23 mar 2016

Acabando en El Cabo

Quitando los dos días de vuelo, hoy es nuestro decimoséptimo y último día de turismo. Como si estuviera buscado aposta, Ciudad del Cabo será la ciudad donde 'acabará' nuestro viaje. Nos levantamos con la idea de tener un día tranquilo, un día para pasear y ver a la gente pasar desde alguna terraza, disfrutando de la ciudad pero sin ir mucho en su busca. Pero de repente caemos en que... ¡¡en media hora tenemos la isla de Robben Island!! Recogemos, dejamos el hotel y vamos pitando al puerto.

La isla de Robben Island es tristemente famosa porque en ella permaneció encarcelado Nelson Mandela durante más de 18 años, y esto la convierte en una visita obligada de la ciudad. De hecho, parte del turismo del país gira en torno a su vida, ya que es el héroe nacional (y mundial) en la lucha por los derechos de los negros y, en cierta medida, de los derechos humanos. Cualquier lugar al que fuera o cualquier cosa que hiciera, atrae la atención del turista, aunque sin llegar a saturar.

El trayecto en barco hasta la isla dura una media hora. Desde la cubierta uno se deleita con la visión de la ciudad, con el imponente Monte Mesa justo detrás. La brisa marina es bastante fría, aunque las vistas compensan la piel de gallina... y sin esperarlo, nos recompensan con el avistamiento de un par de ballenas. Aunque sólo se les ve la cola en la superficie, ha merecido la pena pasar un poco de frío.

Una vez en la isla se sube a unos autobuses donde nos explican la historia de la isla, de la ciudad y del país. Nuestro guía es muy enrollado y va preguntando las nacionalidades de los visitantes, explicando en qué contribuyó cada uno de los países en la lucha por la libertad en Sudáfrica. Entre chiste y chiste, a los ingleses los pone finos y a los holandeses los pone como que solo comen queso. La parte que nos toca consiste en que España y Portugal se repartieron explorar Sudamérica y África respectivamente; también cuenta que los árboles que introdujeron los australianos hacen que no haya agua potable en la isla pero que no se pueden cortar porque si no vienen los de Greenpeace, 'y todos son españoles'... Oye, pues mejor eso que no invadir como los ingleses, ¿no?

En la cárcel donde estuvo Nelson Mandela, un guía cuenta con un tono mucho menos alegre cómo era la vida allí: el mismo estuvo preso por un delito menor, pero por el color de su piel todo era mucho más cruel. También nos cuentan cómo les hacían trabajar en una cantera, de la cual lo que se extraía no servía más que para que se quedaran ciegos... querían tenerlos ocupados. Ver la minúscula celda de Madela, y pensar que alguien estuvo todos esos años allí sí que pone la piel de gallina y no el frío del barco.

En todos nuestros viajes hay un día en el que hay que conocer, por cruel que sea, las aberraciones que ha cometido el ser humano. Aunque sea difícil de digerir, sirve para valorar los derechos y libertades de las que disfrutamos, y hay que obligarse a hacer estas reflexiones para ser más conscientes.

La visita en total ha durado unas cuatro horas, así que volvemos ya al barco. Intentamos adelantar a una jubilada con garrota, que durante la visita iba despacito para coger los mejores puestos fotográficos y que ahora es la primera en cruzar la meta del barco. Regresamos a tierra continental surcando un mar lleno de algas gigantes y medusas, poco apetecible para el baño... pero no hay que olvidar que no estamos en un mar, sino en el señor Océano Atlántico. Aproximándonos, unos animales más simpáticos nos guían hasta el muelle: ¡¡son foqui foquis!! Eh, ¿pero es que no llevan siempre una pelota pegada al hocico?

Ciudad del Cabo es, sin duda, la ciudad más bonita de nuestro viaje. Es limpia, ordenada, con gente blanca y negra (aunque no mezclada), tiendas, paseos, ... Es Barcelona versión África. El centro de la ciudad está muy animado y, siguiendo la guía, recorremos los edificios históricos de la época colonial. Uno de los edificios más bonitos es, sin duda, el Nuevo ayuntamiento. De estilo italiano, está frente a una gran plaza donde los miércoles se organiza un mercado.

Otros sitios que nos gustan son la calle comercial Geroge's Mall y The Company's Garden, unos jardines preciosos rodeados de edificios históricos, entre ellos el Parlamento. Hay que recordar que esta es la capital legislativa del país, así que una visita al impoluto parlamento es también obligada.



Esta ciudad también fue el origen de lo que hoy es Sudáfrica. Aquí fue donde los Portugueses crearon el primer asentamiento y desde donde luego se expandieron igual que los ingleses y holandeses. Uno de los edificios más antiguos del país se encuentra cerca del ayuntamiento: el castillo de Ciudad del Cabo, una ciudadela con forma de estrella que, aunque parece que no tiene gran protagonismo, sí que tiene gran importancia.


Esto se acaba... cenando a las cinco de la tarde como los lugareños, establecemos los pasos a seguir para volver a casa. Primero vamos al hotel a recoger el equipaje. Después cogemos en el Civic Center el autobús que nos lleva hasta el aeropuerto. Una vez allí, nos ponemos ropa más abrigada y facturamos las maletas. El primer vuelo nos llevará desde Ciudad del Cabo hasta Johannesburgo. La salida es puntual, el vuelo es tranquilo y llegamos a la hora esperada. ¡¡Cuánto tiene que aprender Ryanair de la africana Kulula!! Ya estamos en Johannesburgo, adonde llegamos hace 18 días aunque tenemos la sensación de llevar aquí meses.

Ahora toca ya abandonar el país. Como tenemos que hacer varios vuelos y tenemos una larga escala, intentamos a ver si es posible que nos reorganicen la ruta para tener menos escalas o menos tiempo de trayecto, pero todos los vuelos alternativos están completos... ¡¡había que intentarlo!! Facturamos las maletas y la impresora de tarjetas de embarque empieza a escupir papel como si fueran los descuentos del día. Y es que, volamos primero a Nairobi, luego a Ámsterdam y tras una escala de cuatro horas a Madrid. Cansados, sudados, con sueño, e incluso con ganas de recenar en el avión, pasamos el control de seguridad y el de inmigración y llegamos finalmente a la puerta de embarque. A las 01:50 de la madrugada empieza puntual el embarque e inconscientes de la que se avecina, recorremos el finger despidiéndonos de alguna forma del país.

Sin embargo, casi con la revista de abordo ya leída, el comandante habla por la megafonía. No sé si no le entendemos muy bien o es que no queremos creernos lo que oímos... ¡¡han cancelado el vuelo!! Parece ser que hay un problema técnico y que a esas horas no localizan a nadie que pueda subsanarlo. El descontento se apodera... pero sólo de nosotros, porque en ese Boeing ¡¡sólo dos personas llevan sangre latina!! El resto del pasaje se lo toma con resignación, como si fuera algo casi habitual. Claro que, muchos pasajeros igual iban a Nairobi y nos les causa gran trastorno volar por la mañana.

Así que, vivimos un déjà-vu... recogemos las maletas y pasamos el control de inmigración, donde nos vuelven a pone en el pasaporte el sello de entrada. Con la salida y entrada desde Suazilandia, vamos a tener más sellos de entrada y salida que a ningún otro país. ¡¡Menudo monográfico!! Tras explicarles la situación en francés a unas italianas que iban a Costa de Marfil (uh, vaya lío), un asistente de tierra mozambiqueño bastante resolutivo nos ayuda y nos dirige al mostrador de billetes. Sobrevivimos a "tripitas el hindú" que teniendo ya la papeleta solucionada merodea el mostrador y pensamos que se quiere colar... a un hombre negro vestido de traje negro y con gafas negras que no se sabe muy bien qué es lo que quiere en esta vida... una mora que se debe de comunicar por bluetooth porque no le vemos abrir la boca pero que tras veinte minutos se va con su billetito resuelto... Y por fin, nos toca el turno a nosotros. Conseguimos que nos reubiquen en un vuelo a París y de allí a Madrid, llegando en vez de a media noche a las diez de la mañana del día siguiente. Bueno, aunque ha habido mucho descontrol (incluso unas chicas sudafricanas que viajaban a Zanzíbar de vacaciones estaban sorprendidas), llegaremos a Madrid en un plazo razonable.

Son casi las cuatro y no está todo solucionado aún... como un niño que aprende a andar, aquí hay que ir pasito a pasito, no te vayan a dar toda la información de golpe y uno se empache. Hay que preguntar que si nos dan hotel, que donde se coge, que a qué hora sale, que si tenemos desayuno, que a qué hora es, si hay comida, que si podemos estar en la habitación hasta por la tarde, que si hay internet... buf, en un rato hemos tenido que hacer tantas preguntas como en dos trivial pursuit. Pero por fin, a las cinco de la mañana, caemos muertos en la habitación de un hotel que no sabemos ni donde estamos.

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