Nos levantamos muy tarde, se nos han pegado las sábanas hasta las ocho menos cuarto de la mañana. Si fuese el primer día llevaríamos ya treinta fotos hechas. Pero hoy el tren no sale hasta las 10:30 y nos hemos despertado de forma natural. Como no tenemos el desayuno incluido, decidimos dar una vuelta a la gigantesca manzana donde se encuentra nuestro alojamiento.
Los restaurantes con buena pinta están cerrados y los pocos establecimientos que están abiertos no tienen fotos de los platos por ningún lado, lo cual no facilita que podamos pedir sin llevarnos sorpresas. En uno pedimos una cosa y el cocinero le empieza a preguntar a Pablo a ver si quiere que eche condimentos... Y Pablo le dice "echa, echa, pero esta sopa no la hemos pedido nosotros". Alguna conexión tiene que tener la córnea del ojo y el píloro, porque como algo tenga mal aspecto no te lo comes. Cuando ya pensábamos que no íbamos a encontrar nada que nos gustara, encontramos un pequeño local que vende dumplings, empanadas rellenas, churros y algo que parece leche frita. Para comerlo, nos sentamos en unos bancos frente al local donde hay muchos otros clientes... y hasta nos gusta, pero nada de repetir, porque a las nueve en punto recogen la sartén, el mostrador y los bancos, al igual que en otros locales cercanos, como si del toque desayunil se tratara.
Con una buena dosis de fritanga recorriendo nuestro aparato digestivo, volvemos camino al hotel para recoger las mochilas. Hay oficinas, inmobiliarias y negocios desconocidos; y en muchos de ellos, el jefe pasa revista al personal en plena calle. Incluso en algunos llegamos a ver sencillas coreografías que pensamos son dinámicas de grupo. Al pasar por detrás de un jefe hacemos una mueca de que está loco y conseguimos arrancar la carcajada de los empleados que mantenían la espalda erguida y el semblante serio. ¡¡Menuda disciplina hay en este país!!
Con total puntualidad el tren bala llega y nos montamos dirección Kaifeng. Como siempre, este tipo de trenes son cómodos, la gente tiene buena pinta y no hay imprevistos. Es curioso el hambre que hace la gente en los medios de transporte; aquí, además de un carrito que se pasea ofreciendo comida previo pago, también hay servicio de agua caliente: la gente come noodles a todas horas y en cualquier lugar. Como si de un derecho constitucional se tratara, por todas partes puedes disponer de agua caliente: en trenes, en restaurantes, en los hoteles, en los baños públicos, ... Basta con comprar un vasito de pasta precocinada para disfrutar de un sabroso y a veces picante plato de fideos chinos.
Nuestro recorrido en tren no supera la hora. Como en otros trayectos, no paramos de ver zonas en las que están construyendo edificios de rascacielos todos iguales. Como los planos se reutilizan, empezamos a pensar que en el país sólo hay cuatro arquitectos; bueno, cinco desde que llegó Naranjo. Otra cosa que nos llama la atención es que los edificios los suelen hacer de hormigón; no sólo lo que es la estructura, sino también la fachada, de forma que por fuera con poner los cerramientos y pintar ya tienes el rascacielos de treinta plantas. El concepto de "torrerismo" queda afianzado: cuando un barrio está viejo, se derrumba y se plantan veinte o treinta torres.
A medio día llegamos a Kaifeng. Como en otras ocasiones, la estación de los trenes bala están en las afueras de la ciudad. Como aquí no haremos noche, cogemos un bus hasta la estación de tren convencional, que tarda más de una hora en hacer el recorrido. En la estación buscamos la consigna para dejar las mochilas y al preguntar el precio nos dicen que son seis euros; sabemos que nos están engañando, así que, a pesar de ser un sitio oficial, conseguimos que nos bajen el precio... hasta la mitad. O, mejor dicho, le imponemos el precio nosotros, plantándoles el importe que consideramos correcto y cogiendo el resguardo. Ha sido una situación extraña... y nos vamos un poco preocupados de que nos puedan robar alguna de las pocas cosas de valor que llevamos entre la ropa sucia.
¡¡Y toca disfrutar de una agradable visita por Kaifeng!! La primera impresión no es muy buena, ya que se ve todo mucho más pobre y descuidado. Con la ayuda del móvil, llegamos hasta el "Templo del primer ministro", un agradable templo pero que no se diferencia de los ya vistos anteriormente. Empieza a llover y leyendo la guía, vemos que el resto de lugares no merecen el esfuerzo necesario para llegar hasta ellos. Así que decidimos ver sólo uno de los lugares turísticos más importantes de la ciudad y que nos pilla cerca. Se trata del "Parque del Dragón". Kaifeng también fue una de las trece capitales del imperio, y tuvo como una especie de Ciudad Prohibida, de la cual han sobrevivido hasta hoy algunos edificios que forman lo que hoy es el parque. Tiene también un gran lago, puentes y jardines, en bastante buen estado.
Lo que sí que podemos constatar es que la ciudad está muy contaminada. Todo el día ha estado nublado, lloviendo y no termina de escampar; incluso mirando hacia una torre de televisión que tiene la ciudad, se ve que el aire no está limpio. Pero más aún... en el estanque del Parque del Dragón hay hasta peces muertos flotando. Una verdadera lástima.
Como llueve, decidimos refugiarnos en un centro comercial cercano, pero no compramos nada porque no nos convence ni los precios ni los diseños. Va pasando el tiempo y toca volver a la estación para recoger nuestro equipaje, donde comprobamos que las refunfuñonas de la taquilla no se han quedado con nada ajeno. En el hall de espera, descansamos mientras cuentan en euskera diciendo "bat, bi, hiru" hasta acceder al tren. Esta vez viajamos en un tren normal, con 3+2 asientos por fila, donde se permite fumar y donde, para ser los únicos occidentales, parece que no les llamamos la atención.
Hoy ha sido un día un tanto raro: nos hemos levantado en una ciudad, hemos visitado otra y dormiremos en una tercera. Kaifeng nos ha decepcionado ya que pensábamos que iba a ser más agradable, limpia y recogida; sin embargo, ha sido una ciudad gris y sin grandes atractivos para el turista. No todo va a salir siempre perfecto, ¿no? A ver qué tal se nos da mañana Zhengzhou, otra urbe desconocida en Europa.
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