16 sept 2018

Zhengzhou, capital de Henan

Tras un copioso desayuno, como en unas buenas vacaciones se merece, comenzamos a recorrer Zhengzhou, la capital de la provincia de Henan. Se trata de otra de esas ciudades desconocidas en Europa y que tiene la friolera de seis millones y medio de habitantes. Y es, que, en un país con 1.800 millones de habitantes, es normal que haya unas 160 ciudades de más de un millón de habitantes.

Empezamos recorriendo Zhengzhou por su flamante área moderna, el Centro de Convenciones y Exposiciones de la ciudad. Es una zona moderna, que gira en torno a un lago y un pequeño río, donde el icono arquitectónico es el Henan Art centre. Este conjunto de edificios funciona como galerías de arte, museo y palacio de exposiciones. Parecen unos huevos dorados, pero realmente lo que pretendía el arquitecto era que se parecieran al instrumento Xun, una especie de de ocarina.

A unos 27 kilómetros de la ciudad se encuentran los bustos de los emperadores Yang y Huang, considerados los padres fundadores de la civilización china. El conjunto de los dos bustos está considerado como la segunda estatua más grande del mundo y se tardó en construir 20 años. Para llegar hasta allí preguntamos a una pareja que nos indica que cojamos el metro hasta la parada más cercana y que allí cojamos un tren. Aprovechamos la larga hora de metro para echar una cabezada. Al llegar, tan sólo nos hemos acercado siete kilómetros, así que volvemos a preguntar; casi nadie parece conocer la existencia de este "pequeño monte Rushmore chino"... hasta que una joven nos dice que sí, pero que tenemos que coger un taxi o que si no es imposible. Empezamos a preguntar a varios taxistas y algunos no saben, y otros nos piden unos importes que ni con ostras salvajes a bordo estarían justificados. Así que, un poco frustrados, terminamos desistiendo visitar las dos colosales cabezas imperiales.

Sin tener muy claro dónde se sitúa el centro de la ciudad, apostamos por ir a la estación de metro de la Torre Erqi. Nada más salir de la estación te encuentras con la pagoda de catorce plantas que da nombre a la estación y a toda la zona. Aunque parece milenaria, sus dos enormes relojes en la cima delatan que es una construcción bastante nueva, de unos cincuenta años. Y parece ser que hemos tenido suerte porque está en la zona equivalente a la madrileña plaza de Callao, llena de tiendas y centros comerciales.

Así que, como en los últimos dos días, sustituimos nuestras ansias de centros históricos por los centros comerciales. La zona es un verdadero laberinto de tiendas, restaurantes, pasadizos y gente por todos los lados. Tenemos claro que hay tres tipos de tiendas: las internacionales de lujo, las de clase media pero que son caras y luego los establecimientos en los que puedes comprar de todo pero de mala calidad. Sólo por curiosidad visitamos un centro comercial de siete plantas con cientos de tiendas donde venden un poco de todo: ropa, artículos de decoración, pelucas, relojes, juguetes... fabricados con la de 95 octanos. Quién quiera imitar la sensación equivalente puede cerrar los ojos y meter la nariz en el depósito de gasolina del coche.

Después de ver el museo de los horrores, nos vamos a las tiendas normales. La idea de que en China la calidad es mala es totalmente errónea. Tienen muchas marcas de ropa con muy buena pinta, quizá con colores un tanto oscuros y algunos diseños que aquí nos parecen hasta normales pero que no pasarían desapercibidos en España. Lo que también tienen es muchas marcas de ropa deportiva, ya que sobre todo los hombres tienden a ir con ropa cómoda y moderna, alejada de los típicos chándales horteras. Una cosa que nos llama la atención es que en general, nos dicen que no tienen la talla S; nos resulta bastante raro porque la mayoría de los hombres son más bien menuditos. En una tienda llamada Anta y que hemos visto por todo el país, han colocado un stand con interesantes ofertas, donde vemos que tienen la talla S. Decidimos probarnos las prendas, pero nos dicen que no tienen probador... ¿Quién dijo vergüenza? Ahí mismo, entre la gente, luciendo calzoncillo al aire, nos las probamos mientras la gente y los propios de la tienda sonríen ante nuestra espontaneidad. En lo que llevamos de día tan sólo hemos visto a una occidental, así que, entre lo exóticos que les resultamos y que somos la alegría de la huerta, están encantados con nosotros.

Toca volver al hotel a por las maletas, ya que hoy nos vamos de la ciudad en avión. Como llueve, preguntamos a la gente a ver qué autobús coger... y terminan cuatro personas con sus respectivas aplicaciones de móvil debatiendo sobre qué línea es la mejor. Tras el momento desquiciante, uno de los jóvenes nos dice que cojamos el 26... pero que no sale de la parada donde estamos, sino de otra hasta la cual nos acompaña... a medio kilómetro. Cuando el autobús llega, éste va lento y en un cruce se queda parado unos cuantos minutos. Ya estamos otra vez con la cantina... ¡¡vamos a tener que correr!! Llegamos al hotel, cogemos las mochilas y otra vez al metro... y a cruzar media ciudad. Sin cenar, llegamos al aeropuerto, reorganizamos la maleta, facturamos y pasamos los controles... ¡¡otra prueba superada!! Como no hemos cenado y aquí no se aprovechan demasiado en las estaciones y aeropuertos, aprovechamos a cenar antes de que salga nuestro vuelo a Hangzhou.

Ya en la cola embarque, vemos que de repente la gente se vuelve a sentar. A la azafata le preguntamos que qué ocurre y nos dice que el vuelo se va a retrasar. Y así es, porque en lugar de a las diez de la noche salimos a las once y media. Es una verdadera faena porque en destino ya no llegamos al último autobús que nos lleva al lado del hotel. Tras una hora y media de vuelo, llegamos a la una y media a Hangzhou, donde la temperatura es considerablemente más alta debido a que ahora estamos mucho más al sur. Y ya no hay autobuses... Tras momentos de confusión nos cogemos uno que va al centro de la ciudad y desde allí un taxi al hotel... con lo que conseguimos resolver el problema bastante bien. Y por fin, a las tres de la mañana, caemos rendidos en la cama del hotel Metropole, sin duda el mejor del viaje. Pero sólo lo disfrutaremos unas pocas horas... Hangzhou nos espera.

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