2 sept 2018

8 horas en Suzhou

Hoy haremos nuestro primer viaje utilizando la red de trenes de alta velocidad china. Por lo que hemos visto hasta ahora, aquí todo se hace a lo grande y las estaciones de tren no son para menos. Para acceder a las mismas hay que enseñar el billete y el pasaporte, pasar el equipaje por rayos X y luego ser cacheado. Aunque la señalización está también en caracteres latinos, las pantallas con los destinos y andenes están en un perfecto chino mandarín (suponemos). Lo bueno es que como los trenes están numerados resulta fácil identificarlo, y luego con un poco de imaginación aciertas en qué sala tienes que esperar hasta que tu tren aparezca en el panel en verde, momento en el cual pasas el billete para acceder al andén. Los trenes son larguísimos, con al menos 16 vagones, lo cual implica que tienes que darte un paseo mientras te sientes pequeñito en una estación donde se podría aparcar varios A380.

Con total puntualidad sale el tren de la estación con dirección a nuestro destino, Suzhou. A diferencia del AVE español, este tren coge velocidad rápidamente y en pocos minutos se presume de unos 310 km/h. No suficientemente asombrados con ello, mirar por la ventanilla termina dejándonos con la boca abierta: decenas y decenas de conjuntos de decenas de rascacielos de mínimo tres decenas de plantas por todos los lados. Lo tienen bien pensado: si diseñan una torre de viviendas el gasto se amortiza antes si construyes veinte iguales en lugar de sólo una. Y eso es lo que se ve... conjuntos de torres por todos lados. Si la construcción a gran escala puede ser agresiva, aquí directamente podríamos hablar, como dice Pablo, de puro torrerismo (con 'o').

Suzhou, conocida como la "Venecia de Oriente", nos da la bienvenida, cómo no, con una descomunal estación. Lo primero que hacemos es dejar las mochilas en la consigna. Podría parecer que no, pero en un lugar inmenso en el que casi nadie habla inglés, podría llevarnos bastante tiempo. Pero gracias a nuestra preparación previa del viaje, y gracias a una aplicación del móvil que traduce al chino, nos resulta relativamente sencillo. También en poco tiempo conseguimos llegar hasta la estación de autobuses anexa, donde cogemos un autobús hasta el primer lugar que visitaremos.

Tiger Hill es una colina repleta de jardines, pequeños lagos, estanques con nenúfares, bosques de bambú y pabellones. Pero sin duda, lo que convierte a este lugar en Patrimonio Cultural de la Humanidad es su pagoda, construida en el siglo X en ladrillo y con una atípica planta octogonal. Y más singular la hace aún el hecho de que desde hace 400 años se esté inclinando y ya lleve 2 metros de separación con respecto a su posición original.

Otra de las cosas que nos cautivan en Tiger Hill es su colección de bonsáis. Inicialmente vemos una explanada con unos doscientos de los que están en maceta; pero es que luego descubrimos otra zona con bonsáis que crecen en piedras que simulan montañas. Y claro, es que para que eso haya crecido ahí y podamos disfrutarlo nosotros, alguien tuvo que plantarlo ahí y cuidarlo desde hace, como mínimo, cincuenta años. Eso sí que es amor al arte.

En Tiger Hill podrías pasarte todo el tiempo del mundo, pero tenemos que continuar. Volvemos a la estación de trenes y desde allí, dando un paseo cerca de la muralla, llegamos a la zona central de la ciudad. Visitamos "la Pagoda del Norte y el Templo Bao". Después visitamos el Museo del Jardín del Administrador Humilde, recorriendo sus salas con mucha ansía... no porque nos interese sino porque necesito urgentemente un baño... ¡¡¿¿mucha pagoda y no pusieron en ninguna un baño??!!

Y luego visitamos ya sí, lo que son los Jardines del Administrador Humilde. Este lugar se supone que es la joya turística de Suzhou. Quizá porque hemos visto varios jardines seguidos, quizá porque están repletos de gente, no vemos que estos se diferencien mucho del resto.

Después, nos vamos a la calle Pingjiang, que también es Patrimonio de la Humanidad, ya que ha conservado la arquitectura tradicional y su red de canales. Suzhou se encuentra en la cuenca del Yangtsé, y esto hace que por toda la zona haya ciudades y pueblos repletos de canales, arroyos y lagos. Además, también hay góndolas en las que puedes montar, y ello ha hecho que se conozca la ciudad como la "Venecia de Oriente".

Hace calor y mucha humedad, así que decidimos dar un giro a la visita y pasar de lo tradicional a lo más moderno. En el centro de la ciudad, cerca del templo taoísta de Xuanmiao, nos damos un paseo por la zona comercial de Guanqian. Allí vemos que no sólo en Shanghái los chinos han enloquecido con las compras, sino que debe de ser algo generalizado: calles y calles peatonales con tiendas y centros comerciales donde pagan sus compras a golpe de móvil. Si anoche nos invitaban a una Heineken y nos aseguraban convencidos de que era cerveza china, estamos convencidos de que no saben que Bershka, Geox, Tous o la omnipresente Zara, hacen que parte de sus yuanes acaben en España... ¿Nos resistiremos nosotros a comprar en alguna tienda china equivalente?

Cogemos el metro y nos dirigimos a una de las zonas financieras de la ciudad. Allí, directamente la salida del metro nos saca a un enorme centro comercial. Cuando conseguimos salir por fin vemos uno de los nuevos iconos de la ciudad: el edificio Gate of the East. En forma de arco y conocida como 'los pantalones', esta torre mira hacia el lago Jinji. Es imposible sacar en una foto lo que ven nuestros ojos: flamantes rascacielos en una zona de negocios recién estrenada.

Ensimismados, damos un paseo por la zona observando las torres y torres que hay por los alrededores. También empezamos a echar cuentas del tiempo que necesitamos para coger el tren. Poco a poco nos damos cuenta de que no hemos calculado bien y que vamos a tener que correr porque estamos en la otra punta de la ciudad y salimos de una estación diferente a la que llegamos: corremos a la estación, pasamos control de seguridad, compramos billetes, llegamos al andén, cambiamos de línea, se me cae el billete, salimos corriendo por la estación que parece más gigante aún, llegamos a la consigna, el consignero que no está, luego casi cojo una mochila que no es la mía... y vuelta al metro, con su control de seguridad, compra de billete, llegamos al andén y jadeando no paramos de hacer cálculos de si llegamos o no; y en la estación de tren vuelta a empezar: control de billete y pasaporte, control de equipaje, buscar la sala de espera, accedemos al andén y llega justo el tren. Si hubiésemos llegado dos minutos más tarde se nos hubiese descabalado el viaje... pero ahí estamos, sudando pero con el alivio de haber superado una nueva prueba.

De nuevo a 310 km/h, y en algo menos de tres horas, llegamos a Tai'an. Aún en el andén, otro tren sin parada ruge al pasar por la estación, sobresaltando a Pablo ya que ha pasado como una exhalación. ¿Es supermán? ¿Es un OVNI? ¡¡No, es un tren chino!!

Llueve, y llueve mucho... y hasta se agradece el fresquito. Lo malo es que el autobús que teníamos apuntado ya no circula y la única opción es un taxi. O al menos eso nos dice un hombre que nos ayuda a cogerlo y que no se va hasta que se asegura que estemos en la buena dirección. Media hora de taxi en Madrid nos hubiese costado lo mismo que un vuelo con maleta facturada incluida. Pero aquí, pagamos gustosamente los cinco euros que nos cobra por dejarnos en la puerta del hotel. Y, aunque no lo sepamos aún, esa comodidad nos vendrá bien para superar la prueba que nos espera mañana.

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