Aún así, tenemos todo el día para despedirnos, así que, salimos del modesto pero acogedor hotel de sólo dos estrellas de Tebas para hacer una parada en un lugar que elegimos casi al azar: Chalkida. Elegimos esta ciudad por encontrarse entre la península y la isla de Evia, y que, aunque sólo sea por su situación geográfica, pensamos será agradable. Aunque las calles de pisos no son muy agraciadas, las calles peatonales resultan muy interesantes, pues están llenas de tiendas, aunque están cerradas por ser domingo. Pero sin duda el lugar más bonito es el largo paseo marítimo, lleno de restaurantes y cafeterías. Damos un largo paseo, por pequeñas playas con sombrillas de paja y residencias vacacionales que imaginamos son el lugar de escape para los atenienses.
También nos despedimos de la gastronomía del país, y por todo lo alto. En uno de los restaurantes que miran al mar, degustamos unas croquetas de flor de berenjena, cabrito con salsa de limón y un último gyros, el plato estrella de la cocina griega (mucho más habitual que la famosa moussaka). La música griega, incluida la típica canción de anuncio, hacen perfecto el momento. Después, terminamos en una cafetería chill-out con uno de esos helados artesanos que tantas veces han refrescado los momentos de calor, y un café que, aunque caliente, siempre refresca el paladar y calma la sed.
Cae la tarde y tiramos la toalla... ¡¡literalmente!! Para aligerar la maleta nos deshacemos de ropa y complementos que, aunque en buen estado, trajimos sin billete de vuelta. Con las maletas organizadas y con aroma a aceituna arrugada, le decimos adiós por última vez al mar Egeo en Nea Palatia. Marcamos en el GPS la última dirección de este viaje: el aeropuerto internacional de Atenas. Esto se acaba y haciendo balance, nos da la sensación de que fue hace meses cuando aterrizamos casi sin dormir en el aeródromo ateniense. Como resistiéndonos a volver, vienen a nuestra cabeza los recuerdos y vivencias de estos días...
Grecia ha sido un país ideal para pasar las vacaciones, ya que combina cultura, descanso y gastronomía. Pocos países pueden presumir de albergar ruinas griegas, romanas y micénicas, monasterios bizantinos, tumbas macedonias, canales como el de Corinto, pueblos otomanos, lugares mágicos como Meteora y hasta el manuscrito más antiguo de Europa. Hemos visto cosas y lugares que han estado ocultos durante miles de años y que revelan el pasado de la humanidad, de los que tanto hay que aprender.
Pero también ha habido bellos sitios sitios donde descansar. No sólo en las tranquilas playas de agua cristalina de los mares Egeo y Jónico, sino también en las altas y verdes montañas que predominan en el país heleno. No ha habido día en el que no hayamos visto el mar, y, en la mayoría hemos podido disfrutar también del monte. Aquí no hay que renunciar a nada cuando se pregunta si uno es más de playa o montaña.
El tiempo de agosto ha sido bastante caluroso. Aunque no ha sido un problema para nosotros, hay que estar muy motivados para ver ruinas con 36 grados a la sombra... pero basta con pensar en las vacaciones en los Bálticos para agradecer este tiempo tan soleado. Quizá sea este clima el que moldea el carácter de los griegos: son gente relajada, que parece vivir sin prisas... pero quizá en exceso. Pensamos que esa tranquilidad va combinada con descuido, ya que se percibe que son prácticos pero que descuidan la estética. Las ciudades por lo general no están bien mantenidas: es fácil encontrar basura esparcida, pintadas, aceras irregulares y mobiliario urbano roto. Esa parsimonia tiene también su lado positivo: son gente bien intencionada, amable y evita crear una sociedad abarrotada de normas. Por ejemplo, se puede aparcar en cualquier sitio, ir en moto sin casco, fumar en los restaurantes, ... es un país sin estrés.
Nos ha sorprendido que, siendo un país que entró mucho antes en la Unión Europea, está mucho más atrasado que España. Sin embargo, los precios son más caros, especialmente la ropa y el calzado; la gasolina es un 20% más cara que en España y hay mucha diferencia entre estaciones. Por otro lado, nos ha llamado la atención que salir a comer es muy asequible, tanto para nosotros como para los propios griegos, pues es habitual verlos llenando tabernas y cantinas.
Casi 4.000 kilómetros dan lugar para muchas vivencias, y aquí hemos narrado lo más destacable. Casados y cansados ponemos punto y final mientras volamos rumbo a Madrid, pensando ya en el que será nuestro próximo destino. A los que nos habéis seguido os decimos 'gracias' o como dicen aquí... ευχαριστίες!!