Correr las cortinas y ver unas montañas altísimas vestidas de un manto verde y frondoso, sentir el frescor de la mañana al abrir las ventanas... ¿acaso estamos en el País Vasco? Ah no, porque no amenaza borrasca. Al contrario, parece que vamos a tener otro bonito día de final de verano, luminoso y con temperaturas agradables. Estamos en Bansko, en el Parque Nacional de Pirin, un área protegida en el que el deporte estrella es el esquí y en estas fechas lo es el montañismo. Pero es que está todo tan verde que, si pasasen unos cuántos mendizales diciendo 'Aupa' podríamos decir que estamos en el País Bansko.
A Bulgaria a veces se la denomina el 'Bosque de Europa' y no falta razón: todo lo que hemos visto hasta ahora está plagado de árboles y vegetación, pero con una densidad muy superior a la de otros países. Hay veces que paras en la carretera y al observar algunos bosques piensas 'ningún rayo de sólo ha podido tocar ese suelo', de lo tupidos que están. Y claro, donde hay vegetación también hay animales. Hemos visto ya unos diez zorros atropellados sobre el asfalto, y anoche vimos que un coche había atropellado un ciervo, el cuál yacía ensangrentado en el arcén y el coche presentaba un gran destrozo en toda su parte delantera. También hay otros seres que aparecen sin avisar en la carretera: la policía. De repente, vemos a uno que nos manda parar y al bajar la ventanilla nos dice todo chulito 'Documenti'... le damos todos los papeles que pensamos va a querer y al hablarle en inglés se nos agobia y nos manda que continuemos la marcha: el bulldog era caniche.
Y hablando de perros... en estos países campan a sus anchas. Cuando estuvimos hace unos años visitando Rumanía nos llamó la atención sobremanera que los perros anduvieran deambulando por las ciudades, por las carreteras y por el campo. Esta vez no nos ha sorprendido, y hemos podido comprobar que en los cuatro países que estamos visitando también estén los canes sueltos. No hacen nada, ni te persiguen para que les des comida, ni molestan; simplemente forman parte del paisaje. Lo que sí que nos ha sorprendido es que, además de perros también haya gatos. Si te fijas, están por todas partes, como si pertenecieran al Sigurimi: que llegas a un monasterio, hay gato; que pasas por un pueblo, hay gato; que vas a comer a un restaurante, hay gato. Además, lo curioso es que la gente no los espanta o los intenta asustar, sino que los respeta como si fuesen mascotas comunitarias. Y claro, como encima se dejan, les rascas un poco la cabeza, las orejas y el lomo y se ponen a ronronear como motos. Los macedonios eran tímidos, los kosovares y los albaneses eran más esquivos, y los búlgaros son más confiados. Eso sí, alguno ya me ha dejado sus marcas de guerra y tengo algunos arañazos en la mano... aunque como dice el refrán 'a buen gato, buen rato'.
En ruta, vemos unos cuantos puestos de fruta y verduras, y paramos para hacer la compra. Hemos decidido que esta noche cenaremos ensalada y fruta, para intentar depurarnos del exceso de carne y grasas que estamos ingiriendo. Unos tomates carnosos, unos pimientos de un rojo intenso, unas peras para compartir, unos hermosos melocotones y un buen racimo de uvas ya que estamos en la temporada. "Qué raro... no tienen lechuga" nos decimos; y, revisando el resto de puestos, vemos que ninguno tiene. "Bueno, pues esta tarde en un supermercado".
Después de unas horas de conducción, llegamos al monasterio de Kuklen, consagrado a los santos Cosme y Damián. A estos dos hermanos se les atribuyen poderes curativos, y se dice que un manantial cercano al monasterio cura los problemas mentales. Para nosotros, es otro monasterio en el que nos dedicamos a buscar a Cirilio y Metodio, nuestro nuevo juego de 'Buscando a Wally' a la ortodoxa. También acaricio a un gato, que bien podría ser un primo lejano de Horus.
A unos cuántos kilómetros visitamos la fortaleza de Asenova, o lo que queda de ella que tan sólo es la iglesia de Santa María de Petrich. Está en lo alto de un risco, seguramente por su carácter defensivo. En este caso, para visitarla por dentro hay que pagar unos dos euros, pero decidimos no hacerlo porque justo lo más bonito es ver la iglesia rodeada por los montes. Eso sí, no ticket no cat.
El plato fuerte del día es el Monasterio Bachkovo, el segundo más importante del país después del de Rila y, como este último, también es Patrimonio de la Humanidad. Además de por su antigüedad, el título de la Unesco se debe a que ha conservado varios estilos y a que tiene una capilla, un osario, refectorio y frescos con características singulares o infrecuentes en otros monasterios. En la iglesia principal la gente hace cola para poder besar el Icono del Milagro de la Santísima Virgen, una representación cubierta de plata y oro que durante la ocupación otomana estuvo escondida, se perdió varias veces y siempre volvió a aparecer. Sin embargo, otro icono parece desapercibido: un gato sentado en lo que parece un pequeño trono; se está echando la siesta pero agradece una cuantas carantoñas con el despertar.
Nuestra última visita de hoy nos lleva hasta el Monasterio de Arapovo, a cuya llegada nos reciben cinco gatos que controlan quién entra y sale del recinto amurallado. Este monasterio parece no conocer turistas, ya que tan sólo hay una familia y un cura saludando. Lo curioso de este monasterio es que tiene una torre medieval donde supuestamente vivió la familia que dio el dinero para la construcción y mantenimiento del mismo.
Hoy nos alojaremos en Plovdiv, la segunda ciudad más grande de Bulgaria, donde hemos alquilado un apartamento para dos noches. Antes de retirarnos a descansar, vamos a un supermercado a complementar nuestra compra de carretera. En la sección de verduras, comprobamos que tampoco tienen lechuga... ¡¡pero qué les han hecho las lechugas a los búlgaros!! Así que cargamos en el carrito algunos productos a capricho, para terminar cenando una rica pero cuestionablemente sana ensalada. ¿Y cómo terminamos el día? Echando un ojo por la ventana y viendo pasar ¡¡un gato!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario