17 sept 2023

Tchau Brasil!

Durante los últimos dieciséis días hemos dormido con una temperatura superior a veinte grados y casi habíamos olvidado lo plácidamente que se duerme cuando te tienes que echar una mantita por encima. Como estamos en el punto más al sur de nuestro viaje, se nota que las temperaturas son más frescas. También quizá dormimos mejor porque el viaje está terminando y ya no hay que estar alerta de que algo salga mal: ya no hay vuelos que coger, coches que alquilar o contactar con propietarios de alojamientos; todo ha salido según lo esperado.

Organizamos la mochila y dejamos en el apartamento algunas prendas que ya no queremos. No sé muy bien el porqué pero, a pesar de haber dejado un tercio de la ropa que traíamos, las mochilas no parecen disminuir… seguramente porque cuando inicias el viaje llevas todo plegado y ordenado como manda Mari Kondo… pero con el tiempo vas restándole importancia al orden perfecto. Démosle también un aire romántico y digamos que ahora las traemos llenas de recuerdos… arena de Lençois, tierra del Amazonas, aguas fecales de Manãos… recuerdos que se irán con prelavado y programa largo.

Sin muchas pretensiones de descubrir algo nuevo, salimos a la calle. El edificio de apartamentos está bien, pero sus colores grises le dan un aire carcelario. Además, la alcaide de la portería se niega a guardarnos las maletas en el hueco de la escalera porque dice que no tiene autorización. Subo al apartamento para conectarme al wifi y decirle a la propietaria que la ponga en vereda… pero al bajar nos encontramos con el portero (aunque ya no tenemos claros los roles) y nos guarda gustosamente nuestro equipaje en esa escalera que si necesita autorización, pero de sanidad.

Nuestra primera visita de hoy nos lleva hasta el Mercado Municipal. Es un lugar lleno de puestos de frutas exóticas y locales donde comer, además de un mercado al uso. Todos los de los establecimientos nos abordan para que compramos o consumamos en su local, incluso cuestionándonos cuando les decimos que no tenemos hambre para que no insistan. Es una mentirijilla, porque, realmente, sí queremos comer pero en un sitio que leímos en internet que era típico.

Encontramos el bar Mané, donde su bocadillo de mortadela se ha vuelto en todo un clásico, que otros locales copian. Nos pedimos uno para compartir y, para ser mortadela con queso, está bastante rico y es contundente. Otro bocado típico de este mercado es el bocadillo de bacalao, pero estamos tan llenos que lo dejamos para una futura ocasión.

Del mercado, caminamos hasta la Catedral, un enorme templo de estilo neogótico que es un remanso de paz… y de limpieza. Se está fresquito y, hablando de nuestras cosas, hacemos tiempo. En esta ciudad una cosa llamativa es el número de policías que se ven; casi en todo momento hay alguno en tu campo de visión… puedes jugar a “Dónde está Wally” cada vez que giras en una calle. 

Hoy es domingo y la ciudad parece bastante tranquila. Igual nos hemos acostumbrado, pero sigue habiendo mucho vagabundo tirado por las calles. Parece que es algo asumido, porque se ve que les reparten comida, dado que todos están almorzando del mismo tipo de plato desechable. 

Damos un último paseo por el centro, donde se encuentra el Farol Santander, que es el Empire State paulista. No sé si tendrá algo que ver con el banco, aunque por todo el país hemos visto sucursales del banco español. También vemos el Teatro, el Monasterio de San Bento, un centro comercial, el ayuntamiento, … Hoy vemos la ciudad más tranquila y segura.






Pero ya el tiempo se acaba y toca despedirse de São Paulo y de Brasil. Un uber nos lleva hasta la terminal 3 del aeropuerto de Guarulhos donde, mirando hacia atrás, recorremos mentalmente este viaje que han sido muchos en uno: Río de Janeiro con sus lugares icónicos, Brasilia con sus edificios de Niemeyer, Chapada dos Veadeiros con sus cascadas de agua, las playas de Recife, las dunas de Lençois, la naturaleza en el Amazonas y la urbanita São Paulo han sido experiencias totalmente diferentes entre sí y, a la vez, han sido los ingredientes para cocinar esta aventura estival.

Brasil nos ha sorprendido. Esperábamos un país mucho más evolucionado, más limpio y con menos pobreza; nos imaginábamos una naturaleza salvaje con un montón de animales, playas paradisíacas y gente bailando samba mientras toman caipirinha. También pensábamos que la arquitectura colonial había dejado un legado que cuidar y poner en valor. Sin embargo, nos hemos encontrado un país muy relajado, donde no parece existir el estrés occidental y la gente sonríe sin preocuparle si tiene más o menos cosas. Ha sido bonito también descubrir un país que no está edulcorado para el turista: son lo que son y tienen lo que tienen. Con el tiempo, se terminará puliendo este diamante en bruto, pero perderá ese aire genuino del que hemos gozado y que nos alegra haber conocido.

El vuelo de regreso vía Roma está a punto de despegar y, con él, acabaremos nuestra incursión en América del Sur. ¿Será el principio de un nuevo territorio por explorar? Seguro que pasará el tiempo y recordaremos los buenos momentos vividos en esta parte del mundo, así que, quién sabe si pronto volveremos la vista a algún país latino-americano.

Ahora toca relajarse, descansar y, dentro de unos días… comprar una manta para cama que no sea tan tribal.

16 sept 2023

São Paulo

Cumplo las tres R de reducir, reutilizar y reciclar… pero coger tanto avión para recorrer Brasil es todo un sacrilegio para el medio ambiente. Con el vuelo de anoche hemos cerrado el círculo dentro del país sumando la friolera de 8.600 kilómetros quemando keroseno. Como penitencia, haré tres duchas frías, reciclaré cien envases nuestros y haré un acto de contrición de la orgánica. Mi acto de buena fé vendrá cuando cancele los tres segmentos adicionales de este vuelo… porque resulta que, cuando buscábamos un vuelo de Manãos a São Paulo, si cogías sólo este trayecto salía cuatro veces más caro que si a ese segmento le sumabas continuar a Brasilia, volver a Manãos y finalizar en Santarem. Así que, compramos un billete que incluía volver a la casilla de salida para llegar a la ciudad de al lado… ¡¡no tiene ningún sentido!! Así que, una vez hayamos llegado a São Paulo, cancelaré los vuelos que no vamos a utilizar para que no viaje el asiento vacío y se optimice la quema de keroseno.

Como era de esperar, en el vuelo dormimos poco y mal. Además, no habíamos caído en que el vuelo no son cinco horas, sino sólo cuatro, ya que recuperámos la hora que restamos cuando llegamos al estado de Amazonas. Por si fuera poco, sólo nos han dado de comer dos galletas del tamaño de una moneda de dos euros y un café sólo, ideal para que entre el hambre y la cafeína estés más activado que un gato observando un puntero rojo. A las ocho de la mañana hora local, en la aproximación a São Paulo, me emociono al ver los innumerables barrios con torres de viviendas que salpican la ciudad… 30 pisos, 25 pisos, 40 pisos, favela, 15 pisos, favela, favela, borracharía, … Ay, que pensábamos que habíamos dejado para el final la gran ciudad moderna y urbanita, y me da que va a haber también algo de cochambre.

Hay cosas que no entiendo… en todos los aeropuertos de Brasil que hemos visitado, la puerta de salida está escondida. Aunque no facturamos equipaje, es llegar a la zona de cintas y quedarnos con cara de póker… “¿Ves la señal de Saída? Pero si hemos seguido los letreros” le digo a Pablo. Más de una vez me he acercado a lo que parecían puertas automáticas y he estado a punto de hacerme un chichón y hacer el ridículo. “Vamos a ver, ¿por qué las pintáis de negro? ¿O las escondéis detrás de enormes pantallas led? A ver si va a ser que no queréis que veamos cómo tenéis el país, ¿eh, pillines?”

Le hemos cogido el gusto a Uber y, para evitar dos horas de transporte público, nos pedimos uno que nos recorre los 30 kilómetros que hay hasta el apartamento en algo menos de media hora. Como siempre, mendigando el wi-fi gratuito que hay en los aeropuertos, donde aprovecho también para ponerme en contacto con la propietaria del apartamento que hemos alquilado. Y pensar que los pilotitos verdes de nuestro router están aburridos a miles de kilómetros… habrá que bajarse algunos torrents a la vuelta para que vuelva a la rutina.

En nuestro periplo por las ciudades que hemos visitado siempre nos ha ocurrido una cosa curiosa: cuando le preguntábamos a algún uberista a ver si su ciudad era peligrosa o que la comparase con la anterior en la que habíamos estado, siempre era la otra la “chunga”. La realidad es que ninguna nos ha parecido peligrosa, aunque, para ser justos, tampoco es que fueran Disneylandia. Pero al llegar a São Paulo y ver el panorama, se nos “recoge el pitilín pa´dentro”. ¡¡J-o-d-e-r!! En comparación con esto Ricky de The Walking Dead era Dora la Exploradora. Gente durmiendo en el suelo, dentaduras con más huecos que una corredera de Novoveral, ropa mugrienta que mueve el cuerpo que atrapa dentro… ¿pero para esto me he puesto yo decente cambiandome en un minúsculo baño del aeropuerto a riesgo de pisar pises? Bueno, no seamos agonías, que hay cuatro policías a caballo y unos tres coches de la policía militar para garantizar la nostra segurança. Además, el apartamento parece seguro: para acceder al portal hay dos puertas como las de los bancos, donde una no abre si la otra no se cierra… y por si fuera poco, al llamar al conserje por el portero parece que le estoy dando la contraseña secreta al decir en un rústico portugués “apartamento”, “reserva”, “nome jo-se-ba”... y he debido de acertar porque conseguimos que salga. Como el apartamento aún no está disponible, dejamos nuestras mochilas donde nos indica el conserje… en unas escaleras… ejem… “¿nadie entrare aquí? ¿não, eh?” Por Dios, que mi camiseta sudada que ha empezado a corromperse dentro de la mochila ahuyente a cualquier intruso.

Con un par, vamos a salir a conocer la ciudad aunque ahora el Amazonas nos parezca un jardín japonés. Y antes de pasar por el umbral de la puerta, el conserje nos dice “nãaaaaooooo, guardare celulare, perigoso”. Pues si encima no podemos consultar el móvil para saber por dónde ir, van a quedar sólo huesitos, jijijijiji. Venga va, tiramos en línea recta y vemos el centro en el tiempo que a Pablo le tarda en dar un retortijón… se lo está haciendo encima y decidimos buscar una oficina de información turística para alejarnos. En la plaza de la República, una chica nos da un mapa y… poco más, porque creo que hasta duda de su nombre. Como le pregunte por el Guggenheim se pone a buscarlo seguro.

En los años que llevamos viajando hemos estado en sitios que tenían pinta de peligrosos. Pero, a veces, no es más que eso, una sensación. Pablo intuye que aquí la gente no es que sea pobre, sino que ha “consumido sustancias”, y por eso lleva la alarma encendida desde que hemos llegado. Igual yo soy más inconsciente, pero no me parece para tanto. Desde mi punto de vista, aunque es cierto que aquí hemos visto las peores pintas, el propio entorno te empequeñece: hay torres de apartamentos en muy mal estado de conservación, donde los vecinos no es que hagan barbacoas, sino que te hacen directamente una chasca en el salón. Y, por si fuera poco, todos los edificios están pintorroteados con letras ilegibles… algo que hemos visto salpicado por todo el país pero que aquí es exagerado… Es el Pichação, una especie de contra-arte urbano que nació en São Paulo y que consiste en pintar unas letras raras en los lugares más imposibles de los edificios; por lo visto, hay bandas que están confrontadas y dispuestas a dejar su impronta aún a riesgo de caer y matarse… suele ser gente que se siente excluida del sistema porque considera que sólo sirve para las clases acomodadas. “Ah, claro, te habrán regalado un apartamento y en vez de cuidarlo, prefieres ir por la vida pintando rayajos y quejándote de este sistema capitalista gracias al cual los demás te han dado el apartamento, ¿no? Pues más os valía que vosotros y vuestros primos de Farlopa y DVD Dorek cogiérais más el mocho, que no es Bansky todo el que pinta en una pared”.

Decidimos cambiar de tercio y nos vamos a la Avenida Paulista, calle que alcanza categoría ainhoana. Se trata de una avenida llena de edificios, tiendas y algunos restaurantes. Aún no hemos desayunado, así que, encontramos un sitio con buena pinta y nos tomamos el café mañanero mientras decidimos qué ver.

Suele ocurrir y está ocurriendo. Los dos últimos días de cada viaje son en los que más cansados nos sentimos. Arrastramos cansancio y sueño; nos satura comer tanto y tan diferente a lo nuestro; y, además, éste está siendo uno de esos viajes excesivamente sensoriales, donde tienes mucho estímulo de sonidos, ruido y situaciones que vives. Por no decir que, esta noche hemos maldormido en un avión… así que este día tenemos claro que será para ir sentándonos por aquí y por allá a descansar.


Pasamos el día entrando en algunos centros comerciales, recorriendo la calle Óscar Freire (supuestamente una de las más elegantes) y sentándonos en algún parque a descansar. São Paulo, la mayor ciudad del hemisferio sur, esperábamos que fuera más interesante e, incluso, más “europea”. Una vez más, tiene algunos edificios que tienen muy buena pinta, pero que necesitan algo (o mucho) de restauração.

Antes de que anochezca, volvemos al apartamento y ya podemos entrar en él, a donde ya han subido nuestras mochilas. Está en una planta 13 y está bastante bien. Por la ventana, se ven unas amplias vistas de la ciudad… pero ¿qué le pasa al móvil? Es que hacemos una foto a São Paulo y parece Nueva York… en las fotos sale mil veces mejor de lo que es… ¿A ver si el truco va a estar en verlo todo a través de esa pantallita?

Me cambio de ropa y me pongo una camiseta y unos chinos cortos. “Pero, ¿quieres volver a salir?” me pregunta Pablo. “No, es que ayer me vine arriba y cuando les dimos ropa a los de la familia del Amazonas, les incluí el pijama” le digo. La que hay montada ahí fuera y yo durmiendo con ropa de calle… lo que son las cosas.

15 sept 2023

Amazonas III

Tercer día en el Amazonas y al ir al baño no hay agua. Lo de vivir sin comodidades es un reto, pero ir al baño y que la taza no descargue agua es una cochinada. Aún son las seis y media, y como todo es muy relajado, seguimos un ratito más dando vueltas en la cama. Cuando suena el despertador, ya vuelve a haber agua, vaciamos la taza y nos damos una ducha. Hace bastante calor y, además, es húmedo por lo que se suda bastante y es de agradecer que el agua te limpie un poco la piel aunque sea intentando no derrocharla. El que ha vuelto a aparecer es el pequeño lagarto negro que estaba en el baño… ¿pero qué hago contigo criatura? Si es por tu bien que abandones la casa.

Vamos al porche de la casa a ver si ya está listo el desayuno y oímos “Hola corazoooonneeeeeessss”... Es Regina la mujer de la casa, que con sus más de cien kilos, su pañuelo en el pelo y su vida en bañador perpétuo nos da los buenos días. Es muy enrollada, pero igual un poco excesiva… estamos muy buenos, lo sabemos, pero no tanto como para que nos piropee tanto… “yo mucho feliz de ustedes aquí, a mí encantar mi travalho si vosotros contentos… ay que guapos ustedes”. Además de ella y la familia que conocimos el otro día, hoy hay más sobrinas y sus parejas; también viene una nuera con una nieta… el árbol genealógico es tan complicado que anoche Pablo le dijo que tenía que tomar apuntes… “no preocupar, yo dibujar familia” dice y se echa una risotada de las suyas que retumba por toda la selva.

A su vez, Napoleón, el mono travieso y juguetón, ya está suelto y controlando lo que él considera su territorio… es decir, todo el lodge. Los cuatro perros que tienen (que después del ménage-à-trois de anoche, hay otro en camino) también andan jugueteando y acompañándonos a donde nosotros vamos. Hombre, animales, técnicamente podemos decir que nos hemos hartado a ver… pero domésticos.

Algo después de las nueve, empezamos con la actividad de hoy: una caminata por la selva. Los perros se supone que no deberían venir con nostros, porque según Gabriela, la hija, es mejor que no vengan para no hacer ruido y espantar a los animales… pero supongo que para ellos también es excitante poder salir del lodge y es imposible controlarlos para que no vengan.

Al adentrarnos en la selva pensamos “esto sí que es lo que habíamos imaginado”. Six Days va con un machete, cortando plantas, lianas y haciendo cortes en los árboles para luego recordar el camino de vuelta. Gabriela está muy dicharachera y conversamos más distendidamente que los días anteriores. En la selva, nos enseñan algunas cosas que utilizan para sobrevivir. La primera de todas es un hormiguero… ¿y para qué les sirve? Six Days rompe un poco el hormiguero y miles de hormigas salen a la superficie, pone la mano a la que se empiezan a subir y, acto seguido, se frota las manos para embadurnarse con pasta de hormiga machacada. Gabriela nos cuenta que eso sirve para evitar el olor humano y que otros animales te ataquen. Curiosamente, el olor a pasta de hormiga es muy agradable.


En el camino hay algunos árboles que tienen formas caprichosas, con forma de serpiente o con partes retorcidas, todo hecho de forma natural. Hay otro árbol enorme que nos cuentan sirve para pedir ayuda: si te pierdes en la selva y encuentras el árbol, coges un tronco y golpeas sus raíces, haciendo un fuerte sonido que se oye a distancia. Es un árbol con unas raíces en forma triangular, al que Six Days también trepa usando unas lianas. Yo pruebo a subir y la verdad que cuesta; Pablo prueba y consigue subir unos dos metros… ¡esta hecho un Tarzán!


No sé si es para que yo tenga otro rol, pero Six Days corta una rama de una planta y me hace una corona al estilo Pocahontas… bienvenidos al carnaval de la Amazonía. Siguiendo con los troncos que te pueden salvar la vida, nos enseñan uno que, al cortarlo, emana agua potable. Es impensable que de un tronco de árbol salga tal cantidad de agua y en ese estado tan líquido. Además, sabe bastante bien.

Luego, nos enseñan otro árbol que ya lo quisiera el de Bricomanía. Al cortar el tronco se pueden sacar unas hebras que son muy resistentes. Nos dan un trozo para que Pablo y yo tiremos de los extremos… y con esta sokatira, esas láminas ni se resienten. Nos cuenta también que las utilizan para hacer los techos de paja, cestería, artículos de decoración… y en vivo y en directo nos hacen unas pulseritas que nos colocan en las muñecas. Pues ya tenemos todo el equipo… estamos amazónicos perdidos.

Una última demostración es una gigantesco nido de termitas. Gabriela rompe un poco el nido para que salgan y… es asqueroso… ahí hay millones de esos bichos come-madera que pueden poner en peligro cualquier mueble o estructura hecha de madera.

La excursión ha durado unas dos horas y ha sido muy interesante… aunque de animales sólo hemos conseguido ver un escarabajo. Ni tucán, ni iguana, ni jaguar… A la vuelta me veo yendo directo desde el aeropuerto a Faunia para compensar. Como regalo de compensación, nos llevan a casa de unos tíos que viven cerca, donde conocemos a Lola, una guacamayo preciosa que está subida en un árbol viendo las horas pasar… hasta que hemos venido nosotros a molestar.

Volvemos al lodge y preparamos nuestro equipaje. A muchos viajes solemos llevar ropa que en España o no utilizamos o que ya está demasiado usada, de forma que si la perdemos o se deteriora del todo, no regresa. Como en este rincón tan aislado no será fácil comprar ropa, decidimos que, en lugar de abandonarla en el último hotel, se la demos a la familia del Cabana Nativa. Así que, la preparamos y se la llevamos a Regina “Muuuuuchas graciasssss amooooooores!! Son buenas persoasssssss” y suelta una risotada de las suyas. Pues nada, ya hemos sembrado nuestro granito de arena en al Amazonas Fashion Week.

Aguardamos hasta la hora de comer: primero en compañía de un clon de los panguis versión amazónica, que nos salva de que Napoleón, en su jugueteo, nos muerda como si fuera una piraña; después, de uno de los trabajadores que pululan por allí, con el que nos comunicamos sin absolutamente entendernos… y al que le decimos que no hemos visto iguanas y se pone a buscar por todas partes… aunque sin éxito.

Toca la hora de comer y Regina nos pone en una mesa, como ha venido siendo habitual, el bufé para que nos sirvamos. Hay pescado frito (que está muy rico para ser de río), ensalada, arroz amarillo y arroz con fréjoles. Pero vamos a ver… de América nos trajimos el tomate, cebolla, patata… ¿y no pedisteis nada a cambio? Unas vainas, unas lentejas, unas patatas a la riojana, un bacalo al pil-pil… aunque sea unas carcamusas para preguntar “¿eso que era?” cada vez que te lo ofrecen. Pero es que lo del arroz es bastante limitadito, ¿no?

Como cuando estás en clase y suena el timbre, la voz de Neil diciendo que nos tenemos que ir, interrumpe en seco la comida. Nos tenemos que ir ya, así que nos despedimos de la familia desestructurada pero encantadora con la que hemos pasado estos dos días y medio. “Chao amoooooorreessssss, placer haberlos tenido conmigo, aquí, esta es a sua casssssaaaaaa; bon viajeeeeeeee” grita, cómo no, Regina, sobreponiendo su voz a la del resto de la familia.

En cierta medida, nos da pena irnos, porque nos hubiera gustado ver más animales; pero, por otro lado, también nos apetecía, porque, al no haber más huéspedes en la casa, los temas de conversación con la familia se agotaban y veíamos que ya no daba para más. Por un lado, ha estado bien esa exclusividad… en este tipo de excursiones el grupo que te puede tocar puede ser una auténtica lotería: puede ser gente muy divertida o gente que sólo se ilusiona si le traen cervezas por la noche. Por otro lado, si hubiera habido más gente hubiesen ocurrido situaciones nuevas, que también habrían resultado interesantes.

Para desandar los 50 kilómetros desde Maçarico hasta Manãos, toca que organicen los transportes para que cuando lleguemos a un punto enlacemos con el siguiente. Neil nos lleva hasta lo que hemos denominado “Avenida de América… del Sur”, dado que es el pequeño puerto donde confluye la carretera con los diferentes canales del río. Nos despedimos de Neil, el padre del lodge y quién nos ha traído en lancha… para reencontrarnos con Donut de Chocolote, el hombre morenete y regordete que nos trajo el otro día. Volvemos a ocupar los asientos delanteros, donde, cada vez que cambia una de las cuatro marchas que tiene la furgoneta, su antebrazo y mi muslo comparten fluidos… mientras pienso en lo desaprovechada que está nuestra ducha a miles de kilómetros.

La furgoneta recorre el camino de tierra y la general, recogiendo gente y apiñándola en los asientos traseros… Si fuera un BlaBlaCar, no tendría marcado lo del asiento intermedio libre. Donut de Chocolate se le ve buena gente… saluda a los vecinos y a los conductores de otros vehículos, e incluso hace un silbido piropo a una chica que se atusa el pelo y que debe ser conocida.

Llegamos a un pequeño puerto lleno de mugre. Me gustaría decir otra cosa, pero es que para dejarlo limpio sería mejor arrasarlo y construir otro. Donut de Chocolate nos indica que esperemos, para luego dejarnos en mano del conductor de una embarcación que nos llevará al puerto de Manãos… es que no se le escapa una, lo tiene todo controlado. Es como el antiguo Correo, trae y lleva tanto personas como mercancías, y se asegura de que lleguen a su destino. Esta vez vamos en un barco lleno como un autobús hasta la otra orilla del río Amazonas.

Al llegar, le preguntamos al “comandante” a ver quién nos va a llevar hasta el centro de la ciudad, nuestro destino final. Nos señala unos taxis a lo lejos y nos dirigimos allí… donde nadie parece saber nada ni estar esperándonos. Pablo se queda a la espera y vuelvo al embarcadero, donde veo que el barco ha zarpado y le hago señas para que vuelva… ¡y va y me obedece! Pero hombre, un poquito de orgullo… que tampoco soy Geroge Cloney… bueno, ya que has vuelto le suelto un poco la peta porque ya hemos pagado y quiero que nos diga quién nos lleva… y coge y me acompaña hasta donde los taxis… “vamos a ver, ármame el pollo y pónmelo difícil, que así no tiene gracia”. Bueno, ya que está predispuesto nos acompaña hasta los taxis y les dice que venimos con una agencia y que ya hemos pagado… ninguno parece quere coger el testigo… así que le medio obligamos a uno a que llame al de nuestra agencia… “pero hombre, si esto no iba contigo, dímelo, záfate un poco, ¿no?”. Como les diga que tengo hambre, me sacan un plato de arroz fijo. Bueno, la cuestión es que llama y el de la agencia acuerda con ellos que nos lleven. “Tú llevare, mais ya pagado, no reais, eh?” Yo ahí soltando mi A1 de portugués y resulta que el conductor es colombiano.  Así no se puede… dicen que Brasil es peligroso pero realmente son todos muy buenines.

Son en torno a las cuatro y llegamos al hotel donde nos alojamos tres días. Le echamos un poco de morro y les decimos a ver si nos pueden guardar las maletas… y nos dicen que sí… y porque no le hemos pedido una habitación, que igual hasta suena la flauta. Como hace tres días vimos la ciudad de noche, aprovechamos para verla un poco de día. Empezamos por el mercado Lisboa, donde venden artesanía… entramos en conversación con una colombiana que se interesa por nuestro viaje y nuestra opinión del país… “pues yo no cambio este paraíso por nada”. ¿Paraíso? Edificios medio caídos, bordillos para incapacitar gente, cables de electricidad por todos los lados, bordillos con agua que corre cuando no ha llovido desde hace meses… eso es ser positiva y lo demás tonterías.


Hoy es nuestro aniversario de “conocernos”. Quién nos iba a decir que 21 años después íbamos a estar en esta ciudad en la que, a excepción del Teatro de la Amazonía, no se salva nada. Además, como esta noche volamos de madrugada a São Paulo, no tenemos ni hotel y vamos a estar tirados en el aeropuerto hasta la una de la mañana… para llegar a las 7 al destino. Para hacer un poco de tiempo, volvemos al hotel donde tenemos las maletas y cenamos en el restaurante. Después, nos cogemos un uber al aeropuerto internacional, en donde, tras cabecear mientras esperamos, embarcamos en el último vuelo interno de nuestro viaje. Recordando a la colombiana positiva, podemos decir que vamos a pasar la noche de nuestro aniversario “por todo lo alto”... del cielo brasileiro.

14 sept 2023

Amazonas II

Nuestra habitación es rústica. Es una estructura con cinco habitaciones totalmente hecha con traviesas de madera, por cuyas rendijas se cuela la luz. Incluso en el suelo se ven las rendijas por las que cabría una moneda de euro, que sería difícil de recuperar. Hay también dos literas y una puerta para el baño, con una ducha que tiene una especie de pantalla que puedes desplegar para no encharcar todo el baño. También hay un aire acondicionado que hace mucho ruido… por lo que anoche decidimos pasar un poco de calor antes que estar toda la noche con un “brrrrrrrr” constante. Aunque sea todo muy básico, hemos dormido estupendamente y estamos ya listos pare empezar el día.

A las siete y media desayunamos con la familia. Nos ha preparado un desayuno con muchas cosas ricas: huevos fritos, jamón, queso, huevos revueltos, pan, bizcocho… y también tapioca, una especie de crêpe con algo biscoso dentro, muy blanquecino, con textura rara y poco sabor. Lo que sí que está rico es el café, tanto solo (que es como lo suelen tomar) como con leche. Dormir y desayunar bien, nos dejan el cuerpo como un reloj. Además, hoy vamos a tener un montón de actividad según el hombre de la casa.

Antes de partir, paso por el baño a echarme protección solar y repelente anti-mosquitos. Al entrar al baño veo una pequeño reptil con muchos deditos en las patas. No es una lagartija, ni tampoco una salamanquesa… además, su color es muy oscuro. No sé lo que es pero a Pablo, que le dan pavor los reptiles, no le va a gustar saber que ha dormido y que esta noche dormirá, con la posibilidad de que eso esté ahí. “Mira, vamos a hacer un trato, yo no digo nada… pero a la vuelta ya no estás, ok?” He creído ver que me guiñaba un ojo para confirmar nuestro secreto.

El día de actividad no empieza hasta las 9 y media… bueno, aquí funcionan las cosas más pausadamente, así que seguro que en breve estamos en un no parar. Hoy nos acompaña la hija Gabriela y el hijo Six Days. Montamos en la lancha y empezamos a surcar los diferentes ríos de la zona… y a parar en un montón de casas… que si unos vecinos, que si a comprar hielo, que si a comprar bebida, que si a comprar gasolina… madre mía, nos están llevando de compras.

En torno a las once entramos en materia y nos empiezan a enseñar algunos pájaros. No hay muchos y la mayoría son los mismos que ayer. La chica nos va diciendo los nombres de algunos de ellos, pero sin mayor explicación. Uno de los sitios que más nos gusta es un lugar donde hay un montón de una especie de pato pequeño en las copas de unos cuántos árboles… pero tampoco hemos cambiado de hemosferio para ver patos, ¿no?

En un momento dado Gabriela nos dice que ahora, que vamos a juntarnos con otro río, vamos a ver muchos más animales porque el río es más grande y tiene más peces, lo cual significa comida para muchas especies. De repente, vemos saltar sobre el agua a algunos botos, los delfines de río que hay sólo en el Amazonas. Gabriela nos cuenta que hay dos tipos, los rosas y los grises, siendo los primeros más tímidos que los segundos. Hay que estar muy pendiente porque siempre se ven en la lejanía. “Ah, pero, ¿no se acercan hasta aquí?” En las fotos de la web de la excursión aparecían turistas tocando el hocico y, de alguna forma, piensas que es lo que vas a poder hacer… pero no… los delfines no están ahí para que les toques las narices.

Bueno, al menos hemos visto un montón de delfines… ¿qué toca ahora? Nos acercamos a un callejón de agua sin salida, donde Six Days coloca una red para pescar peces… que nos lleva un laaaaaargo rato. Se me va a quedar el culo con la forma del asiento como no tengamos algo de actividad… Terminamos bajando de la lancha, sí, pero porque ahora toca la hora de comer. Descargan la comida y lo necesario para hacer un fuego de forma controlada. También instalan unas hamacas para que nos tumbemos mientras ellos lo preparan todo. El menú de hoy es una especie de salchichas gruesas a la barbacoa... ¡con arroz! Con tanto arroz estoy cagando ladrillos toledanos… cuando vuelva a España me voy a pedir hasta la paella sin arroz. La verdad es que está todo muy rico, pero con tanto arroz… en cuanto descubran el arroz con leche se vuelve postre nacional. Por ahora, unas rodajas de piña para terminar. Y después de comer, ale, a echar la siesta en las hamacas. Mmmm… paseo sentado, comida y siesta… ¿esto es un viaje del Imserso o qué? Sólo falta bailar paquito chocolatero esta noche.

Cuando uno piensa en el Amazonas se imagina una selva en la que hay que ir sorteando lianas y cortando ramas con un machete. También uno se imagina que, mientras estás observando un tucán un caimán entra a bañarse, un jaguar sube a un árbol, una iguana captura un insecto y una anaconda se come algún roedor despistado. Pero no, nos han vendido demasiadas películas y la publicidad de las excursiones no se ajusta a la realidad. Lo cierto es que sí, hay muchos animales, pero no es nada fácil verlos… tiene que coincidir que se vean desde el río y que justo estés mirando a donde algo está sucediendo.

Un poco decepcionados con nuestras espectativas, ahora nos llevan a ver un tipo de árbol, que se llama el Samaúma. El ejemplar que vemos tiene unos 400 años y es la especie de árbol más grande que hay en el Amazonas. Es un árbol muy bonito, pero estamos un poco desanimados, así que no le damos mayor importancia. Y ahora, volvemos a la pesca de la piraña. Ayer no conseguimos pescar ninguna… pero ¡¡por nosotros que no quede volver a intentarlo!! Y, esta vez, es todo un éxito: Pablo pesca seis ejemplares y yo uno, lo cual es todo un logro para nosotros. Gabriela nos dice las diferentes especies que hay y cuáles hemos capturado, mientras que Six Days nos enseña los dientes que tienen. Una de las pirañas que capturamos Six Days la trocea para utilizarla de cebo… y Gabriela nos dice que las pirañas también se comen entre ellas. La verdad es que pensábamos que lo de las pirañas era un mito, pero no… caerse al agua podría ser un problema, porque estos bichos te muerden sin contemplación.


Haber tenido éxito en la pesca de la piraña nos sube el ánimo: ha resultado muy divertido y es, además, algo que no podemos hacer habitualmente. Con un espíritu mas alegre, emprendemos el viaje de vuelta, donde vemos más delfines que ahora vemos con más ilusión. Un sol anaranjado va camino de esconderse, y, mientras juguetea con el horizonte, Six Days reduce la velocidad del motor. ¿Qué ocurre? ¡Ah! Que nos falta la captura del caimán.

Six Days saca una linterna y empieza a iluminar los alrededores. En un momento dado, para la barca y señala hacia la orilla… se acerca a nosotros para compartir el haz de luz y entonces lo vemos… los ojos de un caimán reflejan la luz de la linterna… y muy cerca hay otro. Gabriela toma el control del motor y nos acercamos hacia el caimán, mientras Six Days se tumba en la parte delantera de la lancha. En cuestión de segundos lo vemos meter las manos en el agua, retorcerse y salir con un caimán de un metro de largo. Con una mano le sujeta el cuello y, aunque al principio se retuerce para liberarse, enseguida se queda paralizado. Es una auténtica pasada, porque lo ha capturado en cuestión de segundos.


Gabriela nos explica los diferentes tipos que hay, la longitud que puede alcanzar, etc. Yo estoy deseando tocarlo y me animan a hacerlo. El lomo es muy duro y la tripita lo es aún más; las patitas son suaves y los deditos parecen de juguete; enima de los ojos tiene una parte rectangular que es como de hueso, muy dura. Lo que no me atrevo a tocar es el morro y los ojos, no vaya a ser que no esté todo lo sujeto que debería. Six Days le abre la boca para que veamos los dientes… y, curiosamente, ¡no tiene lengua! En la parte inferior de la mandíbula tiene una membrana flexible, la cual Six Days mueve metiendo el dedo por la parte inferior. Visto por debajo, vemos que tiene unas cicatrices y nos dicen que es que le han mordido pirañas y que se ha salvado. Lo que no conseguimos saber es si es macho o hembra, porque el aparto reproductivo lo tiene oculto. Pablo, al que no le gustan nada los reptiles, se arma de valor y le toca un poco el lomo, pero retira la mano enseguida. ¡¡Fobia superada!!

Ya es de noche y toca volver para el alojamiento. Una cosa que nos ha llamado la atención es que durante el día apenas hay mosquitos, pero que cuando cae la noche, los mosquitos dejan la tierra firme para ir al agua del río. Y claro, en la lancha motora, a toda velocidad, empezamos a notar cómo nos impactan decenas de mosquitos… mejor no abrir la boca e ir con los ojos cerrados. Ahora sabemos lo que siente un parabrisas en verano.

Ir por los ríos de noche y a toda velocidad, resulta ser otra experiencia. Aquí no hay señales, ni GPS, ni nadie que guíe la lancha. Six Days, con la linterna que lleva en la cabeza va dirigiendo la luz hacia las orillas para orientarse. Hay veces que, en una oscuridad en la que apenas se distingue la silueta de los grupos de árboles, piensas que vamos a acabar estampados. Estamos en las manos de Six Days… si le pasara cualquier cosa a él y a su hermana, estaríamos perdidos. Para aliviar la tensión miramos el cielo… para descubrir un bonito cielo estrellado… es toda una experiencia.

Llegamos por fin al alojamiento, sanos y salvos. Hoy se suponía que íbamos a dormir en la selva; de hecho, nuestro tour se llama “3 días / 2 noches, tour de supervivencia”. Sin embargo, esta mañana, el hombre de la casa nos comentó que si queríamos lo hacíamos, pero resulta que era como a unos cien metros de la casa. En su momento pensábamos que iba a ser estando más aislados de esta zona aislada… pero, para estar cerca de la casa y acabar con la espalda torcida por dormir en una hamaca, decidimos que mejor vamos a ser prácticos y vamos a dormir en el lodge.

Al final el día ha estado muy bien. No ha sido la aventura salvaje con la que habíamos fantaseado… pero aún así ha sido una experiencia bastante completa: pájaros, delfines, pirañas, caimán, … y un paseo nocturno que da respeto. ¿Qué nos deparará nuestro tercer día en el Amazonas? Mañana más…

13 sept 2023

Amazonas I

Hoy comienza nuestra ventura amazónica, que consistirá en pasar tres días en el corazón de la jungla, rodeados de naturaleza y también de algunos animales que podrían llegar a ser algo peligrosos. Pero antes de que nos vengan a recoger al hotel, tomamos un contundente desayuno… si acabamos siendo devorados por alguna criatura, que se sacie bien saciada. De todas formas, creo que estamos en nuestro día de suerte… en el hall del hotel hay más turistas que también van a ir a excursiones por el amazonas. Entre ellos, nos destaca uno al que le asoma la barriga por debajo del polo, a quién la guía le está comentando las actividades que van a hacer y que sólo se alegra cuando le dice que habrá mucha comida disponible… como sale antes que nosotros, el caimán que lo pille se va a poder hacer hasta tuppers.

Poco después de las ocho entra un hombre a la recepción y nos enseña en su móvil mi nombre. Voilà! Aquí tienes a tus dos Indiana Jones. El hombre es un taxista que la agencia ha contratado para llevarnos hasta el puerto. Jo, pues qué nivel, ¿no? Transporte privado para los dos. En el puerto, el taxista nos pasa con otro hombre que es el conductor de una lancha a motor. Suponemos que habrá que esperar a más gente, pero no… nos dice que montemos y salimos quemando gasolina. Pues sí que le miman a uno en el Amazonas, sí.

El primer contacto con el río Amazonas es espectacular. Más que en un río tienes la sensación de estar en una bahía o en un lago, ya que la otra orilla se ve lejísimos. En realidad, donde embarcamos no es aún el Amazonas como tal, sino el Río Negro, que a pocos minutos de zarpar vemos fundirse con el Solimões, el nombre que en Brasil se le da al Amazonas y cuyo color es más amarillo. De hecho, hay un punto conocido como el Encuentro de las Aguas, que es donde se juntan pero no se mezclan, ya que tienen densidades diferentes; a lo largo de muchos kilómetros se sigue manteniendo esa división entre las aguas de los dos ríos.


Llegamos a la otra orilla del Amazonas a un puerto muy básico, donde el barquero no nos deja bajar hasta que se asegura de que el conductor de la furgoneta ha llegado. Es un hombre regordete y muy sudado, pero que inspira muy buen rollo. En estre trayecto no iremos solos: además del conductor van otros seis pasajeros más un gato (que al principio oímos pero que nadie responde cuando preguntamos “¿Hay gatão”?); eso sí, nos han reservado los dos asientos delanteros de al lado del conductor.


La furgoneta tiene mucha mugre por dentro, los cristales no conocen Cristasol y los cinturones de seguridad ni nos planteamos usarlos. Como hace calor, Pablo se dispone a bajar la ventanilla, pero no hay ni manivela, ni botón, ni nada… el conductor se percata y le dice “no, no, se baja así”, haciendo ventosa con la mano y forzándolo hacia abajo. Pues nada, ya tenemos aire acondicionado y estamos todos. ¡¡A la carretera!! Recorremos unos cuántos kilómetros sorteando algunos baches y obras, algún puente derrumbado sustituido por una barcaza, y también paramos en una tienda a comprar algo para beber. El conductor lleva el maletero lleno de cosas y ha comprado también pan de molde que deja en el salpicadero.

Poco después llegamos hasta un río, donde hay una especie de sala de espera con un bar… la intermodal de aquí es una estructura de madera, funcional y con mucho estilo. El conductor de la furgoneta nos deja a nosotros dos y a dos chicas, y nos dice que ya vienen a buscarnos. Bueno, pues a esperar otra lancha. Mientras, Pablo repara en que justo al lado del agua hay un montón de mariposas de color amarillo verdoso. Nos acercamos y vemos cómo de vez en cuando se arrejuntan, para luego salir a volar haciendo círculos. Es un momento muy bonito, especialmente teniendo en cuenta de que en nuestro país cada vez se ven menos mariposas.


Tras unos quince minutos, aparece un hombre al que los demás reaccionan señalándonos a nosotros. Es el propietario del alojamiento donde nos vamos a quedar. Nos acompaña hasta la lancha donde está su hijo, montamos y salimos surcando el agua. Estamos en algún afluente del Amazonas y, ahora, el paisaje se ha vuelto mucho más frondoso y verde. Hay un montón de palmeras y otros árboles, y, entre ellos, está Cabana Nativa, una especie de lodge donde vive la familia con la que conviviremos estos días. Cuando contratamos la excursión se suponía que íbamos a estar en un grupo de cinco personas, en un lodge muy “para urbanitas que huyen de la ciudad”... y, por lo que nos dicen, vamos a estar sólo nosotros dos con ellos, oriundos de la tierra. Esto va a ser como ir a aprender inglés a Reino Unido, pero la versión de curso intensivo de tupi-guaraní.

La familia se compone del matrimonio, un hijo sólo de él, con una hija de los dos y, a su vez, con un hijo de la mujer del hijo; es la versión amazónica de la familia de Julio Iglesias, vamos. Además, hay otros miembros de la familia: cuatro perros, un gato y Napoleón, un mono muy juguetón con el que puedes interactuar pero que en cuanto abre la boca (con una dentadura Trident perfecta) sales corriendo porque va a querer probar tu carne.

La hija, que habla un inglés perfecto y que nos cuenta que lo ha aprendido de los turistas, nos enseña la habitación. Es de madera, con unas literas y un baño rústico, pero tampoco esperábamos sábanas de seda, ¿no? Después de acomodarnos un poco, comemos con la familia. La mujer es nacida en Perú y chapurrea el castellano, ya que volvió a Brasil siendo muy niña. Es una cachonda, siempre sonriente y con muuuuucha buena energía. Nos prepara un bufé de arroz, pollo, pasta y ensalada… todo un manjar, porque hay que recordar ¡¡que estamos en el Amazonas!! Una cosa que hemos observado es que los habitantes de esta zona funcionan como una gran comunidad, ayudándose los unos a los otros. Si alguien necesita algo, a cualquiera que vaya a hacer el trayecto se lo pide y se lo trae… y de ahí que la furgoneta viniera cargada de gente y de víveres.

La hija nos dice a ver si queremos descansar un poco antes de que hagamos la actividad de la tarde. Preferiríamos dar vueltas y ver las vistas, pero por cortesía, nos vamos a la habitación… donde caemos profundamente dormidos… ¡¡pues sí que ha estado acertada la chica!! 

A eso de las tres y media, salimos en lancha motora con el que hemos renombrado como “Six days”. Es un cachondo porque cuando le dije mi nombre empezó a reirse y a decirle a la familia “yo selva”... al principio no lo pillaba, pero luego caí… ¡¡son muy ocurrentes!! Bueno, la cuestión es que salimos en lancha… para ver pájaros y ¡¡pescar pirañas!!

Muchas veces, cuando uno va a un lugar con animales, espera que todos estén ahí para que les hagas la foto. Supongo que es natural pensar que vas a ver cientos o miles de pájaros… pero no… la realidad es que ellos están en su hábitat pensando en cazar o simplemente escondidos para no ser cazados. No vemos una gran cantidad, pero los que vemos nos saben a gloria. Algunos son blancos con cabeza azul, otros marrones con tripita crema, … es una maravilla cada vez que ves uno.

Llegados a un punto, Six Days nos hace una demostración de cómo pescar pirañas. Nos ponemos los tres y, aunque conseguimos que alguna piraña coma el pollo del cebo, no conseguimos capturarlas. Cambiamos varias veces de sitio… pero nada… hoy las pirañas está bien cenadas… igual es que los caimanes compartieron tuppers.


A pesar de no haber conseguido capturar esos pececillos carnívoros, las vistas, la tranquilidad e incluso esos pequeños ruidos en el agua que oyes pero que no ves, son una experiencia sensorial sin precedentes. Hacemos algunas fotos que, en cierta medida, capturan parte de ese momento… pero la magia no se puede fotografiar, sólo vivir.




Poco a poco se va poniendo el sol y toca volver al lodge. No sé cómo lo hace, pero Six Days se orienta perfectamente en el laberinto de ríos en el que estamos inmersos. Llegamos sin pirañas en el cesto… pero Regina, la mujer de la casa, nos tiene ya preparada una cena que está de lujo. El plato principal es una especie de lasaña de carne, que está deliciosa; como siempre, acompañada con el omnipresente arroz y fríjoles. De postre, una piña dulcecita que le chiflaría a mi aita y una especie de dulce de leche que está para empezar y no parar. Ha sido todo un festín.


Ya es de noche, y tras conversar con la familia, va tocando irse a dormir aunque no sean ni las nueve. Mañana nos espera un día intenso…

12 sept 2023

De São Luís a Manãos

Hay veces en las que, sin venir a cuento, te viene a la cabeza algo de lo que no te habías dado cuenta. Anoche, al acostarme, me pregunté “¿nuestra habitación era la 101 o la 102?” Como ahora en muchos apartamentos te dan un código para acceder al portal y luego la llave de la habitación está puesta por dentro, me surgió la duda de si nos habíamos metido en la que nos correspondía… Así que, a levantarse para hacer un Marisa y verificar… mmm… en la reserva pone la 101, pero cuando nos dieron el código nos dijeron la 102. Bueno, me aseguro que la puerta está cerrada por dentro y le mando un mensaje al propietario, no vaya a ser que otro huésped esté por venir y aporree la puerta.

El día comienza con un chequeo de salud: ni diarrea, ni vómitos, ni dolor de cabeza… cansancio generalizado sí, pero seguro que no es por el Malarone sino por el ritmo de todos estos últimos días. Bueno, pues al final parece que el temido medicamento no nos ha convertido en la niña de El Exorcista. O eso, o que después de haber estado en tantos sitios y haber comido mil cosas, tenemos el estómago más acorazado que la caja fuerte del Banco de España.

Hoy tenemos unas cuatro horas para visitar São Luís, una isla (aunque no lo parezca) que fue fundada por franceses, luego se la apropiaron los holandeses y finalmente los portugueses. Es una ciudad Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, debido al gran número de edificios conservados de la época colonial. En un Uber llegamos hasta el Mercado y de ahí nos movemos para visitar las calles más importantes, entre ellas la Avenida de Dom Pedro II, donde se encuentra el Palacio de los Leones y un buen número de edificios administrativos del estado de Maranhão.



En Brasil, lo que estamos viendo es que muchas ciudades están mal cuidadas, pero que, si en algún momento restauran los edificios y les dotan de vida convirtiéndolos en algo útil para el día a día, serían lugares fantásticos. Aquí, hay un montón de casas con azulejos en la fachada, verdaderas joyas arquitectónicas que seguramente valoremos más los de fuera que los que viven aquí.



Además del esplendor del pasado colonial, también descubrimos la Rua Grande, una calle que atraviesa el casco histórico de lado a lado y que está lleno de tiendas. En Río de Janeiro vimos una calle similar, donde en el exterior de las tiendas ponen altavoces y un hombre con un micrófono canta las ofertas e intenta atraer tu atención. Lo que nos resulta curioso es que en un misma calle una tienda puede estar repetida tranquilamente unas tres veces… igual para que si dudas en comprarte algo, termines picando en alguna de las siguientes “lojas”.

Nos habían dicho que São Luís es una ciudad peligrosa… así que hemos intentado traer lo mínimo imprescindible. Pablo, de hecho, dudaba de si traer ese magnífico móvil que alguien estupendo le regaló, por miedo a que los amigos de lo ajeno se lo quedaran. Al final lo ha traído y, aprovechando que vemos una oferta de carcasa más cristal templado a buen precio, decide renovar la piel externa de su dispositivo. Una risueña chica que chapurrea el castellano, le dice que no tiene muchas carcasas para ese móvil, porque está “anticuado en Brasil”. ¡¡Toooooommmaaaaaa!! Tanto miedo a que le roben el móvil y ahora parece que no se lo querrían robar ni aunque les diera el patrón, el PIN, el PUK y se cortase un dedo para que tuviesen la huella digital. A mí me pregunta a ver si yo también quiero carcasa y cristal para el mío… “¿yo? ¿móvil? mi no comprendere”... Como le enseñe mi “bq” yo creo que me acabará diciendo “mira a ése de allí, síguelo y birlale el móvil, que tienes que salir de la pobreza digital”. Bueno, y, directamente de la indigencia… llevo ropa usada más de una vez y me he dado cuenta de que se me están desprendiendo las suelas de las zapatillas. ¡¡Jo, qué lamentable!! Mira que aprovechamos los viajes para ir esparciendo por el mundo la ropa que ya no solemos utilizar… pero es que estas zapatillas ¡¡han decidido ellas dónde quieren quedarse!!

En breve serán las doce del mediodía y, como a Cenicienta, si no volvemos a “casa” no podremos acceder al apartamento para llevarnos las mochilas que hemos dejado. Nos uberizamos de nuevo y llegamos a tiempo para dejar el alojamiento antes de la hora límite de check-out. Por la tarde toca coger un par de vuelos, así que comemos algo rápido antes de ir al “aeroporto”.

Una de las cosas buenas que tienen los vuelos internos en Brasil es que no tienes que enseñar los líquidos, puedes meter botellas grandes de agua, no tienes que sacar la tablet… es todo mucho más rápido porque en los vuelos internos no tienen esas normas que hay en el resto del planeta. Esperando que la seguridad no se vea comprometida, nos dirigimos hasta la puerta de embarque del vuelo que nos llevará en poco más de una hora hasta Belém, capital del estado de Pará. Nuestro destino no para ahí, porque en Belém cogemos otro vuelo que nos lleva hasta Manãos, capital del estado de Amazonas. En Belém, como hay mucha humedad, al entrar en el avión vemos que hay un montón de vapor y Pablo se teme que repita aquel suceso en Barcelona, donde me confundí y le dije a una azafata “¿por qué sale fuego de ahí?” cuando en realidad quería decir “vapor”.

Otra cosa curiosa de los vuelos internos en Brasil es que lo de repetir todo en inglés aquí se lo saltan. Yo pensaba que era una norma internacional de aviación civil, pero parece ser que no, porque aquí, ya puedes saber húngaro que se quedan igual. Puede parecer una tontería, pero igual que te recuerden en el idioma de Shakespeare que la hora local es una menos que en la capital federal, resulta bastante importante, ¿no?

Llegamos a Manãos cuando ya ha anochecido y con otro uber, donde el conductor nos intenta convecer de “Bolsonaro bueno, Lula malo”, llegamos al hotel. Tiene muy buena pinta y, después de haber estado en hoteles variopintos, llegar a uno que tiene un aire estándar es de agradecer. En esa lista de cosas graciosas que uno va viendo, hay que añadir que en los ascensores suele poner encima “ascensor social” para diferenciarlo del de servicio. ¿Subimos de clase?

Con la excusa de que hay que tomar el Malarone con el estómago lleno, salimos a cenar y eso que estamos atiborrados de los snacks que han repartido en los dos vuelos. Como esta ciudad tiene también fama de peligrosa, preguntamos por alguna recomendación en la recepción del hotel. No sé muy bien qué entiende el recepcionista, pero nos dice que en el Teatro del Amazonas hoy hay un concierto gratuito. Nos acercamos un poco incrédulos y, viendo que todo el mundo nos dice “pasen por aquí”, acabamos en un palco de la segunda planta viendo un concierto de música clásica. El teatro, reflejo del esplendor que la ciudad vivió con la producción de caucho, es una auténtica pasada. Estamos agotados y, con esta música, Pablo se queda dormido… y yo estoy a punto.


Cenamos algo en la plaza del teatro, donde un venezolano nos atiende muy amablemente. Pero el día lo hemos estirado demasiado (una hora más, de hecho) y ya no podemos ni con el alma. Además, mañana empieza nuestra aventura en la selva amazónica… así que toca volver al hotel… y ver si el ascensor social nos consigue recuperar de nuestro nivel actual de piltrafillas.