Hoy haremos nuestra última excursión desde Tokio y visitaremos Hakone. Para llegar hasta allí, primero vamos a la estación central de Tokio. Es temprano y las multitudes ya recorren sus pasillos, donde más de uno juega a lo que se podría considerar un deporte de riesgo: atarse los zapatos en pleno bullicio.
El shinkansen nos lleva hasta Odawara, y allí cogemos un autobús que, recorriendo montañas y valles nos deja en el lago Ashi. Allí, visitamos el santuario Hakone-jinja y después vamos al embarcadero donde cogemos un barco en el que recorreremos el lago. Partimos de Hakone Machi-ko y, a medida que nos acercamos a Togendai-ko, poco a poco va apareciendo el monte Fuji. El día está un poco nublado, así que desde el lago no se ve con la claridad con la que suele aparecer en las fotos de las guías turísticas.
Dos teleféricos nos llevan después hasta Owakudani. Nada más salir, el olor a azufre da pistas de lo que vamos a encontrar: fumarolas volcánicas. Estamos en una zona volcánicamente activa y se puede ver cómo desde numerosos puntos salen del suelo gases y calor. Empezamos el ascenso y a medida que huele más 'a pedo', aumenta el calor. De hecho, hasta el agua de los riachuelos está caliente.
En torno a las fumarolas hay una multitud... ¿qué se cuece aquí? ¡Pues huevos! En el mismo agua que emana del suelo, se cuecen los Kuro-tamago, unos huevos que terminan adquiriendo un color negruzco. Se dice que comer un huevo alarga la vida siete años y que no está recomendado comer más de dos y medio, por lo que 17,5 años es lo máximo que se puede conseguir de vida extra. ¿Mario Bros no tenía límite no? Compramos una bolsita de cinco... ¡¡y que retrasen la edad de jubilación!! Ya puestos, comemos un helado hecho de nata de huevo volcánico, con un color gris oscuro. ¿Esto también cuenta y redondeará a 18 los años, no?
Se están empezando a disipar las nubes y cada vez se ve con mayor claridad el monte Fuji. Con sus 3.776 metros es el techo de Japón y todo un icono del país. Después de verlo en fotos y en la televisión, esperábamos, inconscientemente, verlo con su sombrero blanco de nieve... Pero, claro, estamos en agosto, y, sin nieve, se muestra con un color más uniforme.
Para hacer el recorrido por Hakone, hemos comprado el Free Pass, una tarjeta con la que se pueden coger todos los transportes de la zona. Continuamos en funicular hasta Gora, en tren cremallera hasta Hakone-Yumoto, y en tren normal hasta Odawara, desde donde el tren bala nos lleva hasta Tokio. En esta orgía de trenes, el cha-ca-chá de Mocedades hubiese durado horas y horas.
Aprovechamos las últimas horas del día para ver un poquito de la gran ciudad. Nos dirigimos a Ginza, uno de los barrios de compras de la élite tokiota. Una cosa curiosa es que las tiendas no son sólo el local a pie de calle, sino que cada tienda es un edificio entero de unas cinco o seis plantas. En el denominado 'Esquinazo de Ginza', esperábamos encontrar el conocido anuncio de Vodafone, pero se ve que lo han cambiando y ahora es de Ricoh. Y, como loh ricoh, ¡¡nos vamos de compras!! Entre tiendas de gasta-mucho-llévate-poco, siempre uno encuentra una con precios más coherentes... nos encanta el shopping en Ginza, ¡osea!
Acabamos el día en un restaurante de sushi giratorio. Pensábamos que era bastante habitual en Japón, pero, tras preguntar a muchas personas, ninguna recordaba uno en concreto. Por casualidad, encontramos uno y allí que vamos. Los platitos van desfilando y vamos cogiendo de diferentes formas y presentaciones, estando todos riquísimos. Al oír nuestro acento, un hombre entra en conversación, ya que piensa que hablamos italiano y él, que estuvo viviendo en Italia, estaba un poco desconcertado porque no conseguía entendernos. Hablamos con él sobre nuestros respectivos países, sobre nuestro viaje en Japón, etc. Tras una conversación muy amena, nos invita a tomar unos sakes y brindamos diciendo 'kanpai', ya que el 'chinchin' de toda la vida, tiene un significado más 'vulgar' en el idioma nipón.
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