Mientras en España ha habido una DANA, por aquí la predicción no "da na" de lluvia. No sé si es que estamos teniendo mucha suerte o es que el verano balcánico es volcánico: hoy, un día más, despertamos y hace un espléndido día con un sol radiante que en poco tiempo elevará la temperatura. Y, por fin, vemos el mar jónico desde el balcón de la habitación, ya que cuando llegamos anoche no se veía dado que no había ni luna... y ahora, ahí está, con un vivo azul compitiendo con el cielo a ver quién tiene el color más bonito. Pero también la luz del día nos hace descubrir el entorno en el que estamos: un bonito paraje salpicado de casas, hoteles y apartamentos, muchos de ellos en proceso de construcción. Y digo en proceso porque no es que los estén construyendo ahora mismo, si no que cada uno ha acabado una etapa diferente: el forjador, el tabiquero, el ventanero, el yesero y el pintor se ve que no han coincidido nunca. Otra cosa que llama la atención es que es habitual dejar las columnas con acero descubierto en la parte superior, por si en algún momento deciden tirar para arriba y construir más plantas. Se supone que es porque a veces los hijos deciden vivir con los padres y construyen una planta más en la parte superior.
El hotel de hoy no tenía desayuno, así que no hemos podido degustar esos carnosos tomates, verdes pepinos y sabrosas aceitunas que no suelen faltar en la primera comida del día. Así que, en ruta, paramos en Himarë, donde pedimos unos capuccinos (que aquí son como nuestro relaxing café con leche de toda la vida) y unos donuts, que pensábamos iban a ser de los redondos de siempre y resulta que nos traen un plato con unos diez buñuelos churrescos que no alcanzamos a terminar y nos pedimos para llevar. Continuamos nuestro recorrido por esta ruta tan televisiva: si Himarë nos recuerda a la barbie del tiempo de Antena3, al pasar por Piqeras nos acordamos del Chucky de los informativos de Telecinco. En estos países con nombres tan raros, es siempre divertido hacer juegos de palabras.
Luego también están las ubicaciones desubicadas... Paramos para dar una vuelta por Porto Palermo y, cualquiera pensaría que nos hemos ido a Italia. Pues no, se trata de una pequeña península en la riviera albanesa en la que hay un fuerte construido por los venecianos... ¡¡pero si Palermo está en Sicilia!! Esto es igualito que ir por la provincia de Ávila y pasar por un pueblo llamado Barajas.
Una cosa que notamos que ha cambiado es que apenas se ven mezquitas y, por el contrario, hay muchas iglesias y cruces griegas. Como más tarde confirmamos en Wikipedia, estamos en lo que se considera Epiro del Norte, una zona que en su momento perteneció a Grecia y que ahora pertenece a Albania. De hecho, frente a la costa está la isla griega de Corfú, y en el móvil la red va saltando entre compañías albanesas y griegas. Hasta hace treinta años aquí los griegos eran mayoría, pero poco a poco han ido disminuyendo, aunque siguen reclamando su anexión con el país heleno. Vaya ensalada que tienen montada por aquí... los kosovares se quieren unir a Albania y los del sur se quieren unir a Grecia; a su vez, Grecia se pelea con Macedonia del Norte porque una de sus regiones se llama Macedonia; pero, a su vez en Macedonia hay también albanos y búlgaros; y Grecia se pelea con Turquía por Chipre del Norte... ¡¡Lo de Gibraltar está chupao!!
Casi en la frontera con Grecia, visitamos el yacimiento arqueológico de Butrinto, el más importante del país y Patrimonio de la Humanidad. Por aquí han pasado griegos, romanos, bizantinos, búlgaros, venecianos, otomanos... y ahora pasan Pablo y Joseba. Cada pueblo adoró y olvidó este asentamiento, dejando construcciones como torres defensivas, teatros, ágoras, basílicas, ... y nosotros lo que nos dejamos son 1.000 leks por barba, algo más de 8 euros, un precio un poco desproporcionado para el país... se ve que con la pandemia, al no haber turistas suficientes, han subido el precio para seguir siendo rentables; pero eso, para los que hemos sido valientes para viajar hasta aquí supone un agravio comparativo.
Lorenzo está en pleno apogeo y nosotros buscamos la sombra sin darnos mucha cuenta, así que va siendo hora de parar a reponer fuerzas con una cerveza bien fresquita... y a saborear unas delicias ¿albanesas o griegas? En la carta diríamos que, aunque es todo comida mediterránea, los platos tienen un aire muy griego: pedimos unas berenjenas asadas y tomate y pimientos rellenos de arroz, ya que musaka no había. Estamos en Ksamil, una de las localidades más bonitas de la riviera albanesa, ya que tiene unas playas preciosas con aguas cristalinas frente a dos pequeñas islas llenas de árboles. El sitio es idílico, pero algo falla: las playas son privadas. Todas están plagadas de tumbonas y de sombrillas y, o pagas por ellas o no tienes sitio para plantar tu toalla. Aquí, unos cuantos de Castro Urdiales lo solucionarían con un lanzallamas y el litoral volvería a ser de uso público. Pero las cosas son como son y, como no nos apetece pagar para estar escuchando los grandes éxitos de DJ Tiësto, decidimos irnos a otro lugar en busca de tranquilidad.
Nuestro siguiente alojamiento está en Sarandë y se trata de un apartamento con vistas al mar. Como no sabemos si podemos llegar a cualquier hora y no tenemos datos en el móvil (por no estar en la Unión Europea) para contactar con el propietario, decidimos adelantar nuestra hora de llegada. Nos cuesta un poco encontrar el sitio, pero finalmente lo encontramos y el anfitrión Vaggelis nos da una calurosa bienvenida. El apartamento está genial, con su cocina-salón, habitación y baño. Además, tiene un balcón con vistas al mar, una zona común de descanso y nos ofrece hasta servicio de lavandería. Con capacidad para tres personas, sale al mismo precio que una entrada a Butrinto por cabeza.
El resto de la tarde lo pasamos en la playa, en una tranquila zona que Vaggelis nos ha recomendado. Aunque la playa es de piedras y para llegar hasta el agua tienes que ir haciendo un Chiquito Agromenauer, se está la mar de bien: qué siestecita más rica oyendo las olas del mar y disfrutando de la brisa marina. Eso hasta que llega un tonto-dron que se pone a grabar con su moscón para nuestro descontento. ¡¡Qué obsesión tiene la gente por grabarlo todo!! Luego va a tener que ver en casa la playa que no vio el día que fue a la playa a grabar la playa. Hablando de ver... Pablo ve al lado de un hotel ¡¡otro búnker!!
El día no da para mucho más y toca ya recogerse. Como no queremos acabar hechos unos cebones como muchos de los albaneses, optamos por comprar algo de supermercado y cenar en la terraza del apartamento. Con nuestros productos escritos también en griego, nos hacemos una merendola bien maja mientras el gato de los propietarios se nos cuela en la terraza y nos hace ojitos para que le echemos algo de comer. Cenamos los tres con vistas a Corfú y a lo que pensamos es la región de Apulia, el taconcito de la bota de Italia. Y después a dormir... y, a desear que el móvil no coja la señal de Grecia, se ajuste la hora automáticamente y terminemos durmiendo una hora menos.
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