Cerramos la puerta del apartamento cuando aún no se ve el sol y salimos a la calle en dirección a la parada del autobús que, según investigamos anoche, va directo a la estación norte de trenes. Inesperadamente, vemos que está llegando y corremos hacia él, ya que desconocemos su frecuencia. Hemos tenido suerte y parece que el día comienza bien. Sin embargo, la velocidad del autobús y la del tráfico en general es considerablemente lenta, muy por debajo de los 50 km/h en una amplia avenida de cuatro carriles por sentido. Por si fuera poco, el autobús para en todas las paradas, que no distan entre sí más de 100 metros. De nuevo, echamos cálculos para ver el margen que tenemos... y resulta que vamos muy justitos. Empezando a estar ya muy nerviosos decidimos que nos bajamos en la siguiente, pero al ir a hacerlo un joven nos asegura que la siguiente parada es la estación de tren. Lo más lógico sería pensar que en la parada vas a ver el edificio de la estación... ¡¡pues no!! Así que nada más bajarnos empezamos a correr siguiendo las señales; por fin vemos el edificio y continuamos corriendo y jadeando hacia él; pero claro, al llegar toca enseñar billete y pasaporte, pasar el equipaje por el escáner, buscar el andén, pasar el billete y llegar hasta el andén. Nos han sobrado menos de diez minutos... este día va a ser todo un reto.
Tan sólo cuarenta minutos en alta velocidad separan Xi'an de Huashan, nuestra siguiente parada. Ya en destino, nos dirigimos al hotel dando un paseo por una inmensa avenida. El hotel, de una cadena que conocimos en nuestro viaje a EEUU, tiene una pinta regular. En la recepción hay unos sofás muy horteras, el ascensor no funciona y la recepcionista no habla ni una palabra en inglés. Tras conseguir que nos dé la habitación subimos por las escaleras perplejos por lo dejado que tienen el establecimiento y preocupados por lo que nos vamos a encontrar en la habitación. Contra todo pronóstico la habitación está bastante bien, con dos cómodas camas, pantalla plana y el baño aceptable. También es cierto que no había muchas opciones de alojamiento en la ciudad, y que el precio era bastante ajustado, así que pensándolo bien, la relación calidad-precio no está nada mal.
Hasta el momento, somos los dos únicos forasteros en la ciudad. Y aquí, Pablo y Joseba, van a llevar el nombre de Guadamur y Basauri bien alto, nada más y nada menos que hasta el Huashan. Este monte, al igual que el Taishan que subimos la semana pasada, es uno de los montes sagrados del taoísmo. Una de las pocas palabras que hemos aprendido es 'shan' que significa monte; según lo que hemos leído, 'hua' significa 'flor'; así que Huashan sería algo así como el "Monte Flor", y es debido a que sus cinco picos están dispuestos supuestamente formando una flor.
Pero, ¿por qué queremos subir este monte? Muchos recordarán los PowerPoints que se enviaban por email en la era pre-WhatsApp, y seguramente muchos recibirían uno que hablaba del sendero más peligroso del mundo; en él se veía cómo los senderistas pasaban por unas traviesas enganchadas a paredes de piedra casi verticales, con la única sujeción de un arnés a la pared. Pues bien, ese sendero, conocido como "El camino de los soldados" hace que el Huashan en su conjunto sea considerado como "El sendero más peligroso del mundo". Casualmente, ese tramo está en obras, así que la pequeña probabilidad de que lo hiciéramos queda resuelta al momento.
Como en el Taishan, en este monte también hay que pasar por caja para visitarlo; y de la misma forma que en el primero, aquí también pasamos el carné de estudiante (que no de joven), por lo que en lugar de pagar los casi 20 euros por persona que cuesta la entrada, pagamos sólo la mitad. Si es que estamos hechos unos mutikos mendizales subiendo tantos montes.
Hay muchas formas de subir al Huashan, aunque lo más habitual es subir al Pico Norte y al Oeste, para lo cual se suele emplear dos días y así poder ver el amanecer. Dado que sólo tenemos el día de hoy para visitarlo, decidimos que subiremos sólo al Pico Norte situado a 1.613 metros; la versión fácil era coger el teleférico austriaco que en sólo ocho minutos salva el desnivel. Pero dado que hemos venido hasta aquí precisamente por su dificultad, nos marcamos como reto llegar hasta la cima con nuestro propio esfuerzo. Realizaremos la conocida como "Ruta de los soldados" (no confundir con el camino peligroso).
Las condiciones meteorológicas están a nuestro favor, ya que cae una fina lluvia que refresca el ambiente y alivia el sudor por el esfuerzo. Durante las dos primeras horas el ascenso no tiene mucha dificultad. Hay bastante gente, y de todo tipo... se ven chicas con zapatillas Gucci, aunque sólo yo puedo presumir de Goche. La última hora hasta el Pico Norte se vuelve más complicada: hay muchas escaleras, algunas de ellas con mucha inclinación, con escalones pequeños y además resbaladizos debido a la lluvia.
Esa lluvia, en algunos momentos aumenta de intensidad, por lo que nos vemos obligados a refugiarnos en varios puestos que tienen una lona bajo la cual poder beber o comer algo. ¿Y qué se suele comer cuando se sube al monte? ¡¡Tortilla de patata!! Pues aquí no, aquí la gente lleva bolsas de plástico llenas de productos envasados y de noodles instantáneos. Ni tan siquiera se han tomado la molestia de hacerse un sándwich o algo similar.
En una de esas tiendas, como sólo llevábamos un poncho, compramos uno más, regateando el precio porque nos lo quiere cobrar a precio Cobo Calleja, y queremos pagarlo a precio "made in la fábrica de al lado". Como en la predicción no ponía que fuera a llover, hemos venido poco preparados, así que el poncho nos servirá no sólo para mojarnos menos sino también para conservar el calor, ya que a medida que subimos hace más frío.
En una de esas tiendas, como sólo llevábamos un poncho, compramos uno más, regateando el precio porque nos lo quiere cobrar a precio Cobo Calleja, y queremos pagarlo a precio "made in la fábrica de al lado". Como en la predicción no ponía que fuera a llover, hemos venido poco preparados, así que el poncho nos servirá no sólo para mojarnos menos sino también para conservar el calor, ya que a medida que subimos hace más frío.
Tras tres horas y media de subida, llegamos a la cumbre del Pico Norte. Las vistas de los montes y de la cuenca del río Amarillo al fondo son espectaculares. Sin embargo, tras un descanso y reponer fuerzas, nos preguntamos qué hacer. Por un lado, el ascenso nos ha sabido a poco; por otro, el ascenso al Pico Oeste (de 2082 metros) y el descenso completo nos llevaría unas siete horas más, lo cual sería una temeridad porque se haría de noche. Tras consensuarlo decidimos que sí, que subiremos hasta el Pico Oeste, pero que luego bajaremos hasta el Pico Norte y de ahí cogeremos el teleférico hasta la base. Son cinco horas más, pero tenemos que asegurarnos de llegar al teleférico antes de las 18:00, ya que no sabemos si habrá cola y lo cierran una hora más tarde. Puede que sea una locura, porque el ascenso es por una empinada y puntiaguda ladera... ¡¡pero seguro que es muy emocionante!!
El ascenso al Pico Oeste es totalmente empinado, no hay apenas tramos llanos y casi todo son escaleras. En algunos momentos te tienes que organizar con otras personas que suben y bajan, porque no hay espacio suficiente. Además, te tienes que ir agarrando a unas cadenas que hay en los laterales... y para lo cual en la ciudad nos ofrecieron guantes sin que entendiésemos para qué eran. Debido al agotamiento, las pausas cada vez son más frecuentes. Dado que tenemos ritmos diferentes, decidimos ir cada uno por nuestra cuenta, haciendo las paradas que nuestros respectivos cuerpos nos pidan. Pablo es más de hacer de una atacada un buen tramo de escaleras y luego una pausa larga; yo opto por subir grupos de diez escalones y entre cada par hacer una parada de unos segundos.
La subida es realmente dura. Podría parecer que no es para tanto subir un monte de 2.082 metros), ¿verdad? Pero es que en este caso subimos casi desde el nivel del mar y el hecho de que sea tan empinado te destroza las piernas. O, visto de otro modo, supongamos que es subir cinco veces todas las escaleras del Empire State. ¿A que así no parece tan agradable? Con la lengua fuera, calado por el sudor condensado dentro del poncho, pero a la vez con la incomodidad de la lluvia metiéndose en los ojos y pensando en por qué nos metemos en estos líos, hay muchos momentos en los que pensamos que no lo vamos a conseguir.
Pero, una vez más, comprobamos que querer es poder. Tras seis horas desde el inicio, llegamos a la cumbre del Pico Oeste del Huashan. Hay mucha niebla y no se ve nada, seguramente porque estemos a la misma altura que las nubes. Pero hemos conseguido llegar a la cima de este monte sagrado, de este monte en el que según los taoístas hay un dios. Si en el Taishan la "recompensa" era vivir hasta los 100 años, ¿cuál es la de este monte? ¿Los 120?
Y ahora toca bajar... algo que parece más fácil. Sin embargo, a los pocos minutos del descenso recibo un primer aviso: resbalo y caigo de culo, haciéndome un buen rasponazo en el brazo derecho. "¿Puedes moverlo? ¿Te duele?" me pregunta Pablo. Todo bien, pero lo que más me duele es la Sony, ya que la cámara se ha llevado un buen impacto. Pero ambos estamos bien y continuamos el camino.
Una cosa sorprendente de este país que no hemos comentado hasta ahora es que hay baños por todos los lados. Incluso en esta ruta de monte hay uno cada media hora. En las ciudades también los hay por todos los lados. Son gratuitos y están siempre limpios, ya que hay personal que se dedica sólo a limpiarlos de forma continuada. Es cierto que el olor en algunos es insoportable, pero hemos llegado a ver algunos hasta con porcelana china. La pega es que, por lo general, al menos los de hombre, no tienen taza, sino agujero en el suelo. Por el contrario, en los restaurantes no siempre tienen baños. Es justo lo contrario que en Europa: aquí no es necesario "tomarte algo" cuando necesitas un baño urgentemente; los baños y los restaurantes, cada uno para lo que están.
Pero volvamos al Huashan... Según lo previsto llegamos al teleférico y enseguida montamos en él. Desciende rápido y las vistas son muy bonitas. Además, vemos como hormiguitas la gente que sigue subiendo y con perspectiva vemos la proeza que hemos hecho. Como llevamos ya 15 días de viaje, y estamos todo el día pateando, se ve que nuestra condición física ha mejorado y que el reto nos ha parecido algo menos duro que el Taishan, si bien el tiempo nos ha ayudado bastante.
Tras cenar en un restaurante en la kilométrica avenida de la ciudad, entramos a un supermercado a comprar agua y algo para desayunar mañana. Y llegó la revolución al súper, porque empiezan atendiéndonos dos y acaban viniendo cuatro mujeres. Nos meamos de la risa con ellas, porque empeñadas en que compremos unas Oreo, Pablo consigue que tarareen la sintonía del anuncio. Y es que, en lo que llevamos de día hemos visto muy pocos occidentales, y aquí causamos sensación. Pero estamos cansados y toca ir a dormir. Al entrar en el hotel no sabemos si será por el cansancio pero lo vemos con mejores ojos, nos parece que está mucho mejor. Como no nos habían dado la clave del wifi preguntamos nada más entrar y la recepcionista nos dice ¡¡que nuestro hotel está más abajo!! ¡¡Pero si tenían los mismos sillones horteras!!
Como nunca te acostarás sin saber algo nuevo, "interactuamos" con las recepcionistas para que nos expliquen cómo hacen los números con la mano. Durante todo el viaje, cuando nos tenían que indicar algún número había veces que mostraban los dedos de una forma rara, pero como luego lo decían en inglés, nos era suficiente para entendernos. Tras conseguir que las recepcionistas nos entiendan, terminamos aprendiendo que los números del uno al cinco son iguales; pero del seis al nueve lo hacen con una única mano. En el fondo es bastante útil porque con una única mano puedes mostrar un número del uno al nueve.
Como nunca te acostarás sin saber algo nuevo, "interactuamos" con las recepcionistas para que nos expliquen cómo hacen los números con la mano. Durante todo el viaje, cuando nos tenían que indicar algún número había veces que mostraban los dedos de una forma rara, pero como luego lo decían en inglés, nos era suficiente para entendernos. Tras conseguir que las recepcionistas nos entiendan, terminamos aprendiendo que los números del uno al cinco son iguales; pero del seis al nueve lo hacen con una única mano. En el fondo es bastante útil porque con una única mano puedes mostrar un número del uno al nueve.
Comenzamos el día corriendo hacia la estación, y lo terminamos tras el ascenso a dos picos de un monte sagrado en el corazón de China. ¡¡Hemos salido vencedores de esta nueva etapa!!
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