400.000 estonios viven en Tallinn, lo que supone casi un tercio de los 1,4 millones de habitantes que tiene el país. Así que, después de ver dónde y cómo viven los capitalinos, hoy toca visitar otros puntos de la geografía estonia. ¿Cómo lo haremos? Pues con un coche de alquiler que nos llevará por toda la planicie báltica. En torno a las ocho y media de la mañana vamos a recogerlo, y, para nuestra alegría, nos dan un flamante Renault Megane blanco nuevo... ¿cuánto tardaremos en llenarlo de comida, ropa tendida en la bandeja del maletero e información turística por todas partes?
Nos ponemos en marcha, y, para entender mejor la vida en la campiña estonia, visitamos el Eesti Vabaõhumuuseum, un museo etnográfico situado en una zona llamada Rocca di Mare. Se trata de un museo al aire libre en el que se muestra la arquitectura, la forma de vida y el folklore de Estonia. Es el típico sitio al que llevan de excursión a los pupilos de los colegios, pero para nosotros, un poco ya creciditos, nos resulta más atractivo símplemente darnos un paseo y hacernos unas cuantas fotos. Además, las abuelitas que ahora están disfrazadas de las diferentes épocas, las hemos visto cómo entraban a trabajar, y, sinceramente, en un invernadero de cáctus hay más alegría... para después estar dentro de sus casitas de madera haciendo pan y café para.. ¡¡desayunárselo todo ellas!! ¡¡No probamos bocado!! En cualquier caso, el lugar merece la pena, pero sin querer entrar en mucho detalle de lo que allí se muestra.
En estos países son bastante místicos y les encanta hacer parques con esculturas, muchas de ellas de dudoso significado. Sin embargo, en el Parque Gleni, encontramos una escultura que deja poco margen a la interpretación: un 'kurat' o diablo. También en el mismo parque hay un castillo, un cocodrilo y una torre de observación, todo realizado en piedra y formando un paseo entre árboles. Por cierto, desde que nos hemos levantado, como hoy es día laborable, nos hemos encontrado a un montón de grupos de colegiales dando clase de gimnasia en la calle, que por lo general suelen ser de muy pocos alumnos y parece que ninguno mixto. En el parque Gleni, nos encontramos un grupo de chicos que suben y bajan escaleras... ¿harán lo mismo en invierno cuando esté todo nevado?
Hemos desayunado muy poco y va siendo hora de cargar víveres, así que paramos en el primer hipermercado que encontramos... ¡¡y vaya templo!! Nos sorprende la gran variedad de productos que tienen, así que compramos alguna que otra cosa para probar. Por ejemplo, un queso con pasas delicioso, una especie de buñuelos de carne y una bebida que se llama Linnuse Kali. Parece ser que esta bebida, como tiene mucho éxito, se vendía más que la todopoderosa Coca-Cola, así que, siguiendo el lema 'si no puedes con ellos únete a ellos', la americana The Coca-Cola Company compró la empresa estonia que producía la bebida. Seamos sinceros: como jarabe para la tos, está riquísima; como bebida refrescante, algo empalagosa; como lubricante para el motor del coche, seguro que hace milagros.
La conducción por las carreteras de Estonia es muy fácil y segura. La gente respeta los límites de velocidad con una exactitud casi sospechosa. Además, aquello de 'facilitar el adelantamiento' de los libros de autoescuela, ¡¡resulta que existe!! Cuando vas a adelantar a otro vehículo, éste se aparta al arcén y te deja casi medio carril para que lo adelantes con mayor facilidad... ¡¡lo nunca visto!! (con Farruquito aquí se iban a poner las botas a multas). Siguiendo las normas de circulación con rigurosidad, llegamos hasta Veskiküla (que no vesícula, ¿eh?), donde visitamos el palacete de Vasalemma. Resulta que durante la ocupación alemana se construyeron muchas casas solariegas, que se llaman 'mõis' y que está salpicadas por toda la geografía estonia.
Unos kilómetros más al sur llegamos a Ämari, donde, visitamos un cementerio ruso de la Armada del Aire. No hay ninguna señalización, así que tenemos que preguntar para encontrarlo. Es muy curioso, porque las lápidas tienen forma de cola de avión y da un poco de miedo porque en algunas está la foto del militar sepultado... y si encima le añades que está todo escrito en cirílico... ¡¡es como estar dentro de un documental sobre la guerra fría en La 2!!
Continuamos nuestra ruta hacia la costa y llegamos a Haapsalu. Esta ciudad fue un famoso centro de vacaciones en el siglo XIX, no sólo por sus playas sino también por los tratamientos que se ofrecían en sus balnearios. De hecho, los mismísimos zares rusos acudían cada verano y hasta construyeron una línea de tren para llegar a la ciudad. El compositor ruso Tchaikovsky vivió en esta ciudad en 1867, y en su recuerdo queda un banco en el paseo marítimo donde puedes escuchar la sinfonía que aquí compuso. Otro de los lugares imprescindibles a visitar es el Palacio Episcopal, unas ruinas que los haapsaluanos han sabido rehabilitar para el disfrute de grandes y pequeños, pues han construido parques y zonas de esparcimiento entre las murallas.
Seguimos rumbo al sur y hacemos una breve parada en Koluvere, para ver el castillo que allí se encuentra. Lo están restaurando y todo apunta a que pronto pasará a ser un hotel de lujo. Aunque parezca controvertido, quizá ésa sea la mejor opción para algunas construcciones que, si no se les da utilidad, acaban en estado ruinoso e, incluso, desaparecen.
Al caer la tarde llegamos a la ciudad nacional del verano, Pärnu, que será para nosotros, además de una incoherencia porque hace algo de frío, el fin de la ruta de hoy. El Ayuntamiento nuevo y el viejo, la Puerta de Tallinn, la iglesia de Santa Catalina, la de Santa Isabel, el Monumento a la Independencia, la Torre Punane (roja) que queda de la muralla, la villa Ammende, la Iglesia Ortodoxa de la Transfiguración (donde Pablo se convirtió con un pañuelo en Pablo Gala), ... hay muchas cosas para ver, y siempre con el sonido del mar como banda sonora. Está casi anocheciendo y hay poca gente por la calle... las tiendas y bares de la calle peatonal Rüütli ya han cerrado, así que damos un último paseo por la playa y finalizamos la visita a la ciudad en el Kursaal... no, no nos hemos equivocado con la también costera Donostia... resulta que Kursaal es una palabra alemana que significa Salón de Curas, y que es habitual utilizar para designar a los balnearios cerca del mar. De hecho, hoy dormiremos en un hotel-balneario... ¿¿tendrá nuestro cansancio algún tipo de arreglo??
No hay comentarios:
Publicar un comentario