Nuestra primera visita son los Jardines de Yuyuán, adonde acudimos nada más abrir. No hay aún muchos turistas y está todo bastante tranquilo. Estos jardines, construidos por un funcionario del siglo XVI, son unos de los más bonitos del país. Hay muchos pabellones, árboles y pequeños canales que lo convierten en un lugar muy agradable. Justo al lado de la salida de los jardines, hay un puente en forma de nueve zigzags. Según cuenta la leyenda, se construían los puentes así porque los malos espíritus sólo saben andar en línea recta. Es algo que no acabamos de entender, porque con esa forma se conseguiría tan sólo cansarlos ya que tras una secuencia de rectas conseguirían entrar; ¿no hubiese sido mejor construirlo en curva?
Muy cerca de los jardines Yuyuán, justo en el centro del histórico Shanghái, se encuentra el Templo del Dios de la Ciudad. En él se puede ver el Dios propiamente dicho, así como los guardianes que lo custodian. Una cosa que nos llama la atención es que hay muchas ofrendas de comida: dejan fruta y pastelitos, quizá para que el Dios les proteja o simplemente para que no pase hambre.
Después del desayuno del hotel en que hemos mezclado un poco de todo, lo que tenemos es mucha sed. Así que optamos por tomarnos un zumito de coco, y para el cual tenemos que pedir expresamente que nos den hielo. Parece ser que a los chinos no les gustan las bebidas muy frías y hay que pedir un par de hielitos para que esté más a nuestro gusto. También caemos en la tentación de tomarnos unos botes que hemos visto ya muchas veces, y que contienen yogur. Está muy rico, pero, al fin y al cabo es yogur.
Para movernos por la ciudad utilizamos el metro. Hay unas 16 líneas, bien indicadas y bastante fáciles de entender. El espacio vital para los chinos debe de ser de tres milímetros, porque dentro de los vagones y al entrar y salir se forman grandes masas de gente. Es cierto que no esperan a que unos salgan para entrar y que es un poco la ley del más rápido. Pero resulta ser un caos bastante organizado, porque no hay empujones, ni gritos, ni ruido. De hecho, es sorprendentemente tranquilo para la cantidad de gente que se puede concentrar. Eso sí, según la estadística de Pablo, seis de cada siete chinos van mirando la pantalla del móvil... y aún así, no se chocan. ¡¡Están desarrollando un sexto sentido!!
Nuestra siguiente parada es el Túnel Panorámico del Bund. Se trata de un túnel bajo el agua que une las dos orillas del Huangpu, el cual se recorre en unas cabinas mientras vas viendo unas luces de colores como si fuera "el pasaje del terror" en bonito. Cuesta unos seis euros, y, sinceramente no le llegamos a ver la gracia, porque dura unos tres minutos y ves lo prometido: lucecitas de colores.
Si ayer veíamos el distrito financiero de Pudong, hoy vemos el lado contrario: "The Bund", la antigua zona comercial y económica de la época británica. También hoy vemos con perspectiva el hotel Peace, el que tiene la pirámide en la parte superior, y donde ayer nos colamos para ver el hall y los salones de la planta baja. ¡¡Lujo oriental!!
Ya que estamos en Pudong, aprovechamos también para dar un paseo cerca de sus rascacielos. Vistos de cerca son más impresionantes si cabe. Aunque siempre se suelen fotografiar los famosos, resulta que hay un montón de tamaños más modestos. Descubrimos también que hay varios centros comerciales en las plantas bajas... ¿Pero cuántas tiendas de Gucci hay en esta ciudad? Se van a terminar comprando la marca italiana y rebautizándola como 'Gu-Chi'; o Versace como Versa-Cheng; o Chanel como Chang-chel.
Y la verdad es que tampoco estaría muy desencaminado: en China hay muchos mercados donde te venden imitaciones de marcas internacionales. Uno de los más famosos de Shanghái es el Pearl Market, donde se pueden comprar imitaciones de bolsos, ropa y relojes. El sitio es un tanto cutre, ya que es un mercado subterráneo donde hay multitud de puestos que intentan atraerte para que les compres un Vuitton a buen precio. Como tampoco sentimos la necesidad de comprar imitaciones de firmas creadas para gente que no sabe qué hacer con el dinero, nos entretenemos comprando un trípode para la cámara y una bandolera de cuero sin marca. Pero la verdad sea dicha, venir aquí es una visita obligada: se pelean por ti y todos intentan meterte a su tienda. Pablo decide imitar a una tendera diciéndome "mira, mira" y ésta, medio en broma, decide reimitarse a sí misma, casi obligándome a que entre. Ha sido muy divertido, aunque llega un momento que hasta te dan pena, porque en cuanto ven a un occidental le empiezan a decir "bag? watch?" y te enseñan un pequeño catálogo.
Cambiamos totalmente de tercio y vamos a ver lo que queda de la Expo de Shanghái de 2010. Básicamente se ha quedado un pabellón que ahora es un centro de Exposiciones y Ferias, el paseo que ahora es un centro comercial, y el pabellón de China que ahora es el Museo de China. Pensábamos que iba a tener más cosas para ver, pero descubrimos que ahora es más bien un centro empresarial.
Para cenar, decidimos volver a los Jardines de Yuyuán, ya que también queremos ver los edificios iluminados. Comemos unos dumplings (empanadillas) rellenas de carne, otras de verduras y una especie de rollitos. Está todo muy rico, pero al ser un sitio muy turístico resulta algo caro... pero si está lleno, ¿será por algo, no?
Los templos son super chulos y que contraste con los rascacielos.
ResponderEliminarDisfrutad del viaje.