24 mar 2016

Rumbo a casa

El despertador suena... ¿Estamos llegando al viejo continente? No... ¡¡no estamos en un avión!! ¿Estamos ya en casa? No... ¡¡a no ser que alguien nos haya cambiado las cortinas!! Tras tres horas de sueño, aturdidos como si hubiésemos dormido dentro de una lavadora, despertamos en un hotel un tanto atípico. Estamos en Birchwood, un complejo que parece un centro de conferencias, o un hotel, o una residencia, o una secta... ¡¡o todo junto!!

Dado que hasta las siete de la tarde no re-emprendemos el camino a casa, damos un paseo tranquilamente por el complejo amurallado. Las habitaciones son como pequeños adosados, rodeados de jardines, en los que se alternan restaurantes, salas de conferencias, zonas de reuniones y hasta unas pequeñas piscinas. La distinción de la gente que vemos contrasta con una tensa armonía, escenario ideal para una peli americana de domingo por la tarde... en el restaurante uno no sabe si pedir cocacolas o redención.

Tras el desayuno, vemos que hay un centro comercial en las inmediaciones, al que escapamos de esta improvisada prisión de cuatro estrellas. Las modas sudafricanas no acaban de convencernos, pero terminamos comprando alguna que otra prenda de corte occidental con nuestros últimos Rands. Bolsas en mano, cruzamos una autopista de varios carriles para volver al hotel, donde nuestra piel blanca es la única llave que necesitamos para pasar el control de seguridad negro.

Un shuttle nos lleva de nuevo al aeropuerto y de nuevo nos encontramos haciendo cola para realizar la facturación. Curioseando en internet habíamos visto que nos habían dado asientos separados y que no había opción de cambiarlos... así que, con nuestra mejor sonrisa y poniendo cara de gatito mojado, conseguimos que la afable azafata mueva a alguien para que los dos tortolitos puedan regresar a su nido juntos tras la luna de miel. ¡¡Pero qué alegría irradian los sudafricanos negros!!

Sin pensar que volveríamos a montar tan pronto en uno, el A380 de AirFrance despega suavemente rumbo a la capital francesa. Con tristeza nos despedimos del suelo sudafricano del cual hemos recorrido 4.080 kilómetros durante 18 días. Dejamos atrás el país, el hemisferio y el continente... ¡¡y hasta el clima!! En estos días hemos pasado por las cuatro estaciones: dejamos Madrid en invierno, llegamos a Sudáfrica en verano, pasamos al otoño y ahora volvemos a la primavera. Hay gente que en la luna de miel da la vuelta al mundo... nosotros hemos dado la vuelta al termómetro. De hecho, aterrizamos en París lloviendo y un segundo vuelo nos lleva al fresco sol de un día de primavera en Madrid... vaya descoloque. Sí, llevamos pantalones cortos en Marzo, ¡¿qué pasa?! En el metro la gente nos mira extrañada... y es que, no saben la gran experiencia que hemos vivido en este viaje.


Desde siempre tuvimos claro que el viaje de novios tenía que girar en torno a la naturaleza. Ahora haciendo balance, confirmamos que ha sido un acierto. Aunque nos ha sorprendido que blancos y negros están totalmente separados, que los animales en libertad no son tan fáciles de ver y que el verano es bastante lluvioso, Sudáfrica y Suacilandia nos han enamorado. Hemos visto animales en libertad, cañones de ríos preciosos, espectaculares cascadas, playas bañadas por el índico y el atlántico; hemos montado en avestruz y hemos hecho parapente; hemos recorrido los pasos de Mandela; hemos visto modernas ciudades y modestos pueblos; hemos conocido las culturas zulú y suaci; y, sobre todo, hemos disfrutado de Sudáfrica y Suacilandia después de uno de los días más importantes de nuestra vida.

Hoy ponemos punto y final a este viaje... ¡¡pero pensansado ya en el próximo destino donde lucir anillo!! Estad atentos porque el verano está más cerca de lo que parece y es que, la vida hay que aprovecharla a tope. Nos despedimos con una reflexión que nos dijeron en Soweto acerca de Europa... "Ellos tienen relojes, pero nosotros tiempo"... Hakuna Matata!!

23 mar 2016

Acabando en El Cabo

Quitando los dos días de vuelo, hoy es nuestro decimoséptimo y último día de turismo. Como si estuviera buscado aposta, Ciudad del Cabo será la ciudad donde 'acabará' nuestro viaje. Nos levantamos con la idea de tener un día tranquilo, un día para pasear y ver a la gente pasar desde alguna terraza, disfrutando de la ciudad pero sin ir mucho en su busca. Pero de repente caemos en que... ¡¡en media hora tenemos la isla de Robben Island!! Recogemos, dejamos el hotel y vamos pitando al puerto.

La isla de Robben Island es tristemente famosa porque en ella permaneció encarcelado Nelson Mandela durante más de 18 años, y esto la convierte en una visita obligada de la ciudad. De hecho, parte del turismo del país gira en torno a su vida, ya que es el héroe nacional (y mundial) en la lucha por los derechos de los negros y, en cierta medida, de los derechos humanos. Cualquier lugar al que fuera o cualquier cosa que hiciera, atrae la atención del turista, aunque sin llegar a saturar.

El trayecto en barco hasta la isla dura una media hora. Desde la cubierta uno se deleita con la visión de la ciudad, con el imponente Monte Mesa justo detrás. La brisa marina es bastante fría, aunque las vistas compensan la piel de gallina... y sin esperarlo, nos recompensan con el avistamiento de un par de ballenas. Aunque sólo se les ve la cola en la superficie, ha merecido la pena pasar un poco de frío.

Una vez en la isla se sube a unos autobuses donde nos explican la historia de la isla, de la ciudad y del país. Nuestro guía es muy enrollado y va preguntando las nacionalidades de los visitantes, explicando en qué contribuyó cada uno de los países en la lucha por la libertad en Sudáfrica. Entre chiste y chiste, a los ingleses los pone finos y a los holandeses los pone como que solo comen queso. La parte que nos toca consiste en que España y Portugal se repartieron explorar Sudamérica y África respectivamente; también cuenta que los árboles que introdujeron los australianos hacen que no haya agua potable en la isla pero que no se pueden cortar porque si no vienen los de Greenpeace, 'y todos son españoles'... Oye, pues mejor eso que no invadir como los ingleses, ¿no?

En la cárcel donde estuvo Nelson Mandela, un guía cuenta con un tono mucho menos alegre cómo era la vida allí: el mismo estuvo preso por un delito menor, pero por el color de su piel todo era mucho más cruel. También nos cuentan cómo les hacían trabajar en una cantera, de la cual lo que se extraía no servía más que para que se quedaran ciegos... querían tenerlos ocupados. Ver la minúscula celda de Madela, y pensar que alguien estuvo todos esos años allí sí que pone la piel de gallina y no el frío del barco.

En todos nuestros viajes hay un día en el que hay que conocer, por cruel que sea, las aberraciones que ha cometido el ser humano. Aunque sea difícil de digerir, sirve para valorar los derechos y libertades de las que disfrutamos, y hay que obligarse a hacer estas reflexiones para ser más conscientes.

La visita en total ha durado unas cuatro horas, así que volvemos ya al barco. Intentamos adelantar a una jubilada con garrota, que durante la visita iba despacito para coger los mejores puestos fotográficos y que ahora es la primera en cruzar la meta del barco. Regresamos a tierra continental surcando un mar lleno de algas gigantes y medusas, poco apetecible para el baño... pero no hay que olvidar que no estamos en un mar, sino en el señor Océano Atlántico. Aproximándonos, unos animales más simpáticos nos guían hasta el muelle: ¡¡son foqui foquis!! Eh, ¿pero es que no llevan siempre una pelota pegada al hocico?

Ciudad del Cabo es, sin duda, la ciudad más bonita de nuestro viaje. Es limpia, ordenada, con gente blanca y negra (aunque no mezclada), tiendas, paseos, ... Es Barcelona versión África. El centro de la ciudad está muy animado y, siguiendo la guía, recorremos los edificios históricos de la época colonial. Uno de los edificios más bonitos es, sin duda, el Nuevo ayuntamiento. De estilo italiano, está frente a una gran plaza donde los miércoles se organiza un mercado.

Otros sitios que nos gustan son la calle comercial Geroge's Mall y The Company's Garden, unos jardines preciosos rodeados de edificios históricos, entre ellos el Parlamento. Hay que recordar que esta es la capital legislativa del país, así que una visita al impoluto parlamento es también obligada.



Esta ciudad también fue el origen de lo que hoy es Sudáfrica. Aquí fue donde los Portugueses crearon el primer asentamiento y desde donde luego se expandieron igual que los ingleses y holandeses. Uno de los edificios más antiguos del país se encuentra cerca del ayuntamiento: el castillo de Ciudad del Cabo, una ciudadela con forma de estrella que, aunque parece que no tiene gran protagonismo, sí que tiene gran importancia.


Esto se acaba... cenando a las cinco de la tarde como los lugareños, establecemos los pasos a seguir para volver a casa. Primero vamos al hotel a recoger el equipaje. Después cogemos en el Civic Center el autobús que nos lleva hasta el aeropuerto. Una vez allí, nos ponemos ropa más abrigada y facturamos las maletas. El primer vuelo nos llevará desde Ciudad del Cabo hasta Johannesburgo. La salida es puntual, el vuelo es tranquilo y llegamos a la hora esperada. ¡¡Cuánto tiene que aprender Ryanair de la africana Kulula!! Ya estamos en Johannesburgo, adonde llegamos hace 18 días aunque tenemos la sensación de llevar aquí meses.

Ahora toca ya abandonar el país. Como tenemos que hacer varios vuelos y tenemos una larga escala, intentamos a ver si es posible que nos reorganicen la ruta para tener menos escalas o menos tiempo de trayecto, pero todos los vuelos alternativos están completos... ¡¡había que intentarlo!! Facturamos las maletas y la impresora de tarjetas de embarque empieza a escupir papel como si fueran los descuentos del día. Y es que, volamos primero a Nairobi, luego a Ámsterdam y tras una escala de cuatro horas a Madrid. Cansados, sudados, con sueño, e incluso con ganas de recenar en el avión, pasamos el control de seguridad y el de inmigración y llegamos finalmente a la puerta de embarque. A las 01:50 de la madrugada empieza puntual el embarque e inconscientes de la que se avecina, recorremos el finger despidiéndonos de alguna forma del país.

Sin embargo, casi con la revista de abordo ya leída, el comandante habla por la megafonía. No sé si no le entendemos muy bien o es que no queremos creernos lo que oímos... ¡¡han cancelado el vuelo!! Parece ser que hay un problema técnico y que a esas horas no localizan a nadie que pueda subsanarlo. El descontento se apodera... pero sólo de nosotros, porque en ese Boeing ¡¡sólo dos personas llevan sangre latina!! El resto del pasaje se lo toma con resignación, como si fuera algo casi habitual. Claro que, muchos pasajeros igual iban a Nairobi y nos les causa gran trastorno volar por la mañana.

Así que, vivimos un déjà-vu... recogemos las maletas y pasamos el control de inmigración, donde nos vuelven a pone en el pasaporte el sello de entrada. Con la salida y entrada desde Suazilandia, vamos a tener más sellos de entrada y salida que a ningún otro país. ¡¡Menudo monográfico!! Tras explicarles la situación en francés a unas italianas que iban a Costa de Marfil (uh, vaya lío), un asistente de tierra mozambiqueño bastante resolutivo nos ayuda y nos dirige al mostrador de billetes. Sobrevivimos a "tripitas el hindú" que teniendo ya la papeleta solucionada merodea el mostrador y pensamos que se quiere colar... a un hombre negro vestido de traje negro y con gafas negras que no se sabe muy bien qué es lo que quiere en esta vida... una mora que se debe de comunicar por bluetooth porque no le vemos abrir la boca pero que tras veinte minutos se va con su billetito resuelto... Y por fin, nos toca el turno a nosotros. Conseguimos que nos reubiquen en un vuelo a París y de allí a Madrid, llegando en vez de a media noche a las diez de la mañana del día siguiente. Bueno, aunque ha habido mucho descontrol (incluso unas chicas sudafricanas que viajaban a Zanzíbar de vacaciones estaban sorprendidas), llegaremos a Madrid en un plazo razonable.

Son casi las cuatro y no está todo solucionado aún... como un niño que aprende a andar, aquí hay que ir pasito a pasito, no te vayan a dar toda la información de golpe y uno se empache. Hay que preguntar que si nos dan hotel, que donde se coge, que a qué hora sale, que si tenemos desayuno, que a qué hora es, si hay comida, que si podemos estar en la habitación hasta por la tarde, que si hay internet... buf, en un rato hemos tenido que hacer tantas preguntas como en dos trivial pursuit. Pero por fin, a las cinco de la mañana, caemos muertos en la habitación de un hotel que no sabemos ni donde estamos.

22 mar 2016

Inolvidable península de El Cabo

Estando los gallos aún en fase REM, nosotros nos levantamos. Son las seis de la mañana y somos los primeros en saludar al frío de la mañana que gobierna en Simon's Town. Pero el madrugar merece la pena al ver un amanecer rosáceo sobre la bahía de False Bay. Nos dirigimos al Parque Nacional del Cabo de Buena Esperanza. Es uno de los lugares más visitados de la zona, así que cruzamos el control con cierto aire triunfante, pues nos creemos los primeros en llegar. Pronto descubrimos que unas japonesas pusilánimes no sólo han llegado antes sino que están de vuelta. ¿Se guiarán por la hora del país nipón?

El Cabo de Buena Esperanza fue el punto que Bartolomé Diaz bautizó como el Cabo de las Tormentas. Hoy no llueve, pero hace muchísimo viento, así que no es de extrañar que muchos barcos se hayan hundido aquí debido a los temporales. De hecho, se dice que a veces se pueden ver barcos fantasma y a algún marinero errante. Para guiar a los barcos se construyó un faro en el Cape Point, que resultó poco eficaz debido a la densa niebla que a veces se forma. Así que, años después hubo que construir uno más moderno y más cerca del nivel del mar. Aunque siempre se habla de El Cabo de Buena Esperanza, realmente hay dos sub-cabos: el Cape Point, que es donde están los dos faros, y el de Buena Esperanza. Hay muchas rutas para hacer y nosotros hacemos las que llegan hasta los faros, hasta las dos puntas y la ruta a la cafetería, ésta última sin éxito ya que sólo puedes comprar para llevar.

En el parque se pueden ver muchas flores y sobre todo los arbustos fynbos, característicos de esta zona. Por todos los lados se avisa de que hay que tener cuidado con los monos, pero debe de ser demasiado pronto para ellos y no conseguimos ver ninguno, incluso caminando con una bolsa de cacahuetes en la mano. Lo que sí que vemos son impalas y avestruces... y, con todo lo que hemos andado y habiendo tomando sólo un triste café y cacahuetes, nos han abierto el apetito. Así que, continuando por la costa occidental de la península, llegamos a Kommetjie con la disyuntiva de si visitar el inmenso faro de Slangkop que hemos visto desde la carretera o de tomar un merecido brunch...

El gochorrismo nos puede y damos rienda suelta a nuestro instinto gástrico. Mientras esperamos a que nos sirvan, nos lamentamos del día tan ventoso que hay y a la imposibilidad de tirarnos en parapente, ya que todo apuntaba a que había quedado descartado. Sin embargo, aprovechando que hay wi-fi, nos conectamos y nos confirman que sí que lo vamos a poder hacer... ¡¡pero ya no nos da tiempo a llegar!! Esto de no tener datos en el extranjero nos ha jugado una mala pasada... ahoguemos las penas en un suculento desayuno.

Continuamos la ruta y llegamos a Hout Bay, donde podemos ver unas cuantas focas en el puerto. Aquí, varios hombres están alimentando a las focas e invitan a la gente a darlas de comer a cambio de una propina. Como me encantan esas cosas, no dudo en coger un trozo de pescado y acercárselo... la vacilo un poco retirándoselo, pero viendo la gran boca que tiene, me entra miedito y le suelto el pescado rápidamente. ¡¡Que nada enfade a foqui foqui!!

Un tiempo soleado nos da la bienvenida cuando llegamos a Ciudad del Cabo. Como por la tarde devolveremos el coche, aprovechamos a ir a los sitios de más difícil acceso. Uno de ellos es Signal Hill, un mirador desde donde se ve toda la ciudad y desde donde deberíamos habernos tirado en parapente. Al llegar tenemos una grata sorpresa: aún estamos a tiempo de 'volar'. Nos invade un nerviosismo por este giro inesperado, ya que habíamos descartado ya poder hacerlo. Pero el destino nos pone en bandeja poder hacer una de las actividades más importantes del viaje, así que enseguida cerramos los detalles para lanzarnos sobre el cielo de la ciudad.

Pablo se muestra nervioso y hasta diría que preocupado. Yo intento quitarle tensión a la espera comentando que si gente tan diferente lo hace, que muy difícil no puede ser. Y es que, a decir verdad, me invade la emoción y no el miedo. La 'pista de despegue' es la loma del monte, que tiene un suave desnivel... ¡¡otra cosa sería salta al vacío!! Y, por fin, llega el momento. Nos presentan a nuestros monitores y decidimos que Pablo será el primero en volar y que, además, inmortalizará el momento con una grabación en vídeo.


Pablo despega sin problemas con cierta falta de sincronización, pero en seguida elevan el vuelo y ¡¡ahí están surcando el cielo!! Después voy yo, con un monitor un tanto seco, pero efectivo. Primero hay que caminar, ayudando a arrastrar el parapente, y luego intentar correr... algo difícil porque enseguida te tira hacia arriba y dejas de sentir el suelo. No sé qué sentirá Pablo, pero, curiosamente, lo que se siente cuando estás arriba es una inmensa tranquilidad. Pensaba que iba a comer moscas, que no iba a poder respirar y que el estómago se me iba a salir por la boca... pero es todo lo contrario... se siente una tensa calma porque estás ahí arriba, a doscientos de metros sobre el suelo sintiendo el aire y el solo como un pájaro. El vuelo dura unos nueve minutos y se pasa 'volando', nunca mejor dicho. Para romper la calma y darle emoción, el monitor realiza unas acrobacias sobrevolando el mar y ahí sí que es como estar en una montaña rusa. Finalmente, aterrizamos suavemente en un parque frente al mar. ¡¡Qué experiencia más inolvidable!!

Tras recoger todo, nos suben de nuevo a Signal Hill, donde dejamos el coche. Aprovechando las alturas, hacemos unas fotos de la ciudad, que pinta muy interesante. El monte de Lion's Head y el estadio, nos cautivan especialmente. Después, intentamos subir en funicular al Monte Mesa (Table Mountain), pero hay una cola inmensa y dudamos poder llegar a la hora de la devolución del coche. Así que, optamos por ser prácticos y nos vamos primero al hotel y luego a devolver el Clío que nos ha acompañado hasta aquí.

Ya sin coche, damos un paseo por la ciudad. Ya desde el principio vemos que esta ciudad tiene un aire más cosmopolita, más vivo y animado. Empezamos nuestro recorrido por el barrio malayo de Bo-Kaap, con sus características casa y mezquitas de colores.


Paseando entre edificios coloniales y rascacielos, acabamos el día en el Victoria & Albert Waterfront. Es el Abandoibarra de Ciudad del Cabo: una zona portuaria reconvertida en restaurantes, hoteles, tiendas y ocio. Además, las tiendas están abiertas hasta las 9 de la noche, mientras que en el resto del país lo habitual eran las 6. Hacemos unos compras y aprovechamos a cenar. Como el lugar está muy animado apuramos hasta horas intempestivas para estos lares... ¡¡las once de la noche!! Toca ya recogerse, organizar el equipaje para el último día... y disfrutar de la suite de dos plantas que tenemos para nuestra última noche.

21 mar 2016

Costa occidental de El Cabo

¿Para qué ir a Punta Cana con sus hoteles de todo incluido si uno puede disfrutar de dormir en la casa del jardín? Hoy nos hemos quedado en The Gift, un alojamiento de esos cuyas fotos salen en las revistas de decoración y uno piensa... '¡¡qué gusto daría leerse ahí un libro!!' (aunque acabemos viendo la tele). Es un apartamentito con todo lo necesario en el que resulta agradable resguardarse de la lluvia que está cayendo: encendemos unas velas y descansamos viendo la tele con una manta.

Al levantarnos vemos que ya no llueve, pero el tiempo sigue muy desapacible. Estamos donde se juntan los océanos Índico y Atlántico, en Agulhas, el punto más al sur del continente africano; se suele pensar erróneamente que es el Cabo de Buena Esperanza, que está a 150 km más al norte. Este cabo lo avistó por primera vez el portugués Bartolomé Díaz y se lo bautizó con el nombre de Agulhas (agujas) debido a que las agujas de la brújula de repente empezaron a enloquecer. Debido al magnetismo aquí los imanes se vuelven locos (ahora es cuando aparece Abdulah gritando).

Quizá el magnetismo de la zona venga de que hay muchos magnates en la zona, porque ¡¡vaya casas!! No se ve gran industria así que no sabemos a qué se dedican, pero se ve que aquí 'manejan' porque hay unas chocitas a cada cual más bonita. Con el tiempo fresco, niebla en la cima de los montes, y con casas que no superan las dos alturas, ¡¡esto parece más Islandia que Sudáfrica!! Si nos dicen que nos han teletransportado a Reykjavik, nos lo creeríamos.

Aunque finalmente no podemos hacer la inmersión con tiburones, ya que lo teníamos en la ruta, nos acercamos hasta Gangsbaai. Vemos los barcos que nos deberían haber llevado hasta la Seal Island, con pena por no poder haber estado cara a cara con el tiburón blanco. ¡¡Habrá que volver algún día a Sudáfrica!!

Hoy es lunes, pero es festivo, ya que se conmemora el Día de los Derechos Humanos. Mucha gente está haciendo deporte, montando en bicicleta, dando un paseo o, simplemente, comiendo fuera. Nosotros nos unimos a esto último en Hermanus, una localidad pesquera con muchas tiendas y restaurantes al lado del puerto. Se ha despejado, el sol empieza a calentar y esto se parece de nuevo al verano... ah no, que hoy hemos cambiado al otoño... pero pronto volveremos a la primavera... ¡¡qué lío!!

En Betty's Bay hacemos otra parada para visitar Stony Point, una reserva de Pingüinos de El Cabo. Esta especie está en extinción y se caracteriza porque emite unos sonidos similares a como rebuzna un burro y podemos dar fe de que suena igual. Aquí, según leemos, hay dos mil parejas. Son unos animalitos graciosos y torpes, que en seguida se ponen nerviosos si intentas tocarlos. Para el que se pregunte si he intentado coger uno le diré que... ¡¡por supuesto!! Aunque sin éxito...

Y por fin llegamos a otro punto paradisiaco del país: False Bay. Es una inmensa bahía rodeada por montañas que resulta espectacular. Se llama así porque los navegantes se confundían y pensaban al entrar en el interior que estaban llegando al Cabo de Buena Esperanza, que queda al oeste. Es difícil capturar en una foto la belleza de un lugar tan amplio, hay que venir a verlo.

Recorriendo la bahía llegamos a Muizenberg. Hace mucho viento y mucha gente lo aprovecha para hacer kite-surf. La arena de la playa es muy fina y el agua tiene color turquesa, pero con el viento que hace resultaría incómodo tomar el sol o bañarse. Así que, damos un paseo hasta las casitas de colores que se han convertido en un icono del pueblo, y que son los cambiadores en días más afortunados.

Finalizamos el día en Simon's Town, donde hemos alquilado un apartamento. Los anfitriones nos reciben y nos enseñan el apartamento que es más grande que nuestra propia casa. Son gente muy agradable y nos dan información sobre actividades y dónde cenar. Damos un paseo por el puerto y finalmente optamos por hacer la última comida del día en un fish&chips, pero no como los de Inglaterra donde te dan pescado barato... comemos unos buenos platos de algo similar a la merluza y de calamares que están para chuparse los dedos.

Y el día no da para más, así que volvemos al apartamento porque ya toca descansar. Sigue haciendo bastante viento... ¡¡y mañana queremos saltar en parapente!! ¿¿Es que el destino no quiere que hagamos nada arriesgado??

20 mar 2016

Oudtshoorn: capital mundial de la avestruz

Hoy vamos a hacer una visita tan atípica como divertida: vamos a ver una granja de avestruces. Estamos en Oudtshoorn, una localidad que desde hace 150 años vive gracias al ave más grande que existe. Allá por finales del siglo XIX las plumas del avestruz estaban muy cotizadas por la nobleza europea y se llegaba a pagar por ellas un precio equiparable al de los diamantes, hecho por el cual se denominó 'el oro blanco'. Los locales se dieron cuenta de que criar avestruces generaba más beneficios que cualquier otra actividad, así que éste pasó a ser su oficio principal.
 
Hoy en día quedan dos granjas, Safari y Highgate, de las cuales visitaremos la segunda. Una simpática chica con peluca color burdeos será nuestra guía y nos da la bienvenida. Después de una introducción sobre el animal y el tratamiento de su piel y plumas, pasamos a la sala de incubación, donde podemos coger los enormes huevos y también ver a trasluz cómo se forma el polluelo dentro del cascarón. Un huevo de avestruz equivale a 24 de gallina, así que pesa entre uno y dos kilos.
 
Después, pasamos a ver las crías de dos semanas, donde podemos cogerlas en brazos. Con esta edad el color de las plumas de los machos y de las hembras son iguales. Los polluelos no pesan mucho y son muy graciosos, con su cabecita con ojos saltones sin saber muy bien hacia dónde mirar.
Los huevos del avestruz son realmente resistentes, ya que tienen que soportar el peso tanto de la hembra como del macho. Al ser tan grandes, tienen que calentarlos de forma continua, y, cuando cambian de turno, giran el huevo para darle calor por el otro lado. El macho es el encargado de crear el nido, copula con diferentes hembras y todas dejan los huevos en el mismo nido. Las hembras cada tres días ponen un huevo... ¡¡pero qué huevonas!! Para demostrar la dureza de los huevos, nos subimos encima y éstos resisten en perfecto estado.
 
La visita continúa dándoles de comer. Cogemos con la mano maíces y nada más acercárselas empiezan a picoteárnoslas. La guía nos cuenta que no tienen dientes, así que no nos hacen daño. Lo curioso es que tampoco tienen estómago, y para triturar los alimentos lo que hacen es comerse pequeñas piedras. ¡¡Eso sí que son digestiones pesadas!!
En una carreta tirada por burros nos desplazamos hasta el otro lado de la granja. Allí, nos dejan tocar a las avestruces e incluso montarnos encima de una de ellas. Las plumas son muy suaves y tienen un cuello flexible en el que parece que llevan un calentador de borreguito. Nos da 'cosa' agarrarlas del cuello, aunque los ayudantes no tienen reparos y les retuercen la garganta para que las agarremos bien.
 
Después, viene el momento tan esperado: ¡¡vamos a montar en avestruz!! Para poder hacerlo se ha de pesar menos de 80 kilos, no se vaya a deslomar el animal. Nuestra dieta pre-boda, tiene una nueva recompensa al ser los dos únicos varones a los que la guía da la opción... ¡¡ésta nos ha visto el tipín que lucimos!!
 
Como una imagen vale más que mil palabras, y un vídeo más que mil fotos, mejor que veáis por vosotros mismos cómo hacemos el ganso entre tanta avestruz. La que monta Pablo está 'to loca' y va decidida a dejarme viudo estampando al jinete contra alguna pared. Desde el burladero puedo observar cómo ha metido quinta directamente, pues parece que todo transcurre a cámara rápida. Pablo galopa de lado a lado con cara de velocidad, dando largas zancadas y espantando a otras avestruces.
 
 
Cuando monto yo mi avestruz, la primera sensación es de que le vas a hacer daño al pobre animal, pues hay que agarrarle de las alas fuertemente y cruzar los pies por la parte delantera. Igual que en el tren del terror que sólo ves muñecos que se abalanzan, aquí se ven picos de avestruces alucinadas que vienen hacia ti con sus ojos saltones y enseñándote la glotis. El bicho corre que se las mata y, aunque uno se esfuerza en seguir las indicaciones echándose hacia atrás, es muy difícil mantener una posición digna. Está visto que no le gusta llevar mochila, y acaba consiguiendo que coma arena.
 
 
Aunque breve, ha sido muy intenso y divertido. Estás a las suertes de lo que el animal decida mientras te menea de forma imprevisible. Menos mal que un ayudante te empuja del culo y te grita instrucciones en un perfecto idioma que no conoces. Eso sí, luego tres de ellos te hacen una demostración de una carrera en la que montar parece superfácil. Como si estuviéramos en Ascot, Pablo apuesta a 'avestruz ganadora' y yo a 'colocada'... ¡¡parece que se han bebido dos cafeteras!!
 
Aunque suene cruel teniéndolas delante... ¡¡hemos recordado lo rica que estaba su carne y hemos hecho hambre!! Así que en la terraza de la granja, nos tomamos un buen plato de avestruz realmente sabroso. Además, esta carne no tiene colesterol, ¿qué más se puede pedir? Esta visita ha sido didáctica y nutritiva...
 
Continuamos el recorrido por la ruta jardín y atravesamos parajes que bien podrían parecer de la mismísima Suiza. El Paso de Robinson parece un decorado de película y paramos varias veces a hacernos fotos.
 
De repente, sufrimos un contratiempo: un SMS nos informa de que ha sido cancelada la inmersión con tiburones que teníamos reservada para el día siguiente por motivos meteorológicos. ¡¡Qué bajón!! Esta visita era uno de los platos fuertes del viaje y un regalazo de Irene y María. Como estamos a 200 kilómetros y hoy hace bueno, probamos a ver si en Mossel Bay lo podemos hacer esta tarde... pero no encontramos más que una piscina donde nadar con un tiburón... ¡¡mariconadas!! Nosotros si no es viendo cara a cara un buen banco de tiburones, ¡¡no lo hacemos!!
 
Lo cierto es que el mar está muy picado... y salir así sería una temeridad. Ahora entendemos por qué el de aquí es el tiburón 'blanco'... hasta él mismo se marea con tanto oleaje. Bueno, no pasa nada... ¡¡el regalo de María e Irene pasa a ser tirarnos en parapente en Ciudad del Cabo!! 

19 mar 2016

Ruta Jardín: Tsitsikama

El Tsitsikama Village Inn no se podría calificar como hotel, ni como campamento o complejo. Es un conjunto de edificios coloniales del siglo XIX a los que se les ha añadido casas construidas de madera, restaurantes y bares. Guarda su aire clásico y te transporta al pasado, pero con las comodidades del presente. Hoy es sábado y hay mucha gente alojada pasando el fin de semana y seguramente todos menos nosotros sean propios del país. Muchos han ido a desayunar con la ropa de ciclista y otros con ropa de montaña. Estamos en Tsitsikama, una zona a la que los sudafricanos van a hacer rutas por el monte.

El nombre de Tsitsikama significa 'lugar de mucha agua'. Es un parque nacional y se caracteriza porque es una zona montañosa que atraviesan muchos ríos que desembocan en el Océano Índico. Una vez en el parque, hacemos la ruta de los puentes suspendidos, de aproximadamente una hora. Recorriendo la ladera de un monte se llega hasta la desembocadura del río Storms, donde hay tres puentes colgantes para ver el mar, el monte y el río.

En este lugar tan bonito descubrimos unos animales muy graciosos... Son nutrias de El Cabo, unos pequeños mamíferos del tamaño de un conejo que tienen una cara y patitas muy graciosas. Son bastante esquivos y en cuanto te acercas salen huyendo... ¡¡pero quiero coger uno y tocarlo!! Pues va a ser que no se va a dejar.

La Ruta Jardín está comprendida entre las provincias de El Cabo Oriental y el Cabo Occidental, y el punto que las separa es el río Bloukrans. Sobre el mismo hay un inmenso puente que queremos ver, y, para lo cual hacemos una ruta de dos horas por una carretera cortada. El paisaje se parece mucho a la jungla, ya que las hojas de los árboles son tan densas que parece que hubiera un manto verde sobre las montañas.

Siguiendo hacia el oeste, llegamos a Nature's Valley, otra de las secciones del parque Tsitsikama. Aquí, hacemos una tercera ruta de 9 kilómetros por un monte que bien podría estar en la cordillera cantábrica, pero que tiene el encanto de que en cualquier momento te puede salir un mono gigante a asustarte. La ruta transcurre rodeando el lago Grootrivier, en cuyos bordes hay unas casas ideales para descansar. El entorno lo tiene todo: montes verdes, lago de agua dulce, unas islas de arena y el océano azul.

Plettenberg Bay es otra de esas localidades en las que hay una muy buena calidad de vida: mansiones increíbles, vistas a un humedal y al océano, todo muy ordenado... hasta que unos kilómetros más lejos ves el lado oscuro: un suburbio con casas destartaladas en las que vive la población negra. Aunque se ve que muchas familias han prosperado y han construido una casa mejor, sigue quedando claro que hay una alarmante división de raza y de clase.

En Knysna encontramos un puerto deportivo con tiendas y restaurante donde se está 'la mar' de bien. Es el Knysna Waterfront y uno de los platos típicos aquí son las ostras. Como hoy es el cumpleaños de Pablo, empezamos la celebración tomándonos de merienda una docena de ostras cada uno. ¡¡Qué rico el sabor de mar mezclado con un toque de limón!! En las tiendas Pablo compra un objeto que llevaba tiempo buscando: una cáscara de huevo de avestruz. A juzgar por su tamaño, ¡¡menudas tortillas que se podrían hacer!!

Al estar más al oeste notamos que el sol se pone más tarde. Aún así, los horarios comerciales son los mismos que los del resto del país, así que va tocando recogerse. Conducimos hasta Oudtshoorn, un pueblo famoso por las avestruces. Después de dejar las cosas en el confortable apartamento que hemos alquilado, salimos a cenar a The Black Swan, un restaurante que nos aconseja la dueña del apartamento. Como no podía ser de otra forma, pedimos carne de avestruz, ¡¡y está riquísima!! Pensábamos que se iba a parecer al pavo y no, se parece más a la ternera, pero con más consistencia. Mañana aprenderemos un poquito más sobre este simpático animal.

18 mar 2016

Salto a la ruta jardín

El despertador suena a las cinco de la mañana... como sigamos adelantando la hora de levantarse cada día, vamos a conseguir sacar un día extra de vacaciones en plan Willy Fog. Pero hoy está más que justificado, porque tenemos que ir al aeropuerto... pero no para volver a casa, ¿eh? ¡¡Aún nos queda una semana de viaje!!

Cuando ya estamos listos para salir, nos damos cuenta de una cosa: hemos elegido la ropa con los mismos colores y vamos a parecer los dos payasos del anuncio de Micolor, pues vamos con tonos diferentes. Si es que, estamos sincronizados. Y otro que también está muy sincronizado es el chófer del coche que nos llevará hasta el aeropuerto. Como es muy temprano, hemos contratado un transfer y el conductor ha llegado muy puntual con un cochazo enorme. Eso sí, parece un autómata porque no dice 'ni mu' durante los 20 minutos de trayecto desde Durban hasta el aeropuerto King Shaka International.

En el aeropuerto hacemos algunas compras y aprovechamos para desayunar. En muchos países, incluido el nuestro, en los sitios estratégicos abusan en los precios; aquí, sin embargo, todo es bastante razonable. Un café te cuesta parecido en un pueblo, en un bar del centro de la ciudad o en un aeropuerto, por lo que puedes dar rienda suelta a comprar lo que te apetezca sin recibir una cuenta de infarto.

En un trayecto de unos 80 minutos volamos desde Durban hasta Port Elizabeth, lo cual supone una distancia de unos 800 kilómetros. El vuelo es de British Airways pero operado por Comair, donde, como era de esperar, nos dan algo para 'comair'. En seguida nos damos cuenta de que el 99 % del pasaje es blanco, donde, por cierto, pensamos que somos los únicos turistas. ¡¡Somos la minoría de la minoría!

Volando paralelos a la costa, llegamos hasta Port Elizabeth, donde hace un día precioso. Recogemos las maletas y vamos a por el coche de alquiler, donde... ¡¡adivinad!! Nos dan un Renault Clio de color cereza matrícula de Gauteng idéntico al que devolvimos en Durban. ¡¡Si el Panda nos viera se pondría celoso!!

El primer lugar que visitamos es Boardwalk, un centro de ocio que incluye un casino, restaurantes y tiendas. Está en las afueras de la ciudad, frente al paseo marítimo. Recorremos el muelle mientras sentimos la agradable brisa del Océano Índico. Es un lugar donde la gente está practicando surf, corriendo o simplemente disfrutando del mar.

Después, nos acercamos al centro de Port Elizabeth, con algunos lugares históricos que recorremos. Es una ciudad que también nos desconcierta: por un lado hay casas que suscitan nuestra envidia y dos calles más abajo hay gente con dudosas pintas. Visitamos el faro, el Campanile y el hotel King Edward, que tiene un ascensor que funciona desde 1927. También visitamos el Teatro de la Ópera, al que entramos a ver si vemos algo y nos lo acaba enseñando de arriba a abajo una bedela muy maja. Hablando con ella nos dice que ella habla xhoso y nos dice una frase para que veamos como suena... ¡¡vaya sonidos tan guturales!!

Hoy estamos en plan relajado, ya que ayer nos cansamos mucho recorriendo Durban y hoy entre madrugar y el vuelo estamos un poco para el arrastre. Así que visitamos Addo Elephant National Park... ¿qué mejor que recorrer un parque pero sentados en el coche y con el aire acondicionado? Vemos élans, kudús, duíqueros, facóqueros, cebras, avestruces, ...  y, por supuesto, un montón de elefantes. Es la hora de la merienda así que muchos están dándole al arbusto y bebiendo agua. Un elefante prácticamente rodea nuestro coche y podemos observar que tiene unas pestañas enormes, pelo en los labios y legañas en los ojos. También vemos a una familia de tres miembros que merienda junta... ¡¡qué tierno!! Y otros que nos encantan son los facóqueros, los cuales doblan las patas delanteras para llegar mejor con la boca a la hierba. Vemos una facóquera con cuatro facoqueritos... ¡¡la familia Pumba crece!!

Y después de Addo, como quien no quiere la cosa, nos hacemos 250 kilómetros de un tirón. Guiados por los colores de la puesta del sol vamos dirección oeste hasta Storms River, un pequeño pueblo donde nos alojaremos hoy. El hotel tiene un aire rollo 'fiebre del oro', con casas de dos plantas donde hay cuatro habitaciones en cada una de ellas. Salimos a cenar y es una maravilla... ¡¡a las 7 de la tarde todo sigue abierto!! Además, nos atienden genial, la comida está deliciosa y entablamos conversación con el dueño, quien había pasado varias veces por nuestra mesa con ganas de saber de dónde éramos. El hombre es muy cercano y sincero con nosotros: nos dice que aquí la gente está muy dispersa y separada y que, cuando vivió una temporada en Londres lo pasó muy bien porque estaba todo muy animado; eso sí, también nos dice que a los europeos que vamos de viaje nos suele ver bastante estresados. Si le cuento que los días de escuela de idiomas salimos de casa a las 7 de la mañana y volvemos a las 10 de la noche, ¡¡le da algo!! Por lo que nos cuenta, pensamos que no es boer, sino de ascendencia británica... ¡¡aunque no nos cuadra que le encante Europa!! Después de una interesante conversación, nos despedimos y regresamos al hotel... Estamos en el corazón de la ruta jardín y mañana queremos descubrirla.

17 mar 2016

Dos visiones del país en Durban

En la lotería del tiempo para hoy ha tocado... ¡¡sol!! Si anoche caían rayos y centellas sobre el skyline de Durban, hoy despertamos con sol, un cielo despejado y un aire costero húmedo que eleva la temperatura. Si a esto le sumamos que desde la habitación vemos el mar y que la ciudad tiene muy buena pinta, enseguida nos preparamos para empezar la jornada.

Pero hagamos las cosas en su debido orden: primero hay que degustar el desayuno gourmet hiltoniano, que todo sea dicho, es espectacular. Y es que para nosotros lo que hace de un hotel que sea bueno es que la habitación sea confortable y que la comida esté bien... las reverencias, sonrisas fabricadas y una exclusividad superflua, no van con nosotros. De hecho, hacemos carrera de obstáculos por el lobby del hotel, esquivando botones dispuestos a arrebatarnos nuestro equipaje entre el ascensor y el mostrador de la recepción. Con algún 'buenos días' y algún 'qué tal ha dormido' casi consiguen confundirnos pero finalmente conseguimos llegar a la meta 'maleta en mano'. La segunda prueba es salir del hotel sin tener que negar un taxi a ningún ordenanza... todo un reto de observación. Tras ver que la puerta está despejada y que no hay personal escondido detrás de ninguna columna, conseguimos salir por la puerta sin que nadie cuestione nuestra no-necesidad de transporte para llegar al otro hotel a 700 metros. Nunca entenderemos por qué hay gente a la que le gusta que en estos hoteles les traten como a paralíticos y encima les cobren por ello.

Si el Hilton era un hotel en una moderna torre, el Durban Manor es un hotel en un edificio victoriano con un esplendor venido a menos, pero aún así, con mucho encanto. Nos registramos y pedimos un mapa de la ciudad, aunque hubiese sido bastante más útil que nos hubiera dado un mapa del hotel, porque entre pasillos, patio y escaleras, casi enciendo el GPS por miedo a no saber volver. Por fin estamos listos para explorar Durban, Ethekwini para los zulús.

El hecho de estar en la costa le da un aire más abierto a la ciudad. Al sur se encuentra el puerto, el más importante de todo África. Al este se encuentra el Océano Índico, el cual vemos por primera vez... e 'indico' que es igual que los demás océanos. En el centro de la ciudad hay rascacielos de oficinas y de viviendas, así como edificios históricos. Entre ellos, destaca el del ayuntamiento, inspirado en el de Belfast. En su interior está el museo de ciencias naturales y el museo de arte. Son gratuitos, así que, interesados en conocer el edificio por dentro, pasamos a verlos.

Recorriendo las diferentes salas y observando animales disecados, entablamos conversación con un trabajador del centro. Hablamos con él de nuestro viaje y del tiempo, y como le vemos con ganas de cháchara, pasamos a temas más comprometidos como la segregación racial, la seguridad en las calles y la mentalidad de la gente. Hablamos de lo mucho que nos ha chocado que negros y blancos estén totalmente separados, a lo que él nos argumenta que los negros aún no han olvidado el Apartheid y nos dice que las imposiciones de los blancos hacen a los negros pobres. De alguna forma, culpa a los blancos de su mala fortuna y posiciona a los negros en una carrera hacia la libertad y la democracia que aún no ha terminado. Al hablarle de que en nuestro país, aún teniendo problemas económicos, se puede andar tranquilamente por la calle casi a cualquier hora, que la violencia es puntual y que hay educación para todos, el hombre se muestra muy interesado en saber más de nuestra cultura. Tras una hora de intercambio de impresiones, nos despedimos y nos agradecemos mutuamente habernos conocido. Sin embargo, momentos después, haciéndonos fotos en el exterior, volvemos a coincidir con él y nos dice que si queremos nos enseña la ciudad por la tarde; no tiene muchos recursos y, de alguna forma, conocer a gente de otros países puede ser un trampolín para salir de un país que no le ofrece oportunidades. Salvamos la situación sin ser descorteses, pues no nos vemos invitando a un desconocido a que cambie su destino por haber coincidido con nosotros. En cualquier caso, nos quedamos con un testimonio de primera mano de la situación del país.

Continuamos la visita por el paseo marítimo, con muelles de madera, carriles bici, bares y restaurantes. El mar está bastante bravo, así que no hay mucha gente en la playa, por lo que decidimos recorrer todo el paseo y recuperarnos así de los excesos gastronómicos. Durban tiene un aire a Benidorm, en el sentido de que tiene torres de viviendas mirando al mar justo en el paseo. Es la tercera ciudad más grande del país y, hasta ahora, la más moderna y organizada que hemos visto. Sin embargo, volvemos a reparar que casi la mayoría de la gente es negra. ¿¿Pero por qué??

Esta ciudad se ha hecho famosa por dos eventos recientes. Por un lado, aquí se hizo en 2011 una cumbre del clima en la que se aprobó prolongar la vigencia del Protocolo de Kyoto. Por otro, Durban fue una de las sedes del Mundial de Fútbol de 2010. Fue aquí, en el estado Moses Mabhida, donde España perdió el primer partido que jugaba; quizá empezar con mal pié hizo que fueran a por todas y que, tras ganar todos los demás partidos, alzasen victoriosos la copa del mundial. Lo que no sabíamos era que se puede subir por 60 Rands a lo alto del arco del estadio en un ascensor llamado 'Skycar'. Bueno, ascensor o montacargas, porque con nosotros suben las 'Big Six', seis mujeres a la cual más anchota de caderas... ¡¡Eso si son curvas y no la del arco del estadio!!

Apuramos los últimos minutos antes de las seis de la tarde, hora en la que se representa The Walking Dead por todo el país. Optamos por ver la Mezquita Juma Masjid, que no sólo es la más grande de África sino de todo el hemisferio sur. Tiene cúpulas doradas y, la verdad, es muy bonita. Ahora, lo de que es la más grande... ¿No habrá sido una durbainada?

Como es pronto para encerrarse en la habitación del hotel, y ante lo peligroso que nos ha pintado el hombre de esta mañana el estar por centro a estas horas, nos tomamos un café en el patio del hotel y preparamos la ruta de mañana. Mientras, dos jóvenes blancos de unos 26 años salen a fumar y, al oírnos hablar en otro idioma, acaban preguntándonos que de dónde somos. Entablamos una conversación con temas similares a los de esta mañana... pero con respuestas radicalmente diferentes. Nos cuentan que son los blancos los que están siendo arrinconados: en una entrevista de trabajo si el entrevistador es negro, nunca cogerán a un blanco; el gobierno está expropiando granjas a blancos para dárselas a negros; pagan muchos impuestos para que luego los negros tengan muchos hijos, pues el gobierno les da una paga mensual por cada hijo sin tener que trabajar; etc. Se unen otros dos amigos y nos pintan la situación como muy alarmante: si un negro ataca a un blanco y éste se defiende, el que irá a la cárcel será el blanco; a los blancos no les está quedando otra opción que huir cerca de Ciudad del Cabo, con mayoría blanca; e, incluso, tienen muy claro que abandonaran su Bloemfontein natal y hasta el país si es necesario. Tienen claro que en cualquier momento puede haber una guerra entre negros y blancos, ya que hay mucha tensión racial, pero en ambos sentidos. Los cuatro boers fuman sin parar mientras no paran de darnos todo lujo de detalles sobre la situación.

Ya solos, llegamos a la conclusión que, tanto el hombre negro de esta mañana como los chicos blancos de esta tarde han radicalizado demasiado sus posturas: se echan la culpa mutuamente. ¿Acaso estemos conociendo una Sudáfrica en tensa calma que pronto haya que redibujar en el mapa? Mañana volaremos hacia una zona predominantemente blanca y veremos si gira la balanza.

16 mar 2016

Del rondavel a las estrellas

Nos despedimos de la inmersión cultural de Shakaland y de su recepcionista gritona,  desayunando en el comedor con forma de rondavel y con murales de escenas de la historia zulú. Claro que en los 200 años de historia falta pintar el presente, con zulús que conducen coches y usan tabletas como el resto del mundo moderno. ¿O acaso alguien piensa que siguen con taparrabos y lanzas? Es como si alguien pensara que los vascos aún van con txapela y albarcas por la Gran Vía.

Tomamos la Nacional 2, con peajes de 'pago-por-pasar', y vamos dirección al sur paralelos al Océano Índico pero que no vemos en ningún momento. Las autopistas son muy rectas y están igual que en cualquier país avanzado, aunque cabe destacar que en algunos tramos no hay mediana. Hay controles de velocidad y también de velocidad media entre dos puntos, así que conviene ajustarse a la velocidad máxima para no salir en la foto. Por esta zona, se alternan pueblos humildes con pueblos llenos de chalés y centros comerciales.

Llegamos a Pietermaritzburg, capital de la provincia de KwaZulu-Natal, algo muy curioso ya que parecía que Durban, la ciudad más poblada, iba a ser la capital. Escenario de las guerras Anglo-Boers, conserva aún muchos edificios coloniales y de ellos el que más destaca es el del ayuntamiento. Hay una zona comercial llena de tiendas, donde nos sorprende que hay muchas peluquerías donde se pone pelo postizo. Las nativas tienen el pelo muy rizado y para poder variar en los peinados sin tener que recurrir a alisarlo continuamente, optan por raparse la cabeza y ponerse una peluca... en plan playmobil.

Paseando por sus calles, llegamos a la conclusión de que en esta ciudad ha debido de ocurrir lo mismo que en Johannesburgo y Pretoria: los blancos se han ido a vivir a zonas residenciales lejos de la ciudad, los negros con dinero viven en los alrededores y los negros más modestos viven en el centro. Es una pena porque se ve claramente que los edificios históricos son de los periodos de ocupación blanca y que ahora los negros de clase baja tienen la ciudad un poco descuidada. Seguro que en algún momento resurge para ser lo que un día fue.

Otras dos cosas nos llaman también la atención. Por un lado una escultura de Gandhi, ya que fue aquí donde yendo en un tren en primera clase le hicieron bajarse tan sólo por el color de su piel. La segunda cosa que nos llama la atención, mucho más banal, es que hay anuncios en las paredes de clínicas para abortar y para... ¡¡alargarse el pene!! ¿¿Pero es que no tienen teletienda de madrugada??


Dirección norte por la Nacional 3, visitamos Howick, con edificios coloniales construidos al lado de una cascada de agua que tiene el mismo nombre. Tiene la misma altura que las cataratas Victoria en Zimbawe y, según la tradición, el lago en el que cae el agua reside Inkanyamba, una criatura gigante con forma de serpiente. Claro, claro... si hasta será familia de Nessy.

Nuestra última visita es a la tierra xhosa. No, no se trata de un lugar aburrido, sino de la zona en la que viven los xhosos, una de las etnias del país. Tienen un idioma propio, que es uno de los once oficiales de la República Sudafricana y es uno de los que Nelson Mandela hablaba. Las aldeas parecen bastante humildes, seguramente sin electricidad ni agua, pero, sin embargo, los jóvenes van todos vestidos de uniforme o con corbata al colegio. Seguramente comprar los uniformes le supondrá un gran esfuerzo económico a cada familia; si a eso le sumamos que tienen que andar horas para ir y volver al colegio, no queda ninguna duda de lo importante que es para ellos estudiar y desarrollarse para tener un futuro mejor. Aunque la mayoría nos saluda y sonríe hay algunos niños que se nos quedan mirando como pensando 'mamá, en ese coche rojo se nos escapa la cena'... ¡¡no quiero acabar cocido con una patata en la boca!!

En lo que sí que son privilegiados es en el lugar tan bonito en el que viven. Estamos en el Parque Natural de Drakensberg, que es Patrimonio de la Humanidad. El nombre significa 'Montañas del Dragón' y es la cordillera más alta de Sudáfrica. En ella se han encontrado pinturas rupestres de los bosquimanos, otra etnia africana. Llegamos hasta Giant's Castle, desde donde se pueden hacer rutas de senderismo hasta el país vecino, Lesotho. ¡¡Qué rabia estar tan cerca y no poder hacer triplete de países. Pero hay que ser prácticos: para ir en coche habría que ir en un 4x4 por Sani y conducir por carreteras no asfaltadas hasta alguna ciudad... Tendrá que ser en otra ocasión en la que visitemos el país de la etnia basuto.

Bueno, creo que ya hemos aprendido suficiente de las etnias sudafricanas y hasta hemos dormido cuatro noches seguidas en rondavels de diferentes formas y tamaños... ¡¡Que parecemos el Doctor Livingstone!! ¿Acaso esto no era una luna de miel? Pues hoy vamos a desquitarnos en un hotelito de la cadena Hilton en Durban para ver otro tipo de estrellas. Devolvemos el coche de alquiler en el mismo hotel, y con las botas de montaña llenas de barro, sudados, dos maletas que pesan como hipopótamos, bolsas de supermercado y un elefante de madera que se intuye fácilmente, nos registramos en este hotel de cinco estrellas... ¡¡Hay si Paris Hilton nos viera con estos pelos!! Desde la habitación en la planta once se podría ver toda la ciudad... y utilizo el condicional porque ya es de noche y está cayendo una buena tormenta... tendremos que esperar a mañana para descubrir la tercera ciudad más grande del país.

15 mar 2016

Un día en Zululandia

Para sentir mejor el espíritu de África, en aquellas zonas con una cultura más arraigada reservamos alojamientos que imitan a las casas tradicionales en lugar de coger los hoteles tipo occidental. En el parque de Hluhluwe Imfolozi reservamos en el campamento Hilltop también una rondavel, pero no nos acordábamos de que la de esta ocasión iba a ser la más real, ya que no hay baño dentro de la casita circular. Además, se nos ha hecho un poco tarde y decidimos prepararnos la cena en la cocina comunitaria. Aunque llueve y la rondavel es la más lejana, no renunciamos a nada: ir y volver al baño, ir y volver para cocinar, ir a fregar y calentar café, ir y volver para fregar las tazas del café, ir y volver a lavarse los dientes... Si hubiésemos reservado dormir en la cocina nos habríamos ahorrado un bueno número de quita-y-pon de botas... ¡¡que ya empiezan a oler a búfalo!!

El cacareo de una especie de pavos con cabeza azul nos despierta minutos antes de que suene el reloj en torno a las seis de la mañana... ir a Indra me supondría veinte minutos más de sueño, ¡¡no digo más!! Pero no, estamos aquí, disfrutando en plena naturaleza, rodeados de animales en total libertad: es algo que hay que vivir. Así que, sin pereza alguna, recogemos y nos vamos a desayunar entre boers al restaurante del campamento, que es un lugar magnífico. Está ambientado con objetos de safari y tiene unas vistas preciosas a la reserva, la cual seguiremos recorriendo hoy.

Durante la primera hora apenas conseguimos ver nada, ya que la hierba está muy verde y es difícil identificar animales. Sin embargo, a medida que el sol empieza a calentar, vamos encontrando monos, papiones, búfalos, cebras, impalas, ... Encontramos también una pareja de jirafas muy estilosas y que se muestran muy tranquilas ante nuestra presencia. Observamos que llevan enganchados a unos pájaros que les quitan los parásitos y descubrimos que una de las jirafas tiene un pajarillo metiendo la cabeza ¡¡por todo el culo!! Como la jirafa se tire un pedito... ¡¡adiós pajarito!!

Las heces de los animales son útiles para saber qué animales han pasado y hace cuánto tiempo lo hicieron. Pero observamos también que en los propios excrementos hay escarabajos peloteros haciendo pelotas de caca y unos escarabajos de un verde brillante realmente bonitos.

Pero si este parque presume de algún animal, ése es el rinoceronte. Ayer vimos dos nada más llegar, y hoy encontramos varios los cuales no paramos de observar y fotografiar. Tienen un aire decidido, pero sus ojos son tristes... fortaleza y ternura en un animal genéticamente cercano a los mismísimos dinosaurios. Ante la duda de si se trata de rinocerontes blancos o negros, consultamos la guía para aclararnos, porque diríamos que son bastante grises. Resulta que unos se alimentan de hierba y para ello tienen una mandíbula ancha; en afrikans 'ancho' se dice weit y se tradujo erróneamente al inglés como white; y de ahí viene que se les llame a ésos rinocerontes blancos. En contraposición, a los otros, que se alimentan de hojas de árbol y que tienen la mandíbula redondeada para meter el hocico entre las ramas, se les llamó rinocerontes negros. Así pues, todos los que hemos visto son blancos, pues todos comían hierba. Eso sí, estamos sacando unas fotos que bien podrían servir para la portada de Geografía Nacional.

Toca dejar el parque y volver a la carretera para seguir recorriendo la provincia de KwaZulu-Natal. Realmente esta provincia es la unión de dos: por un lado está lo que antiguamente fue el reino zulú, que recorreremos hoy; por otro, está Natal, la tierra que Vasco de Gama descubrió un día de Navidad y que exploraremos mañana.

Nos dirigimos a Santa Lucia Wetland Park y nos llama la atención que hay zonas que están muy descuidadas y con suciedad desperdigada, mientras que otras están limpias y organizadas al milímetro. ¡¡Qué contrastes!! ¿¿Y que encontraste?? Pues un elefante precioso de madera recién tallado en un puesto al borde de la carretera. Pablo decide comprobar que no es Made In China al ir a cogerlo y pringarse los dedos con la pintura que le acaban de dar... ¿Artesanía 100%? ¡¡Nos lo llevamos!!

Llegamos a Santa Lucía y nos apodera un sentimiento de desconcierto. Aunque hemos pagado por aparcar el coche en muchos sitios, no nos había ocurrido que viniera un gorrilla a pedirnos dinero para que nos 'cuide' el coche, sobre todo porque no es alguien oficial. Como nos habían dicho que el parking era gratuito, pensamos que nos quiere timar y no le damos nada, aunque luego nos enteramos de que suele ser una cosa habitual y que con darle unos rands es suficiente. También nos dicen que estemos tranquilos, que no son puñeteros y que no le van a hacer nada al coche. Cuestión de costumbres.

Santa Lucía forma parte del parque iSimangaliso, que es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco debido a su biodiversidad. Nosotros nos limitaremos a hacer una excursión en barco que dura dos horas y que permite ver principalmente hipopótamos y cocodrilos, que son los que menos hemos visto. Además, como extra, recibimos dos clases de la escuela de idiomas, ya que el resto de pasajeros son franceses y hacemos listening primero con las explicaciones en inglés, y écoute después en francés. ¡¡Hoy ni Álex ni Sylvie nos pueden poner falta!!

Según nos cuentan, el nivel del agua está bastante alto y los animales están sumergidos. Vemos algunos cocodrilos que asoman los ojos y que se podrían confundir con troncos flotando... el hecho de que no sabes si te están mirando o no, es inquietante. Sin embargo, los hipopótamos se sumergen y salen a la superficie de vez en cuando. Nadan en grupos de 3 o 4 ejemplares, y, a pesar de su aspecto un tanto cómico, tienen bastante mala leche. Es muy difícil que un grupo ya formado acoja a un nuevo macho adulto, a no ser que éste venga con una hembra joven. Lo que resulta gracioso es verlos salir del agua: parece que no van a poder, pero son tenaces y siempre lo consiguen.

Disfrutando de un solecito la mar de rico y una brisa marina... nos ponemos rojos como los hipopótamos. No nos hemos dado protección y nos hemos quemado un poco... pero oye, con la lluvia que hemos tenido algunos días, verse un poco colorado es hasta de agradecer.

Volviendo a la Nacional 2, caemos de nuevo en la tentación y nos compramos otra figura tallada en madera: un enorme cocodrilo que no sabemos dónde pondremos, pero que nos hizo tilín la primera vez que pasamos. Como sigamos así, vamos a conseguir todas las piezas del zoo.

Seguimos recorriendo el país y seguimos maravillados con el paisaje. Reiteramos que esperábamos encontrar un paisaje seco y árido, y, sin embargo, es muy verde hasta el punto que tienen una industria maderera muy potente, pues vemos bosques plantados de eucalipto para generar madera.

Hoy vamos a hacer una de las turistadas más grandes del viaje: nos alojaremos en Shakaland. Es un resort donde se promueve la cultura zulú, pero cuyo origen no era histórico precisamente: en los años 80 se recreó una aldea zulú para una serie de la televisión americana, y posteriormente se conservó dado el éxito que tuvo. El lugar está bien ambientado, aunque pensamos que, para habernos costado más caro que otros hoteles de cinco estrellas, no merece la pena. Además, las demostraciones y bailes hay que pagarlas aparte, algo que debería estar incluido en la estancia. Y, sobre todo, que los que bailan vestidos con pieles y plumas luego los ves con vaqueros y hablando con el móvil. ¡¡Esto tenía que llamarse Saka-Rands!!

KwaZulu significa gente del cielo y eran clanes de una misma tribu que vivían entre Suazilandia y la zona de Natal. Hace unos doscientos años, Shaka, hijo de uno de los líderes de uno de los clanes, se hizo con el poder y consiguió unir a todos los clanes zulús, que hablaban la misma lengua y que eran de la misma étnia, creando Zululandia y pasando a ser él el Rey. Años después, a diferencia de los suacis y los lesotíes, los zulús decidieron integrarse en lo que hoy en día es la República Sudafricana. Pues oye, aunque sea una turistada, en Shakaland hemos aprendido algo de su historia, ¿no? Disfrutamos viendo las diferentes arquitecturas zulús, paseando por el resort y, sobre todo, degustando cocina tradicional... ¡¡italiana!! Qué rica la pasta y el tiramisú... ¡¡Ay si King Shaka levantara la cabeza!!

14 mar 2016

Un día en Suazilandia

Ayer llegamos a este pequeño país que limita con Sudáfrica y Mozambique. Tiene en torno a un millón de habitantes y de extensión es algo más pequeña que Extremadura. Sus habitantes son todos de la etnia suaci, que se compone de varios clanes, y se trata de una monarquía, siendo el rey actual Mwsati III. Es curioso porque el poder recae en el rey y en su madre, la "reina madre". Resulta que el rey, desde el siglo XVI, siempre es de la familia Dlamini y se tiene que casar con una mujer de alguno de los diferentes clanes. Cuando el rey muere, su mujer pasa a ser la reina madre y su hijo varón el nuevo rey. Así, el poder recae en el rey por linaje y en una mujer de uno de los clanes, con el objetivo de fomentar la unión del país. En muchos establecimientos hay una foto del rey, que tiene pluma... en lugar de corona, se queda medio en pelotas con unas plumas rojas en el pelo. ¡¡Esto no es serio!!

El paso de la frontera fue bastante fácil: enseñar los pasaportes, los papeles del coche y pagar una tasa de circulación de 50 Rands (3 euros). Es curioso porque empezamos a pensar que por estas tierras les encanta hacer papelitos: en inmigración te dan un papel, en la aduana te lo sellan y al pasar el control se lo quedan... ¡¡pero si están todos al lado!! Ya desde el principio vemos que este país va a ser sencillo pero práctico: el policía de frontera levanta la valla... manualmente. Ya estamos en la región de Hhohho y esperamos no tener que utilizar la onomatopeya.

Preparando el viaje pensábamos que las carreteras iban a ser de tierra, pero la verdad es que están bastante bien, con la señalización adecuada y con gente que conduce correctamente. Además, está todo muy limpio; no se ve ni un papel tirado por el suelo. Lo que nos llama más la atención es que hay gente paseando el ganado por los arcenes y, a medida que cae la noche, al no haber iluminación y con un color de piel tan negro... ¡¡nos cuesta verlos si no sonríen o parpadean!! Aunque no lo creáis, sirve de gran ayuda.

Extremando la atención, conducimos unos cuantos kilómetros hasta Maguga Lodge, uno de los mejores alojamientos del país y con vistas al embalse de Maguga. Es un complejo con muchas rondavels, casas tradicionales circulares con techo de paja. El sitio está muy bien, aunque, todo sea dicho, nos esperábamos mucho más. Quizá sea que el día no acompaña: está lloviendo y con lluvia todo desmerece.
Ponemos rumbo a la capital del país, Mbabane. No teníamos una idea formada de lo que nos íbamos a encontrar, y sorprender, nos ha sorprendido. El centro de la ciudad son básicamente unos cuantos centros comerciales unidos, donde se integran servicios como bancos y oficina de correos. En esta última compramos unos sellos de recuerdo y volvemos loca a la mujer que nos atiende porque empezamos a pedirle que nos dé monedas del país, que nos diga dónde está turismo y una tienda de recuerdos. En turismo nos dicen que la ciudad no tiene lugares históricos, ya que es básicamente de negocios y de compras. Como vamos justos de tiempo, decidimos continuar la ruta.

Visitamos el parque Mlilwane Wildlife Sanctuary. Es una pequeña reserva natural en la que, además de poder ver otros animales, hay una lago con hipopótamos. Una cosa peculiar de este parque es que puedes hacer rutas a pie bajo tu propia responsabilidad... ¡¡Pero si hay animales salvajes!! Para poder salir andando tienes que registrarte diciendo la hora a la que sales y la ruta que vas a hacer; cuando regresas, tienes que firmar la llegada, no vaya a ser que te haya devorado algún animal. Le echamos valor y hacemos una ruta y media de otra, pero no conseguimos ver a los hipopótamos, tan solo impalas y unos cocodrilos a los que es mejor ni acercarse. Un pájaro de la especie obispo rojo del sur nos viene a saludar y a posar para nosotros, y seguro que causa una gran envidia a algún cuñado amante de la ornitología.

Visitamos también el campamento, con unas casas tradicionales suazi, que eran otra de las opciones para habernos alojado. Nuestro paso por este pequeño país toca a su fin, ya que tenemos que hacer cuatro horas en coche hasta Hluhluwe Imfolozi en Sudáfrica. En la carretera, saludamos a los niños que vuelven del colegio y nos hace gracia que todos nos responden. ¡¡son una ricura!! La gente es bastante simpática, aunque muchos nos miran desconfiados, ya que apenas se ven blancos: en todo el día habremos visto a menos de diez. El paisaje de Suazilandia nos ha sorprendido gratamente: pensábamos que iba a ser un terreno árido y pobre y, sin embargo, es muy verde, con muchos bosques y árboles por todos los lados. Los paisajes son preciosos y variados: montañosos por el norte y más llanos por el sur.

Poco a poco nos despedimos del país de los suacis, para regresar a la provincia de los zulúes en Sudáfrica... ¡¡nos estamos jugando ser cocinados alrededor de un baile ancestral!! Estamos en KwaZulu-Natal, y nos apresuramos a llegar al parque Hluhluwe Imfolozi, al que hay que acceder antes de las seis de la tarde. Camino al campamento donde pasaremos la noche, dos hermosos rinocerontes aparecen ante nosotros... ¡¡nos encantan!! Hoy también dormiremos en una rondavel... y es que le estamos cogiendo el gusto: tiene la ventaja de estar en plena naturaleza con la ventaja (o riesgo) de poder ver animales en la mismísima puerta. ¿Tendremos hoy invitados a cenar?