Hoy vamos a disfrutar de un día predominantemente de naturaleza, en el área norte de los montes Pindo, en la región periférica de Epiro. Empezamos con las ruinas griegas de la antigua ciudad de Dodóni del año 1000 antes de Cristo. No son de las más visitadas y, como aún es temprano, el excesivo funcionariado se encuentra charlando, fumando y tomando café frappé. Pero ahí llegamos nosotros para que tomen posiciones... por delante de un grupo de franceses que llega en segundo lugar. ¡¡Para que luego digan de los españoles!!
Todas las ruinas que visitamos tienen alguna peculiaridad que las diferencian del resto, y las de Dodóni no son una excepción. Por un lado, aquí está uno de los teatro más grandes de Grecia, al que sólo le falta que vendan las entradas en Atrapalo. Por otro, aquí se encontraba el Oráculo de Zeus, el segundo más importante después del de Delfos. En torno a un árbol ponían unos calderos de bronce y con el tintineo de los calderos y el sonido del follaje del árbol, daban respuesta a las predicciones que los griegos solicitaban. El árbol original ya no existe, pero en su lugar han plantado otro para que uno se haga una idea. Frente a él, en una columna con forma hondeada hay muchas monedas, seguramente para pedir suerte y fortuna a lo que pueda quedar del Oráculo. Echamos una moneda de diez céntimos para ver si funciona... y horas después recibimos el mensaje de que hemos acertado una primitiva de tres números... ¡¡hay si hubiésemos echado toda la calderilla que llevábamos encima!! Por ahora el Oráculo no me librará de las bases de datos Oracle.
A pocos kilómetros entramos en el área protegida de los montes Pindos del norte, declarado Geoparque Global por la Unesco. De estos montes cubiertos por un frondoso manto verde se embotella el agua que hemos estado bebiendo durante el viaje, Zagori y Bicos, cuyas fábricas vemos desde la carretera. En la oficina de acogida al visitante, un funcionario bien aleccionado nos organiza en un momento una ruta para todo el día, mientras su compañera navega por internet.
Visitamos los pueblos de Dilofo y Kipi, con un estilo arquitectónico basado en piedra clara, creando conjuntos con mucha armonía salpicados por plantas de colores. Con el lienzo verde de fondo parecerían un sitio idílico para dar un paseo, pero el suelo empedrado de forma irregular hace que uno esté más atento a no tropezar que a disfrutar de las vistas. Lo mejor es sentarse en un buen mirador y disfrutar de la tranquilidad y del aire puro.
Otro de los atractivos de esta zona son sus puentes de piedra. Los hay grandes y pequeños, y de un arco o de varios. Visitamos los puentes de Arkouda, Zagorochoria, Noutsou y Kokkori. Es verano y ahora los ríos están secos, pero aún así, son preciosos. No sé qué tienen los puentes, pero hay algo en ellos que nos atrae... quizá porque simbolizan la unión y el acercamiento, quizá porque sirven para superar las barreras de la vida. ¡¡Ay que estamos en el ecuador de nuestro viaje y ya estoy filosofando!!
Desde un pueblecito llamado Vradeto hacemos una ruta a pié de media hora por trayecto, hasta el mirador de la garganta del río Vikos. Al llegar, un espectacular cañón de 900 metros de profundidad y 1100 metros de ancho aparece ante nosotros, inscrito en el libro Guinness de los récords por sus características. Como unas deidades griegas sentimos el paraíso bajo nuestros pies... es simplemente espectacular.
Más tarde visitamos Vitsa y Monodendri. En ésta última comemos, ya que hay muchos restaurantes, con cierto aire a la sierra de Madrid. Después, visitamos un monasterio cercano, desde el cual se disfruta de otra perspectiva del cañón. Incluso hay un camino esculpido en la pared de una montaña, no apta para gente con vértigo. Os propongo un juego para que conozcáis sus dimensiones... en esta foto, ¿dónde está Pabli?
En Monodendri hacemos un 'Rosana en Sonabia': nos perdemos en un pueblo con no más de veinte casas y dos calles. Tras unos momentos de controlado nerviosismo, por fin encontramos el coche y concluimos este día disfrutando de la naturaleza griega.
Hoy nos alojaremos en Ioannina, capital de la región de Epiro. Al llegar, si no fuera porque en ningún momento hemos tenido que enseñar el pasaporte, parecería que hemos llegado hasta Turquía. La ciudad sólo tiene un par de monumentos interesantes: la mezquita de Alí Pachá y la muralla, herencia de los otomanos. En los alrededores están también las cuevas de Pérama, pero no las visitamos ya que consideramos que, con todas las que hemos visitado en nuestros viajes, poco nuevo tienen para aportarnos. Lo más agradable resulta ser un paseo por el borde del lago, por el cual los locales pasean en esta tarde de domingo. Tras cenar en un restaurante italiano, terminamos el día en Amfithea, donde está el hotel donde dormiremos. Desde el balcón de la habitación observamos con la fresca el lago y las lucecitas que destellan en Ioannina... y desde donde se vislumbran los montes que hemos recorrido.
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