicas, molinos, tiendas de pastas danesas, y ¡¡hasta una copia de la sirenita!! Si lo llegamos a saber, nos ahorramos la entrada de Universal de ayer… ¡¡porque está muy bien ambientado!!




En el mismo pueblo de Solvang, se encuentra también la misión de Santa Inés, fundada por el monje franciscano Fray Junípero Serra en 1804 y que fue el primer seminario del estado. Por la carretera, según se recorre el Camino Real, hay una serie de campanas con un letrero para señalizar el camino.

Seguimos rumbo al norte y llegamos a Morro Bay. Es el típico pueblo pesquero de película al que va un escritor para escribir su nueva novela, y una serie de incidentes lo involucran en un asesinato, donde una rubia blanca resulta ser la inesperada asesina. Es un pueblecito muy apañado, al borde del mar y con algo que nada más llegar nos llama la atención: los leones marinos. Al principio vemos sólo algunos ejemplares sueltos, pero luego vemos una buena manada tomando al sol en una plataforma del muelle.


También vemos nutrias que flotan en el agua con sus crías, y unas ardillas que nos llama la atención que estén tan cerca del mar. Hay algunos locales paseando y la zona se ve muy tranquila. Lo más característico del lugar es el peñón, que según leemos fue creado con la lava solidificada de un cono volcánico que posteriormente se erosionó.


Y llegamos a San Simeón, donde dormiremos hoy. Es un pueblo formado básicamente por moteles, al lado del mar y con unas vistas del Océano Pacífico magníficas. Son poco más de las seis y media y se está poniendo el sol, así que decidimos comprar una cerveza y bajar a la playa. En todo el viaje es lo único que hemos tomado que lleve alcohol, ya que aquí son muy estrictos con consumir bebidas alcohólicas en público. De hecho, al bajar a la playa y “arriesgarnos” a beber la cerveza, uno tiene la sensación de que estuviera traficando con drogas… y es que, nos podrían multar por tomarnos la lata sin taparla… y no me refiero a añadirla una tapita, que por hambre no sería.

Con el sol ya puesto, volvemos al hotel, que está bastante bien. Mañana seguiremos rumbo al norte para descubrir el Big Sur… contradictorio, ¿verdad?