17 ago 2016

Tesalónica: La visita

Desde que escribimos el blog para contar nuestros grandes viajes, hoy es la primera vez que nos vemos en la necesidad de publicar dos entradas para un mismo día... y es que nos ha ocurrido algo tan inesperado como importante en nuestras vidas. En esta entrada hablamos de la visita, y en la siguiente, del evento... no hay que saltarse ninguna, eh?


Aunque terminaremos el día muy felices, empezamos nuestra visita a la capital de la región de Macedonia Central por un lugar triste: el Cementerio de los Aliados. Este es uno de esos sitios que aunque no nos tocan, no dejan de ser sobrecogedores pues hay unas 21.000 tumbas de solados serbios, franceses, ingleses, italianos y rusos. Cayeron en la Primera Guerra Mundial y visualizar las miles de cruces alineadas casi milimétricamente es un ejercicio para reflexionar sobre los errores en los que no debemos volver a caer.


Tesalónica es la segunda ciudad más grande de Grecia y, aunque muchos no la visitan, tiene mucho que ofrecer. Es cierto que está algo descuidada y que hay mucho tráfico y gente de un lado para otro. Pero si uno se fija bien puede ver que tiene edificios muy bonitos que aún reflejan un esplendor pasado. Además, es una ciudad que mira al mar, lo cual le da un aire más abierto y agradable para pasear.


Entre sus monumentos hay joyas catalogadas como Patrimonio Mundial, como lo es el conjunto de iglesias bizantinas que datan de los siglos del cuarto al catorce. Tesalónica fue la segunda ciudad más importante del imperio bizantino hasta que cayó en manos otomanas. Al igual que como hicieran en Estambul con Santa Sofía, decidieron convertir las iglesias en mezquitas, tapando las pinturas y mosaicos con escayolas. Gracias a esa reutilización han llegado a nuestros días e incluso se han podido recuperar muchas pinturas y mosaicos. A lo mejor estos turcos fueron los precursores de las tres erres: reducir, reutilizar y reciclar. ¡¡Todos unos ecologistas!! Visitamos varias de las iglesias y, aunque quizá por fuera no es la más bonita, la de San Demetrio es la que más nos llama la atención; es la más grande y acoge los restos del santo San Demetrio, patrón de la ciudad.


El aire húmedo delata que estamos cerca del mar, aumentando la sensación de calor. Para refrescarnos nos tomamos un café frappé bien fresquito, y así descansamos un poco, ya que el cansancio de los doce días de viaje se va a acumulando. Después visitamos los monumentos de la era romana de la ciudad, entre ellos el ágora y el arco y el mausoleo de Galerio. Este último edificio es conocido como La Rotonda, y pretendía ser la tumba que mandó construir para sí mismo el emperador romano Galerio. Sin embargo, su cuerpo nunca fue enterrado aquí y se destinó a ser mezquita e iglesia. Su minarete es el único que queda en Tesalónica y el interior de la Rotonda es muy interesante, ya que, similar al Panteón de Agripa de Roma, se trata de un edificio circular sin ninguna columna en el interior... Ingeniería romana que bien merece el título de la Unesco.


Es ya mediodía y el calor aprieta... así que el museo es un buen lugar para refugiarse del astro rey. Como en otros que hemos visitado, hay un buen conjunto de cerámicas, esculturas y columnas dóricas. También es de destacar las coronas de hojas hechas en oro de la nobleza macedonia. Pero si duda, la joya del museo es algo que hasta ahora ni sabíamos de su existencia: El Papiro de Derveni. Aunque roto en pedacitos, los 226 fragmentos que lo componen son el manuscrito más antiguo de Europa, de hace unos 2.300 años...y escritos con buena letra.


En la capital de la antigua Macedonia no podían faltar los honores a su gran héroe: Alejandro Magno. Aunque la ciudad recibe el nombre de su hermanastra Salónica, uno de los iconos de la ciudad es la estatua ecuestre del rey Alejandro III. Junto a él, y a tamaño real, se muestran las lanzas y escudos que llevaba su ejército. Mucha mousaka tendrían que comer para poder transportarlos y usarlos en combate porque son gigantes.


Otro de los iconos de la ciudad es la que se conoce como Torre Blanca. Esta torre circular formaba parte de la muralla que mandó construir Suleimán el Magnífico durante la ocupación otomana. Cuando cayó el imperio otomano se mandó pintar de blanco en señal de purificación, y de ahí toma su sobrenombre. No debieron de utilizar pintura de muy buena calidad porque blanca, lo que se dice blanca, no parece que sea.


Otra joya que esconde la ciudad es la casa natal de Mustafa Kemal Atatürk, fundador y presidente de la actual Turquía. Cualquiera que haya estado en ese país sabrá lo mucho que le veneran: sus fotos están por todas partes, desde en un bar hasta en un supermercado. No sabemos cómo les sentará a los turcos que su gran héroe naciera en la Grecia otomana y que en la actualidad su casa natal esté en otro país. Al menos les queda el consuelo de que esté custodiada por turcos, dado que está dentro del recinto del consulado de ese país. Sin darnos cuenta parecemos muy fans de Atatürk, ya que hemos estado en su casa natal, en Estambul donde murió y en Ankara en su mausoleo. Ya tenemos excusa para visitar el país de Macedonia, pues estudió allí en Monastir, la actual Bitola.


Hemos hecho hambre y hacemos una comida-merienda-cena a las cinco de la tarde, pues por fin hemos encontrado un lugar donde sirven gemistá. Este plato que habíamos visto pero que aún no habíamos probado, se compone de unos pimientos rellenos de arroz. Están muy ricos y los acompañamos con otro plato típico del cual no recordamos el nombre, muy parecido al pisto pero con berenjena y patata. ¡¡Nada como la cocina mediterránea!!

Paseando por la ciudad, viendo tiendas y gente pasar, nos ocurre algo que nadie se podía imaginar que nos fuera a ocurrir aquí y ahora... esta tarde la recordaremos para toda la vida.

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