1 sept 2018

Shanghái: último día

China tiene la peculiaridad de que, para lo grande que es, tiene un único huso horario para todo el país. De hecho, es el país con más discrepancia entre la hora y los husos horarios que debería tener. En pleno debate en Europa sobre si eliminar el horario de verano, resulta que aquí a las seis de la mañana ya estás en marcha, mientras que a las diez dan ganas de estar ya durmiendo, aunque este país parezca que no para nunca.

A las seis y media estamos ya desayunando en el bufé del hotel. Desayunando o simplemente alimentándonos, porque la comida que hay podría servir para cualquier hora del día: empanadillas, arroz, noodles, sopas, rollitos, ... Además, hay algunas cosas raras que no tenemos identificadas, pero que parecen patata frita, tofu, pan de gamba rosa, judías picantes, ... Y para ser desayuno, no hay apenas cosas dulces, tan sólo gofres y con suerte algún croissant. Pero al menos tienen café, que pensaba que iba a ser difícil de encontrar en este país donde reina el té.

Hoy es nuestro tercer y último día en Shanghái, y tenemos que aprovecharlo a tope antes de abandonar la ciudad. Nuestra primera visita es el templo Zhenru, en un área de la ciudad en plena remodelación. Es un lugar muy tranquilo, con sus pabellones, un río, bonsáis, una pagoda de planta cuadrada y hasta monjes vestidos de amarillo. Al entrar en los pabellones donde se venera a los dioses, hay mujeres recitando, lo cual crea una atmósfera de respeto y tranquilidad.

En la zona donde se encuentra el templo, había un antiguo mercado de pescado. Aún quedan muchas pescaderías en la zona, aunque el concepto sea un tanto diferente: un hombre sentado en una hamaca delante de las peceras donde tiene el género vivo. Hay bogavantes, gambas, ostras, cangrejos, y toda clase de mariscos raros que evocan apetito y miedo a partes iguales. En concreto, una especie de almejas como la palma de una mano de la que sale un pene gigante.

Hoy está nublado pero aún así hace mucho calor y humedad. En el metro se está fresquito y además hay máquinas donde comprar bebidas frescas. Probamos con una bebida de lichi, esa fruta que conocemos desde que existen restaurantes chinos en España. Tiene trozos y está bastante rica. Una cosa que nos ha llamado la atención es que los tamaños de las bebidas no siguen el estándar del resto del mundo. Hay latas de 300cl en lugar de 33cl, y hay botellas de 540ml, 600ml, etc. en lugar de sólo las de medio litro.

Nuestra segunda visita es el Templo del Buddha de Jade. Se trata de una serie de pabellones y placitas conectadas entre sí. En uno de los pabellones hay un curso de caligrafía, donde aprender a pintar los canjis, algo que parece fácil pero que es todo un arte en China. Nosotros, nos dedicamos a otra cosa más fácil y divertida: intentar meter una moneda en un caldero que dicen que da suerte. Por cierto que, hay que tener cuidado al visitar este lugar, ya que si no estás atento puedes llegarte a ir sin ver la estatua del Buddha de Jade. Nosotros tuvimos que preguntar dónde estaba porque nos dimos cuenta casi antes de salir.

En el templo, había gente que había comprado cajitas de una especie de galletas rellenas. Sin dudarlo dos veces, compramos una para probar a ver qué tal sabe. Y hay cosas que con sólo olerlas al abrir ya sabes que la cosa no pinta bien. Y, efectivamente, es el caso. En lugar de dulce es como un hojaldre con acelga y fairy. Pablo ya sabía que no me iba a gustar, pero por no sugestionarme no me dice nada y yo, todo valiente, meto un buen bocado... Menos mal que llevo un kleenex con el que hacer un nuevo tipo de dumpling.

La tercera visita del día nos lleva al Cementerio Revolucionario de Longhua. Realmente, no diríamos que es un cementerio, sino un parque con esculturas comunistas y un museo. Las esculturas son de esas soviéticas en las que la gente parece supercachas, trabajando o defendiendo su patria, con aire serio y comprometido con la causa. Y el museo, es una brasa impresionante, que parece un lavado de cabeza, en el que todo está orientado a que pienses que el comunismo le ha traído la paz, prosperidad y felicidad al país. Al menos tienen aire acondicionado y wifi, con la cual a Pablo no se le ocurre otra cosa que buscar en wikipedia "Democracia en China"... ¡¡se está jugando unos trabajos forzados!!

Uno de esos sitios que no hay que perderse es la zona conocida como Tianzifang. Es un conjunto de calles antiguas con muchas tiendas con cosas curiosas. Nada más llegar vemos unas bebidas de colores servidas en botella de suero. También hay otro puesto en el que el tendero pela una fruta muy rara cuyo interior blando se asemeja a un ojo gigante. Nosotros, nos vamos a lo fácil y nos comemos un helado negro con carita y todo. Seguramente sea nata con colorante negro, pero la verdad es que es muy gracioso ver cómo le ponen los cuernos y los ojillos.

Y parece ser que lo del helado del Diablo auguraba algo, porque o en mi estómago se está produciendo un akelarre o se anuncia una diarrea de cagarse. Mira que hemos puesto cuidado, pero parece ser que en algún momento he pillado un virus gástrico que va a hacer que mi estómago ruja en chino.

Cerca de donde estamos se encuentra el distrito de Xintiadi, una zona con centros comerciales de lujo y baños que me vienen de lujo... porque ya he hecho varias visitas para intentar liberar al diablo. En esta zona, a parte de las ya típicas tiendas de marca, está lo que se conoce como la Concesión Francesa, un conjunto de casas que pertenecieron a los franceses y que hoy en día se han convertido en restaurantes, tiendas modernas y galerías de exposiciones.

Ha empezado a llover y aprovechamos para visitar el mercado Xingyang de moda y regalos. Es otro de esos mercados de falsificaciones donde al verte extranjero te empiezan a perseguir para que visites su tienda. Ayer vimos una mochila que nos gustó y no conseguimos llegar a un acuerdo, así que lo volvemos a intentar en este mercado. Como vean que algo te gusta, te proponen un precio totalmente desorbitado, y hay que proponer otro que sea entre 5 y 4 veces el inicial. Ayer mi táctica y persistencia de dividir por cinco funcionó un par de veces, pero con la mochila no hubo acuerdo, así que nos fuimos sin ella. Hoy no tenemos mejor suerte, así que nos vamos con las manos vacías. Bueno, no del todo, porque al decirle a una mujer que el poncho impermeable que se estaba poniendo le quedaba muy bien, decide regalarnos un paraguas.

Y la verdad que nos vino de perlas para ir a ver la perla... la Perla de Oriente, claro. ¿Qué mejor forma de despedirnos de la ciudad que viendo la zona de los rascacielos iluminados por la noche? Uno no sabe dónde mirar, porque entre lucecitas y efectos pantalla resulta cautivadora. Bajo el paraguas, rodeados de miles de turistas que observan la misma escena, nos da hasta nostalgia tener que irnos... pero Shanghái tan sólo era la primera etapa del viaje por este sorprendente país.

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