21 ago 2013

Iwakuni e Hiroshima

Como viene siendo habitual, ya desde muy temprano el sol aprieta. Todos los días nos levantamos pensando que, al ser tran pronto hará fresquito en la calle pero, por lo que nos comentan, agosto está siendo muy caluroso, y hoy no es una excepción. De todas formas, mucho mejor el calor húmedo a que llueva y que tengamos que ir paraguas en mano.

Cogemos un tren muy temprano y llegamos a Kawanishi, en el municipio de Iwakuni, para visitar uno de los puentes más importantes: el puente de Kintai. Se trata de un puente de cinco arcos hecho de madera, en el que no se han utilizado clavos. Servía para conectar ambos lados del río, y poder llegar al castillo que se encuentra en el monte. Hay un funicular que lleva a la parte superior para poder visitar el castillo, pero, como ayer ya vimos dos, decidimos quedarnos abajo, paseando por los jardines, fuentes y casas de samurais. También aprovechamos para descansar un poco y descargar el cansancio que empezamos a acumular.

Volvemos a Hiroshima en el mismo tren, donde una pasajera de avanzada edad va leyendo un libro escrito con kanji. A juzgar por las veces que se queda dormida, pensamos que, tal vez dentro de un par de años consiga terminar de leerlo. Comemos en la estación y probamos las momiji manju, unas galletas con forma de hoja de arce y rellenas de chocolate, crema, queso, etc. Lo que nadie nos dijo es que hay unas rellenas de mermelada de alubias... que no está mal, pero que no nos acaba de convencer.



En Japón es bastante habitual que la gente se ofrezca como guías turísticos para extranjeros. Hace unas semanas contactamos con una de ellas, y quedamos hoy a las dos del mediodía. Con puntualidad Japonesa, nuestra guía Yoko acude a la cita y comenzamos la visita a la ciudad. De camino al primer lugar, hablamos de diferentes temas, entre ellos de nuestro viaje, de su afición al castellano, de la enseñanza, política, ... Nada como poder hablar tranquilamente con alguien del lugar para poder conocer un poco mejor el dia a día japonés y entender sus costumbres.

El primer lugar que visitamos es el jardín de Shukkei-en, del año 1620 y mandado construir por un señor feudal. Hay diferentes casas de té, y Yoko nos comenta que hay una puerta pequeña por la que se entra para realizar la ceremonia del té. Al entrar, tanto señores como vasallos han de despojarse de sus pertenencias y durante el ritual todos son tratados como semejantes. También hay islas con árboles cuidados de forma exquisita, puentes, bosques de bambú, e incluso un montículo que representa al Monte Fuji. Todo tiene su simbolismo y Yoko nos explica con un acertado detalle lo que significan muchas cosas en las que no habíamos reparado.

Después de visitar el parque, damos un paseo hasta llegar al castillo. El original era de 1589, pero el actual es una reconstrucción. En su interior, se cuenta la historia de los shogunes, samurais, de los diferentes castillos japoneses, etc. En lo alto hay un mirador desde dónde se puede contemplar la ciudad.

La que hoy en día es una bonita y moderna ciudad es, sin embargo, conocida mundialmente por la tragedía que ocurrió aquí un 6 de agosto de 1945. A las ocho y cuarto de la mañana un avión B29 bautizado como Enola Gay lanzó la bomba atómica causando la muerte a miles de personas instantáneamente. La onda explosiva y el rayo calorífico arrasaron la ciudad en un radio de dos kilómetros. Aquellos que no murieron al momento sufrieron severas heridas que les causaron una agónica muerte en las siguientes horas, días, meses y años. Además, mucha gente que creyó no verse afectada a varios kilómetros de la explosión, desarrollaron la leucemia y otros tipos de cáncer debido a la radiación y a las lluvias de las horas posteriores que precipitaron la radioactividad, efecto actualmente denominado como 'lluvia negra'.

Tras visitar el hipocentro, lugar donde, a 600 metros de altura hizo explosión la bomba, nos dirigimos a uno de los puntos que se ha convertido en el símbolo de lo que aquí ocurrió y que es Patrimonio de la Humanidad. El que fuera la Cámara de Promoción de la Industria de la Prefectura de Hiroshima fue uno de los pocos edificios que quedó en pie tras la explosión y hoy es conocido como La Cúpula de la Bomba Atómica. Si el edificio quedó así, no hay que imaginar mucho sobre lo que les ocurrió a las personas que estaban en él.


En lo que antiguamente era el centro de la ciudad, hoy en día se encuentra el Parque de la Paz. En los alrededores, hay muchas esculturas que mantienen vivo el recuerdo de los hechos que allí ocurrieron y de las personas que fallecieron, y que aún fallecen debido a la explosión. Entre ellas, el Monumento Conmemorativo de la Paz de los Niños recuerda la historia de una niña a la que, años después de la explosión, la diagnosticaron leucemia. Una creencia popular japonesa dice que si haces mil grullas de papel, se cumplirá el deseo que pidas. La niña hizo las mil grullas, pero no se cumplió su deseo de curarse y pronto murió. Los niños de Japón, al conocer la noticia, y también posteriormente los niños del mundo entero, empezaron a enviar grullas de papel para recordar la muerte de la niña.

Yoko nos explica los diferentes monumentos como el de las víctimas de Korea, la Campana de la Paz, el Cenotafio, etc. Después pasamos al museo, de obligada visita por muy duro que resulte. Dentro, se puede ver maquetas del antes y el después de la ciudad; las cinco fotos que se tomaron momentos después de la explosión, objetos personales, cómo quedaron ciertos elementos como puertas metálicas, las consecuencias del rayo calorífico, ... Este es un museo para aprender sobre lo que nunca más tiene que ocurrir y remover las conciencias sobre el armamento nuclear existente en la actualidad. Aunque la historia de Hiroshima y Nagasaki nos pueda parecer lejana en tiempo y distancia, ¿cómo se queda uno pensando que las 17.000 cabezas nucleares existentes podrían arrasar el planeta y extinguir la humanidad por completo en cuestión de segundos?

Toca despedirse ya de Yoko; ha sido una guía excepcional y la visita por la ciudad ha resultado muy interesante y enriquecedora. Esperamos que algún día pueda venir a visitarnos y ser tan buenos anfitriones como lo ha sido ella, por que incluso después de su marcha seguimos disfrutando de sus informaciones degustando un okonomiyaki en un restaurante que nos recomienda y que resulta ser todo un acierto. ¡¡Gracias Yoko!!

1 comentario:

  1. Eva: Que visita más triste pero supongo que es obligado recordar lo que ocurrió.

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