Si ayer llegábamos en un tren lento a Pingyao nada más amanecer, hoy nos vamos a la misma hora pero en tren bala. Estamos en el país con más kilómetros de alta velocidad del mundo, y moverse en este tipo de tren es cómodo, seguro y asequible. Hoy vamos a Xi'an, que se encuentra a más de 500 kilómetros y el billete nos ha costado unos 18 euros. El único inconveniente es que la estación se encuentra a las afueras de la ciudad, lo mismo que ocurre con algunas estaciones de AVE en España. Pero con nuestras ya depuradas dotes de negociación, cogemos un taxi y llegamos a la pequeña gigantesca estación.
Ayer en Pingyao notamos que, aunque hacía bueno, no terminaba de clarear el día. Había como una bruma que hoy persiste, si es que no ha ido a más. Desde la ventana del tren damos con la respuesta: se trata de contaminación, porque pegadas a la ciudad hay unas fábricas de carbón de tamaños colosales. Tenemos algo menos de tres horas por delante, y entre cabezada y cabezada vamos viendo cómo esa contaminación se va disipando.
A las 11:40 llegamos a Xi'an, antigua capital de China, actual capital de la provincia de Shaanxi y cuya área metropolitana tiene unos ocho millones de habitantes... como si cogemos todo Andalucía y los apretamos una mijita. Su metro sólo tiene tres líneas operativas, pero antes de venir leímos que este mismo año se abren otras dos, con veinte estaciones cada una. ¡¡Cuarenta estaciones casi de golpe!! Pero si en nuestro país cuando abren una se están poniendo la medallita hasta las siguientes elecciones...
Al salir del metro tenemos unos tres kilómetros andando hasta el apartamento que hemos reservado. Como no nos apetece andar, decidimos enlazar con un bus. Pero, ¿con cuál? Con el traductor del móvil, un inglés rudimentario y buena voluntad, un señor con la camiseta de la selección española y un joven con gafitas de empollón, nos dicen el autobús que tenemos que coger. Una vez más queda demostrado que se puede venir a China sin saber nada del idioma, porque la gente, al menos hasta ahora, ha sido muy colaborativa. Aunque parecen reservados y algo tímidos, luego tienen su corazoncito y cerebritos chinos, y mostrándoles nuestra mejor de las sonrisas y diciéndoles un Xie-Xie (gracias en chino), hemos conseguido llegar a todos los sitios. Son como pequeños tamagotchis... no sientes su calor, pero reaccionan a los estímulos.
Y por fin llegamos al apartamento. Se trata de una moderna mole de treinta plantas y diez portales, con varios hoteles y un centro comercial de tres plantas, flanqueadas por otros dos centros comerciales. Además, todo lleno de lucecitas, música y escaparates que te hipnotizan. Va a resultar que es una ventaja que apenas cojan ni Visa ni MasterCard, porque esto podría ser una catástrofe para nuestra economía. Conseguimos que uno de seguridad llame con su móvil al de los apartamentos y por fin damos con él. El apartamento es un bonito estudio en la planta 20, con unas amplias vistas hacia el norte de la ciudad y hacia conjuntos de torres de viviendas.
En Xi'an estaremos tres días completos, así que, nos lo tomaremos con mucha calma. Como ya es hora de comer, probamos en un restaurante de comida rápida china, una especie de ensalada muy pero que muy rica. Aprovechando que veo que tienen café me pido uno; le pregunto que a ver si tiene leche con el traductor y empiezan a poner caras raras... ¿estará poniendo que quiero el café con vaca o algo así? Sale hasta el responsable del local y me dicen tajantemente que no. Pregunto por azúcar, y que tampoco. Bueno, pues nada, café sólo y amargo... y resulta que al abrirlo es café con leche con el azúcar ya incluido. ¿Qué me he perdido?
Cogemos un autobús y nos vamos al centro del centro de la ciudad (es que el del apartamento se ofendió cuando le pregunté cómo ir al centro, ya que según él ya estaba en el centro). La cuestión es que las primeras impresiones de la ciudad son excelentes. Una ciudad casi con un orden europeo, ajardinada, limpia y, sobre todo, con mucha vida. Hay gente paseando y disfrutando de la ciudad: paseando en pareja, jugando con los niños, haciéndose fotos, de compras, ... Tiene pinta de ser una ciudad muy dinámica.
Al igual que en Pekín, aquí también hay una Torre de la Campana y una del Tambor. Habíamos leído que con visitar una bastaba, así que nos decantamos con la de la Campana; se encuentra en una rotonda a la que se accede por el metro muy al estilo del Arco del Triunfo de París. Las vistas de 360 grados son estupendas ya que aquí se juntan los ejes vertical y horizontal de la ciudad dentro de las murallas.
La Torre del Tambor también es una preciosidad, pero a ésta no subimos y la disfrutamos haciéndonos fotos desde fuera. Si ya alucinan al vernos, hay veces que se quedan flipados con el disparo automático de la cámara. Les encanta ver el proceso: cómo coloco la cámara con el trípode, enfoco y salgo corriendo para ponerme delante antes de que la cámara tome la fotografía; luego, les pregunto con gestos a ver qué opinan de la foto y siempre responden con una sonrisa y con el dedo indicando que ha salido bien.
Muy cerca de las dos torres se encuentra el barrio musulmán... porque sí, ¡¡hay chinos musulmanes!! La visita por excelencia es la Gran Mezquita, que llama la atención por ser como un templo chino pero con inscripciones en árabe y un mihrab en la sala de oraciones. Todo sea dicho, no nos parece nada del otro mundo, quizá porque el salto cultural se palparía mejor si estuvieran en plena oración.
Donde sí que nos quedamos gratamente sorprendidos es en las calles del propio barrio musulmán. Uno no sabe ni dónde mirar. Por un lado está el zoco, donde hay muchas tiendas en las que la mayoría de clientes son españoles regateando al máximo pero a su vez gastándose los yuanes y haciéndoles negocio (entre ellos, nosotros). Por otro están calles y calles llenas de tiendas, restaurantes y puestos ambulantes. No sabes qué fotografiar, ni qué comprar, pierdes un poco la noción del tiempo porque no sabes si quieres seguir en el bullicio o huir de él.
Siguiendo la recomendación de la guía que llevamos, probamos en un restaurante los platos típicos de la comida chino-musulmana. Por un lado, cordero al sésamo, unos kebab de ternera y una especie de sopa con noodles, todo realmente delicioso. A la camarera, un tanto mandona pero con pinta de ser buena gente, le conseguimos sacar la sonrisa y le pedimos una foto donde posa haciéndose la interesante. Y en el fondo lo es, porque esa mezcla de ojos chinos pero velo islámico resulta muy exótica para nosotros.
Hoy ha sido un día relativamente tranquilo, pero entre el madrugón y que volvemos a estar en una zona de más calor (ya que hemos bajando 500 kilómetros hacia el sur), estamos agotados. Un último dilema es: el autobús nos cuesta 25 céntimos a cada uno, y el taxi menos de 1,75 euros los dos... Pablo, ¿¿ése está libre??
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