10 ago 2016

Curvas de Arcadia y Laconia

Desde que se popularizó el uso del microondas, no recuerdo haber usado un cueceleches... ¡¡hasta hoy!! Estamos en un modesto apartamento en plena montaña y hasta aquí no ha llegado ni los microondas, ni las pantallas planas, ni las mamparas de ducha. Pero como somos unos viajeros, que no turistas, nos adaptamos a todo: si ayer tirábamos del aire acondicionado, hoy ponemos la calefacción para descender desde las montañas Parnon.

 

Empezamos una ruta por el sur del Peloponeso y nuestra primera parada es el Moni Elonis, un monasterio colgado en la ladera de un monte. Aunque no lo parezca, el acceso es muy fácil y se puede dejar el coche hasta la misma puerta. Como está todo abierto, nos damos un paseo por dentro, viendo por fuera las celdas de los monjes, las vistas y la iglesia, donde comienza una misa cantada. Después de los que vimos en Israel y Palestina, empezamos a pensar que a estos monjes ortodoxos les encanta construir los monasterios en lugares poco ortodoxos.



Cuando uno piensa en Grecia se imagina sobre todo en sus playas y en sus lugares históricos. Sin embargo, pocos saben que el 80% de la superficie del país es montañosa, y menos aún pueden imaginarse que hay hasta pistas de esquí. Nosotros comprobamos lo montañoso del terreno y lo sinuoso de sus carreteras, necesitando más tiempo del esperado en los desplazamientos. Como un comecocos de Basauri-Garbi, vamos ascendiendo y descendiendo por puertos de montaña, admirando los paisajes y encontrándonos con muchos santuarios de carretera. ¿Que qué son? Pues son una especie de ermita, iglesia o templo de miniatura sobre un templete al lado de la carretera. Muchos pensarán que es para recordar a alguien cuya vida se paró en ese punto kilométrico, y llevan parte de razón; pero en muchos casos son de agradecimiento, cuando alguien tuvo un trágico accidente y da las gracias poder continuar circulando por la vida.



Y circulando y circulando por terrenos llenos de olivos llegamos hasta nuestro siguiente destino. Si mezclas un poco de Gibraltar, otro de Dubrovnik y añades unas casitas tipo Belén, obtienes un pueblo que se llama Monemvasia. Se trata de un peñón que antiguamente estuvo aislado del continente, amurallado y con casitas de piedra bajas. Su nombre significa 'una sola entrada' y es muy acertado, ya que sólo se puede acceder a él por una puerta. De hecho, el haber estado aislado ha permitido que parte de sus construcciones lleguen hasta nuestros días. Sus calles empedradas, las casas restauradas y un ambiente muy agradable, la convierten en visita obligada por el Peloponeso, aunque resulte difícil capturar en una foto todos los elementos que la hacen inolvidable.


En tierras mediterráneas no podían faltar los naranjos y, con tanta naranja desaprovechada paramos en una plantación para recoger una muestra y probarlas: no tienen un aspecto muy uniforme y quizá por eso sorprenden lo ricas que están. Vitaminándonos entramos en la península de Monis, donde visitamos Areopolis. Casi todo el pueblo gira en torno a una calle donde hay tres iglesias y muchos restaurantes. Es un sitio en el que su tranquilidad actual contrasta con su pasado: aquí fue donde empezó la guerra de independencia griega en 1821, y muy cruel debió de ser como para ponerle ese nombre que significa 'ciudad de Ares', que era el dios de la guerra. Nosotros lo que matamos aquí es el hambre: en un restaurante probamos el saganaki, un aperitivo típico que consiste en una crema de queso frito, muy pero que muy rico.


La arquitectura de la península de Mani es muy peculiar: salpicadas por los montes pelados se ven casas de piedra con forma de torre, todas muy parecidas, como si se hubiesen hecho con el mismo plano; incluso las nuevas construcciones tienen la misma forma. El lugar donde hay mayor concentración de este tipo de casas-torre es en un pueblo situado en lo alto de una cima, llamado Vatheia. Parece el escenario de una película: podría ser antigua, imaginaria o de miedo, porque, aunque restauradas, la mayoría de casas están vacías.

El resto del día lo dedicamos a la buena vida, hasta tal punto que se nos olvida dejar muestra fotográfica. Nos abandonamos al descanso en una preciosa playa de piedras llamada Gerolimenas, donde hacemos snorkel y vemos unos enormes cangrejos. Luego conducimos hasta Sparta, donde dormiremos hoy. El recepcionista chapurrea el castellano y resulta muy divertido. '¿Cuántas estrellas tiene este hotel, Dimitri?' 'Tri'. Nos aconseja un restaurante con jardín en el que terminamos cenando después de dar un paseo por el centro, ya que vemos que sirven taramosalata, una crema hecha con huevas de pescado. También probamos el pastitsio, una especie de moussaka hecha con macarrones. Esta ciudad ¡¡esparta-rse a comer!!

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