Oh, oh... ayer nos levantamos a las 6 y hoy a las 6 menos cuarto. Si seguimos retrocediendo el despertador a este paso, al finalizar el viaje habremos ganado un día más de vacaciones e Iwan tendrá que pedir a María que prorratee la cotización a la Seguridad Social; ah, no, que eso se hace mediante un proveedor de la India que subcontrata a otro que igual está hasta en el edificio frente a nuestro hotel en Blagoevgrad. Eso sí, para recuperarnos de estrangular sistemáticamente nuestra fase REM del sueño vamos a necesitar un fin de semana de cuatro días a nuestra vuelta.
Pero es que hoy es un día grande, porque vamos a ver la joya de Bulgaria y me atrevería a decir que el monumento más importante de todos los balcanes: el Monasterio de Rila. Así que, recogemos los bártulos y sin desayunar nos metemos en el coche. Acostándome tarde por escribir y levantándome tan pronto me siento como uno de esos niños que sollozan mientras los meten en el coche a primera hora del día... ¡¡el próximo día voy en pijama!!
Mira que habremos visto monasterios ortodoxos: en Rumanía, en los países bálticos, en Ucrania, en Israel, en Altea... pero es entrar en Rila y se te ponen literalmente los pelos de punta, ¡¡porque hace un frío de tres pares!! Está situado en un precioso valle, rodeado de altas montañas y con mucha vegetación, lo cuál hace que la temperatura sea realmente baja. Además, vamos con pantalones cortos y, de lo malo malo, nos hemos puesto en la parte de arriba toda la ropa de manga larga que llevamos, aunque no pegue mucho y parezcamos una combinación cuestionable del juego Crea tu Moda. ¿Pero Rila está hermanada con Groenlandia o qué?
Rila es sencillamente espectacular. El monasterio que fundara San Juan de Rila hace un milenio merece sobradamente el título de Patrimonio de la Humanidad. Es muchísimo más grande de lo que te imaginas al ver las fotos, ya que los edificios circundantes tienen cuatro alturas, algo que no recuerdo hayamos visto en ningún otro monasterio. Además, los frescos en las paredes de la iglesia y esas rayas blancas, negras y rojas lo hacen diferente a todos los demás. El objetivo de madrugar tanto era, precisamente, llegar pronto para que no estuviera abarrotado de turistas. Y no sólo hemos conseguido eso sino que, además, hemos podido asistir a la primera misa del día. El pope vestido de rojo y los curas de negro con un gorro de tela caída generan un halo de espiritualidad mientras cantan, todo bajo la luz tenue y casi escasa del interior de la iglesia. Los pocos feligreses que hay se acercan a santiguarse y besar algo que hay en una caja al lado del iconostasio que un cura abre y cierta. Pablo se acerca y es la mano de San Juan de Rila. Sí, ahí está su mano izquierda y la derecha por lo visto está en Rusia.
¿Y por qué es importante este monasterio? Entre otras cosas porque fue aquí donde se conservó la cultura búlgara a lo largo de todas las invasiones. Gracias a que muchos zares y familias pudientes daban donativos se ha podido conservar aquí esa memoria, historia y cultura que les ha permitido a los búlgaros mantener su identidad a lo largo de los siglos.
Entumecidos, con los dientes rechinando y la piel de gallina, volvemos al coche en busca de cobijo. El termómetro del coche marca... ¡¡3 grados!! ¡¡Pero si una lechuga en una nevera está más calentita!! Con la calefacción a tope, volvemos dirección a la autovía y paramos a medio camino para desayunar algo. Aquí, comer algo dulce que no esté empaquetado en el desayuno parece que es tarea difícil, así que nos comemos un burek de queso, una especie de bizcocho soso y un café que estaba caliente hasta que le hemos pedido leche y nos la han echado directamente de un brik que tenían en la nevera.
Continuamos el camino disfrutando de los frondosos parajes de esta región bañados por un sol que ha empezado tímidamente a calentar. Al igual que Covadonga, Rila también tiene unos preciosos lagos que visitar, así que nos dirigimos al parking donde cogeremos un telesilla que nos llevará al inicio de la ruta. Es aparcar y, por arte de magia, se nubla y empieza a hacer frío. Bueno, es una nubecilla pasajera que tapa prácticamente todo el cielo hasta donde alcanza la vista... pero seguro que pasa pronto.
Compramos el billete del telesilla y nos montamos, con nuestros pantalones cortos y nuestras capas de ropa de verano descasadas... y, mientras seguimos confiando en que todo mejorará, se levanta una brisa he-la-do-ra. "Bueno, seguro que es bueno para la circulación", pienso. El telesilla es larguísimo y da pie a entrar también en una zona de espesa niebla, ejem. Aunque todo el mundo va abrigado como si fuese por lo menos a esquiar, nosotros aparentamos tan pichis con nuestros pantalones cortos. Y claro, otra vez entumecidos y con los músculos de las piernas agarrotados, al bajarnos del telesilla sufrimos calambres, pero conseguimos sortear, con más o menos estilo, caernos o que la silla nos golpee.
Los dos estamos pensando lo mismo pero no lo queremos verbalizar: ya que hemos conducido hasta aquí y hemos subido en el telesilla, al menos vamos a ver uno de los siete lagos de la ruta, y con ese premio de consolación seguro que uno de los dos propone volver a bajar. Sin embargo, a medida que empezamos el ascenso empezamos a estar mejor de temperatura, y se empiezan a abrir los primeros claros. El primer lago que vemos, caracterizado por tener forma de riñón, es espectacular. Como nos ha sabido a poco seguimos el ascenso y, aunque sigue habiendo bancos de niebla intermitentes, el sol ilumina todas las montañas y nos permite disfrutar de este espectáculo natural.
La ruta tiene forma de un ocho, de forma que se tiene la posibilidad de hacer sólo el "circulo inferior" o de hacerlo completo. Como nos está encantando, decidimos hacer la ruta completa, con un ascenso bastante duro ya que hay muchas piedras. En un momento dado, nos percatamos que estamos en torno a los 2.500 metros de altitud, por encima de las nubes y con unas vistas espectaculares. De hecho, la mayoría de toda esa gente preparada con ropa de montaña, bastones y gorros de trekking no ha terminado por hacer la ruta completa... ni de ver un octavo lago desde todo lo alto.
Después de encumbrar, iniciamos el descenso haciéndonos fotos y disfrutando de esta maravilla de la naturaleza. El tiempo se nos ha pasado volando y, después de cuatro horas y media andando casi sin parar, llegamos al telesilla que nos baja hasta el parking. Ha sido una auténtica pasada, los lagos son preciosos y las vistas magníficas. Además, estar en contacto con la naturaleza nos ha hecho "descansar" del turismo cultural que llevamos durante todos estos días.
Agotados, un poco quemados por el sol y aún sin comer, volvemos a la ciudad de Blagoevgrad, donde damos un paseo de media hora por la parte antigua. Después, nos dirigimos a Bansko, la ciudad donde dormiremos hoy. Como ya intuíamos que después de la ruta íbamos a estar para el arrastre, reservamos un hotel con media pensión y con piscina. Al llegar, en recepción nos dicen que el horario de la zona de relax es hasta las ocho, y la cena hasta las nueve. Así que, nos ponemos el bañador y bajamos a la piscina cubierta, donde también hay jacuzzi y sauna. Jo, ya podían todas las rutas que hacemos terminar así, ¿no? Después, nos peinamos un poco para no desentonar y ¡a cenar!
Rila ha superado todas nuestras expectativas con sus dos joyas: el monasterio es sorprendente y la ruta por los siete lagos es espectacular. ¡¡Pero vaya frío que hemos pasado!! Y, seguramente, eso también hará que Rila permanezca en nuestros recuerdos.
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