El Cabo de Buena Esperanza fue el punto que Bartolomé Diaz bautizó como el Cabo de las Tormentas. Hoy no llueve, pero hace muchísimo viento, así que no es de extrañar que muchos barcos se hayan hundido aquí debido a los temporales. De hecho, se dice que a veces se pueden ver barcos fantasma y a algún marinero errante. Para guiar a los barcos se construyó un faro en el Cape Point, que resultó poco eficaz debido a la densa niebla que a veces se forma. Así que, años después hubo que construir uno más moderno y más cerca del nivel del mar. Aunque siempre se habla de El Cabo de Buena Esperanza, realmente hay dos sub-cabos: el Cape Point, que es donde están los dos faros, y el de Buena Esperanza. Hay muchas rutas para hacer y nosotros hacemos las que llegan hasta los faros, hasta las dos puntas y la ruta a la cafetería, ésta última sin éxito ya que sólo puedes comprar para llevar.
En el parque se pueden ver muchas flores y sobre todo los arbustos fynbos, característicos de esta zona. Por todos los lados se avisa de que hay que tener cuidado con los monos, pero debe de ser demasiado pronto para ellos y no conseguimos ver ninguno, incluso caminando con una bolsa de cacahuetes en la mano. Lo que sí que vemos son impalas y avestruces... y, con todo lo que hemos andado y habiendo tomando sólo un triste café y cacahuetes, nos han abierto el apetito. Así que, continuando por la costa occidental de la península, llegamos a Kommetjie con la disyuntiva de si visitar el inmenso faro de Slangkop que hemos visto desde la carretera o de tomar un merecido brunch...
El gochorrismo nos puede y damos rienda suelta a nuestro instinto gástrico. Mientras esperamos a que nos sirvan, nos lamentamos del día tan ventoso que hay y a la imposibilidad de tirarnos en parapente, ya que todo apuntaba a que había quedado descartado. Sin embargo, aprovechando que hay wi-fi, nos conectamos y nos confirman que sí que lo vamos a poder hacer... ¡¡pero ya no nos da tiempo a llegar!! Esto de no tener datos en el extranjero nos ha jugado una mala pasada... ahoguemos las penas en un suculento desayuno.
Continuamos la ruta y llegamos a Hout Bay, donde podemos ver unas cuantas focas en el puerto. Aquí, varios hombres están alimentando a las focas e invitan a la gente a darlas de comer a cambio de una propina. Como me encantan esas cosas, no dudo en coger un trozo de pescado y acercárselo... la vacilo un poco retirándoselo, pero viendo la gran boca que tiene, me entra miedito y le suelto el pescado rápidamente. ¡¡Que nada enfade a foqui foqui!!
Un tiempo soleado nos da la bienvenida cuando llegamos a Ciudad del Cabo. Como por la tarde devolveremos el coche, aprovechamos a ir a los sitios de más difícil acceso. Uno de ellos es Signal Hill, un mirador desde donde se ve toda la ciudad y desde donde deberíamos habernos tirado en parapente. Al llegar tenemos una grata sorpresa: aún estamos a tiempo de 'volar'. Nos invade un nerviosismo por este giro inesperado, ya que habíamos descartado ya poder hacerlo. Pero el destino nos pone en bandeja poder hacer una de las actividades más importantes del viaje, así que enseguida cerramos los detalles para lanzarnos sobre el cielo de la ciudad.
Pablo se muestra nervioso y hasta diría que preocupado. Yo intento quitarle tensión a la espera comentando que si gente tan diferente lo hace, que muy difícil no puede ser. Y es que, a decir verdad, me invade la emoción y no el miedo. La 'pista de despegue' es la loma del monte, que tiene un suave desnivel... ¡¡otra cosa sería salta al vacío!! Y, por fin, llega el momento. Nos presentan a nuestros monitores y decidimos que Pablo será el primero en volar y que, además, inmortalizará el momento con una grabación en vídeo.
Tras recoger todo, nos suben de nuevo a Signal Hill, donde dejamos el coche. Aprovechando las alturas, hacemos unas fotos de la ciudad, que pinta muy interesante. El monte de Lion's Head y el estadio, nos cautivan especialmente. Después, intentamos subir en funicular al Monte Mesa (Table Mountain), pero hay una cola inmensa y dudamos poder llegar a la hora de la devolución del coche. Así que, optamos por ser prácticos y nos vamos primero al hotel y luego a devolver el Clío que nos ha acompañado hasta aquí.
Ya sin coche, damos un paseo por la ciudad. Ya desde el principio vemos que esta ciudad tiene un aire más cosmopolita, más vivo y animado. Empezamos nuestro recorrido por el barrio malayo de Bo-Kaap, con sus características casa y mezquitas de colores.
Paseando entre edificios coloniales y rascacielos, acabamos el día en el Victoria & Albert Waterfront. Es el Abandoibarra de Ciudad del Cabo: una zona portuaria reconvertida en restaurantes, hoteles, tiendas y ocio. Además, las tiendas están abiertas hasta las 9 de la noche, mientras que en el resto del país lo habitual eran las 6. Hacemos unos compras y aprovechamos a cenar. Como el lugar está muy animado apuramos hasta horas intempestivas para estos lares... ¡¡las once de la noche!! Toca ya recogerse, organizar el equipaje para el último día... y disfrutar de la suite de dos plantas que tenemos para nuestra última noche.
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