9 sept 2018

Pingyao, la ciudad tradicional

A las cinco y media de la mañana suenan en estéreo dos móviles, el nuestro y el de Manuel y Virginia, nuestros compañeros de camarote. Ellos también van a Pingyao, y como nosotros, también están destrozados por la dura "litera blanda" en la que hemos viajado. Lo que también es una piedra es la almohada, y esto es literal: en tres de los cuatro hoteles donde hemos dormido han puesto una almohada en cuyo interior hay pequeñas piedrecitas. Hasta ahora siempre habíamos tenido la versión clásica de almohada, pero esta noche no ha habido opción. Aún así, dadas las circunstancias, hemos podido dormir unas cuantas horas.

Ya en la estación nos despedimos de Virginia y Manuel, y nos vamos caminando hacia la ciudad intramuros donde tenemos el hotel. Es muy temprano, se ve poca gente por la calle, hace fresco y soñamos con una cama... hace años significaría que vamos de la discoteca a casa a dormir la mona, pero no, aquí estamos... compitiendo con otro turista de a ver quién encuentra antes su hotel. Y parece que ganamos, porque somos los primeros en despertar a los señores Cheng y minutos después le vemos entrar en el mismo hotel. Teníamos muchas ganas de alojarnos en este hotel porque son casas tradicionales de huéspedes, con unas 15 habitaciones y dos plantas, con patio interior adornado con plantas y farolillos rojos. Es como un hotel rural pero al estilo chino. Y la habitación, con la cama de colchón duro también era de esperar. Hemos tenido suerte y nos han dado la habitación nada más llegar; como es muy pronto y tenemos todo el día para ver la ciudad, nos echamos a dormir un "ratito" de dos horas.

Con algo menos de "resaca" de sueño, ahora toca desayunar algo. Enseguida encontramos un establecimiento tipo Starbucks, donde tomamos un café americano bastante amargo; para compensar intentamos encontrar un sitio donde vendan algo dulce, pero no lo conseguimos. A primera hora vimos a un hombre friendo una especie de porras, que ya habíamos probado y que ahora buscamos con ansia. Pero nada, aquí puedes encontrar unos noodles picantes a cualquier hora del día, pero como quieras algo de bollería estás perdido.

La ciudad vieja de Pingyao es toda una maravilla. Si ayer Datong nos gustó aún siendo prefabricada, hoy la imperfección de Pingyao nos parece encantadora. De esta ciudad se dice que es una de las mejores conservadas de toda China, y de ahí que sea Patrimonio de la Humanidad. No sólo su muralla, ni sus puertas, ni sus templos, ... sino también las tiendas, los pequeños restaurantes y algunos artesanos que muestran su oficio hacen que no sepas donde mirar, porque cualquier rincón resulta interesante.

Para visitar la ciudad sacamos una entrada que da acceso a todos los monumentos de la ciudad vieja. Una vez más, con el carné de estudiante las sacamos a mitad de precio; ya le hemos cogido el truco, lo mejor es no preguntar y plantar los dos carnés con los billetes del importe exacto; y así, no refunfuñan ni se meten a discutir en un inglés nivel básico.

El primer lugar que visitamos es el Rishengchang, el que se dice fue el primer banco de China. En él se pueden ver diferentes estancias, como la de la contabilidad o la sala de comunicaciones. Resulta curioso que el primer banco no surgiera en lo que hoy sería alguna metrópolis sino en esta localidad de algo menos de 500.000 habitantes.

Hay muchos templos y lugares para visitar; todos son muy bonitos, pero son, una vez más, más de lo mismo. Aunque los visitamos, lo que más nos gusta es callejear y disfrutar del entorno, de sus calles empedradas y de los puestos callejeros. En un puesto, pensando que iba a ser algo dulce, cogemos un pincho de lo que parece piña... y resulta que es arroz prensado con colorante amarillo. Una bebida que tiene bastante éxito en China es el zumo de mango; hemos tomado ya varias veces y está muy rica.

En esta ciudad también nos sorprende que hay muchos gatos y perros. Por lo que vemos, las familias viven en la trastienda de sus negocios, así que las mascotas suelen pasearse por delante de la tienda.

Cuando va cayendo la tarde, nos sentamos frente a la muralla a descansar... e inventamos un nuevo juego que consiste en hacer saludarnos a la gente que va en moto o en bici. Todo el que pasa y nos ve vuelve a remirar, sorprendidos de que no seamos chinos; muchos se muestran interesados pero tímidos, así que al saludarles y decirles "nihao" nos sonríen y nos saludan contentos de haber entablado una especie de comunicación con un occidental. Excepto en las grandes ciudades como Shanghái y Pekín, en el resto de ciudades nos han pedido que nos hagamos fotos con ellos, y nosotros, las hacemos gustosamente porque su sonrisa y agradecimiento nos reconforta.

Un último paseo ya con las calles iluminadas acaba por confirmarnos que ha merecido la pena dedicar un día a pasear por esta bonita ciudad. Ha sido como un viaje en el tiempo a la China tradicional, pero con las comodidades de la China moderna.

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