Con doce horas de avión por delante hasta llegar a casa, toca disfrutar de la barra libre de películas a bordo; y también es buen momento para hacer balance de un viaje que toca ya a su fin.
Empezamos nuestra ruta en Shaghài, una armónica ciudad en la que se mezcla lo moderno y lo tradicional. Sus rascacielos, con originales iluminaciones, hicieron que un paseo nocturno por The Bund nos convirtiese en actores de una película futurística a lo Blade Runner. A su vez, los tranquilos templos nos sirvieron para empezar a sumergirnos en la enriquecedora cultura y tradición que sigue vigente en la China actual.
Algo que nos ha sorprendido ha sido conocer las muchas metrópolis de las que nunca habíamos oído hablar como Suzhou, Zhengzhou, Hangzhou, ... Es un país que ha experimentado un brutal crecimiento económico, el cual ha quedado plasmado en sus "pueblos" y ciudades, haciendo que hasta Nueva York ahora parezca una urbe más pequeña. Y por supuesto, Pekín, la ciudad capital... una extensa ciudad llena de tesoros por descubrir.
Lejos de los conglomerados de asfalto y cristal, hemos podido disfrutar también de una preciosa naturaleza. Sin duda, subir a los montes sagrados Taishan y Huashan ha sido, además de restos físicos, dos experiencias casi espirituales. Y, por supuesto, si hablamos de lugares rodeados de naturaleza, el máximo exponente es el icono chino por excelencia: La Gran Muralla China. Recorrer un "pequeño" tramo es algo que nunca olvidaremos.
Y ya que estamos con monumentos Patrimonio de la Humanidad, tampoco olvidaremos Las Cuevas de Yungang en Datong, La Ciudad Vieja de Pingyao, Las Grutas de Longmen en Luoyang, y... cómo no, Los Guerreros de Terracota en Xi'an. La milenaria China es todo un legado de monumentos, testimonios vivos del transcurrir de las dinastías por estas tierras.
China ha sido, sin duda, un destino que nos ha cautivado. Sus monumentos, gastronomía y gente, nos han acompañado a lo largo de veinte días, pero permanecerán en nuestro recuerdo para toda la vida. ¿Habrá en el futuro una segunda parte a este gran viaje? Por ahora, solo queda decir xièxiè (gracias) y Dài huìjiàn (hasta pronto).
18 sept 2018
17 sept 2018
Hangzhou, capital de Zhejiang
Dado que llegamos tan tarde al hotel, decidimos respetar las siete horas de un merecido descanso... con lo que el despertador del móvil no se activa hasta las diez de la mañana. Tras un Nescafé improvisado con el hervidor de agua de la habitación, salimos a la colindante y enorme estación Este de trenes. Ahí empiezan a contar las escasas ocho horas que tenemos para hacernos una idea de cómo es Hangzhou, una gigantesca ciudad de unos nueve millones de habitantes.
Si los emperadores de la dinastía Song del Sur pudieran ver en lo que se ha convertido la que fuera su capital, seguramente estarían muy orgullosos: el distrito financiero de Qianjing es, simplemente, impresionante. Es difícil captar en fotos los enormes y originales edificios que han construido: el hotel Inter Continental con forma de bola dorada; el ayuntamiento con cuatro edificios conectados por una pasarela; las dos torres con formas curvas del Raffles Center; e incluso el Estadio Olímpico Internacional al otro lado del río Qiantang. Y todo rodeado de cuidados, limpios y bonitos jardines en los que abunda la planta que Pablo bautizó como "pelo de chino".
Se dice de Hangzhou que es la ciudad más limpia y la mejor ciudad turística de toda China. La verdad es que está bastante bien, y nos da rabia tener tan poco tiempo para visitarla. Una de sus joyas es el Lago Oeste, Patrimonio de la Humanidad. Tiene pabellones, pagodas, jardines y muchos edificios históricos dispersos por las orillas de todo el lago. Nuestra idea inicial era recorrerlo en una bici de alquiler o hacer un recorrido en barco; pero debido a que no tenemos mucho tiempo, nos tenemos que conformar con sólo pasear por uno de sus kilométricos laterales.
Hay muchos lugares de interés, pero debido a la falta de tiempo apostamos por visitar la calle Zhonghe. Se trata de una zona en la que se mezclan edificios coloniales, con mezquitas, con tiendas y restaurantes. Es un lugar con mucho encanto, ya que es como un viaje al pasado con pequeños establecimientos donde puedes ver cómo trabajaban los artesanos. Y también se pueden visitar unas antiguas farmacias, llenas de productos de la medicina tradicional china: bolsitas de especias, bichos, hierbas, botes de raíces y hasta de culebras en formol. Aunque uno tiene que estar muy enfermo (y muy loco) para digerir esas cosas, es cierto que de alguna forma piensas "si han colocado ahí esa cosa rara y fea es porque tiene que dejarte el cuerpo nuevo como el de un adolescente". Definitivamente a la farmacia de Casasbuenas le falta un camaleón buceando para que Sagrario dispense pestañas del bicho contra los problemas de próstata.
Nuestra breve excursión por la capital de la provincia de Zhejiang termina dando un último paseo por el Lago Oeste. Casi ha anochecido, hace calor y mucha humedad, los chinos pasean ajenos a la nostalgia que empieza a aflorar en nosotros... hoy es nuestro último día visitando China. No nos hemos ido aún, pero ya la empezamos a echar menos... ¿o es simplemente que no queremos volver a la rutina habitual?
Volvemos al hotel a por nuestra mochila... pero, ¿cómo finalizar mejor nuestro viaje que corriendo por la inmensa estación este de trenes? Pues sí, ahí estamos de nuevo, perdidos porque no recordamos en cuál de sus decenas de salidas está nuestro hotel... hasta que lo encontramos, cogemos las mochilas y de nuevo corriendo a pasar el control de billetes, el control de equipajes, buscar la puerta de acceso al andén y respirar de nuevo aliviados al ver que lo hemos vuelto a conseguir (le estamos cogiendo el gustillo a correr por estaciones y me veo yendo a Atocha a echar unas carreras para quitarnos el mono). Nuestro último tren bala nos lleva a donde comenzó este viaje-aventura, nos lleva a Shanghái. Desde la estación de Honqiao, cogemos el metro para recorrer 27 estaciones durante hora y media, y llegar al hotel al lado del aeropuerto donde dormir esta última noche antes de emprender el camino de regreso a casa...
Si los emperadores de la dinastía Song del Sur pudieran ver en lo que se ha convertido la que fuera su capital, seguramente estarían muy orgullosos: el distrito financiero de Qianjing es, simplemente, impresionante. Es difícil captar en fotos los enormes y originales edificios que han construido: el hotel Inter Continental con forma de bola dorada; el ayuntamiento con cuatro edificios conectados por una pasarela; las dos torres con formas curvas del Raffles Center; e incluso el Estadio Olímpico Internacional al otro lado del río Qiantang. Y todo rodeado de cuidados, limpios y bonitos jardines en los que abunda la planta que Pablo bautizó como "pelo de chino".
Se dice de Hangzhou que es la ciudad más limpia y la mejor ciudad turística de toda China. La verdad es que está bastante bien, y nos da rabia tener tan poco tiempo para visitarla. Una de sus joyas es el Lago Oeste, Patrimonio de la Humanidad. Tiene pabellones, pagodas, jardines y muchos edificios históricos dispersos por las orillas de todo el lago. Nuestra idea inicial era recorrerlo en una bici de alquiler o hacer un recorrido en barco; pero debido a que no tenemos mucho tiempo, nos tenemos que conformar con sólo pasear por uno de sus kilométricos laterales.
Hay muchos lugares de interés, pero debido a la falta de tiempo apostamos por visitar la calle Zhonghe. Se trata de una zona en la que se mezclan edificios coloniales, con mezquitas, con tiendas y restaurantes. Es un lugar con mucho encanto, ya que es como un viaje al pasado con pequeños establecimientos donde puedes ver cómo trabajaban los artesanos. Y también se pueden visitar unas antiguas farmacias, llenas de productos de la medicina tradicional china: bolsitas de especias, bichos, hierbas, botes de raíces y hasta de culebras en formol. Aunque uno tiene que estar muy enfermo (y muy loco) para digerir esas cosas, es cierto que de alguna forma piensas "si han colocado ahí esa cosa rara y fea es porque tiene que dejarte el cuerpo nuevo como el de un adolescente". Definitivamente a la farmacia de Casasbuenas le falta un camaleón buceando para que Sagrario dispense pestañas del bicho contra los problemas de próstata.
Nuestra breve excursión por la capital de la provincia de Zhejiang termina dando un último paseo por el Lago Oeste. Casi ha anochecido, hace calor y mucha humedad, los chinos pasean ajenos a la nostalgia que empieza a aflorar en nosotros... hoy es nuestro último día visitando China. No nos hemos ido aún, pero ya la empezamos a echar menos... ¿o es simplemente que no queremos volver a la rutina habitual?
Volvemos al hotel a por nuestra mochila... pero, ¿cómo finalizar mejor nuestro viaje que corriendo por la inmensa estación este de trenes? Pues sí, ahí estamos de nuevo, perdidos porque no recordamos en cuál de sus decenas de salidas está nuestro hotel... hasta que lo encontramos, cogemos las mochilas y de nuevo corriendo a pasar el control de billetes, el control de equipajes, buscar la puerta de acceso al andén y respirar de nuevo aliviados al ver que lo hemos vuelto a conseguir (le estamos cogiendo el gustillo a correr por estaciones y me veo yendo a Atocha a echar unas carreras para quitarnos el mono). Nuestro último tren bala nos lleva a donde comenzó este viaje-aventura, nos lleva a Shanghái. Desde la estación de Honqiao, cogemos el metro para recorrer 27 estaciones durante hora y media, y llegar al hotel al lado del aeropuerto donde dormir esta última noche antes de emprender el camino de regreso a casa...
16 sept 2018
Zhengzhou, capital de Henan
Tras un copioso desayuno, como en unas buenas vacaciones se merece, comenzamos a recorrer Zhengzhou, la capital de la provincia de Henan. Se trata de otra de esas ciudades desconocidas en Europa y que tiene la friolera de seis millones y medio de habitantes. Y es, que, en un país con 1.800 millones de habitantes, es normal que haya unas 160 ciudades de más de un millón de habitantes.
Empezamos recorriendo Zhengzhou por su flamante área moderna, el Centro de Convenciones y Exposiciones de la ciudad. Es una zona moderna, que gira en torno a un lago y un pequeño río, donde el icono arquitectónico es el Henan Art centre. Este conjunto de edificios funciona como galerías de arte, museo y palacio de exposiciones. Parecen unos huevos dorados, pero realmente lo que pretendía el arquitecto era que se parecieran al instrumento Xun, una especie de de ocarina.
A unos 27 kilómetros de la ciudad se encuentran los bustos de los emperadores Yang y Huang, considerados los padres fundadores de la civilización china. El conjunto de los dos bustos está considerado como la segunda estatua más grande del mundo y se tardó en construir 20 años. Para llegar hasta allí preguntamos a una pareja que nos indica que cojamos el metro hasta la parada más cercana y que allí cojamos un tren. Aprovechamos la larga hora de metro para echar una cabezada. Al llegar, tan sólo nos hemos acercado siete kilómetros, así que volvemos a preguntar; casi nadie parece conocer la existencia de este "pequeño monte Rushmore chino"... hasta que una joven nos dice que sí, pero que tenemos que coger un taxi o que si no es imposible. Empezamos a preguntar a varios taxistas y algunos no saben, y otros nos piden unos importes que ni con ostras salvajes a bordo estarían justificados. Así que, un poco frustrados, terminamos desistiendo visitar las dos colosales cabezas imperiales.
Sin tener muy claro dónde se sitúa el centro de la ciudad, apostamos por ir a la estación de metro de la Torre Erqi. Nada más salir de la estación te encuentras con la pagoda de catorce plantas que da nombre a la estación y a toda la zona. Aunque parece milenaria, sus dos enormes relojes en la cima delatan que es una construcción bastante nueva, de unos cincuenta años. Y parece ser que hemos tenido suerte porque está en la zona equivalente a la madrileña plaza de Callao, llena de tiendas y centros comerciales.
Así que, como en los últimos dos días, sustituimos nuestras ansias de centros históricos por los centros comerciales. La zona es un verdadero laberinto de tiendas, restaurantes, pasadizos y gente por todos los lados. Tenemos claro que hay tres tipos de tiendas: las internacionales de lujo, las de clase media pero que son caras y luego los establecimientos en los que puedes comprar de todo pero de mala calidad. Sólo por curiosidad visitamos un centro comercial de siete plantas con cientos de tiendas donde venden un poco de todo: ropa, artículos de decoración, pelucas, relojes, juguetes... fabricados con la de 95 octanos. Quién quiera imitar la sensación equivalente puede cerrar los ojos y meter la nariz en el depósito de gasolina del coche.
Después de ver el museo de los horrores, nos vamos a las tiendas normales. La idea de que en China la calidad es mala es totalmente errónea. Tienen muchas marcas de ropa con muy buena pinta, quizá con colores un tanto oscuros y algunos diseños que aquí nos parecen hasta normales pero que no pasarían desapercibidos en España. Lo que también tienen es muchas marcas de ropa deportiva, ya que sobre todo los hombres tienden a ir con ropa cómoda y moderna, alejada de los típicos chándales horteras. Una cosa que nos llama la atención es que en general, nos dicen que no tienen la talla S; nos resulta bastante raro porque la mayoría de los hombres son más bien menuditos. En una tienda llamada Anta y que hemos visto por todo el país, han colocado un stand con interesantes ofertas, donde vemos que tienen la talla S. Decidimos probarnos las prendas, pero nos dicen que no tienen probador... ¿Quién dijo vergüenza? Ahí mismo, entre la gente, luciendo calzoncillo al aire, nos las probamos mientras la gente y los propios de la tienda sonríen ante nuestra espontaneidad. En lo que llevamos de día tan sólo hemos visto a una occidental, así que, entre lo exóticos que les resultamos y que somos la alegría de la huerta, están encantados con nosotros.
Toca volver al hotel a por las maletas, ya que hoy nos vamos de la ciudad en avión. Como llueve, preguntamos a la gente a ver qué autobús coger... y terminan cuatro personas con sus respectivas aplicaciones de móvil debatiendo sobre qué línea es la mejor. Tras el momento desquiciante, uno de los jóvenes nos dice que cojamos el 26... pero que no sale de la parada donde estamos, sino de otra hasta la cual nos acompaña... a medio kilómetro. Cuando el autobús llega, éste va lento y en un cruce se queda parado unos cuantos minutos. Ya estamos otra vez con la cantina... ¡¡vamos a tener que correr!! Llegamos al hotel, cogemos las mochilas y otra vez al metro... y a cruzar media ciudad. Sin cenar, llegamos al aeropuerto, reorganizamos la maleta, facturamos y pasamos los controles... ¡¡otra prueba superada!! Como no hemos cenado y aquí no se aprovechan demasiado en las estaciones y aeropuertos, aprovechamos a cenar antes de que salga nuestro vuelo a Hangzhou.
Ya en la cola embarque, vemos que de repente la gente se vuelve a sentar. A la azafata le preguntamos que qué ocurre y nos dice que el vuelo se va a retrasar. Y así es, porque en lugar de a las diez de la noche salimos a las once y media. Es una verdadera faena porque en destino ya no llegamos al último autobús que nos lleva al lado del hotel. Tras una hora y media de vuelo, llegamos a la una y media a Hangzhou, donde la temperatura es considerablemente más alta debido a que ahora estamos mucho más al sur. Y ya no hay autobuses... Tras momentos de confusión nos cogemos uno que va al centro de la ciudad y desde allí un taxi al hotel... con lo que conseguimos resolver el problema bastante bien. Y por fin, a las tres de la mañana, caemos rendidos en la cama del hotel Metropole, sin duda el mejor del viaje. Pero sólo lo disfrutaremos unas pocas horas... Hangzhou nos espera.
Empezamos recorriendo Zhengzhou por su flamante área moderna, el Centro de Convenciones y Exposiciones de la ciudad. Es una zona moderna, que gira en torno a un lago y un pequeño río, donde el icono arquitectónico es el Henan Art centre. Este conjunto de edificios funciona como galerías de arte, museo y palacio de exposiciones. Parecen unos huevos dorados, pero realmente lo que pretendía el arquitecto era que se parecieran al instrumento Xun, una especie de de ocarina.
A unos 27 kilómetros de la ciudad se encuentran los bustos de los emperadores Yang y Huang, considerados los padres fundadores de la civilización china. El conjunto de los dos bustos está considerado como la segunda estatua más grande del mundo y se tardó en construir 20 años. Para llegar hasta allí preguntamos a una pareja que nos indica que cojamos el metro hasta la parada más cercana y que allí cojamos un tren. Aprovechamos la larga hora de metro para echar una cabezada. Al llegar, tan sólo nos hemos acercado siete kilómetros, así que volvemos a preguntar; casi nadie parece conocer la existencia de este "pequeño monte Rushmore chino"... hasta que una joven nos dice que sí, pero que tenemos que coger un taxi o que si no es imposible. Empezamos a preguntar a varios taxistas y algunos no saben, y otros nos piden unos importes que ni con ostras salvajes a bordo estarían justificados. Así que, un poco frustrados, terminamos desistiendo visitar las dos colosales cabezas imperiales.
Sin tener muy claro dónde se sitúa el centro de la ciudad, apostamos por ir a la estación de metro de la Torre Erqi. Nada más salir de la estación te encuentras con la pagoda de catorce plantas que da nombre a la estación y a toda la zona. Aunque parece milenaria, sus dos enormes relojes en la cima delatan que es una construcción bastante nueva, de unos cincuenta años. Y parece ser que hemos tenido suerte porque está en la zona equivalente a la madrileña plaza de Callao, llena de tiendas y centros comerciales.
Así que, como en los últimos dos días, sustituimos nuestras ansias de centros históricos por los centros comerciales. La zona es un verdadero laberinto de tiendas, restaurantes, pasadizos y gente por todos los lados. Tenemos claro que hay tres tipos de tiendas: las internacionales de lujo, las de clase media pero que son caras y luego los establecimientos en los que puedes comprar de todo pero de mala calidad. Sólo por curiosidad visitamos un centro comercial de siete plantas con cientos de tiendas donde venden un poco de todo: ropa, artículos de decoración, pelucas, relojes, juguetes... fabricados con la de 95 octanos. Quién quiera imitar la sensación equivalente puede cerrar los ojos y meter la nariz en el depósito de gasolina del coche.
Toca volver al hotel a por las maletas, ya que hoy nos vamos de la ciudad en avión. Como llueve, preguntamos a la gente a ver qué autobús coger... y terminan cuatro personas con sus respectivas aplicaciones de móvil debatiendo sobre qué línea es la mejor. Tras el momento desquiciante, uno de los jóvenes nos dice que cojamos el 26... pero que no sale de la parada donde estamos, sino de otra hasta la cual nos acompaña... a medio kilómetro. Cuando el autobús llega, éste va lento y en un cruce se queda parado unos cuantos minutos. Ya estamos otra vez con la cantina... ¡¡vamos a tener que correr!! Llegamos al hotel, cogemos las mochilas y otra vez al metro... y a cruzar media ciudad. Sin cenar, llegamos al aeropuerto, reorganizamos la maleta, facturamos y pasamos los controles... ¡¡otra prueba superada!! Como no hemos cenado y aquí no se aprovechan demasiado en las estaciones y aeropuertos, aprovechamos a cenar antes de que salga nuestro vuelo a Hangzhou.
Ya en la cola embarque, vemos que de repente la gente se vuelve a sentar. A la azafata le preguntamos que qué ocurre y nos dice que el vuelo se va a retrasar. Y así es, porque en lugar de a las diez de la noche salimos a las once y media. Es una verdadera faena porque en destino ya no llegamos al último autobús que nos lleva al lado del hotel. Tras una hora y media de vuelo, llegamos a la una y media a Hangzhou, donde la temperatura es considerablemente más alta debido a que ahora estamos mucho más al sur. Y ya no hay autobuses... Tras momentos de confusión nos cogemos uno que va al centro de la ciudad y desde allí un taxi al hotel... con lo que conseguimos resolver el problema bastante bien. Y por fin, a las tres de la mañana, caemos rendidos en la cama del hotel Metropole, sin duda el mejor del viaje. Pero sólo lo disfrutaremos unas pocas horas... Hangzhou nos espera.
15 sept 2018
Un paseo por Kaifeng
Nos levantamos muy tarde, se nos han pegado las sábanas hasta las ocho menos cuarto de la mañana. Si fuese el primer día llevaríamos ya treinta fotos hechas. Pero hoy el tren no sale hasta las 10:30 y nos hemos despertado de forma natural. Como no tenemos el desayuno incluido, decidimos dar una vuelta a la gigantesca manzana donde se encuentra nuestro alojamiento.
Los restaurantes con buena pinta están cerrados y los pocos establecimientos que están abiertos no tienen fotos de los platos por ningún lado, lo cual no facilita que podamos pedir sin llevarnos sorpresas. En uno pedimos una cosa y el cocinero le empieza a preguntar a Pablo a ver si quiere que eche condimentos... Y Pablo le dice "echa, echa, pero esta sopa no la hemos pedido nosotros". Alguna conexión tiene que tener la córnea del ojo y el píloro, porque como algo tenga mal aspecto no te lo comes. Cuando ya pensábamos que no íbamos a encontrar nada que nos gustara, encontramos un pequeño local que vende dumplings, empanadas rellenas, churros y algo que parece leche frita. Para comerlo, nos sentamos en unos bancos frente al local donde hay muchos otros clientes... y hasta nos gusta, pero nada de repetir, porque a las nueve en punto recogen la sartén, el mostrador y los bancos, al igual que en otros locales cercanos, como si del toque desayunil se tratara.
Con una buena dosis de fritanga recorriendo nuestro aparato digestivo, volvemos camino al hotel para recoger las mochilas. Hay oficinas, inmobiliarias y negocios desconocidos; y en muchos de ellos, el jefe pasa revista al personal en plena calle. Incluso en algunos llegamos a ver sencillas coreografías que pensamos son dinámicas de grupo. Al pasar por detrás de un jefe hacemos una mueca de que está loco y conseguimos arrancar la carcajada de los empleados que mantenían la espalda erguida y el semblante serio. ¡¡Menuda disciplina hay en este país!!
Con total puntualidad el tren bala llega y nos montamos dirección Kaifeng. Como siempre, este tipo de trenes son cómodos, la gente tiene buena pinta y no hay imprevistos. Es curioso el hambre que hace la gente en los medios de transporte; aquí, además de un carrito que se pasea ofreciendo comida previo pago, también hay servicio de agua caliente: la gente come noodles a todas horas y en cualquier lugar. Como si de un derecho constitucional se tratara, por todas partes puedes disponer de agua caliente: en trenes, en restaurantes, en los hoteles, en los baños públicos, ... Basta con comprar un vasito de pasta precocinada para disfrutar de un sabroso y a veces picante plato de fideos chinos.
Nuestro recorrido en tren no supera la hora. Como en otros trayectos, no paramos de ver zonas en las que están construyendo edificios de rascacielos todos iguales. Como los planos se reutilizan, empezamos a pensar que en el país sólo hay cuatro arquitectos; bueno, cinco desde que llegó Naranjo. Otra cosa que nos llama la atención es que los edificios los suelen hacer de hormigón; no sólo lo que es la estructura, sino también la fachada, de forma que por fuera con poner los cerramientos y pintar ya tienes el rascacielos de treinta plantas. El concepto de "torrerismo" queda afianzado: cuando un barrio está viejo, se derrumba y se plantan veinte o treinta torres.
A medio día llegamos a Kaifeng. Como en otras ocasiones, la estación de los trenes bala están en las afueras de la ciudad. Como aquí no haremos noche, cogemos un bus hasta la estación de tren convencional, que tarda más de una hora en hacer el recorrido. En la estación buscamos la consigna para dejar las mochilas y al preguntar el precio nos dicen que son seis euros; sabemos que nos están engañando, así que, a pesar de ser un sitio oficial, conseguimos que nos bajen el precio... hasta la mitad. O, mejor dicho, le imponemos el precio nosotros, plantándoles el importe que consideramos correcto y cogiendo el resguardo. Ha sido una situación extraña... y nos vamos un poco preocupados de que nos puedan robar alguna de las pocas cosas de valor que llevamos entre la ropa sucia.
¡¡Y toca disfrutar de una agradable visita por Kaifeng!! La primera impresión no es muy buena, ya que se ve todo mucho más pobre y descuidado. Con la ayuda del móvil, llegamos hasta el "Templo del primer ministro", un agradable templo pero que no se diferencia de los ya vistos anteriormente. Empieza a llover y leyendo la guía, vemos que el resto de lugares no merecen el esfuerzo necesario para llegar hasta ellos. Así que decidimos ver sólo uno de los lugares turísticos más importantes de la ciudad y que nos pilla cerca. Se trata del "Parque del Dragón". Kaifeng también fue una de las trece capitales del imperio, y tuvo como una especie de Ciudad Prohibida, de la cual han sobrevivido hasta hoy algunos edificios que forman lo que hoy es el parque. Tiene también un gran lago, puentes y jardines, en bastante buen estado.
Lo que sí que podemos constatar es que la ciudad está muy contaminada. Todo el día ha estado nublado, lloviendo y no termina de escampar; incluso mirando hacia una torre de televisión que tiene la ciudad, se ve que el aire no está limpio. Pero más aún... en el estanque del Parque del Dragón hay hasta peces muertos flotando. Una verdadera lástima.
Como llueve, decidimos refugiarnos en un centro comercial cercano, pero no compramos nada porque no nos convence ni los precios ni los diseños. Va pasando el tiempo y toca volver a la estación para recoger nuestro equipaje, donde comprobamos que las refunfuñonas de la taquilla no se han quedado con nada ajeno. En el hall de espera, descansamos mientras cuentan en euskera diciendo "bat, bi, hiru" hasta acceder al tren. Esta vez viajamos en un tren normal, con 3+2 asientos por fila, donde se permite fumar y donde, para ser los únicos occidentales, parece que no les llamamos la atención.
Hoy ha sido un día un tanto raro: nos hemos levantado en una ciudad, hemos visitado otra y dormiremos en una tercera. Kaifeng nos ha decepcionado ya que pensábamos que iba a ser más agradable, limpia y recogida; sin embargo, ha sido una ciudad gris y sin grandes atractivos para el turista. No todo va a salir siempre perfecto, ¿no? A ver qué tal se nos da mañana Zhengzhou, otra urbe desconocida en Europa.
Los restaurantes con buena pinta están cerrados y los pocos establecimientos que están abiertos no tienen fotos de los platos por ningún lado, lo cual no facilita que podamos pedir sin llevarnos sorpresas. En uno pedimos una cosa y el cocinero le empieza a preguntar a Pablo a ver si quiere que eche condimentos... Y Pablo le dice "echa, echa, pero esta sopa no la hemos pedido nosotros". Alguna conexión tiene que tener la córnea del ojo y el píloro, porque como algo tenga mal aspecto no te lo comes. Cuando ya pensábamos que no íbamos a encontrar nada que nos gustara, encontramos un pequeño local que vende dumplings, empanadas rellenas, churros y algo que parece leche frita. Para comerlo, nos sentamos en unos bancos frente al local donde hay muchos otros clientes... y hasta nos gusta, pero nada de repetir, porque a las nueve en punto recogen la sartén, el mostrador y los bancos, al igual que en otros locales cercanos, como si del toque desayunil se tratara.
Con una buena dosis de fritanga recorriendo nuestro aparato digestivo, volvemos camino al hotel para recoger las mochilas. Hay oficinas, inmobiliarias y negocios desconocidos; y en muchos de ellos, el jefe pasa revista al personal en plena calle. Incluso en algunos llegamos a ver sencillas coreografías que pensamos son dinámicas de grupo. Al pasar por detrás de un jefe hacemos una mueca de que está loco y conseguimos arrancar la carcajada de los empleados que mantenían la espalda erguida y el semblante serio. ¡¡Menuda disciplina hay en este país!!
Con total puntualidad el tren bala llega y nos montamos dirección Kaifeng. Como siempre, este tipo de trenes son cómodos, la gente tiene buena pinta y no hay imprevistos. Es curioso el hambre que hace la gente en los medios de transporte; aquí, además de un carrito que se pasea ofreciendo comida previo pago, también hay servicio de agua caliente: la gente come noodles a todas horas y en cualquier lugar. Como si de un derecho constitucional se tratara, por todas partes puedes disponer de agua caliente: en trenes, en restaurantes, en los hoteles, en los baños públicos, ... Basta con comprar un vasito de pasta precocinada para disfrutar de un sabroso y a veces picante plato de fideos chinos.
Nuestro recorrido en tren no supera la hora. Como en otros trayectos, no paramos de ver zonas en las que están construyendo edificios de rascacielos todos iguales. Como los planos se reutilizan, empezamos a pensar que en el país sólo hay cuatro arquitectos; bueno, cinco desde que llegó Naranjo. Otra cosa que nos llama la atención es que los edificios los suelen hacer de hormigón; no sólo lo que es la estructura, sino también la fachada, de forma que por fuera con poner los cerramientos y pintar ya tienes el rascacielos de treinta plantas. El concepto de "torrerismo" queda afianzado: cuando un barrio está viejo, se derrumba y se plantan veinte o treinta torres.
A medio día llegamos a Kaifeng. Como en otras ocasiones, la estación de los trenes bala están en las afueras de la ciudad. Como aquí no haremos noche, cogemos un bus hasta la estación de tren convencional, que tarda más de una hora en hacer el recorrido. En la estación buscamos la consigna para dejar las mochilas y al preguntar el precio nos dicen que son seis euros; sabemos que nos están engañando, así que, a pesar de ser un sitio oficial, conseguimos que nos bajen el precio... hasta la mitad. O, mejor dicho, le imponemos el precio nosotros, plantándoles el importe que consideramos correcto y cogiendo el resguardo. Ha sido una situación extraña... y nos vamos un poco preocupados de que nos puedan robar alguna de las pocas cosas de valor que llevamos entre la ropa sucia.
¡¡Y toca disfrutar de una agradable visita por Kaifeng!! La primera impresión no es muy buena, ya que se ve todo mucho más pobre y descuidado. Con la ayuda del móvil, llegamos hasta el "Templo del primer ministro", un agradable templo pero que no se diferencia de los ya vistos anteriormente. Empieza a llover y leyendo la guía, vemos que el resto de lugares no merecen el esfuerzo necesario para llegar hasta ellos. Así que decidimos ver sólo uno de los lugares turísticos más importantes de la ciudad y que nos pilla cerca. Se trata del "Parque del Dragón". Kaifeng también fue una de las trece capitales del imperio, y tuvo como una especie de Ciudad Prohibida, de la cual han sobrevivido hasta hoy algunos edificios que forman lo que hoy es el parque. Tiene también un gran lago, puentes y jardines, en bastante buen estado.
Lo que sí que podemos constatar es que la ciudad está muy contaminada. Todo el día ha estado nublado, lloviendo y no termina de escampar; incluso mirando hacia una torre de televisión que tiene la ciudad, se ve que el aire no está limpio. Pero más aún... en el estanque del Parque del Dragón hay hasta peces muertos flotando. Una verdadera lástima.
Como llueve, decidimos refugiarnos en un centro comercial cercano, pero no compramos nada porque no nos convence ni los precios ni los diseños. Va pasando el tiempo y toca volver a la estación para recoger nuestro equipaje, donde comprobamos que las refunfuñonas de la taquilla no se han quedado con nada ajeno. En el hall de espera, descansamos mientras cuentan en euskera diciendo "bat, bi, hiru" hasta acceder al tren. Esta vez viajamos en un tren normal, con 3+2 asientos por fila, donde se permite fumar y donde, para ser los únicos occidentales, parece que no les llamamos la atención.
Hoy ha sido un día un tanto raro: nos hemos levantado en una ciudad, hemos visitado otra y dormiremos en una tercera. Kaifeng nos ha decepcionado ya que pensábamos que iba a ser más agradable, limpia y recogida; sin embargo, ha sido una ciudad gris y sin grandes atractivos para el turista. No todo va a salir siempre perfecto, ¿no? A ver qué tal se nos da mañana Zhengzhou, otra urbe desconocida en Europa.
14 sept 2018
Luoyang: Las Cuevas de Longmen
Un flautista mañanero, como si de un gallo rumano se tratara, nos machaca con una melodía repetitiva para que nos despeguemos de las sábanas. Aunque hemos dormido muchas horas, el esfuerzo de subir al Huashan ha pasado factura, y tenemos agujetas, aunque nada comparable con las que tuvimos tras subir al Taishan.
Con la mochila a la espalda, caminamos hasta la parada del autobús. Mientras esperamos a que pase, Pablo saluda a los niños que van en la parte trasera de las motos dirección al colegio, y sin quererlo, para un taxi. ¡¡Loco, que nos va a cobrar un euro!! Mejor esperar al autobús gratuito que recorre la avenida kilométrica entre la base del monte Huashan y la estación de tren.
Ya en la estación, compramos un billete que no teníamos para dentro de dos días. Como hemos sido precavidos, nos hemos traído unos carteles traducidos al chino con la fecha, hora y hasta el tren que queremos, y en pocos minutos los tenemos en nuestro poder. ¡¡Viajar por China es fácil!!
Mientras esperamos la hora de nuestro tren bala, comentamos lo bien que lo tienen montado. A la estación sólo puede acceder la gente con billete; a los andenes sólo puede acceder la gente cuyo tren sale como mucho en diez minutos; esto hace que los trenes que no tienen parada no tengan que reducir la velocidad ya que los andenes están vacíos; además, los números de los vagones están marcados en el andén, por lo que para cuando el tren para ya está todo el mundo enfilado. La verdad es que tienen muy buena capacidad organizativa y no entendemos cómo estas cosas no las han importando en Europa.
A 300 km/h entramos en la provincia de Henan. Vamos dirección al pueblo de Luoyang, un "pueblo" de sólo 1,8 millones de habitantes... como Barcelona más o menos. El hotel lo tenemos estratégicamente a 10 minutos andando de la estación, así que nos damos un breve paseo y, aunque no son ni las 9 de la mañana, nos dan la habitación. Una cosa que nos resulta curiosa es que en la mayoría de hoteles la ducha forma parte del baño, es decir, que cuando te duchas mojas todo el baño. Es una forma de ahorrar costes, pero que a nosotros no nos acaba de convencer, dado que no puedes improvisar en el orden en el que haces las cosas.
Salimos del hotel con el objetivo de sacar dinero, porque ya no nos queda mucho. Buscamos un cajero que se encuentra a tres manzanas más abajo, osea a un kilómetro. Estamos en una parte nueva de la ciudad y los conjuntos de torres son gigantes. Pero lo peor está por venir, cuando tras intentarlo en varios cajeros e incluso en una sucursal, no lo conseguimos. Finalmente, de casualidad vemos un cajero de otro banco, donde conseguimos sacar un buen fajo de yuanes.
El objetivo de venir a Luoyang es visitar las Grutas de Longmen. Se encuentran al sur de la ciudad y es uno de los conjuntos más importantes de esculturas budistas de China. De hecho, tiene unas 100.000 imágenes metidas en pequeñas cuevas o nichos, midiendo la más pequeña dos centímetros y la más grande 17 metros.
Estas cuevas se comenzaron a hacer cuando se trasladó de Datong a Luoyang la capital del imperio, durante la Dinastía Wei del Norte, en el año 494. Al igual que las de Yungang en Datong, son Patrimonio de la Humanidad. Sin embargo, éstas son unos 600 años más nuevas, pero aún así igual de interesantes. La pena es que están bastante deterioradas, no sólo por la erosión natural, sino porque muchas fueron saqueadas y ahora se exponen sus piezas en museos de Europa y América.
Las estatuas se encuentran a ambos lados del río Li, y están distribuidas a lo largo de un kilómetro. Para poder verlas bien se han instalado escaleras que te permiten acceder a las más interesantes, pero se ven también muchos nichos vacíos. También hay varios templos y puentes por los que pasear... pero está cayendo una lluvia ligera y decidimos ceñirnos sólo a los lugares más importantes.
Después de la visita a Longmen, cogemos un autobús que nos lleva hasta el centro de la ciudad, a 12 kilómetros. Hay muchas obras porque están construyendo varias líneas de metro a la vez y lo que es la ciudad no tiene gran cosa para ver. Aún así le sacamos su jugo visitando la ciudad antigua, donde vemos por fuera algunos templos, torres y sobre todo una calle llena de tiendas y restaurantes... ¡¡y hasta un edificio con forma de buzón de correos!! Pero lo más interesante es que acaparamos todas las miradas de la gente, ya que, a excepción de algunos turistas en las cuevas, aquí apenas hay occidentales. Un grupo de chicas nos piden fotos y hablan con nosotros diciéndonos sus nombres... y se van ilusionadas como si acabasen de ver a Justin Bieber. Si es que, ¡¡causamos sensación!!
El día ha sido tranquilo, y los siguientes serán parecidos... el viaje entra en su recta final.
Con la mochila a la espalda, caminamos hasta la parada del autobús. Mientras esperamos a que pase, Pablo saluda a los niños que van en la parte trasera de las motos dirección al colegio, y sin quererlo, para un taxi. ¡¡Loco, que nos va a cobrar un euro!! Mejor esperar al autobús gratuito que recorre la avenida kilométrica entre la base del monte Huashan y la estación de tren.
Ya en la estación, compramos un billete que no teníamos para dentro de dos días. Como hemos sido precavidos, nos hemos traído unos carteles traducidos al chino con la fecha, hora y hasta el tren que queremos, y en pocos minutos los tenemos en nuestro poder. ¡¡Viajar por China es fácil!!
Mientras esperamos la hora de nuestro tren bala, comentamos lo bien que lo tienen montado. A la estación sólo puede acceder la gente con billete; a los andenes sólo puede acceder la gente cuyo tren sale como mucho en diez minutos; esto hace que los trenes que no tienen parada no tengan que reducir la velocidad ya que los andenes están vacíos; además, los números de los vagones están marcados en el andén, por lo que para cuando el tren para ya está todo el mundo enfilado. La verdad es que tienen muy buena capacidad organizativa y no entendemos cómo estas cosas no las han importando en Europa.
A 300 km/h entramos en la provincia de Henan. Vamos dirección al pueblo de Luoyang, un "pueblo" de sólo 1,8 millones de habitantes... como Barcelona más o menos. El hotel lo tenemos estratégicamente a 10 minutos andando de la estación, así que nos damos un breve paseo y, aunque no son ni las 9 de la mañana, nos dan la habitación. Una cosa que nos resulta curiosa es que en la mayoría de hoteles la ducha forma parte del baño, es decir, que cuando te duchas mojas todo el baño. Es una forma de ahorrar costes, pero que a nosotros no nos acaba de convencer, dado que no puedes improvisar en el orden en el que haces las cosas.
Salimos del hotel con el objetivo de sacar dinero, porque ya no nos queda mucho. Buscamos un cajero que se encuentra a tres manzanas más abajo, osea a un kilómetro. Estamos en una parte nueva de la ciudad y los conjuntos de torres son gigantes. Pero lo peor está por venir, cuando tras intentarlo en varios cajeros e incluso en una sucursal, no lo conseguimos. Finalmente, de casualidad vemos un cajero de otro banco, donde conseguimos sacar un buen fajo de yuanes.
El objetivo de venir a Luoyang es visitar las Grutas de Longmen. Se encuentran al sur de la ciudad y es uno de los conjuntos más importantes de esculturas budistas de China. De hecho, tiene unas 100.000 imágenes metidas en pequeñas cuevas o nichos, midiendo la más pequeña dos centímetros y la más grande 17 metros.
Estas cuevas se comenzaron a hacer cuando se trasladó de Datong a Luoyang la capital del imperio, durante la Dinastía Wei del Norte, en el año 494. Al igual que las de Yungang en Datong, son Patrimonio de la Humanidad. Sin embargo, éstas son unos 600 años más nuevas, pero aún así igual de interesantes. La pena es que están bastante deterioradas, no sólo por la erosión natural, sino porque muchas fueron saqueadas y ahora se exponen sus piezas en museos de Europa y América.
Las estatuas se encuentran a ambos lados del río Li, y están distribuidas a lo largo de un kilómetro. Para poder verlas bien se han instalado escaleras que te permiten acceder a las más interesantes, pero se ven también muchos nichos vacíos. También hay varios templos y puentes por los que pasear... pero está cayendo una lluvia ligera y decidimos ceñirnos sólo a los lugares más importantes.
Después de la visita a Longmen, cogemos un autobús que nos lleva hasta el centro de la ciudad, a 12 kilómetros. Hay muchas obras porque están construyendo varias líneas de metro a la vez y lo que es la ciudad no tiene gran cosa para ver. Aún así le sacamos su jugo visitando la ciudad antigua, donde vemos por fuera algunos templos, torres y sobre todo una calle llena de tiendas y restaurantes... ¡¡y hasta un edificio con forma de buzón de correos!! Pero lo más interesante es que acaparamos todas las miradas de la gente, ya que, a excepción de algunos turistas en las cuevas, aquí apenas hay occidentales. Un grupo de chicas nos piden fotos y hablan con nosotros diciéndonos sus nombres... y se van ilusionadas como si acabasen de ver a Justin Bieber. Si es que, ¡¡causamos sensación!!
El día ha sido tranquilo, y los siguientes serán parecidos... el viaje entra en su recta final.
13 sept 2018
Huashan, el sendero más peligroso
Cerramos la puerta del apartamento cuando aún no se ve el sol y salimos a la calle en dirección a la parada del autobús que, según investigamos anoche, va directo a la estación norte de trenes. Inesperadamente, vemos que está llegando y corremos hacia él, ya que desconocemos su frecuencia. Hemos tenido suerte y parece que el día comienza bien. Sin embargo, la velocidad del autobús y la del tráfico en general es considerablemente lenta, muy por debajo de los 50 km/h en una amplia avenida de cuatro carriles por sentido. Por si fuera poco, el autobús para en todas las paradas, que no distan entre sí más de 100 metros. De nuevo, echamos cálculos para ver el margen que tenemos... y resulta que vamos muy justitos. Empezando a estar ya muy nerviosos decidimos que nos bajamos en la siguiente, pero al ir a hacerlo un joven nos asegura que la siguiente parada es la estación de tren. Lo más lógico sería pensar que en la parada vas a ver el edificio de la estación... ¡¡pues no!! Así que nada más bajarnos empezamos a correr siguiendo las señales; por fin vemos el edificio y continuamos corriendo y jadeando hacia él; pero claro, al llegar toca enseñar billete y pasaporte, pasar el equipaje por el escáner, buscar el andén, pasar el billete y llegar hasta el andén. Nos han sobrado menos de diez minutos... este día va a ser todo un reto.
Tan sólo cuarenta minutos en alta velocidad separan Xi'an de Huashan, nuestra siguiente parada. Ya en destino, nos dirigimos al hotel dando un paseo por una inmensa avenida. El hotel, de una cadena que conocimos en nuestro viaje a EEUU, tiene una pinta regular. En la recepción hay unos sofás muy horteras, el ascensor no funciona y la recepcionista no habla ni una palabra en inglés. Tras conseguir que nos dé la habitación subimos por las escaleras perplejos por lo dejado que tienen el establecimiento y preocupados por lo que nos vamos a encontrar en la habitación. Contra todo pronóstico la habitación está bastante bien, con dos cómodas camas, pantalla plana y el baño aceptable. También es cierto que no había muchas opciones de alojamiento en la ciudad, y que el precio era bastante ajustado, así que pensándolo bien, la relación calidad-precio no está nada mal.
Hasta el momento, somos los dos únicos forasteros en la ciudad. Y aquí, Pablo y Joseba, van a llevar el nombre de Guadamur y Basauri bien alto, nada más y nada menos que hasta el Huashan. Este monte, al igual que el Taishan que subimos la semana pasada, es uno de los montes sagrados del taoísmo. Una de las pocas palabras que hemos aprendido es 'shan' que significa monte; según lo que hemos leído, 'hua' significa 'flor'; así que Huashan sería algo así como el "Monte Flor", y es debido a que sus cinco picos están dispuestos supuestamente formando una flor.
Pero, ¿por qué queremos subir este monte? Muchos recordarán los PowerPoints que se enviaban por email en la era pre-WhatsApp, y seguramente muchos recibirían uno que hablaba del sendero más peligroso del mundo; en él se veía cómo los senderistas pasaban por unas traviesas enganchadas a paredes de piedra casi verticales, con la única sujeción de un arnés a la pared. Pues bien, ese sendero, conocido como "El camino de los soldados" hace que el Huashan en su conjunto sea considerado como "El sendero más peligroso del mundo". Casualmente, ese tramo está en obras, así que la pequeña probabilidad de que lo hiciéramos queda resuelta al momento.
Como en el Taishan, en este monte también hay que pasar por caja para visitarlo; y de la misma forma que en el primero, aquí también pasamos el carné de estudiante (que no de joven), por lo que en lugar de pagar los casi 20 euros por persona que cuesta la entrada, pagamos sólo la mitad. Si es que estamos hechos unos mutikos mendizales subiendo tantos montes.
Hay muchas formas de subir al Huashan, aunque lo más habitual es subir al Pico Norte y al Oeste, para lo cual se suele emplear dos días y así poder ver el amanecer. Dado que sólo tenemos el día de hoy para visitarlo, decidimos que subiremos sólo al Pico Norte situado a 1.613 metros; la versión fácil era coger el teleférico austriaco que en sólo ocho minutos salva el desnivel. Pero dado que hemos venido hasta aquí precisamente por su dificultad, nos marcamos como reto llegar hasta la cima con nuestro propio esfuerzo. Realizaremos la conocida como "Ruta de los soldados" (no confundir con el camino peligroso).
Las condiciones meteorológicas están a nuestro favor, ya que cae una fina lluvia que refresca el ambiente y alivia el sudor por el esfuerzo. Durante las dos primeras horas el ascenso no tiene mucha dificultad. Hay bastante gente, y de todo tipo... se ven chicas con zapatillas Gucci, aunque sólo yo puedo presumir de Goche. La última hora hasta el Pico Norte se vuelve más complicada: hay muchas escaleras, algunas de ellas con mucha inclinación, con escalones pequeños y además resbaladizos debido a la lluvia.
Esa lluvia, en algunos momentos aumenta de intensidad, por lo que nos vemos obligados a refugiarnos en varios puestos que tienen una lona bajo la cual poder beber o comer algo. ¿Y qué se suele comer cuando se sube al monte? ¡¡Tortilla de patata!! Pues aquí no, aquí la gente lleva bolsas de plástico llenas de productos envasados y de noodles instantáneos. Ni tan siquiera se han tomado la molestia de hacerse un sándwich o algo similar.
En una de esas tiendas, como sólo llevábamos un poncho, compramos uno más, regateando el precio porque nos lo quiere cobrar a precio Cobo Calleja, y queremos pagarlo a precio "made in la fábrica de al lado". Como en la predicción no ponía que fuera a llover, hemos venido poco preparados, así que el poncho nos servirá no sólo para mojarnos menos sino también para conservar el calor, ya que a medida que subimos hace más frío.
En una de esas tiendas, como sólo llevábamos un poncho, compramos uno más, regateando el precio porque nos lo quiere cobrar a precio Cobo Calleja, y queremos pagarlo a precio "made in la fábrica de al lado". Como en la predicción no ponía que fuera a llover, hemos venido poco preparados, así que el poncho nos servirá no sólo para mojarnos menos sino también para conservar el calor, ya que a medida que subimos hace más frío.
Tras tres horas y media de subida, llegamos a la cumbre del Pico Norte. Las vistas de los montes y de la cuenca del río Amarillo al fondo son espectaculares. Sin embargo, tras un descanso y reponer fuerzas, nos preguntamos qué hacer. Por un lado, el ascenso nos ha sabido a poco; por otro, el ascenso al Pico Oeste (de 2082 metros) y el descenso completo nos llevaría unas siete horas más, lo cual sería una temeridad porque se haría de noche. Tras consensuarlo decidimos que sí, que subiremos hasta el Pico Oeste, pero que luego bajaremos hasta el Pico Norte y de ahí cogeremos el teleférico hasta la base. Son cinco horas más, pero tenemos que asegurarnos de llegar al teleférico antes de las 18:00, ya que no sabemos si habrá cola y lo cierran una hora más tarde. Puede que sea una locura, porque el ascenso es por una empinada y puntiaguda ladera... ¡¡pero seguro que es muy emocionante!!
El ascenso al Pico Oeste es totalmente empinado, no hay apenas tramos llanos y casi todo son escaleras. En algunos momentos te tienes que organizar con otras personas que suben y bajan, porque no hay espacio suficiente. Además, te tienes que ir agarrando a unas cadenas que hay en los laterales... y para lo cual en la ciudad nos ofrecieron guantes sin que entendiésemos para qué eran. Debido al agotamiento, las pausas cada vez son más frecuentes. Dado que tenemos ritmos diferentes, decidimos ir cada uno por nuestra cuenta, haciendo las paradas que nuestros respectivos cuerpos nos pidan. Pablo es más de hacer de una atacada un buen tramo de escaleras y luego una pausa larga; yo opto por subir grupos de diez escalones y entre cada par hacer una parada de unos segundos.
La subida es realmente dura. Podría parecer que no es para tanto subir un monte de 2.082 metros), ¿verdad? Pero es que en este caso subimos casi desde el nivel del mar y el hecho de que sea tan empinado te destroza las piernas. O, visto de otro modo, supongamos que es subir cinco veces todas las escaleras del Empire State. ¿A que así no parece tan agradable? Con la lengua fuera, calado por el sudor condensado dentro del poncho, pero a la vez con la incomodidad de la lluvia metiéndose en los ojos y pensando en por qué nos metemos en estos líos, hay muchos momentos en los que pensamos que no lo vamos a conseguir.
Pero, una vez más, comprobamos que querer es poder. Tras seis horas desde el inicio, llegamos a la cumbre del Pico Oeste del Huashan. Hay mucha niebla y no se ve nada, seguramente porque estemos a la misma altura que las nubes. Pero hemos conseguido llegar a la cima de este monte sagrado, de este monte en el que según los taoístas hay un dios. Si en el Taishan la "recompensa" era vivir hasta los 100 años, ¿cuál es la de este monte? ¿Los 120?
Y ahora toca bajar... algo que parece más fácil. Sin embargo, a los pocos minutos del descenso recibo un primer aviso: resbalo y caigo de culo, haciéndome un buen rasponazo en el brazo derecho. "¿Puedes moverlo? ¿Te duele?" me pregunta Pablo. Todo bien, pero lo que más me duele es la Sony, ya que la cámara se ha llevado un buen impacto. Pero ambos estamos bien y continuamos el camino.
Una cosa sorprendente de este país que no hemos comentado hasta ahora es que hay baños por todos los lados. Incluso en esta ruta de monte hay uno cada media hora. En las ciudades también los hay por todos los lados. Son gratuitos y están siempre limpios, ya que hay personal que se dedica sólo a limpiarlos de forma continuada. Es cierto que el olor en algunos es insoportable, pero hemos llegado a ver algunos hasta con porcelana china. La pega es que, por lo general, al menos los de hombre, no tienen taza, sino agujero en el suelo. Por el contrario, en los restaurantes no siempre tienen baños. Es justo lo contrario que en Europa: aquí no es necesario "tomarte algo" cuando necesitas un baño urgentemente; los baños y los restaurantes, cada uno para lo que están.
Pero volvamos al Huashan... Según lo previsto llegamos al teleférico y enseguida montamos en él. Desciende rápido y las vistas son muy bonitas. Además, vemos como hormiguitas la gente que sigue subiendo y con perspectiva vemos la proeza que hemos hecho. Como llevamos ya 15 días de viaje, y estamos todo el día pateando, se ve que nuestra condición física ha mejorado y que el reto nos ha parecido algo menos duro que el Taishan, si bien el tiempo nos ha ayudado bastante.
Tras cenar en un restaurante en la kilométrica avenida de la ciudad, entramos a un supermercado a comprar agua y algo para desayunar mañana. Y llegó la revolución al súper, porque empiezan atendiéndonos dos y acaban viniendo cuatro mujeres. Nos meamos de la risa con ellas, porque empeñadas en que compremos unas Oreo, Pablo consigue que tarareen la sintonía del anuncio. Y es que, en lo que llevamos de día hemos visto muy pocos occidentales, y aquí causamos sensación. Pero estamos cansados y toca ir a dormir. Al entrar en el hotel no sabemos si será por el cansancio pero lo vemos con mejores ojos, nos parece que está mucho mejor. Como no nos habían dado la clave del wifi preguntamos nada más entrar y la recepcionista nos dice ¡¡que nuestro hotel está más abajo!! ¡¡Pero si tenían los mismos sillones horteras!!
Como nunca te acostarás sin saber algo nuevo, "interactuamos" con las recepcionistas para que nos expliquen cómo hacen los números con la mano. Durante todo el viaje, cuando nos tenían que indicar algún número había veces que mostraban los dedos de una forma rara, pero como luego lo decían en inglés, nos era suficiente para entendernos. Tras conseguir que las recepcionistas nos entiendan, terminamos aprendiendo que los números del uno al cinco son iguales; pero del seis al nueve lo hacen con una única mano. En el fondo es bastante útil porque con una única mano puedes mostrar un número del uno al nueve.
Como nunca te acostarás sin saber algo nuevo, "interactuamos" con las recepcionistas para que nos expliquen cómo hacen los números con la mano. Durante todo el viaje, cuando nos tenían que indicar algún número había veces que mostraban los dedos de una forma rara, pero como luego lo decían en inglés, nos era suficiente para entendernos. Tras conseguir que las recepcionistas nos entiendan, terminamos aprendiendo que los números del uno al cinco son iguales; pero del seis al nueve lo hacen con una única mano. En el fondo es bastante útil porque con una única mano puedes mostrar un número del uno al nueve.
Comenzamos el día corriendo hacia la estación, y lo terminamos tras el ascenso a dos picos de un monte sagrado en el corazón de China. ¡¡Hemos salido vencedores de esta nueva etapa!!
12 sept 2018
Xi'an, puerta de la ruta de la seda
Hoy es nuestro tercer y último día en la ciudad de Xi'an. Los turistas suelen venir aquí para ver los Guerreros de Terracota y no suelen parar a ver la ciudad en sí, algo que pensamos que es un error porque es una ciudad muy completa, con mil cosas para hacer.
Nos ponemos en marcha y de camino a la primera visita turística pasamos por un lugar donde oímos como una especie de explosiones. Nos pica la curiosidad y nos acercamos, y quedamos atónitos al ver que se trata de un grupo de gente practicando artes marciales, y en las que el ejercicio consiste en hacer ruido con una cadena de hierro como si de un látigo se tratara. Al mostrarnos interesados me dejan la cadena y me dan las instrucciones para intentarlo... cosa que no me puede salir peor... ¡¡no valgo para monje saolín!! En China, por lo que vemos, la gente queda en los parques para bailar, hacer gimnasia, tocar algún instrumento o simplemente jugar a cartas; resulta muy interesante ver el sentido de comunidad que tienen, algo que choca con el cliché individualista e interesado que tenemos de los chinos.
Xi'an ha sido muy importante a lo largo de la historia ya que desde aquí salían las diferentes variantes de la ruta de la seda. Antiguamente se la conocía como Chang'an y a ella acudían mercaderes de Europa y Asia en busca de joyas, piedras y metales preciosos; y, sobre todo, la seda, que se había puesto muy de moda en el imperio romano y cuya fabricación sólo la conocían los chinos. En recuerdo de la mayor ruta comercial de la antigüedad se ha erigido una escultura en el oeste de la ciudad; también hay un mapa donde se muestran los diferentes recorridos... ¿podíamos hacer algún día un viaje basado en ella, no?
Nos dirigimos después a ver la Pagoda de la Gran Oca Salvaje. Nunca hemos entendido cómo les ponen los nombres a los templos en China, que van en la misma línea que los nombres de los restaurantes chinos en España. Hemos visto ya muchos templos, así que nos conformamos con ver los alrededores: hay calles donde comprar recuerdos y restaurantes donde comer en la calle; a pesar de que no son ni las doce del mediodía, hemos hecho hambre y nos pedimos unos cuantos platos. Siempre se suele decir que la comida china en España no tiene nada que ver con la comida en China; si bien es cierto que se utilizan ingredientes poco habituales en los restaurante en España como los brotes de soja, algas, setas raras y tofu, hay que decir que el concepto de fondo es el mismo: el arroz tres delicias equivale aquí a arroces con diferentes complementos; el cerdo agridulce no lo hemos visto, pero sí otras carnes en salsas idénticas; los tallarines aquí no existen, pero su equivalente son los noodles, puestos de mil formas diferentes. Lo que sí que es cierto es que todo el mundo come con palillos; así que haberme llevado prestado un tenedor me está ayudando bastante, y la gente al ver que lo saco me sonríe como diciéndome que me entienden.
La zona en torno a la Pagoda está muy animada, y parece de reciente urbanización: hay museos, teatros, música clásica en las calles, imponentes esculturas y bonitos jardines. Tras peinar la zona, y, en vista de que no hay metro y no damos con el autobús adecuado, nos cogemos un taxi hasta otra de las pagodas importantes de la ciudad, la de la Pequeña Oca Salvaje... ¡¡esto parece el juego de la oca!! El lugar merece la visita, porque es como un enorme parque con su torre de la campana, torre del tambor, templos, estanque y un puente. Ya no les damos la importancia que tienen, pero seguro que cuando se nos terminen las vacaciones desearemos haber disfrutado más de estos idílicos emplazamientos.
Caminando con dirección al barrio musulmán, descubrimos un barrio muy interesante: hay tiendas de caligrafía, de cerámica, de bronce, de recuerdos, de ropa hecha a mano, ... No sabes dónde mirar porque todo es bonito... Pero a la vez, debido a que los "Todo a cien" de España están repletos de artículos chinos, no compramos ningún recuerdo por miedo a que parezca comprado en el chino de la esquina.
Casi por casualidad, descubrimos un "Bar de Gatos": aquí te puedes tomar algo mientras juegas con los pequeños felinos. Es un establecimiento pequeño y tendrán unos ocho ejemplares. Todos son preciosos, aunque se me resisten un poco y algunos se muestran impasibles. Hay uno gris que me encanta, pero que una chica china lo acapara y no lo suelta para que yo pueda jugar con él. Es una lástima, pero debido a mi alergia no podemos quedarnos mucho tiempo. ¡¡Pero me han encantado las gatas xianesas, que no siamesas!!
Acabamos el día en el barrio musulmán, ya que la fusión de lo chino con lo musulmán nos cautivó. A nosotros y a otras miles de personas, porque sigue igual de lleno de gente como el primer día. En muchos puestos habíamos visto sepias abiertas y a la plancha o rebozadas, y nos animamos a probar una. ¡¡Resulta estar muy rica!! El día no da para más y, después de recenar en el centro comercial bajo el apartamento, nos vamos pronto a la cama. ¡¡Mañana China nos volverá a poner a prueba!!
Nos ponemos en marcha y de camino a la primera visita turística pasamos por un lugar donde oímos como una especie de explosiones. Nos pica la curiosidad y nos acercamos, y quedamos atónitos al ver que se trata de un grupo de gente practicando artes marciales, y en las que el ejercicio consiste en hacer ruido con una cadena de hierro como si de un látigo se tratara. Al mostrarnos interesados me dejan la cadena y me dan las instrucciones para intentarlo... cosa que no me puede salir peor... ¡¡no valgo para monje saolín!! En China, por lo que vemos, la gente queda en los parques para bailar, hacer gimnasia, tocar algún instrumento o simplemente jugar a cartas; resulta muy interesante ver el sentido de comunidad que tienen, algo que choca con el cliché individualista e interesado que tenemos de los chinos.
Xi'an ha sido muy importante a lo largo de la historia ya que desde aquí salían las diferentes variantes de la ruta de la seda. Antiguamente se la conocía como Chang'an y a ella acudían mercaderes de Europa y Asia en busca de joyas, piedras y metales preciosos; y, sobre todo, la seda, que se había puesto muy de moda en el imperio romano y cuya fabricación sólo la conocían los chinos. En recuerdo de la mayor ruta comercial de la antigüedad se ha erigido una escultura en el oeste de la ciudad; también hay un mapa donde se muestran los diferentes recorridos... ¿podíamos hacer algún día un viaje basado en ella, no?
La zona en torno a la Pagoda está muy animada, y parece de reciente urbanización: hay museos, teatros, música clásica en las calles, imponentes esculturas y bonitos jardines. Tras peinar la zona, y, en vista de que no hay metro y no damos con el autobús adecuado, nos cogemos un taxi hasta otra de las pagodas importantes de la ciudad, la de la Pequeña Oca Salvaje... ¡¡esto parece el juego de la oca!! El lugar merece la visita, porque es como un enorme parque con su torre de la campana, torre del tambor, templos, estanque y un puente. Ya no les damos la importancia que tienen, pero seguro que cuando se nos terminen las vacaciones desearemos haber disfrutado más de estos idílicos emplazamientos.
Caminando con dirección al barrio musulmán, descubrimos un barrio muy interesante: hay tiendas de caligrafía, de cerámica, de bronce, de recuerdos, de ropa hecha a mano, ... No sabes dónde mirar porque todo es bonito... Pero a la vez, debido a que los "Todo a cien" de España están repletos de artículos chinos, no compramos ningún recuerdo por miedo a que parezca comprado en el chino de la esquina.
Casi por casualidad, descubrimos un "Bar de Gatos": aquí te puedes tomar algo mientras juegas con los pequeños felinos. Es un establecimiento pequeño y tendrán unos ocho ejemplares. Todos son preciosos, aunque se me resisten un poco y algunos se muestran impasibles. Hay uno gris que me encanta, pero que una chica china lo acapara y no lo suelta para que yo pueda jugar con él. Es una lástima, pero debido a mi alergia no podemos quedarnos mucho tiempo. ¡¡Pero me han encantado las gatas xianesas, que no siamesas!!
Acabamos el día en el barrio musulmán, ya que la fusión de lo chino con lo musulmán nos cautivó. A nosotros y a otras miles de personas, porque sigue igual de lleno de gente como el primer día. En muchos puestos habíamos visto sepias abiertas y a la plancha o rebozadas, y nos animamos a probar una. ¡¡Resulta estar muy rica!! El día no da para más y, después de recenar en el centro comercial bajo el apartamento, nos vamos pronto a la cama. ¡¡Mañana China nos volverá a poner a prueba!!
11 sept 2018
Xi'an, Los Guerreros de Terracota
Hoy toca visitar otro de los platos fuertes del viaje, un lugar que es el principal motivo por el cual los turistas visitan la ciudad de Xi'an: Los Guerreros de Terracota. En todos los lugares se recomienda ir pronto, así que para la seis y media ya estamos bajando en el ascensor de la torre donde nos alojamos y que hemos visto se llama "MOCO". Una curiosidad a comentar es que incluso en el mismo ascensor hay una pantalla con publicidad y una vocecita que te está machacando los sesos para que te compres desde un coche hasta unos pastelitos. Por todos los lados siempre hay alguna grabación, música o algún ruido que atraiga la atención; empezamos a pensar que esa es la razón por la que se paga en los templos, para conseguir una breve dosis de silencio.
Como en otras ocasiones, en lugar de coger una excursión organizada, optamos por ir por nuestra cuenta. En seguida llegamos a la estación de tren al lado de la cual hay una estación de autobuses; una mujer con un megáfono dirige los turistas hacia el autobús público que en cuanto se llena sale dirección a los Guerreros. Es hora punta, así que tardamos más de lo previsto en salir de la ciudad. Pero en menos de hora y media recorremos los 33 kilómetros que hay entre Xi'an y el complejo que explota comercialmente el gran hallazgo: aunque todavía cerrados, hay muchos restaurantes, tiendas y actividades de ocio.
Tras comprar la entrada, donde no nos cogen el carné de estudiante, accedemos al recinto. Desde la entrada hay que caminar unos quince minutos, aunque también existe la opción de coger un pequeño carrito en el que te llevan. Una vez frente a las tres fosas, decidimos seguir el consejo de la guía de recorrerlas en orden inverso; es decir, empezar por la tercera, luego la segunda y finalmente la primera.
Antes de entrar leemos en la guía que los Guerreros de Terracota fueron mandados construir hace 2.200 años por el emperador Qin. Aunque seguramente nunca se llegue a saber su objetivo, se piensa que el emperador quería seguir mandando después de muerto, motivo por el cual mandó realizar el ejército de terracota y situarlo cerca de su tumba. Es muy sorprendente que se realizaran en aquellos tiempos en torno a 8.000 esculturas, y que una vez finalizadas se cubriesen con tierra.
Entramos a la fosa número tres y, aunque es pequeña, resulta muy emocionante el primer contacto visual con los guerreros. La fosa es profunda y muestra unas 72 figuras, entre guerreros y caballos. Una luz tenue le da un toque de misterio al hecho de verlos ahí, de pie, con sus expresiones inmóviles, con su objetivo desconocido; además, como a algunos les falta la cabeza parece que de alguna forma tienen poderes sobrehumanos.
Pero no, son sólo frágiles figuras de arcilla que se rompen fácilmente. De hecho, por todos los lados hay restos de cabezas, de brazos y de piernas, como si fueran muñecos de Playmobil. En la fosa número dos hay un equipo de profesionales trabajando, intentando casar las piezas de este descomunal puzle. Seguro que más de una figura lleva cada extremidad de otra figura diferente; pero ahí están, intentando darle la misma forma que tenían en el año 200 AC. En la fosa número dos lo que se ve es una zona casi sin excavar en su totalidad. En algún lugar leímos que las figuras era policromadas, pero que al desenterrarlas su color se eliminaba por la oxidación; podría ser por este motivo que se esperará hasta que se tenga una técnica con la que sacarlas sin dañarlas.
Y por fin llegamos a la fosa número uno, la que sale en todas las fotos y la más impresionante. Es un enorme pabellón con unas 10 larguísimas filas, donde se pueden ver cientos de figuras de guerreros y de caballos. ¡¡Y todas las figuras son diferentes!! Lo que hicieron fue realizar los cuerpos en base a los rangos dentro del ejército, y luego añadirles caras diferentes, con rasgos, etnias o expresiones ligeramente diferentes unas de otras. Hoy en día podría parecer algo sencillo de realizar, pero es que estamos hablando de una época en la que aún faltan 200 años para que naciera Jesucristo.
Para ver más de cerca a los Guerreros y para conocer más sobre su historia, se ha construido un museo al lado de las fosas. Es muy interesante, ya que se pueden observar algunos guerreros expuestos en urnas y además ver algunas piezas únicas que han sido encontradas. También resulta curioso que, si se pretendía hacer un ejército, se realizaran también figuras de vacas, cerdos y algunos pájaros, que están expuestos también en el museo.
Dada su antigüedad y singularidad, Los Guerreros de Terracota son Patrimonio de la Humanidad. Un viaje a China estaría incompleto sin pasar por este lugar conocido mundialmente. Sin embargo, hay que admitirlo, que después de haberlo visto en la televisión tantas veces, piensas que va a ser una cosa descomunal, de dimensiones inabarcables... pero como hay una parte que aún no está desenterrada y hay muchas estatuas rotas, la realidad te demuestra que es de un tamaño más asequible.
Como hemos comentado antes, estos guerreros fueron construidos para custodiar la tumba del emperador Qin. Este mausoleo se encuentra a unos dos kilómetros de los Guerreros, lugar al cual se llega en un autobús gratuito. Aunque ya sabíamos lo que había, lo único que se ve es un pequeño montículo que tapa la tumba del emperador y otras tumbas. A día de hoy la tumba no ha sido abierta, porque según las mediciones realizadas está protegida por mercurio, cuya concentración es cien veces superior a la normal. Se supone que el emperador iba matando a las 700.000 personas que trabajaban en hacer los guerreros y su mausoleo, para que no desvelasen sus secretos. Cuál faraón, ahí se supone que está su cuerpo, rodeado de joyas y pinturas.
Finalizamos la visita encantados de haber visitado este lugar tan emblemático. Después de comer algo en un McDonald's, volvemos al centro de la ciudad, donde nos damos la tarde libre. Nos dedicamos a pasear y a observar a la gente. Las chicas suelen ir con vestido, muchas con falda corta y por encima una sobrefalda de gasa; no suelen ir maquilladas, ni con el pelo teñido y suelen llevar gafas redondeadas, quizá para que sus ojos parezcan más grandes. Los chicos van también muy arreglados, predominando los pantalones cortos o los largos enseñando los tobillos; utilizan mucha ropa deportiva, excepto algunos oficinistas que van vestidos más formales. Además, aunque hace calor y en algunos lugares hay altas concentraciones de gente, hemos observado que absolutamente nadie huele mal... "aquí no estal el lejano oliente". También podemos asegurar que, en líneas generales, no son ni colones ni maleducados. Aunque hemos oído algún pedo, la fama que tienen está totalmente injustificada. Es cierto que escupen, y, lo que es peor, cogen carrerilla y rascan la garganta; hay veces que estás en un lugar tranquilo y el escupitajo de alguien hace que parezca que se te acerca un zombi de The Walking Dead. Pero también es cierto, que lo hace sobre todo la gente mayor, como no hace muchos años en los pueblos de España.
También seguimos sorprendidos con el uso del móvil que hacen tanto jóvenes como mayores. Muchos van viendo series en las que los actores van vestidos con los trajes tradicionales, como si fueran emperadores Qin, Ming, Song o Tang luchando por el poder... ¡¡ésas series sí que se podrían titular "Dinastía"!! Muchas veces los ves dormidos en la mesa de un restaurante, pero no... están viendo el móvil que tienen apoyado en las piernas. Hay veces que entras a un restaurante y reina el silencio, porque los amigos comen juntos, pero cada uno está con su móvil. Incluso en las parejitas que quedan para cenar, ves que cada uno está enganchado al WeChat (equivalente al WhatsApp), viendo vídeos de ñoñadas, o comprándose alguna prenda con el móvil.
Está atardeciendo y decidimos dar un paseo por la muralla. En todas las ciudades que hemos visitado (a excepción de Shanghái), el plano urbanístico es idéntico: por un lado está la muralla, un rectángulo gigante que delimita la ciudad antigua; y por otro la ciudad moderna que está fuera de la muralla. Así pues, un paseo por la muralla supone poder ver la contraposición entre la China tradicional y la contemporánea. Pero claro, estamos hablando de que la muralla tiene 5,5 km de largo por 3,5 km de ancho. ¿Por qué no hacerla en bici? Y aún mejor, ¿por qué no en tándem?
Pues sí, ahí estamos haciendo una ruta en bici de 20 kilómetros. Tenemos como límite tres horas para hacerla, pero hay que contar también las paradas para hacer fotos o ir al baño. Y, por supuesto, disfrutar de las vistas. El tándem es un poco complicado, ya que te tienes que coordinar bien, pero en seguida le cogemos el truco y disfrutamos del atardecer xianés como si fuéramos los protagonistas de Verano Azul.
A las siete en punto encienden las luces de la muralla y el sol se va ocultando. Es un atardecer mágico, en un lugar histórico y con una agradable temperatura de verano. Pero toca dar por finalizado este segundo día en Xi'an. Le preguntamos a un joven dónde coger el bus y, aunque no sabe nada de inglés saca el móvil y nos indica dónde está la parada. Una vez más, queda demostrado que con un poquito de voluntad se llega a cualquier sitio. Ocurre lo mismo en el restaurante que cenamos cerca del apartamento: la que nos atiende no sabe nada de inglés pero con el móvil conseguimos pedir sin que ningún plato sea picante. Esperando a que nos sirvan Pablo repara en que estamos en un restaurante coreano... y acto seguido una camarera nos echa la bronca para que nos cambiemos de mesa. No entendemos muy bien hasta que nos trae dos bandejas repletas de comida, que, evidentemente, no entraban en la mesa en la que estábamos. Después, la prima segunda de Kim Yong Un resulta ser un encanto, con quien hasta nos hacemos una foto. Y la comida riquísima: por primera vez en todo el viaje, no podemos con toda la comida de lo llenos que estamos. Por favor, ¿dónde está el montacargas hasta la planta 20?
Como en otras ocasiones, en lugar de coger una excursión organizada, optamos por ir por nuestra cuenta. En seguida llegamos a la estación de tren al lado de la cual hay una estación de autobuses; una mujer con un megáfono dirige los turistas hacia el autobús público que en cuanto se llena sale dirección a los Guerreros. Es hora punta, así que tardamos más de lo previsto en salir de la ciudad. Pero en menos de hora y media recorremos los 33 kilómetros que hay entre Xi'an y el complejo que explota comercialmente el gran hallazgo: aunque todavía cerrados, hay muchos restaurantes, tiendas y actividades de ocio.
Tras comprar la entrada, donde no nos cogen el carné de estudiante, accedemos al recinto. Desde la entrada hay que caminar unos quince minutos, aunque también existe la opción de coger un pequeño carrito en el que te llevan. Una vez frente a las tres fosas, decidimos seguir el consejo de la guía de recorrerlas en orden inverso; es decir, empezar por la tercera, luego la segunda y finalmente la primera.
Antes de entrar leemos en la guía que los Guerreros de Terracota fueron mandados construir hace 2.200 años por el emperador Qin. Aunque seguramente nunca se llegue a saber su objetivo, se piensa que el emperador quería seguir mandando después de muerto, motivo por el cual mandó realizar el ejército de terracota y situarlo cerca de su tumba. Es muy sorprendente que se realizaran en aquellos tiempos en torno a 8.000 esculturas, y que una vez finalizadas se cubriesen con tierra.
Entramos a la fosa número tres y, aunque es pequeña, resulta muy emocionante el primer contacto visual con los guerreros. La fosa es profunda y muestra unas 72 figuras, entre guerreros y caballos. Una luz tenue le da un toque de misterio al hecho de verlos ahí, de pie, con sus expresiones inmóviles, con su objetivo desconocido; además, como a algunos les falta la cabeza parece que de alguna forma tienen poderes sobrehumanos.
Pero no, son sólo frágiles figuras de arcilla que se rompen fácilmente. De hecho, por todos los lados hay restos de cabezas, de brazos y de piernas, como si fueran muñecos de Playmobil. En la fosa número dos hay un equipo de profesionales trabajando, intentando casar las piezas de este descomunal puzle. Seguro que más de una figura lleva cada extremidad de otra figura diferente; pero ahí están, intentando darle la misma forma que tenían en el año 200 AC. En la fosa número dos lo que se ve es una zona casi sin excavar en su totalidad. En algún lugar leímos que las figuras era policromadas, pero que al desenterrarlas su color se eliminaba por la oxidación; podría ser por este motivo que se esperará hasta que se tenga una técnica con la que sacarlas sin dañarlas.
Y por fin llegamos a la fosa número uno, la que sale en todas las fotos y la más impresionante. Es un enorme pabellón con unas 10 larguísimas filas, donde se pueden ver cientos de figuras de guerreros y de caballos. ¡¡Y todas las figuras son diferentes!! Lo que hicieron fue realizar los cuerpos en base a los rangos dentro del ejército, y luego añadirles caras diferentes, con rasgos, etnias o expresiones ligeramente diferentes unas de otras. Hoy en día podría parecer algo sencillo de realizar, pero es que estamos hablando de una época en la que aún faltan 200 años para que naciera Jesucristo.
Para ver más de cerca a los Guerreros y para conocer más sobre su historia, se ha construido un museo al lado de las fosas. Es muy interesante, ya que se pueden observar algunos guerreros expuestos en urnas y además ver algunas piezas únicas que han sido encontradas. También resulta curioso que, si se pretendía hacer un ejército, se realizaran también figuras de vacas, cerdos y algunos pájaros, que están expuestos también en el museo.
Dada su antigüedad y singularidad, Los Guerreros de Terracota son Patrimonio de la Humanidad. Un viaje a China estaría incompleto sin pasar por este lugar conocido mundialmente. Sin embargo, hay que admitirlo, que después de haberlo visto en la televisión tantas veces, piensas que va a ser una cosa descomunal, de dimensiones inabarcables... pero como hay una parte que aún no está desenterrada y hay muchas estatuas rotas, la realidad te demuestra que es de un tamaño más asequible.
Como hemos comentado antes, estos guerreros fueron construidos para custodiar la tumba del emperador Qin. Este mausoleo se encuentra a unos dos kilómetros de los Guerreros, lugar al cual se llega en un autobús gratuito. Aunque ya sabíamos lo que había, lo único que se ve es un pequeño montículo que tapa la tumba del emperador y otras tumbas. A día de hoy la tumba no ha sido abierta, porque según las mediciones realizadas está protegida por mercurio, cuya concentración es cien veces superior a la normal. Se supone que el emperador iba matando a las 700.000 personas que trabajaban en hacer los guerreros y su mausoleo, para que no desvelasen sus secretos. Cuál faraón, ahí se supone que está su cuerpo, rodeado de joyas y pinturas.
Finalizamos la visita encantados de haber visitado este lugar tan emblemático. Después de comer algo en un McDonald's, volvemos al centro de la ciudad, donde nos damos la tarde libre. Nos dedicamos a pasear y a observar a la gente. Las chicas suelen ir con vestido, muchas con falda corta y por encima una sobrefalda de gasa; no suelen ir maquilladas, ni con el pelo teñido y suelen llevar gafas redondeadas, quizá para que sus ojos parezcan más grandes. Los chicos van también muy arreglados, predominando los pantalones cortos o los largos enseñando los tobillos; utilizan mucha ropa deportiva, excepto algunos oficinistas que van vestidos más formales. Además, aunque hace calor y en algunos lugares hay altas concentraciones de gente, hemos observado que absolutamente nadie huele mal... "aquí no estal el lejano oliente". También podemos asegurar que, en líneas generales, no son ni colones ni maleducados. Aunque hemos oído algún pedo, la fama que tienen está totalmente injustificada. Es cierto que escupen, y, lo que es peor, cogen carrerilla y rascan la garganta; hay veces que estás en un lugar tranquilo y el escupitajo de alguien hace que parezca que se te acerca un zombi de The Walking Dead. Pero también es cierto, que lo hace sobre todo la gente mayor, como no hace muchos años en los pueblos de España.
También seguimos sorprendidos con el uso del móvil que hacen tanto jóvenes como mayores. Muchos van viendo series en las que los actores van vestidos con los trajes tradicionales, como si fueran emperadores Qin, Ming, Song o Tang luchando por el poder... ¡¡ésas series sí que se podrían titular "Dinastía"!! Muchas veces los ves dormidos en la mesa de un restaurante, pero no... están viendo el móvil que tienen apoyado en las piernas. Hay veces que entras a un restaurante y reina el silencio, porque los amigos comen juntos, pero cada uno está con su móvil. Incluso en las parejitas que quedan para cenar, ves que cada uno está enganchado al WeChat (equivalente al WhatsApp), viendo vídeos de ñoñadas, o comprándose alguna prenda con el móvil.
Está atardeciendo y decidimos dar un paseo por la muralla. En todas las ciudades que hemos visitado (a excepción de Shanghái), el plano urbanístico es idéntico: por un lado está la muralla, un rectángulo gigante que delimita la ciudad antigua; y por otro la ciudad moderna que está fuera de la muralla. Así pues, un paseo por la muralla supone poder ver la contraposición entre la China tradicional y la contemporánea. Pero claro, estamos hablando de que la muralla tiene 5,5 km de largo por 3,5 km de ancho. ¿Por qué no hacerla en bici? Y aún mejor, ¿por qué no en tándem?
Pues sí, ahí estamos haciendo una ruta en bici de 20 kilómetros. Tenemos como límite tres horas para hacerla, pero hay que contar también las paradas para hacer fotos o ir al baño. Y, por supuesto, disfrutar de las vistas. El tándem es un poco complicado, ya que te tienes que coordinar bien, pero en seguida le cogemos el truco y disfrutamos del atardecer xianés como si fuéramos los protagonistas de Verano Azul.
A las siete en punto encienden las luces de la muralla y el sol se va ocultando. Es un atardecer mágico, en un lugar histórico y con una agradable temperatura de verano. Pero toca dar por finalizado este segundo día en Xi'an. Le preguntamos a un joven dónde coger el bus y, aunque no sabe nada de inglés saca el móvil y nos indica dónde está la parada. Una vez más, queda demostrado que con un poquito de voluntad se llega a cualquier sitio. Ocurre lo mismo en el restaurante que cenamos cerca del apartamento: la que nos atiende no sabe nada de inglés pero con el móvil conseguimos pedir sin que ningún plato sea picante. Esperando a que nos sirvan Pablo repara en que estamos en un restaurante coreano... y acto seguido una camarera nos echa la bronca para que nos cambiemos de mesa. No entendemos muy bien hasta que nos trae dos bandejas repletas de comida, que, evidentemente, no entraban en la mesa en la que estábamos. Después, la prima segunda de Kim Yong Un resulta ser un encanto, con quien hasta nos hacemos una foto. Y la comida riquísima: por primera vez en todo el viaje, no podemos con toda la comida de lo llenos que estamos. Por favor, ¿dónde está el montacargas hasta la planta 20?
10 sept 2018
Xi'an, la antigua capital china
Si ayer llegábamos en un tren lento a Pingyao nada más amanecer, hoy nos vamos a la misma hora pero en tren bala. Estamos en el país con más kilómetros de alta velocidad del mundo, y moverse en este tipo de tren es cómodo, seguro y asequible. Hoy vamos a Xi'an, que se encuentra a más de 500 kilómetros y el billete nos ha costado unos 18 euros. El único inconveniente es que la estación se encuentra a las afueras de la ciudad, lo mismo que ocurre con algunas estaciones de AVE en España. Pero con nuestras ya depuradas dotes de negociación, cogemos un taxi y llegamos a la pequeña gigantesca estación.
Ayer en Pingyao notamos que, aunque hacía bueno, no terminaba de clarear el día. Había como una bruma que hoy persiste, si es que no ha ido a más. Desde la ventana del tren damos con la respuesta: se trata de contaminación, porque pegadas a la ciudad hay unas fábricas de carbón de tamaños colosales. Tenemos algo menos de tres horas por delante, y entre cabezada y cabezada vamos viendo cómo esa contaminación se va disipando.
A las 11:40 llegamos a Xi'an, antigua capital de China, actual capital de la provincia de Shaanxi y cuya área metropolitana tiene unos ocho millones de habitantes... como si cogemos todo Andalucía y los apretamos una mijita. Su metro sólo tiene tres líneas operativas, pero antes de venir leímos que este mismo año se abren otras dos, con veinte estaciones cada una. ¡¡Cuarenta estaciones casi de golpe!! Pero si en nuestro país cuando abren una se están poniendo la medallita hasta las siguientes elecciones...
Al salir del metro tenemos unos tres kilómetros andando hasta el apartamento que hemos reservado. Como no nos apetece andar, decidimos enlazar con un bus. Pero, ¿con cuál? Con el traductor del móvil, un inglés rudimentario y buena voluntad, un señor con la camiseta de la selección española y un joven con gafitas de empollón, nos dicen el autobús que tenemos que coger. Una vez más queda demostrado que se puede venir a China sin saber nada del idioma, porque la gente, al menos hasta ahora, ha sido muy colaborativa. Aunque parecen reservados y algo tímidos, luego tienen su corazoncito y cerebritos chinos, y mostrándoles nuestra mejor de las sonrisas y diciéndoles un Xie-Xie (gracias en chino), hemos conseguido llegar a todos los sitios. Son como pequeños tamagotchis... no sientes su calor, pero reaccionan a los estímulos.
Y por fin llegamos al apartamento. Se trata de una moderna mole de treinta plantas y diez portales, con varios hoteles y un centro comercial de tres plantas, flanqueadas por otros dos centros comerciales. Además, todo lleno de lucecitas, música y escaparates que te hipnotizan. Va a resultar que es una ventaja que apenas cojan ni Visa ni MasterCard, porque esto podría ser una catástrofe para nuestra economía. Conseguimos que uno de seguridad llame con su móvil al de los apartamentos y por fin damos con él. El apartamento es un bonito estudio en la planta 20, con unas amplias vistas hacia el norte de la ciudad y hacia conjuntos de torres de viviendas.
En Xi'an estaremos tres días completos, así que, nos lo tomaremos con mucha calma. Como ya es hora de comer, probamos en un restaurante de comida rápida china, una especie de ensalada muy pero que muy rica. Aprovechando que veo que tienen café me pido uno; le pregunto que a ver si tiene leche con el traductor y empiezan a poner caras raras... ¿estará poniendo que quiero el café con vaca o algo así? Sale hasta el responsable del local y me dicen tajantemente que no. Pregunto por azúcar, y que tampoco. Bueno, pues nada, café sólo y amargo... y resulta que al abrirlo es café con leche con el azúcar ya incluido. ¿Qué me he perdido?
Cogemos un autobús y nos vamos al centro del centro de la ciudad (es que el del apartamento se ofendió cuando le pregunté cómo ir al centro, ya que según él ya estaba en el centro). La cuestión es que las primeras impresiones de la ciudad son excelentes. Una ciudad casi con un orden europeo, ajardinada, limpia y, sobre todo, con mucha vida. Hay gente paseando y disfrutando de la ciudad: paseando en pareja, jugando con los niños, haciéndose fotos, de compras, ... Tiene pinta de ser una ciudad muy dinámica.
Al igual que en Pekín, aquí también hay una Torre de la Campana y una del Tambor. Habíamos leído que con visitar una bastaba, así que nos decantamos con la de la Campana; se encuentra en una rotonda a la que se accede por el metro muy al estilo del Arco del Triunfo de París. Las vistas de 360 grados son estupendas ya que aquí se juntan los ejes vertical y horizontal de la ciudad dentro de las murallas.
La Torre del Tambor también es una preciosidad, pero a ésta no subimos y la disfrutamos haciéndonos fotos desde fuera. Si ya alucinan al vernos, hay veces que se quedan flipados con el disparo automático de la cámara. Les encanta ver el proceso: cómo coloco la cámara con el trípode, enfoco y salgo corriendo para ponerme delante antes de que la cámara tome la fotografía; luego, les pregunto con gestos a ver qué opinan de la foto y siempre responden con una sonrisa y con el dedo indicando que ha salido bien.
Muy cerca de las dos torres se encuentra el barrio musulmán... porque sí, ¡¡hay chinos musulmanes!! La visita por excelencia es la Gran Mezquita, que llama la atención por ser como un templo chino pero con inscripciones en árabe y un mihrab en la sala de oraciones. Todo sea dicho, no nos parece nada del otro mundo, quizá porque el salto cultural se palparía mejor si estuvieran en plena oración.
Donde sí que nos quedamos gratamente sorprendidos es en las calles del propio barrio musulmán. Uno no sabe ni dónde mirar. Por un lado está el zoco, donde hay muchas tiendas en las que la mayoría de clientes son españoles regateando al máximo pero a su vez gastándose los yuanes y haciéndoles negocio (entre ellos, nosotros). Por otro están calles y calles llenas de tiendas, restaurantes y puestos ambulantes. No sabes qué fotografiar, ni qué comprar, pierdes un poco la noción del tiempo porque no sabes si quieres seguir en el bullicio o huir de él.
Siguiendo la recomendación de la guía que llevamos, probamos en un restaurante los platos típicos de la comida chino-musulmana. Por un lado, cordero al sésamo, unos kebab de ternera y una especie de sopa con noodles, todo realmente delicioso. A la camarera, un tanto mandona pero con pinta de ser buena gente, le conseguimos sacar la sonrisa y le pedimos una foto donde posa haciéndose la interesante. Y en el fondo lo es, porque esa mezcla de ojos chinos pero velo islámico resulta muy exótica para nosotros.
Hoy ha sido un día relativamente tranquilo, pero entre el madrugón y que volvemos a estar en una zona de más calor (ya que hemos bajando 500 kilómetros hacia el sur), estamos agotados. Un último dilema es: el autobús nos cuesta 25 céntimos a cada uno, y el taxi menos de 1,75 euros los dos... Pablo, ¿¿ése está libre??
Ayer en Pingyao notamos que, aunque hacía bueno, no terminaba de clarear el día. Había como una bruma que hoy persiste, si es que no ha ido a más. Desde la ventana del tren damos con la respuesta: se trata de contaminación, porque pegadas a la ciudad hay unas fábricas de carbón de tamaños colosales. Tenemos algo menos de tres horas por delante, y entre cabezada y cabezada vamos viendo cómo esa contaminación se va disipando.
A las 11:40 llegamos a Xi'an, antigua capital de China, actual capital de la provincia de Shaanxi y cuya área metropolitana tiene unos ocho millones de habitantes... como si cogemos todo Andalucía y los apretamos una mijita. Su metro sólo tiene tres líneas operativas, pero antes de venir leímos que este mismo año se abren otras dos, con veinte estaciones cada una. ¡¡Cuarenta estaciones casi de golpe!! Pero si en nuestro país cuando abren una se están poniendo la medallita hasta las siguientes elecciones...
Al salir del metro tenemos unos tres kilómetros andando hasta el apartamento que hemos reservado. Como no nos apetece andar, decidimos enlazar con un bus. Pero, ¿con cuál? Con el traductor del móvil, un inglés rudimentario y buena voluntad, un señor con la camiseta de la selección española y un joven con gafitas de empollón, nos dicen el autobús que tenemos que coger. Una vez más queda demostrado que se puede venir a China sin saber nada del idioma, porque la gente, al menos hasta ahora, ha sido muy colaborativa. Aunque parecen reservados y algo tímidos, luego tienen su corazoncito y cerebritos chinos, y mostrándoles nuestra mejor de las sonrisas y diciéndoles un Xie-Xie (gracias en chino), hemos conseguido llegar a todos los sitios. Son como pequeños tamagotchis... no sientes su calor, pero reaccionan a los estímulos.
Y por fin llegamos al apartamento. Se trata de una moderna mole de treinta plantas y diez portales, con varios hoteles y un centro comercial de tres plantas, flanqueadas por otros dos centros comerciales. Además, todo lleno de lucecitas, música y escaparates que te hipnotizan. Va a resultar que es una ventaja que apenas cojan ni Visa ni MasterCard, porque esto podría ser una catástrofe para nuestra economía. Conseguimos que uno de seguridad llame con su móvil al de los apartamentos y por fin damos con él. El apartamento es un bonito estudio en la planta 20, con unas amplias vistas hacia el norte de la ciudad y hacia conjuntos de torres de viviendas.
En Xi'an estaremos tres días completos, así que, nos lo tomaremos con mucha calma. Como ya es hora de comer, probamos en un restaurante de comida rápida china, una especie de ensalada muy pero que muy rica. Aprovechando que veo que tienen café me pido uno; le pregunto que a ver si tiene leche con el traductor y empiezan a poner caras raras... ¿estará poniendo que quiero el café con vaca o algo así? Sale hasta el responsable del local y me dicen tajantemente que no. Pregunto por azúcar, y que tampoco. Bueno, pues nada, café sólo y amargo... y resulta que al abrirlo es café con leche con el azúcar ya incluido. ¿Qué me he perdido?
Cogemos un autobús y nos vamos al centro del centro de la ciudad (es que el del apartamento se ofendió cuando le pregunté cómo ir al centro, ya que según él ya estaba en el centro). La cuestión es que las primeras impresiones de la ciudad son excelentes. Una ciudad casi con un orden europeo, ajardinada, limpia y, sobre todo, con mucha vida. Hay gente paseando y disfrutando de la ciudad: paseando en pareja, jugando con los niños, haciéndose fotos, de compras, ... Tiene pinta de ser una ciudad muy dinámica.
Al igual que en Pekín, aquí también hay una Torre de la Campana y una del Tambor. Habíamos leído que con visitar una bastaba, así que nos decantamos con la de la Campana; se encuentra en una rotonda a la que se accede por el metro muy al estilo del Arco del Triunfo de París. Las vistas de 360 grados son estupendas ya que aquí se juntan los ejes vertical y horizontal de la ciudad dentro de las murallas.
La Torre del Tambor también es una preciosidad, pero a ésta no subimos y la disfrutamos haciéndonos fotos desde fuera. Si ya alucinan al vernos, hay veces que se quedan flipados con el disparo automático de la cámara. Les encanta ver el proceso: cómo coloco la cámara con el trípode, enfoco y salgo corriendo para ponerme delante antes de que la cámara tome la fotografía; luego, les pregunto con gestos a ver qué opinan de la foto y siempre responden con una sonrisa y con el dedo indicando que ha salido bien.
Muy cerca de las dos torres se encuentra el barrio musulmán... porque sí, ¡¡hay chinos musulmanes!! La visita por excelencia es la Gran Mezquita, que llama la atención por ser como un templo chino pero con inscripciones en árabe y un mihrab en la sala de oraciones. Todo sea dicho, no nos parece nada del otro mundo, quizá porque el salto cultural se palparía mejor si estuvieran en plena oración.
Donde sí que nos quedamos gratamente sorprendidos es en las calles del propio barrio musulmán. Uno no sabe ni dónde mirar. Por un lado está el zoco, donde hay muchas tiendas en las que la mayoría de clientes son españoles regateando al máximo pero a su vez gastándose los yuanes y haciéndoles negocio (entre ellos, nosotros). Por otro están calles y calles llenas de tiendas, restaurantes y puestos ambulantes. No sabes qué fotografiar, ni qué comprar, pierdes un poco la noción del tiempo porque no sabes si quieres seguir en el bullicio o huir de él.
Siguiendo la recomendación de la guía que llevamos, probamos en un restaurante los platos típicos de la comida chino-musulmana. Por un lado, cordero al sésamo, unos kebab de ternera y una especie de sopa con noodles, todo realmente delicioso. A la camarera, un tanto mandona pero con pinta de ser buena gente, le conseguimos sacar la sonrisa y le pedimos una foto donde posa haciéndose la interesante. Y en el fondo lo es, porque esa mezcla de ojos chinos pero velo islámico resulta muy exótica para nosotros.
Hoy ha sido un día relativamente tranquilo, pero entre el madrugón y que volvemos a estar en una zona de más calor (ya que hemos bajando 500 kilómetros hacia el sur), estamos agotados. Un último dilema es: el autobús nos cuesta 25 céntimos a cada uno, y el taxi menos de 1,75 euros los dos... Pablo, ¿¿ése está libre??
9 sept 2018
Pingyao, la ciudad tradicional
A las cinco y media de la mañana suenan en estéreo dos móviles, el nuestro y el de Manuel y Virginia, nuestros compañeros de camarote. Ellos también van a Pingyao, y como nosotros, también están destrozados por la dura "litera blanda" en la que hemos viajado. Lo que también es una piedra es la almohada, y esto es literal: en tres de los cuatro hoteles donde hemos dormido han puesto una almohada en cuyo interior hay pequeñas piedrecitas. Hasta ahora siempre habíamos tenido la versión clásica de almohada, pero esta noche no ha habido opción. Aún así, dadas las circunstancias, hemos podido dormir unas cuantas horas.
Ya en la estación nos despedimos de Virginia y Manuel, y nos vamos caminando hacia la ciudad intramuros donde tenemos el hotel. Es muy temprano, se ve poca gente por la calle, hace fresco y soñamos con una cama... hace años significaría que vamos de la discoteca a casa a dormir la mona, pero no, aquí estamos... compitiendo con otro turista de a ver quién encuentra antes su hotel. Y parece que ganamos, porque somos los primeros en despertar a los señores Cheng y minutos después le vemos entrar en el mismo hotel. Teníamos muchas ganas de alojarnos en este hotel porque son casas tradicionales de huéspedes, con unas 15 habitaciones y dos plantas, con patio interior adornado con plantas y farolillos rojos. Es como un hotel rural pero al estilo chino. Y la habitación, con la cama de colchón duro también era de esperar. Hemos tenido suerte y nos han dado la habitación nada más llegar; como es muy pronto y tenemos todo el día para ver la ciudad, nos echamos a dormir un "ratito" de dos horas.
Con algo menos de "resaca" de sueño, ahora toca desayunar algo. Enseguida encontramos un establecimiento tipo Starbucks, donde tomamos un café americano bastante amargo; para compensar intentamos encontrar un sitio donde vendan algo dulce, pero no lo conseguimos. A primera hora vimos a un hombre friendo una especie de porras, que ya habíamos probado y que ahora buscamos con ansia. Pero nada, aquí puedes encontrar unos noodles picantes a cualquier hora del día, pero como quieras algo de bollería estás perdido.
La ciudad vieja de Pingyao es toda una maravilla. Si ayer Datong nos gustó aún siendo prefabricada, hoy la imperfección de Pingyao nos parece encantadora. De esta ciudad se dice que es una de las mejores conservadas de toda China, y de ahí que sea Patrimonio de la Humanidad. No sólo su muralla, ni sus puertas, ni sus templos, ... sino también las tiendas, los pequeños restaurantes y algunos artesanos que muestran su oficio hacen que no sepas donde mirar, porque cualquier rincón resulta interesante.
Para visitar la ciudad sacamos una entrada que da acceso a todos los monumentos de la ciudad vieja. Una vez más, con el carné de estudiante las sacamos a mitad de precio; ya le hemos cogido el truco, lo mejor es no preguntar y plantar los dos carnés con los billetes del importe exacto; y así, no refunfuñan ni se meten a discutir en un inglés nivel básico.
El primer lugar que visitamos es el Rishengchang, el que se dice fue el primer banco de China. En él se pueden ver diferentes estancias, como la de la contabilidad o la sala de comunicaciones. Resulta curioso que el primer banco no surgiera en lo que hoy sería alguna metrópolis sino en esta localidad de algo menos de 500.000 habitantes.
Hay muchos templos y lugares para visitar; todos son muy bonitos, pero son, una vez más, más de lo mismo. Aunque los visitamos, lo que más nos gusta es callejear y disfrutar del entorno, de sus calles empedradas y de los puestos callejeros. En un puesto, pensando que iba a ser algo dulce, cogemos un pincho de lo que parece piña... y resulta que es arroz prensado con colorante amarillo. Una bebida que tiene bastante éxito en China es el zumo de mango; hemos tomado ya varias veces y está muy rica.
En esta ciudad también nos sorprende que hay muchos gatos y perros. Por lo que vemos, las familias viven en la trastienda de sus negocios, así que las mascotas suelen pasearse por delante de la tienda.
Cuando va cayendo la tarde, nos sentamos frente a la muralla a descansar... e inventamos un nuevo juego que consiste en hacer saludarnos a la gente que va en moto o en bici. Todo el que pasa y nos ve vuelve a remirar, sorprendidos de que no seamos chinos; muchos se muestran interesados pero tímidos, así que al saludarles y decirles "nihao" nos sonríen y nos saludan contentos de haber entablado una especie de comunicación con un occidental. Excepto en las grandes ciudades como Shanghái y Pekín, en el resto de ciudades nos han pedido que nos hagamos fotos con ellos, y nosotros, las hacemos gustosamente porque su sonrisa y agradecimiento nos reconforta.
Un último paseo ya con las calles iluminadas acaba por confirmarnos que ha merecido la pena dedicar un día a pasear por esta bonita ciudad. Ha sido como un viaje en el tiempo a la China tradicional, pero con las comodidades de la China moderna.
Ya en la estación nos despedimos de Virginia y Manuel, y nos vamos caminando hacia la ciudad intramuros donde tenemos el hotel. Es muy temprano, se ve poca gente por la calle, hace fresco y soñamos con una cama... hace años significaría que vamos de la discoteca a casa a dormir la mona, pero no, aquí estamos... compitiendo con otro turista de a ver quién encuentra antes su hotel. Y parece que ganamos, porque somos los primeros en despertar a los señores Cheng y minutos después le vemos entrar en el mismo hotel. Teníamos muchas ganas de alojarnos en este hotel porque son casas tradicionales de huéspedes, con unas 15 habitaciones y dos plantas, con patio interior adornado con plantas y farolillos rojos. Es como un hotel rural pero al estilo chino. Y la habitación, con la cama de colchón duro también era de esperar. Hemos tenido suerte y nos han dado la habitación nada más llegar; como es muy pronto y tenemos todo el día para ver la ciudad, nos echamos a dormir un "ratito" de dos horas.
Con algo menos de "resaca" de sueño, ahora toca desayunar algo. Enseguida encontramos un establecimiento tipo Starbucks, donde tomamos un café americano bastante amargo; para compensar intentamos encontrar un sitio donde vendan algo dulce, pero no lo conseguimos. A primera hora vimos a un hombre friendo una especie de porras, que ya habíamos probado y que ahora buscamos con ansia. Pero nada, aquí puedes encontrar unos noodles picantes a cualquier hora del día, pero como quieras algo de bollería estás perdido.
La ciudad vieja de Pingyao es toda una maravilla. Si ayer Datong nos gustó aún siendo prefabricada, hoy la imperfección de Pingyao nos parece encantadora. De esta ciudad se dice que es una de las mejores conservadas de toda China, y de ahí que sea Patrimonio de la Humanidad. No sólo su muralla, ni sus puertas, ni sus templos, ... sino también las tiendas, los pequeños restaurantes y algunos artesanos que muestran su oficio hacen que no sepas donde mirar, porque cualquier rincón resulta interesante.
Para visitar la ciudad sacamos una entrada que da acceso a todos los monumentos de la ciudad vieja. Una vez más, con el carné de estudiante las sacamos a mitad de precio; ya le hemos cogido el truco, lo mejor es no preguntar y plantar los dos carnés con los billetes del importe exacto; y así, no refunfuñan ni se meten a discutir en un inglés nivel básico.
El primer lugar que visitamos es el Rishengchang, el que se dice fue el primer banco de China. En él se pueden ver diferentes estancias, como la de la contabilidad o la sala de comunicaciones. Resulta curioso que el primer banco no surgiera en lo que hoy sería alguna metrópolis sino en esta localidad de algo menos de 500.000 habitantes.
Hay muchos templos y lugares para visitar; todos son muy bonitos, pero son, una vez más, más de lo mismo. Aunque los visitamos, lo que más nos gusta es callejear y disfrutar del entorno, de sus calles empedradas y de los puestos callejeros. En un puesto, pensando que iba a ser algo dulce, cogemos un pincho de lo que parece piña... y resulta que es arroz prensado con colorante amarillo. Una bebida que tiene bastante éxito en China es el zumo de mango; hemos tomado ya varias veces y está muy rica.
En esta ciudad también nos sorprende que hay muchos gatos y perros. Por lo que vemos, las familias viven en la trastienda de sus negocios, así que las mascotas suelen pasearse por delante de la tienda.
Cuando va cayendo la tarde, nos sentamos frente a la muralla a descansar... e inventamos un nuevo juego que consiste en hacer saludarnos a la gente que va en moto o en bici. Todo el que pasa y nos ve vuelve a remirar, sorprendidos de que no seamos chinos; muchos se muestran interesados pero tímidos, así que al saludarles y decirles "nihao" nos sonríen y nos saludan contentos de haber entablado una especie de comunicación con un occidental. Excepto en las grandes ciudades como Shanghái y Pekín, en el resto de ciudades nos han pedido que nos hagamos fotos con ellos, y nosotros, las hacemos gustosamente porque su sonrisa y agradecimiento nos reconforta.
Un último paseo ya con las calles iluminadas acaba por confirmarnos que ha merecido la pena dedicar un día a pasear por esta bonita ciudad. Ha sido como un viaje en el tiempo a la China tradicional, pero con las comodidades de la China moderna.
8 sept 2018
Datong, la nueva ciudad antigua
A pesar de estar en un mundo cada vez más globalizado, hay cosas cuya percepción puede ser totalmente opuesta. Mientras que a nosotros los lugares con exceso de neones y luces que cambian de color nos pueden parecer pasados de moda e incluso horteras, aquí en China siguen en pleno auge. Un ejemplo es la estación de tren de Datong, que está frente al hotel, y que tiene los rebordes del edificio con neones de colores. Se ve que a los chinos les encantan las cosas que llaman la atención, las mezclas de realidad y fantasía que a veces rozan lo infantil. Seguramente más de un chino se haya metido en Europa a algún bar de carretera "con neones" y le hayan dado rollito aunque no de primavera.
Sin embargo, en nuestro hotel parece que ha ocurrido lo contrario: es un lujoso hotel por el que sí han pasado los años, y donde parece que hay una concentración de chonis rusas a las que se suman dos jovencitas españolas con look gipsy-king... ¡¡esos pendientes de aro tienen que pitar en todos los controles!!
El motivo de visitar Datong se debe a que está cerca de los dos enclaves turísticos más importantes de la provincia de Shanxi. Por un lado, el Monasterio Colgante que se encuentra a 200 kilómetros pero que no visitaremos por falta de tiempo. Por otro, las cuevas de Yungang que se encuentran cerca de la ciudad y a las que les dedicaremos toda la mañana.
Las cuevas de Yungang son uno de los ejemplos más excepcionales de arte rupestre budista en China. Hay esculpidas en torno a 51.000 estatuas repartidas por 252 cuevas de diferentes tamaños, que se empezaron a escavar en el siglo V. En algunas de esas cuevas se puede entrar para ver las enormes estatuas budistas. Las cuevas estaban inicialmente tapadas por una estructura de madera, pero sólo algunas de esas estructuras se conservan hoy en día. Además, las esculturas inicialmente estaban pintadas, pero a día de hoy sólo algunas de ellas conservan los colores originales.
Además de las cuevas, que ocupan una ladera de un kilómetro de largo, también hay un templo bordeado por un lago. Aunque hay muchos turistas el ambiente es muy relajado, y como no hay occidentales, somos la sensación del lugar. Lo que nos llama la atención es que en la señalización tan pronto ponen traducción en inglés, como en francés e incluso alguna en español... como para ellos se escribe todo con el mismo alfabeto, pensarán que es un único idioma.
Lo que queda de día lo dedicaremos a ver la ciudad de Datong. Como otras ciudades de China, el casco histórico se concentra en un área comprendida por un cuadrado gigante, demarcado por las murallas. En este caso, podríamos hablar de la "nueva ciudad antigua", ya que todo el centro, murallas incluidas, ha sido reconstruido prácticamente desde cero. Un alcalde de la ciudad hizo una gallardonada y decidió invertir cantidades ingentes de dinero para reconstruir la parte histórica y así atraer el turismo. La verdad es que les está quedando muy bien... como parque temático.
Al cruzar la muralla visitamos un mercado de baserritarras Datongtarras. Tienen verduras, frutas y productos elaborados realmente raros. Hay cosas que dudas de si son para comer o para limpiar el baño... aunque probamos sin pudor todo lo que nos ofrecen.
En la ciudad hay varios templos interesantes, aunque dado que no conocemos su historia, optamos por pasar un poco de largo. Tan sólo entramos a ver el tercer muro de los nueve dragones... con este ya hemos visto veintisiete criaturitas. También nos damos un paseo por la muralla, donde nos hacemos fotos con gente vestida con lo que pensamos será el vestido tradicional.
Fuera de la ciudad antigua nos vamos de tiendas. La ropa en general tiene el mismo precio que en España, pero las tallas parecen diferentes. Incluso en marcas internacionales como Polo, nos da la sensación de que las proporciones son diferentes, porque las mangas siempre quedan cortas... o quizá es que hemos comido demasiado y los desproporcionados somos nosotros. Pablo piensa que todas las tiendas son de copias, incluidas las tiendas de Adidas y Nike, en las que asegura que han copiado hasta el estilo de la tienda. Pero, a juzgar por los precios y la disposición de la tienda, yo estoy convencido de que son auténticas. Pero si todo el mundo viste de Gucci y de Balenciaga, es normal que la sospecha planee sobre nosotros.
Otra cosa que llevamos observando desde el inicio del viaje es que casi todo el mundo paga con el móvil; independientemente de la cantidad y el establecimiento, en todos los sitios tienes un código bidi para pasar por el móvil y efectuar el pago. Incluso en algunos sitios hemos llegado a ver pago con el reconocimiento facial... y así te lo llevas por tu cara bonita.
Damos un paseo final por la muralla que está ya iluminada: en las almenas hay luces rojas que imitan a farolillos, y en las puertas y esquinas hay templos que están iluminados. Después, cenamos en un centro comercial, aunque no tenemos mucho atino ya que el menú que pedimos pica lo que no está escrito y decidimos dejar la mitad para salvar nuestro sistema gastro-intestinal. Hoy pasaremos la noche en el tren a Pingyao, donde hemos reservado dormir en litera en un compartimento para cuatro. Con la duda de con quién nos tocará subimos al tren, y, para nuestra sorpresa, nuestros compañeros nocturnos son una pareja de madrileños. Charlamos sobre nuestros respectivos viajes y como ya es tarde nos disponemos a dormir... o a intentarlo con el chacachá del tren.
Sin embargo, en nuestro hotel parece que ha ocurrido lo contrario: es un lujoso hotel por el que sí han pasado los años, y donde parece que hay una concentración de chonis rusas a las que se suman dos jovencitas españolas con look gipsy-king... ¡¡esos pendientes de aro tienen que pitar en todos los controles!!
El motivo de visitar Datong se debe a que está cerca de los dos enclaves turísticos más importantes de la provincia de Shanxi. Por un lado, el Monasterio Colgante que se encuentra a 200 kilómetros pero que no visitaremos por falta de tiempo. Por otro, las cuevas de Yungang que se encuentran cerca de la ciudad y a las que les dedicaremos toda la mañana.
Lo que queda de día lo dedicaremos a ver la ciudad de Datong. Como otras ciudades de China, el casco histórico se concentra en un área comprendida por un cuadrado gigante, demarcado por las murallas. En este caso, podríamos hablar de la "nueva ciudad antigua", ya que todo el centro, murallas incluidas, ha sido reconstruido prácticamente desde cero. Un alcalde de la ciudad hizo una gallardonada y decidió invertir cantidades ingentes de dinero para reconstruir la parte histórica y así atraer el turismo. La verdad es que les está quedando muy bien... como parque temático.
Al cruzar la muralla visitamos un mercado de baserritarras Datongtarras. Tienen verduras, frutas y productos elaborados realmente raros. Hay cosas que dudas de si son para comer o para limpiar el baño... aunque probamos sin pudor todo lo que nos ofrecen.
En la ciudad hay varios templos interesantes, aunque dado que no conocemos su historia, optamos por pasar un poco de largo. Tan sólo entramos a ver el tercer muro de los nueve dragones... con este ya hemos visto veintisiete criaturitas. También nos damos un paseo por la muralla, donde nos hacemos fotos con gente vestida con lo que pensamos será el vestido tradicional.
Fuera de la ciudad antigua nos vamos de tiendas. La ropa en general tiene el mismo precio que en España, pero las tallas parecen diferentes. Incluso en marcas internacionales como Polo, nos da la sensación de que las proporciones son diferentes, porque las mangas siempre quedan cortas... o quizá es que hemos comido demasiado y los desproporcionados somos nosotros. Pablo piensa que todas las tiendas son de copias, incluidas las tiendas de Adidas y Nike, en las que asegura que han copiado hasta el estilo de la tienda. Pero, a juzgar por los precios y la disposición de la tienda, yo estoy convencido de que son auténticas. Pero si todo el mundo viste de Gucci y de Balenciaga, es normal que la sospecha planee sobre nosotros.
Otra cosa que llevamos observando desde el inicio del viaje es que casi todo el mundo paga con el móvil; independientemente de la cantidad y el establecimiento, en todos los sitios tienes un código bidi para pasar por el móvil y efectuar el pago. Incluso en algunos sitios hemos llegado a ver pago con el reconocimiento facial... y así te lo llevas por tu cara bonita.
Damos un paseo final por la muralla que está ya iluminada: en las almenas hay luces rojas que imitan a farolillos, y en las puertas y esquinas hay templos que están iluminados. Después, cenamos en un centro comercial, aunque no tenemos mucho atino ya que el menú que pedimos pica lo que no está escrito y decidimos dejar la mitad para salvar nuestro sistema gastro-intestinal. Hoy pasaremos la noche en el tren a Pingyao, donde hemos reservado dormir en litera en un compartimento para cuatro. Con la duda de con quién nos tocará subimos al tren, y, para nuestra sorpresa, nuestros compañeros nocturnos son una pareja de madrileños. Charlamos sobre nuestros respectivos viajes y como ya es tarde nos disponemos a dormir... o a intentarlo con el chacachá del tren.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)