Sin embargo, en nuestro hotel parece que ha ocurrido lo contrario: es un lujoso hotel por el que sí han pasado los años, y donde parece que hay una concentración de chonis rusas a las que se suman dos jovencitas españolas con look gipsy-king... ¡¡esos pendientes de aro tienen que pitar en todos los controles!!
El motivo de visitar Datong se debe a que está cerca de los dos enclaves turísticos más importantes de la provincia de Shanxi. Por un lado, el Monasterio Colgante que se encuentra a 200 kilómetros pero que no visitaremos por falta de tiempo. Por otro, las cuevas de Yungang que se encuentran cerca de la ciudad y a las que les dedicaremos toda la mañana.
Lo que queda de día lo dedicaremos a ver la ciudad de Datong. Como otras ciudades de China, el casco histórico se concentra en un área comprendida por un cuadrado gigante, demarcado por las murallas. En este caso, podríamos hablar de la "nueva ciudad antigua", ya que todo el centro, murallas incluidas, ha sido reconstruido prácticamente desde cero. Un alcalde de la ciudad hizo una gallardonada y decidió invertir cantidades ingentes de dinero para reconstruir la parte histórica y así atraer el turismo. La verdad es que les está quedando muy bien... como parque temático.
Al cruzar la muralla visitamos un mercado de baserritarras Datongtarras. Tienen verduras, frutas y productos elaborados realmente raros. Hay cosas que dudas de si son para comer o para limpiar el baño... aunque probamos sin pudor todo lo que nos ofrecen.
En la ciudad hay varios templos interesantes, aunque dado que no conocemos su historia, optamos por pasar un poco de largo. Tan sólo entramos a ver el tercer muro de los nueve dragones... con este ya hemos visto veintisiete criaturitas. También nos damos un paseo por la muralla, donde nos hacemos fotos con gente vestida con lo que pensamos será el vestido tradicional.
Fuera de la ciudad antigua nos vamos de tiendas. La ropa en general tiene el mismo precio que en España, pero las tallas parecen diferentes. Incluso en marcas internacionales como Polo, nos da la sensación de que las proporciones son diferentes, porque las mangas siempre quedan cortas... o quizá es que hemos comido demasiado y los desproporcionados somos nosotros. Pablo piensa que todas las tiendas son de copias, incluidas las tiendas de Adidas y Nike, en las que asegura que han copiado hasta el estilo de la tienda. Pero, a juzgar por los precios y la disposición de la tienda, yo estoy convencido de que son auténticas. Pero si todo el mundo viste de Gucci y de Balenciaga, es normal que la sospecha planee sobre nosotros.
Otra cosa que llevamos observando desde el inicio del viaje es que casi todo el mundo paga con el móvil; independientemente de la cantidad y el establecimiento, en todos los sitios tienes un código bidi para pasar por el móvil y efectuar el pago. Incluso en algunos sitios hemos llegado a ver pago con el reconocimiento facial... y así te lo llevas por tu cara bonita.
Damos un paseo final por la muralla que está ya iluminada: en las almenas hay luces rojas que imitan a farolillos, y en las puertas y esquinas hay templos que están iluminados. Después, cenamos en un centro comercial, aunque no tenemos mucho atino ya que el menú que pedimos pica lo que no está escrito y decidimos dejar la mitad para salvar nuestro sistema gastro-intestinal. Hoy pasaremos la noche en el tren a Pingyao, donde hemos reservado dormir en litera en un compartimento para cuatro. Con la duda de con quién nos tocará subimos al tren, y, para nuestra sorpresa, nuestros compañeros nocturnos son una pareja de madrileños. Charlamos sobre nuestros respectivos viajes y como ya es tarde nos disponemos a dormir... o a intentarlo con el chacachá del tren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario