4 sept 2021

La Albania vaciada

Hoy es el último día que dedicaremos a recorrer Shqipëria, que es el nombre de Albania en albanés y que literalmente significa "los águilas". Así que no hay tiempo que perder: desayunamos restos de la cena de anoche, recogemos la colada aún mojada, colocamos las mochilas en el coche y nos despedimos del que pensamos es el padre del propietario que ya ni se esfuerza en hablarnos en su idioma y pasa a las muecas para darnos las gracias y desearnos buen viaje. Esperamos que no haya visto nuestras prendas íntimas tendidas en la bandeja y los asientos de atrás... En cualquiera de nuestros road trips siempre tiene que haber algún día que... 1) comamos de supermercado habiendo elegido cosas raras e incluso inconexas; 2) tendamos al sol del portón trasero ropa lavada, confiando en que ningún coche de policía nos pare.

Dejamos Sarandë para dirigirnos hacia el este. Nuestra primera parada de hoy es el Monasterio de San Nicolás de Mesopotam cuyo recinto está abierto pero lo que es la iglesia no, porque resulta que había que concertar una cita para poder verla. Así que nos quedamos sin ver la que es considerada como una de las iglesias bizantinas más antiguas de los Balcanes. Por cierto que ese apellido de "Mesopotam" no tiene nada que ver con la histórica región de Oriente Próximo, aunque comparte con ella lo que ese topónimo significa, que es "entre dos ríos". A partir de ahora, diré que soy de Basauri Mesopotam, ¡entre el Nervión y el Ibaizabal, pues!


A pocos kilómetros hacemos nuestra segunda parada, en esta ocasión para ver un monumento natural muy curioso. Se trata del Blue Eye, una fuente subterránea de 45 metros de profundidad cuya peculiaridad es el color azul intenso que contrasta con el verde del entorno. El agua es totalmente transparente y, aunque es menos espectacular de lo que pensábamos, resulta hipnótico ver cómo emana el agua de un fondo con tonos azulados poco habituales en un río.


De casualidad, entablamos conversación con una familia Chileno-Suiza, en la que la mujer nos comenta que le llama mucho la atención la suciedad que hay por todas partes. Y tiene toda la razón porque, incluso este lugar idílico que debería estar totalmente limpio, tiene basura por todos los lados. En lo que llevamos de viaje hemos visto que hay botellas, latas, bricks y otros restos desperdigados por todos lados; si a nosotros nos parece un horror, para los impecables suizos esto tiene que estar más sucio que sus vertederos. Quién quiera visitar India, que primero se venga a Albania para ver si pasa una primera prueba.


Un poco más al norte, llegamos a la ciudad de Gjrokastër, visita obligada en cualquier viaje por el país. Desde lejos, puede parecer que acaba de haber habido una explosión nuclear, pero luego, si te fijas, ves que son casitas de estilo otomano y con tejado de pizarra que se extienden por la ladera del monte. Las calles más céntricas están empedradas, llenas de cafés, restaurantes y tiendas de artesanía; pero no de artesanía china como la que suelen tener en los sitios turísticos del mundo globalizado, sino artesanía local, ya que ves como fabrican in situ piezas de madera y de piedra. Una de las cosas que nos está encantando de este viaje es que todo es muy auténtico, es un país aún en estado puro; aunque hay turistas, el país está muy lejos de edulcorar sus ciudades y monumentos, y de abarrotar las tiendas de recuerdos traídos en barco desde el otro lado del planeta.


Visitamos la ciudadela, que desde lo más alto de la ciudad tiene unas vistas estupendas. Dentro de la fortaleza se puede ver artillería pesada de la Segunda Guerra Mundial, cuya relación no llegamos a comprender. En la guía, leemos también que en esta ciudad nació el dictador Enver Hoxha, y que aquí estuvo también Alí Pashá, el gran héroe sanguinario del Epiro, venerado por albaneses y griegos por haber luchado contra los otomanos... cuyas casas son las que ahora son el mayor reclamo de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad. Eso sí, los otomanos y otomanas debían de tener culito respingón, ¡¡porque vaya cuestas!! Estas calles están pidiendo un remonte a gritos.

Tenemos por delante más de tres horas de coche hasta nuestro destino final, así que nos ponemos en marcha y al de una hora paramos en una localidad llamada Përmet para comer algo y tomar un café. Diábeticos y hackers del mundo no vengáis a Albania: los primeros porque hasta aquí la sacarina no ha llegado; los segundos porque las claves wi-fi son evidentes... ¡¡he probado suerte y al tercer intento he conseguido una "Conexión establecida"!! Ya me veo en la nueva temporada de la "Casa de Papel".


Para preparar el viaje vimos muchos vídeos y leímos muchas páginas web con el objetivo de seleccionar lo que nos resultaba más interesante. Pero, a veces, no resulta fácil encontrar el sitio exacto donde se ubica un lugar concreto por mucho tiempo que le dediques a hacer zoom en el Maps. Ese es el caso del Puente de Katiu y las aguas termales de Bënja... que sabíamos estaban por esta zona y que encontramos señalizadas de casualidad.


Aparcamos y nos ponemos el bañador, notando que a medida que nos acercamos se intensifica ese olor a pedo característico de las aguas sulfurosas. Nos sumergimos en la primera y notamos que, aunque no mucho, está calentita. Éste es otro de esos sitios en el que sólo encontramos gente local, y en el que un hombre, pensando que somos italianos nos comenta que cada una de las piscinas naturales cura diferentes cosas: la piel, los riñones, el estómago, el reuma y otras dolencias. Así que, como ya vamos teniendo cierta edad, nos aprovechamos del plan renove de este balneario al aire libre y nos ponemos en remojo en cada una de las piscinas termales. 


Y sí, podemos confirmar que están calientes porque al meter los pies en el río la diferencia de temperatura es notable. Ahora bien, creo que el estómago no lo vamos a intentar sanar porque no estamos muy por la labor de beber el agua... si tiran la basura por los alrededores, ¿qué no habrán hecho en el agua? Que nos deje la piel suave y aterciopelada está genial, pero el intestino grueso nos lo vamos a llevar como lo habíamos traído.

Retomamos el camino bordeando el rió Vjosés y las montañas Nemerçkës, un entorno virgen en el que apenas hay casas y que no tiene nada que envidiar a la mismísima Suiza. Disfrutando de esta exuberante naturaleza que nos acompaña hasta casi la frontera con Grecia, emprendemos la marcha por una serpenteante carretera de montaña que llegará a parecernos no tener fin. Hacia la mitad, paramos en una fuente natural en la que Pablo ve un minúsculo ratoncillo de campo frente a su madriguera y aun precioso pajarillo con las alas anaranjadas... ¡¡¿¿Pero tiene rayos láser o qué??!! Como le descubra Marvel, va a ser el siguiente super-héroe.

Y, por primera vez en el viaje, incumplimos lo que la guía indica expresamente que nunca hagamos: conducir de noche. Y, por si fuera poco, lo hacemos en una carretera que no conoce las líneas rectas ni el asfalto completo hasta el borde. Durante más de tres horas estamos montados en el tren de la bruja, en el que los conductores de los pocos coches que vemos deben de necesitar ir al baño porque ¡¡menudos adelantamientos!! Para darle más emoción, el firme va cambiando de aceptable, a malo, a muy malo, a malísimo y a ausente. Para ya considerarlo deporte de riesgo, vamos no muy sobrados de gasolina y sin posibilidad de repostar. Y ya, el riesgo extremo es cuando llegas a una pequeña población y sus cuatro habitantes han ido a pasear por el único lugar asfaltado del pueblo... ¡¡la carretera!! Y sí, ahí están paseando con el carrito del bebé, a oscuras y vestidos de negro... esta zona es la Albania vaciada, pero porque acaban emigrando ¡¡al otro barrio!!

Y luego, ocurre una cosa contra todo pronóstico... agotados y ya con los ojos uno mirando a Tirana y otro a Atenas, llegamos a Korça, que resulta ser una ciudad encantadora. Es cierto que de noche todo parece más bonito, pero es que no tiene nada que ver con las "Albanias" que hemos visto hasta ahora. Aunque estamos muy cansados, nos viene la fiebre del sábado noche y tras registrarnos en el hotel salimos a quemar la ciudad... a base de gyros y de crêpes de chocolate. ¡¡Ay, si tuviésemos tres cientos kilómetros menos!! Pero los kilómetros no pasan en balde... y mañana tendremos más kilómetros que hoy.

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