Saliendo de la ciudad, vamos contra corriente de las retenciones a la entrada de Rīga. Rumbo al sur por la Vía Báltica (hoy carretera A7), empezamos la ruta por los castillos y palacios de la región de Zemgale, y Bauska es nuestra primera parada. Un ayuntamiento de estilo alemán y una catedral ortodoxa de bulbos azules llaman nuestra atención. Después, visitamos el Castillo de la Orden de Livonia de 1443, asentado estratégicamente en la conjunción de dos ríos y cuyo objetivo era controlar el comercio entre Rīga y Lituania.
Cerca de Bauska, paseamos por los jardindes del Palacio de Mežotne, construido para la noble familia Lieven y que hoy es un hotel de lujo. En lugares así, uno no sabe si tocar el clavicordio o pasear con un parasol y un pañuelo en la mano.
Uno de los platos fuertes del día, de esos que no se ingieren, es el Palacio de Rundāle en Pilsrundāle. Construido en 1736 en estilo barroco, es testigo mudo de un pasado glorioso. Todos los palacios europeos acaban siendo bastante parecidos, es como si a todos les hubiese llegado el equivalente al catálogo de Ikea del siglo XVIII, así que, entre el mobiliario y la ostentosidad habitual, destacaremos las preciosas estufas de cerámica que están presentes en la mayoría de estancias. Para visitarlo, hay dos rutas diferentes y hay que pagar una tarifa extra para sacar fotos, ¡¡la ruina de Pili!! . Lo que no sabemos es por qué la mayoría de visitantes van con unos patucos de plástico azul y nosotros no... con tanta estufa, ¿habrá riesgo de radiación?
Jelgava fue la capital del ducado de Curlandia, un feudo casi independiente de la antigua Polonia. Visitamos su catedral bulbesca, el Ayuntamiento que antes era un palacio y subimos a la torre de la Iglesia de la Santa Trinidad, desde cuyo mirador en la planta 9ª se obtiene unas amplias vistas de la ciudad... ¡¡de la ciudad en obras!! Porque alrededor del río están construyendo su pequeño Abandoibarra. De hecho, como Deusto es a Bilbao, la universidad de Ingenieros Agrónomos es a Jelgava. Esta institución docente se alberga en un palacio de 1738, antigua residencia de los duques de Curlandia. Este palacio y el de Rundāle son poco conocidos, pero ¿por qué tienen algo que nos resulta familiar? ¿Quién no ha visto alguna vez el palacio que alberga el museo Hermitage de San Petersburgo? Pues resulta que son todos obra del arquitecto Francesco Bartolomeo Rastrelli, arquitecto de la corte rusa. Uno amarillo, otro rojo y el tercero verde... esto es como un parchís, ¿dónde está la ficha azul?
De la región de Zemgale pasamos a la región de Kurzeme, cuyo nombre es originario de una tribu que antiguamente vivía aquí y que se denominaba kurši, ¿irían vestidos de rosita? Otro castillo de la Orden de Livonia se alza al lado de un lago en Jaunpils. Disfrutando de nuevo del buffé libre del hotel de Rīga, dos hombres caminan cerca, dado uno voces al teléfono en raskatá. El otro aburrido, se nos acerca y nos dice ¡¡si sois españoles!! En lo que llevamos de viaje pocos han sido los españoles con los que nos hemos cruzado, y éste nos cuenta que está dando formación en sistemas de agricultura durante esta semana.
En ruta paramos en Remte, de donde llevamos apuntado que hay un pequeño palacete. Sin embargo, se encuentra en restauración y pasamos de largo. Las cruentas dos Guerras Mundiales regaron Europa de sangre y Letonia no fue ninguna excepción. Muchos alemanes caidos en estas tierras fueron sepultados en diferentes cementerios, muchos de ellos destruidos durante la ocupación soviética. Tras la independencia de Letonia, el gobierno alemán llegó a un acuerdo con el letón para recuperar los cuerpos de sus compatriotas caídos y traerlos al cementerio alemán de Saldus. Actualmente ya descansan aquí los restos de más de 20.000 soldados, pero el trabajo de reubicación sigue en proceso.
En esta tierra de tribus kuršis y livs, dominada por alemanes, daneses y suecos, y finalmente ocupada por los soviéticos, son estos últimos los que más abundan en la actualidad. En Liepāja hay una gran comunidad de rusos en el barrio de Karosta, nostálgicos quizá de la era soviética y quizá no muy bien considerados por los letones de la zona, pues el barrio parece bastante decadente y se ven incluso bloques soviéticos abandonados. En la zona de la costa, los búnkeres soviéticos esperan a que el deterioro natural acabe con el amargo recuerdo de una ocupación pasada, mientras que los foráneos buscamos restos de ese pasado que no sufrimos. Pero para quien sí quiera sufrirlo... ¡¡aún hay una oportunidad!! En laprisión de Karaosta se puede asistir al show ‘Detrás de las barras’, sufrir los maltratos soviéticos e incluso pasar la noche en un calabozo. ¡¡Hay gente para todo!!
Sin embargo, el icono de esta ciudad costera es la Catedral Ortodoxa de San Nicolás, para nosotros el éxtasis bulbiano, el bulbo máximo, ¡¡lo más de la bulbificación!! Se encuentra parcialmente en restauración, pero la visita era imprescindible. Pasamos al interior y esta vez tampoco hay performance de Pushy Riots.
Para ser una ciudad bastante grande, tan sólo conseguimos arañar unos pocos sitios de interés, como el paseo de la fama de los roqueros letones y el Pabellón de Pedro donde se hace el mercado local. Ya se ha hecho de noche y toca recogerse... ¡¡en el país vecino!! Por la costa báltica llegamos a Klaipėda... ¡¡Bienvenidos a Lituania!!
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